Fantasía: Agent Provocateur

Agent Provocateur es una marca de lencería británica. Tienen piezas muy bonitas, originales y elegantes, pero sobre todo, caras, muy caras. Del orden de más de 100 euros por un delicado tanga de encaje. Se definen a sí mismos como “luxury lingerie”, y recuerdo que alguien me dijo una vez, yo comentando lo excesivo que me parecía su precio, que es una marca de lencería “para amantes”, esto es, de esa que los tíos que tienen mucha pasta le regalan a sus amantes para hacerles pensar que les importan, y que el precio alto forma parte del “encanto” del regalo. Y creo que fue entonces cuando empecé a fantasear con esto que voy a contar a continuación.

En mi fantasía hay un individuo que tiene mucha pasta y me contacta. Quiere regalarme un conjunto de lencería de esta marca. Yo le digo que sí, y escojo uno de su cuidado catálogo, de color negro, con transparencias y encajes y que cuesta lo que pagaría una familia por un mes de alquiler en una infravivienda en el centro de Madrid. Le indico las tallas que tiene que pedir y acordamos vernos, una vez le haya llegado el pedido.

El día de la cita voy sin ropa interior. Él me está esperando en la habitación de un hotel, como si fuera un amante furtivo que miente a la parienta y se escapa en la hora de la comida. Posiblemente algo de eso hay, tiene cara de ello. Yo pienso en lo que le espera al pobre desgraciado y me relamo, me mojo solo de pensar en las cosas que voy a decirle y a hacerle. Se supone que va a desnudarme, sin tocarme en absoluto, solo a quitarme la ropa y a ponerme el conjunto, que aguarda envuelto en su caja. Lo saca con cuidado, lo pone sobre la cama y me pide permiso para empezar. Se lo doy, y empieza a desabrocharme la blusa, con las manos temblando. Le miro a los ojos y le pregunto, con tono duro y sarcástico, si ha desnudado alguna vez a una mujer, que le veo nervioso. Él responde que sí, pero que está muy nervioso y que le impongo mucho. Me vengo arriba y le miro a los ojos para intimidarle aún más. Y empiezo a divertirme.

—No parece que hayas tocado a una tía en tu vida. Tienes pinta de pajero. Aunque me sorprende que estés aquí, jamás hubiera pensado que fueras a hacerlo de veras.

Mira al suelo, con la cara del mismo color granate de las cortinas. Termina de quitarme la blusa y me pone el sujetador, no sé ni cómo. Me pide por favor que me quite la falda para poder ponerme las bragas, que en realidad son unas brasileñas. Desabrocho el botón y dejo caer la falda al suelo, sin decir palabra ahora, y sin dejar de mirarle, seria. Él las coge, y se escucha un ligero crujido de encaje. Las sujeta para que yo pase primero una pierna y luego la otra y me las ajusta a las caderas, con cuidado exquisito de rozarme lo menos posible. Da un par de pasos atrás y me mira, contemplando su obra.

—¿Has cumplido tu fantasía, entonces? —pregunto
—Sí, Señora. Me gustaría quedarme con las bragas, si no le parece mal.
—No me parece mal, no —sonrío —Túmbate en el suelo —le ordeno.

Me acaricio un poco por encima de la brasileña. La sensación de poder que me da estar de pie sobre ese pobre individuo que solo intuye parte de lo que va a ocurrir, me excita mucho y noto el encaje empapado. La cara de miedo del tipo solo lo incrementa, y el grito de dolor que da cuando la punta de mi tacón impacta contra su polla empalmada y sus huevos hinchados me hace sentir punzadas de placer.

—Ni en la mejor de tus pajas te has visto así, cerdo —le digo, riéndome —Así que quieres las bragas, ¿no? Te las daré a cambio de veinte correazos en la polla con el cinturón que llevas puesto. Así irán más como tú quieres que estén, que ya están muy mojadas, pero si te veo retorcerte de dolor, más. ¿Aceptas?
—S…Señora, es que no soy muy masoquista.
—¿Y a mí qué? ¿Aceptas o no?

Consiente en que le dé los 20 correazos. Se quita el cinturón y me lo da, y me mira con miedo otra vez. Me dan ganas de tranquilizarle, pero al fin y al cabo él quería usarme a mí para su placer, así que veo justo que me divierta un poco y no le digo nada. Solo que se prepare. Se queda de rodillas frente a mí y yo doblo el cinturón para empezar a azotarle. Uno tras otro le caen los veinte cinturonazos en la polla, y a duras penas puede mantenerse derecho, aunque no le doy con la intensidad que me gustaría. Me noto completamente empapada cuando acabo, y entonces me quito las bragas, que supuestamente debería darle. Le miro, me río y no me cuesta ningún esfuerzo romper el delicado tejido.

—Hay que ser gilipollas para pensar que te ibas a quedar con ellas, ¿eh? No te mereces ni respirar cerca —las huelo y me recreo —Me han pagado una pasta por ellas, así que me las voy a llevar y tú te vas a quedar aquí, jodido y estafado, después de haber pagado lo que has pagado por estas bragas tan bonitas y haberte quedado sin ellas, imbécil —le digo.

Me visto, guardo los restos de la brasileña en mi bolso y me voy, dejándole en el suelo.

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