Haz conmigo lo que quieras (II)


Escrito en julio de 2013.
… tuya 🙂

“… sabes que me perteneces, nena
Cada curva de tu piel es mía
Ahora harás lo que yo diga, nena…”

Cada vez que el coche coge un bache, cada vez que me muevo, cada vez que respiro, incluso, la lija me roza los pezones. Hace que recuerde todo lo que me has hecho, esta tarde y todas las demás, hace que te odie y que te desee, que me pregunte qué coño has hecho con mi mente y mi cordura.

La respuesta está entre mis piernas. En silencio, vamos en el coche a alguna parte, tú conduciendo y yo a tu lado. Las luces de la noche brillan, me sorprendes mirándote y me preguntas qué pienso. Te digo que nada en concreto y tú me sonríes y me dices que miento fatal, que en mi cabeza siempre hay “algo”. Sonrío y te digo que noto la lija en los pezones, y que pensaba en lo que había pasado esta tarde. Me preguntas que si me gusta. Sí, me gusta. Y luego, que dónde creo que vamos. Lo cierto es que no tengo ni idea, y te lo digo, no lo sé. O sea, ¿que podría llevarte a cualquier sitio y hacerte lo que quiera? Dudo antes de contestar y digo “sí” en voz baja. No te oigo, perra. Sí, donde quieras. ¿De verdad? ¿Y si decido dejarte en un puticlub de carretera, sola? No interpreto tu mirada, estás serio, pero no me puedo creer lo que me estás diciendo. Y estamos a punto de salir de la ciudad, empiezo a notar que el corazón me va a mil por hora y mi respiración se agita, con lo que la lija me roza y me hace gemir ligeramente. Por favor, no… No ¿qué? No lo hagas. ¿Que no haga qué? Tú eres mía. Las lágrimas empiezan a agolparse, luchando por salir, hasta que lo hacen, y susurro que por favor, no me dejes sola. De repente, el coche se para y tiras bruscamente del freno de mano. Me preguntas si confío en ti. Yo no puedo dejar de llorar, en silencio, pero te digo que sí. Conmigo nunca te pasará nada malo. Nada, ¿me oyes? Yo cuido de ti. Lo siento, me he asustado. Me haces bajar del coche, me abrazas, y vuelvo a notar la lija presionando. Hace que mis pezones se endurezcan y me vuelvan a doler, lo que repercute en mi entrepierna. Que jodidamente contradictorio, estar asustada, ansiosa, y cachonda perdida. Con ganas de llorar y mojada a la vez. Joder. Otra vez la sensación de ligero miedo, de no saber qué va a pasar. Otra vez las cosquillas en el estómago. Dios, ¿cómo he podido pasar sin esto tantos años?

Volvemos a ponernos en marcha y vamos en dirección a la ciudad de nuevo. Aparcas, y llegamos a un sitio sobradamente conocido para mí, es un local de intercambio de parejas, situado al lado de una larga escalera, con la puerta iluminada. Una vez dentro, y ya con la copa en la mano, me explicas las normas del juego. Puedo follar con quien quiera, pero no correme, y no puedo quitarme el sujetador. Te miro, las normas me parecen un sinsentido, ¿por qué diablos voy a desear hacer nada con nadie en esas condiciones? Pero te digo que sí, que así lo haré. Maldita sea, ¿por qué hago siempre tu voluntad? Eres mía, tu voz suena en mi cabeza de nuevo y me da la respuesta. Te pregunto si tengo que follar con alguien obligatoriamente, y tú me sonríes y me respondes que no, que sólo lo debo hacer si me apetece. ¿Y si no me apetece? me respondes que si no quiero follar con nadie distinto de ti, tampoco podré correrme. Al mirarte, supongo que mis ojos reflejan una mezcla de sorpresa, frustración y cabreo, especialmente esto último, porque inmediatamente, tu mano se desliza por la base de mi cabeza, es a todos los ojos una caricia, pero de repente, tu mano se cierra fuerte sobre las raíces del pelo, tiras con firmeza, y me susurras al oído que no quieres ver, ni oír, una sola queja. Uhm. Me excita que hagas eso. Entendido, Señor, perdóname, pero estoy cachonda y eso me hace no pensar las cosas demasiado. Mi intención es ponerte cachondo con estas palabras también, sé que te gusta oírme decir lo excitada que estoy, intento jugar mis cartas, pero hoy estás que te sales, llevas medias de reyes lo menos, y me dices que cuidadito con la mirada, que me controle. Me conoces, me dominas por completo y me vuelvo a sentir en tus manos. Te pido permiso para ir a dar una vuelta por el local, me lo das y te quedas en la barra. Hay bastante ambiente, unas cuantas parejas y una buena cantidad de tíos solos pululando por allí. Uno de ellos, de buen ver, no me quita ojo de encima, se me acerca y me entra sin piedad. Le digo que he venido acompañada, y él me dice que le da igual, que quiere llevarme a la mazmorra y atarme. Alucino, ¿acaso llevo escrito en la frente que me gusta el BDSM? Sonrío y continúo mi ronda por el local hasta llegar, de nuevo, a la barra, donde tú estas hablando con la camarera. Me preguntas cómo me ha ido, y yo te cuento lo que me ha pasado. Me preguntas si quiero hacerlo, y yo te respondo que únicamente lo haría si tú estás a mi lado. Sonríes y me coges de la mano, me dices que te lleve donde. Lo hago, te llevo hasta la sala contigua, te presento y le pregunto si la oferta sigue en pie, sosteniendo su mirada. El me responde que por supuesto, y tú le preguntas si tiene ganas de usarme, a lo que él se queda un poco pillado y te responde que le apetece follar conmigo estando yo atada. Sonríes, y dices que de acuerdo, a condición de estar presente, a lo que él no parece muy conforme, pero la situación le debe dar más morbo que la vergüenza de tenerte allí. Me coge de la mano y me hace entrar en la mazmorra. Hay unas muñequeras colgando de unas cadenas en el techo, me sujeta las manos en ellas, y yo no dejo de mirarte. Me agarra las tetas, fuerte, y yo doy un grito. Veo una sonrisa sádica en ti, y la sorpresa en la cara del otro, que me pregunta, alarmado, si me ha hecho daño, a lo que tú le respondes que siga, que me gusta. Sí, debes estar pasándotelo en grande, dominándome a mí y dominando a este individuo, sin que él se de casi ni cuenta. Sigue acariciándome las tetas, ahora más despacio, a pesar de tus indicaciones, nota algo raro, la lija, y me mira extrañado. Le miro y le digo que no me quite la ropa, y él me pregunta si pretendo que me folle vestida. Le miro a los ojos, y me sale un “me follarás como yo te diga, hijoputa”, con rabia. En tu sonrisa veo que aplaudes esas palabras y esa reacción, te acercas a mí y me sujetas, quedándote por delante de mí, mientras el otro se queda por detrás, me susurras si me apetece tener dos pollas para mí sola, sabiendo de sobra la respuesta, y te respondo que sí, que me muero de ganas. Las cadenas del techo se pueden bajar, lo haces hasta que me quedo de rodillas, de manera que puedo comerte la polla y el otro puede follarme desde atrás. Me agarras el pelo y me follas la boca, mientras el otro se pone un condón y me penetra, te escucho llamarme zorra y te odio por ello, odio que me humilles, me excita y me cabrea a partes desiguales. Me frotas la polla por la cara, me golpeas con ella, y sigues humillándome, como si estuviéramos solos ¿de quien eres, puta?, me haces parar de comerte la polla, agarrándome del pelo, para que responda, y lo hago, casi susurrando, tuya, Amo, siento una vergüenza enorme de tener que decírtelo delante de alguien que no sabe lo que somos, vuelvo a odiarte profundamente, pero cada vez estoy más excitada. El tío no aguanta mucho, y anuncia que se corre, y tú me dices que te vas a correr en mi cara, y empiezas a hacerlo, sobre mis labios, la cara y el cuello, tu leche resbala por todas partes. Me ordenas que te limpie bien la polla, me siento lo peor del mundo, pero al mismo tiempo, me muero de ganas de correrme.

Quiero irme de allí, necesito ordenar mis sensaciones, necesito desahogarme. Te pido que nos vayamos, me coges de la mano y nos vamos, tras pasar por el baño. Cuando llegamos a casa, me dices, ahora con suavidad, que me tumbe y que abra las piernas para ti. Me vas quitando la ropa despacio, me besas, y me susurras que te ha encantado lo que has visto esta noche, que te encanta que sea tuya. Me acaricias lentamente las tetas, me duelen, pero empiezo a sentir punzadas de placer en la entrepierna, me susurras al oído que quieres oírme gemir, y que quieres que te de mi placer. Tu mano resbala entre mis piernas, me acaricias, mientras tus labios recorren mis pezones, muerden, lamen, succionan, me dan placer y dolor al mismo tiempo, y no puedo más, me corro, luego siento como entras dentro de mí y me dices al oído que te encanta estar ahí, y mientras vuelvo a correrme, me muerdes en el cuello, fuerte, me siento completamente tuya, sin ninguna duda, siento que puedes hacer de mí lo que quieras, cuando quieras y como quieras.

(…) sabes que me perteneces, nena…

2 comentarios en “Haz conmigo lo que quieras (II)

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