Siempre estuvo en mí

La primera vez que sentí el gusanillo, la excitación, lo que se siente cuando alguien te ordena o le ordenas se me pierde en el tiempo.

Por supuesto, fue vainilla, y él ni fue consciente –ni lo será jamás– de lo que provocó en mí. Él fue mi primer novio, mi primera pareja sexual, lo fue durante muchísimo tiempo, bastante conservador en lo que a sexo se refiere, pero eso sí, con buenas cualidades digamos «físicas», así que la falta de imaginación y picardía que él tenía, la ponía yo. En mi cabeza había una realidad paralela de fantasías y sensaciones, por lo que para mí, el sexo era fantástico. Él pensaba que hacía lo que quería conmigo, pero en realidad, era yo la que lo hacía. Dominación mental pura.

En el plano físico, él solía ser poco delicado, y jamás me ha gustado que sean delicados conmigo follando, por lo menos, no en un principio. Le gustaba agarrarme bien, moverse deprisa, agarrarme el pelo fuerte mientras le hacía sexo oral… Pero no iba más allá, y yo me desesperaba. Siempre he necesitado un punto de dolor para excitarme, y en mi cabeza, en mi película particular, yo lo estaba pidiendo a gritos. Hasta que un día, en un de esos polvos salvajes, yo a cuatro patas y él ya muy excitado, le pedí, casi le supliqué, que me diera en el culo. No le vi la cara, pero debió de ser un poema. Lo hizo, me dio, con fuerza, pero en ese momento, yo necesitaba muchísimo más

—Más fuerte, ¡joder!. ¡Dame fuerte, sin miedo!

Y lo hizo. Creo recordar que no tardé nada en correrme, y la sensación fue increíble. Sentirme en sus manos, usada… Claro que me hubiera gustado mucho más si hubiera salido de él, pero tampoco iba a pedirle peras al olmo…

Jamás hablamos de aquello. De hecho, hablar hablábamos poco, durante y después del sexo. Él sabía que le gustaba y yo también. Nunca tuve la necesidad de explicarle que yo necesitaba aquello para excitarme, y que los polvos tiernos y cariñosos me aburrían lo indecible. Los cariños me apetecían después, cosa que a él no.

Un día, ya en el ecuador de aquella relación, que fue muy muy larga, con sus más y sus menos, un poco cansada ya de inventar y de hacer «guiones» en mi cabeza, encontré un juego de esos «para parejas». De esos que llevan unas tarjetitas con pruebas y que no son más que un juego de rol, yo hago de tal y tú de cual. Pues bien, se lo regalé. Y en un principio no le hizo mucha gracia, las innovaciones tenían que venir muy poco a poco, y cualquier cosa «externa» era una amenaza para su frágil ego. Había dos libritos, uno para mí y otro para él, donde la misma historia estaba contada de manera diferente. Y una de las historias llamó inmediatamente mi atención, así que busqué la tarjetita y se la di, en silencio, esperando a que reaccionara.

Se trataba de que él se hiciera pasar por cliente y yo por puta. de hecho, en el juego se especificaba –y se insistía– en que se usaran billetes de verdad, para que la cosa fuera más real. Nada más leerlo, me mojé hasta las rodillas. Aquello provocó un sentimiento muy contradictorio en mí. ¿Realmente quería que me tratara como a una puta? ¿Que me pagara y me usara como si lo fuera realmente?.

Resultó que a él le gustó aquello tanto como a mí, o quizá más. Lo disfrutamos muchísimo, pero, una vez más, nos quedamos en el umbral de comentar la jugada después, analizar qué había pasado. Yo solo sabía que me excitaba sentirme en sus manos, que me ponía como una moto que me insultara cuando follábamos (las pocas veces que lo hizo), o que me provocara dolor, un azote, retorcerme fuerte los pezones… Pero no sabía cómo ordenar todas aquellas sensaciones en mi cabeza, ni cómo decírselo, porque ni yo misma lo entendía. Así que seguí a lo mío, y él a lo suyo.

La sensación de dominar ha estado en mí siempre. Me gustaba decidir de qué manera iba a excitarle, cómo y cuánto tiempo. Mi mente es mucho más compleja y retorcida que lo era la suya, y me encantaba vestirme de alguna forma que sabía le volvía loco, o bien, provocarle. Esto me gustaba a mí mucho más que a él, ciertamente, pero me encantaba cuando me ponía sobre él y le cabalgaba, verle la cara cuando me suplicaba que fuera más rápido, más fuerte, sonreír y negárselo, desesperarle hasta el límite cuando le hacía sexo oral… Con él nunca hubo dolor, es decir, nunca se me ocurrió provocarle dolor, pues hubiera sido excesivo para él.

Pero las cosas cambian, pasó el tiempo y conocí a otra persona. Con la mente mucho más abierta, por lo que ya no tenía que hacer «guiones» yo sola. Ahora los compartía con él, empecé a hablarle de mis sensaciones, muy reservadamente, le conté que «a veces» me gustaba sentir dolor, sentirme humillada, que mis fantasías iban en ese sentido. Y él sonrió y me dijo «¿ah si?», sin escandalizarse ni sorprenderse. Y me confesó que a él le gustaba lo mismo, sentirlo en sí mismo y hacerlo. Le dije que a mí también me gustaba hacerlo, me excitaba mucho también el poder. Y así, en una de las siguientes veces que estuvimos juntos, supongo que cuando calculó que mi grado de excitación era máximo y que mi mirada era ya puro vicio (así solía decírmelo) me suplicó que le follara el culo. Yo ni me sorprendí ni me escandalicé, parecía como si lo hubiera hecho toda la vida, simplemente le miré y le dije

—Ponte boca arriba y ábrete bien, que te voy a follar, so guarro.

Entonces, salió la sádica que hay en mí. No me contenté con sodomizarle, también le até, le di varias bofetadas en la cara y creo recordar que también le puse pinzas. Le retardé el orgasmo lo que quise, y disfruté como una condenada, con sus gemidos de dolor, su mirada de súplica cuando casi estaba a punto. Bueno, ya sé que no es mucho, pero ¡para una primera vez no está mal! xD

Después de aquello, yo me sentí genial, me había encantado, y a él también, lo hablamos y entonces fue cuando empecé a buscar información sobre lo que estaba sintiendo. Siempre estuvo en mí, pero había que regarlo para que creciera.

Lo demás llegó más tarde. Según iba experimentando, yo necesitaba más, no solo me apetecía ser suya en la cama. Quería pertenecerle, que reclamara su derecho a ser mi dueño en cualquier momento, y no solo cuando estábamos cachondos perdidos. Pero esto ya le quedaba grande, y así me lo hizo saber. De manera que aquel sentimiento se quedó guardado para más adelante.

Un camino largo hasta aceptar mi naturaleza, largo y no muy fácil. Y ahora, una vez destapado el frasco, probando y experimentando todas las sensaciones que puedo, por fin sin esconderlas, sin tabúes. Y sin miedo.

2 comentarios en “Siempre estuvo en mí

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