El Alumno (I y II)


Este relato se empezó a escribir durante el verano de 2004, y después fue corregido y aumentado años después, llegándose a terminar completamente en marzo de 2011.
Aunque no te lo creas: si, hay parte de tí en Layla… Gracias por provocar mi curiosidad, Sr. «Profundo».
A tí, John te debe su nombre y yo a ti muchas tardes muy interesantes…  ¡Gracias!

I

Hasta la semana pasada no me había dado cuenta de cómo me miraba. Claro que me había fijado en él: de todos mis alumnos sin duda era el más interesante. No especialmente guapo, pero sí con un punto de morbo y descaro que me gustaba. Normalmente, cuando estoy en clase estoy a lo que hay que estar, pero ese día estaba un poco distraída. Sería que hacía calor y notaba la ropa pegada a la piel. Sería que estaba deseando llegar a casa para meterme en la ducha y dejar que el agua se derramara por mi cuerpo y que después me dieran un masaje. No, la verdad es que esa mañana no estaba muy concentrada en la clase. Estaba de pie, en la pizarra, escribiendo de espaldas a mis alumnos y podía notar su mirada sobre mí. Me di la vuelta para seguir explicando, y mientras todos sus compañeros tomaban notas, él me miraba sin ningún disimulo, de abajo a arriba, sonriendo.

El calor se estaba haciendo insoportable, y yo necesitaba urgentemente un trago de agua. Así que decidí mandarles hacer un ejercicio. Se lo planteé, hice un esquema en la pizarra, y, una vez resueltas las dudas, me dirigí a mi mesa y bebí de una pequeña botella que suelo llevar. Entonces levantó la mano. Maldición, otra vez el calor que subía, ¿no me estaría poniendo colorada?, dios, que vergüenza si era así. Dejé la botella sobre la mesa y me dirigí, tratando de respirar, a su puesto. Yo miraba la pantalla de su ordenador, pero él buscaba encontrarse con mis ojos. Le indiqué dos o tres cosas que estaba haciendo mal, en una de esas, mis dedos rozaron los suyos en el teclado. Y entonces sucedió: me puso un papelito en la mano. Apenas me dio tiempo a reaccionar. Miré alrededor por si alguno de sus compañeros lo había visto… pero parecía que no. Además, él estaba algo alejado de los demás, cerca de la puerta del aula, ya que había entrado algo más tarde. Qué cabrón. No pude hacer nada, bueno, sí, podría no haberla cogido, pero lo hice, apreté la nota en la mano, mientras me dirigía hacia el puesto de otra alumna a atender una duda.

La clase terminó. Todos, él también, se levantaron y salieron. Le seguí con la mirada mientras recogía, pensando que vendría a decirme algo. Pero nada, ni una palabra. Salió por la puerta, consciente de que le estaba mirando, hablando y riendo con sus compañeros, sin ni siquiera mirarme. Yo recogí mis cosas y apagué el ordenador. La nota estaba dentro de mi cuaderno, donde había conseguido hacerla llegar sin llamar la atención. Mirando a mí alrededor, abrí la tapa y cogí el papel arrugado. Lo desdoble y leí su contenido. Con una caligrafía sorprendentemente buena había escrito lo siguiente:

“Te espero esta tarde a las siete. Ponte lo que quieras: sorpréndeme. Pero cuanto menos, mejor…”

Debajo, había escrita una dirección. Joder. Yo me esperaba alguna clase de coacción, un soborno, o incluso, una declaración, una insinuación, pero no aquello. ¿Pero que coño se había creído ese niñato…? ¿Cuántos años podía tener, 19, 20…? Y sin embargo, qué desparpajo, qué bien se lo había montado. Que indiferencia, al darme el papel y luego largarse como si nada… Así que esas tenemos, eh, pues muy bien, ahí me tendrás. No me dio más tiempo a pensar, porque mi compañero, con el que me voy todos los días, vino a buscarme y tuve que guardar mis cosas, incluida la nota, en mi maletín.

De vuelta a casa, solo podía pensar en las últimas palabras de la nota “cuanto menos, mejor”. Estaba excitada, mucho, y solo pensaba en cómo podía ganar el siguiente punto. De acuerdo, niñato, tú has ganado el primero, pero ahora me toca a mí. Esperas que sea inolvidable, ¿no?, pues ya lo creo que lo va a ser. No lo vas a olvidar en tu vida, cabrón.

***

A las seis salí de casa. No sabía muy bien donde estaba la dirección, posiblemente tendría que preguntar. Era un chalet en una de esas urbanizaciones pijas de las afueras. Vaya con el niñato. Me había vestido exactamente como solía hacerlo cuando iba a clase. Llevaba una falda recta, formal, de las que tapan la rodilla, una blusa clara y una americana. El pelo suelto y unos zapatos de tacón bastante alto y afilado fueron la única concesión a la lujuria que le dejé. Normalmente suelo llevarlo recogido. Por dentro, solo la fina tela de las medias rozaba mi piel. Claro, que eso no lo vería él. Lo vería si yo le dejaba, y tendría que ganárselo.

***

Efectivamente, me perdí en aquella urbanización de pijos y tardé más de la cuenta en aparcar frente a la casa. Un enorme chalet de cuatro plantas, con un pequeño jardincito a la entrada, que hacía parecer ridículo a mi pequeño utilitario. Seguro que tendrían doncella y cocinera, vaya, espero que no me anuncien con mi nombre y apellido, pensé. Esperé cinco minutos, me retoqué un poco el maquillaje, y salí del coche. Abrí la puerta de hierro forjado, y fui hasta la entrada de la casa. Iba a tocar el timbre, cuando note un zumbido. Empujé un poco la puerta y cedió. Un poco sorprendida, mire a mi alrededor, probablemente habría un videoportero. El recibidor tenía una iluminación tenue y parecía que no había nadie, ¿no me anunciaría el mayordomo? Qué desilusión. La casa era bonita, aunque habría que dar un repaso a la decoración. Vi luz en la parte superior, en la escalera, y escuché música, así que me dirigí hacia allí subiendo las escaleras. La luz y la música venían de más arriba, así que seguí subiendo hasta llegar a una buhardilla absolutamente impresionante. Era como un pequeño apartamento dentro de la casa, una suite, con su baño independiente, un pequeño saloncito, por supuesto con un equipo de imagen y sonido por el que habría matado Amenábar en su época de estudiante. Intenté parecer impasible, con cara de póquer ante todo aquello. Si intentaba impresionarme, lo llevaba claro.

Él estaba recostado en el sofá. De fondo sonaba música que no identifiqué claramente, con una calidad impecable, por supuesto. Llevaba puestos unos vaqueros oscuros y una camiseta negra que le marcaba los músculos de los brazos, aunque solo lo necesario, ni más ni menos. El pelo alborotado, como siempre solía llevarlo, y descalzo. Me miró, y, sin levantarse, habló por primera vez.

—Sabía que ibas a venir —sonrió, los ojos le brillaban de excitación
—Eso es evidente, lo tenías todo preparado, ¿no? —le solté
—Claro, para que estés cómoda. Pero ¿no has leído bien la nota? Me hubiera gustado que vinieras más… ligera.
—Bueno, así está bien de momento.
—Demasiado formal, seguro que no siempre vas vestida así.
—No, claro, no siempre.
—Por ejemplo, cuando sales con alguien, con tu marido… porque estás casada, ¿no? —se levantó y se acercó donde estaba yo
—Sí, y por lo visto eso a ti te da lo mismo, ¿no?
—Lo mismo que a ti —qué cabrón —Me da mucho más morbo, además, no soy nada celoso
—Tú sales con una chica de tu clase, ¿no?
—Bueno, sí
—¿Cómo que bueno sí?, O sales o no sales…
—Vaya, ya salió la profesora…bueno, si, salimos desde hace unos meses, pero a mi me gustan las tías mayores, me ponen mucho más…
—Hombre, muchas gracias por lo de mayor —le dije, con ironía
—Mayores que yo, no te enfades. Anda, siéntate y ponte cómoda, mientras te traigo algo de beber —bajó las escaleras para ir, supuse, que a la cocina. Ni siquiera me había preguntado qué quería beber. Este tenía las cosas muy claras, sabía muy bien lo que quería. Me quité la americana y la dejé doblada sobre una silla. Me senté en el sofá, enfrente de donde se había puesto él antes, consciente de mi falta de ropa interior y de la que en algún momento le haría darse cuenta. Subió con dos vasos y una coctelera. Vertió un líquido de color anaranjado en los vasos.
—Prueba esto —me dio uno de los vasos
—No me envenenarás, ¿verdad?
—No, solo intentaría emborracharte. Pruébalo

Bebí un sorbo. Estaba muy bueno, el cóctel llevaba por lo menos tres tipos de licores, y zumo de varias clases, naranja, piña, no pude identificar ninguno más.

—¿Para qué querrías emborracharme? Está bueno.
—No te hagas la inocente, anda. Tú de eso no tienes nada
—¿Y cómo has llegado a esa conclusión?
—¿Te crees que no me he fijado en cómo me miras en clase? Además, si no te gustara un poco no habrías venido, ¿no?
—¿Tú por qué crees que he venido?
—Porque eres una chica muy mala que quieres pervertir a un alumno
—Yo no voy a pervertir a nadie, ya estás tú bastante salido —y yo estaba tan excitada que no podía ocultarlo. Los pezones se me estaban empezando a marcar bajo la blusa, tenía la piel erizada y la entrepierna húmeda, lo que hacía que tuviera que colocarme en mi sitio cada poco tiempo. Por supuesto, no fueron detalles que le pasaran desapercibidos. Él estaba sentado en el otro sofá que estaba situado en forma de L en la habitación. Estábamos bastante lejos el uno del otro, él estaba en un extremo y yo en el otro. Se escurrió hasta el suelo, y, gateando, vino hasta donde estaba yo. Se detuvo junto a mí y acaricio mis zapatos, y luego las piernas con las puntas de los dedos.
—Si, soy joven y tengo las hormonas descontroladas —me miró a los ojos directamente, ahora estábamos muy cerca —Y si encima viene mi profesora de informática para ponerme cachondo, más todavía, ¿no crees?.

Esto se estaba descontrolando mucho, aquí tenía que tomar la riendas, se supone que yo soy la tía mayor que tiene más experiencia que el niñato, pero, qué coño, este niñato sabía muy bien lo que hacía. Siguió acariciando mis piernas hacia arriba, si seguía se iba a dar cuenta de la sorpresa que le había preparado, y no quería que fuera tan pronto. Levanté un poco la pierna y le dije

—Quítame los zapatos —el tono no era una sugerencia
—Estás muy bien con ellos. Preferiría que te los dejaras puestos.
—Vaya, si nos ha salido fetichista. Oye, dime una cosa
—Dime.
—¿Cuántas veces has hecho esto?
—¿Esto el qué?
—Invitar a una profesora a tu casa y seducirla.
—Esta es la primera —noté que se sorprendía por la pregunta y se ponía un poco tenso
—Pero no es la primera vez que estás con una tía mayor que tú, ¿verdad?
—No, ¿cómo lo sabes?
—Lo sé. Se nota —por fin logré desconcertarle
—Bueno sí, estuve con una tía que me llevaba doce años. Pero no era mi profesora. Es la primera vez que hago esto, en serio.
—Bueno, no hace falta que me des tantas explicaciones. Se nota que sabes tratar a una mujer más mayor que tú.
—Me alegra que pienses eso de mí… eso quiero, tratarte…
—¿Cómo?
—Como te mereces, como a una reina. Quiero ver tu cuerpo y adorarlo
—Antes quiero ver yo el tuyo. Quítate la camiseta —seguía de rodillas en la alfombra frente a mí.
—Cómo quieras

Me obedeció, y lentamente se quitó la camiseta negra dejándome ver su torso, perfecto, que, se notaba, trabajaba en gimnasio, aunque solo lo justo, sin marcar demasiado. Tenía el estómago duro y liso, eso me encanta.

— No está mal. Acércate —le acaricié el cuerpo con las dos manos, muy lentamente, concentrándome en su precioso estómago. Sus pezones estaban erectos, y se pusieron aún más duros cuando los acaricie con la punta de los dedos. Cerró los ojos y emitió un suspiro de placer
—Si sigues haciéndome eso, seré tu esclavo para siempre, te lo juro.
—¿Te gusta? —continué acariciándole, alternando las puntas de los dedos con las palmas de las manos.
—Si, mucho.
—¿Te gustaría que los chupara?
—Si, joder, cómetelos
—Oye, oye, a mí dirígete con más respeto, que sigo siendo tu profesora.
—Espero que me enseñes mucho hoy.
—Eso dependerá de cómo te portes…
—Voy a ser muy bueno.
—Eso espero.
—Quiero ver tu cuerpo, cariño, quítate todo esto, por favor
—Quítamelo tu
—¿Eso quieres? Vale, voy a empezar por la blusa, te la voy a quitar así, despacito -desabrochó los botones uno por uno con una habilidad pasmosa —¿Normalmente vas sin sujetador por ahí?
—No, solo cuando quiero poner cachondos a mis alumnos.
—Ah bueno, porque tienes que saber que los pezones se te marcan mucho. Son mucho más bonitas de lo que me había imaginado pero luego las mimare como se merecen, ahora voy a seguir desnudándote, ven aquí —me levanté del sofá.

Él siguió arrodillado, desabrochó el botón de la falda y tiró un poco de ella. Me quedé desnuda, excepto los zapatos y las medias

—Joder, pero, ¿es que tampoco llevas bragas? Tenía la polla dura, pero esto me la ha puesto, joder como me la ha puesto. Estás preciosa así, ¿sabes? —se acercó a mi coño y lo besó —qué maravilla…
—Era una sorpresa, ¿te ha gustado?
—Mucho. Yo tengo aquí otra para ti
—Estoy deseando verla. Venga, quítatelo todo

Se desabrocho el pantalón y se lo quitó con un desparpajo impropio, de nuevo, en un chaval de su edad, sin dejar de mirarme a los ojos. Este chico tenía un talento natural. Tampoco llevaba ropa interior.
—Vaya, vaya, y tú qué, también vas por ahí sin nada. Porque tienes que saber que la polla se te marca mucho… —ahora fui yo la que me arrodillé frente a él para admirar su polla. Una buena polla, si, de más de un palmo y bastante ancha —joder, esto sí que es una sorpresa…
—¿Te gusta?
—Déjame que la pruebe —la cogí con una mano mientras me metía todo el capullo en la boca y lo lamía —Sí, sí que me gusta, pero tanta charla me ha dado mucha sed —bebí un poco del cóctel, que estaba helado, para luego volver a metérmela en la boca, lo que le hizo dar un respingo
—No pares, necesito que sigas —seguí lamiéndole despacio, aunque sabía que quería que fuera más rápido.
—Tranquilo, no vayas tan deprisa, que hay tiempo de sobra… —mientras hablaba la tenía cogida con la mano y se la meneaba despacito, sin llegar a masturbarle.
—Quiero correrme en tu boca.
—Ya lo sé, pero tengo otros planes para ti, y te vas a correr cuando yo quiera.
—Soy tu esclavo, pero no seas tan mala conmigo.
—Antes que tú, harás que me corra dos veces
—Como quieras —aquello pareció gustarle. Hizo que me sentara de nuevo en el sofá y se colocó frente a mí de rodillas. Lamió mis pezones hasta dejarlos duros. Lo hacía tan bien que me costaba trabajo creer que tuviera solo 19 años. Parecía que había pasado toda su vida dando placer.
—Joder, que bien lo haces, cabrón —le dije —Parece que has estado haciéndolo toda tu vida ¿lo comes todo así de bien?
—Soy un alumno aplicado, ya lo sabes —mi entrepierna acusó el golpe, cada vez que me recordaba que era mi alumno me excitaba aún más. Siguió comiéndose mis pezones, lamiéndolos al principio y luego mordiéndolos sin ninguna compasión. Siguió hacia abajo, dándome suaves besos y lametones en el estómago, hasta que llegó a mi coño, que estaba totalmente empapado. Se metió el clítoris en la boca y lo chupó, luego empezó a mover la lengua haciendo círculos… ¿pero dónde había aprendido este niñato a dar placer a una tía así? Al mismo tiempo, no se había olvidado de mis tetas, las acariciaba con las manos y de vez en cuando apretaba fuerte los pezones para luego acariciarlos con la punta de los dedos. Siguió moviendo la lengua en círculos hasta que hizo que me corriera. Siguió lamiendo muy despacio, siguiendo mis instrucciones, ya que cuando me corro me vuelvo un poco mandona.

—Joder, sí, así, despacito, despacito ahorasi, si

Me metió la lengua y empezó a follarme con ella, eso me llevó al segundo orgasmo en menos de tres minutos. Sin darme tiempo a recuperarme siquiera, tiró de mí e hizo que me pusiera de rodillas en la alfombra, frente a él, que se había levantado. Cogiéndome por el pelo, me hizo meterme su polla en la boca

—Dos veces, ¿no, zorra?, pues ahora me toca a mí, vamos, cómetela toda, y a ver si estas a la altura, puta.

Tenía las dos manos sujetándome la cabeza, marcándome el ritmo que quería. Con una mano, le acaricié los huevos muy suavemente, y luego entre el culo y los huevos, eso hizo que casi se caiga, y que las rodillas se le doblaran. Entonces probé algo. Aumenté el ritmo y la presión de los lametones, y cuando estaba casi casi a punto, le metí un dedo en el culo, así, de repente. Dio un grito, supongo que mezcla de dolor, placer y sorpresa, pero le gustó, vaya si le gustó, como que se corrió en ese momento, sin soltarme el pelo, apretando fuerte, me hacía daño, supongo que quería vengarse, el cabrón. No me soltó, hizo que me quedara con su polla metida en la boca y que me tragara todo. Cuando estuvo seguro de que no quedaba nada, me soltó y se fue separando, poquito a poco. Yo estaba, otra vez, empapada. Él me ayudó a levantarme y entonces me besó. Un beso largo y tierno, por supuesto, su lengua se desenvolvía dentro de mi boca como pez en el agua, igual que hacía un rato sobre mi clítoris y mis pezones. Una delicia. No le importó probar su propio sabor, al contrario. Cuando se separó de mí, apoyando las manos en la cintura y las caderas, acariciándolas suavemente, me dijo, riendo

—Sabes salada
—Es tu sabor, sabes así, salado…
—Estoy bueno, entonces…
—Muy bueno. Buenísimo —le dedique una mirada de admiración a su cuerpo
—Tu si que estás buena. A ver, permíteme —hizo que me sentara de nuevo y me quitó lentamente los zapatos y las medias —qué pena, con lo guapa que estás con ellos, dijo mientras los dejaba en el suelo, cuidadosamente.
—¿Quieres que me los ponga el próximo día de clase?
—No serás tan mala para hacerme eso, ¿verdad? Bueno, tú verás, si lo haces, te llevaré a la fuerza al baño, me la comerás y luego a ver que les cuentas a los demás, cuando te pregunten si hay clase y por qué tardas tanto en venir… —Besó uno de mis pies —Tu verás si te conviene andar con jueguecitos conmigo…
—Bueno, si se te ocurre hacer eso, ni el mejor de los trabajos que me hagas hará que apruebes.
—Oh, oh… eso es una amenaza, profe? ¿Ni siquiera si te hago un trabajito como el de hace un rato?
—No ha estado mal. Pero te hace falta completar algunas cosas —tiró de mis piernas hasta hacerme quedar con las piernas abiertas, la entrepierna pegada a la suya. Estábamos otra vez como antes, yo recostada en el sofá y él frente a mí, arrodillado. Me levantó, en esa misma posición, y me llevó a la cama, una enorme, por los menos de dos metros, cubierta con un edredón de plumas muy suave y mullido.
Me depositó encima de ella. Su polla estaba otra vez lista para el asalto y no habían pasado ni cinco minutos desde que se había corrido, dios, ahora entendía por que las viejas se lían con jovencitos. Pero desde luego, este jovencito era una joya.

—A ver, dime qué tengo que hacer para que… el trabajo esté perfecto. Ya sabes, profe, que a mi me gusta hacerlo todo perfecto.
—La perfección no existe, pero tu te acercas mucho —le dije —Primero, podrías recordarme como se mueve esa maravilla que tienes en la boca.
—Claro que sí, sin problema. ¿por dónde prefieres que se mueva? Antes vi. que no tenías preferencias, te gustó igual por todas partes.
—Yo lo que quiero saber es dónde coño has aprendido todo lo que sabes hacer. O con quien…
—Bueno, ya te he dicho antes que estuve con una tía mayor que yo —mientras hablaba, estaba recostado en la cama, a mi lado, y me acariciaba. Luego se acercó y besó mis tetas. Movió la lengua un poco sobre el pezón que le quedaba más cerca. Tenía una mano entre mis muslos, acariciando, por encima, ligeramente mi coño
—Hay que agradecérselo, hizo una gran labor contigo —sonreí
—Bueno, yo también pongo de mi parte. Soy muy curioso, me encanta el sexo, saber que os excita a las mujeres, daros placer…
—Tu novia debe de estar encantada, ¿no?
—¿Mi novia?
—Esa chica con la que sales.
—Ya. Bueno, todavía no he conseguido follármela.
—Venga ya, no te creo ¿has usado todos tus talentos?
—Lo intenté, pero nada, no hay manera.
—¿Es virgen?
—No lo sé, y la verdad es que no me importa. Como siga igual, le van a dar por culo. Mucho besito, y cuando me tiene echando humo me dice que pare y no veas cómo me jode.
Aproveché para incorporarme y colocarme sobre él a horcajadas
—Pobrecito… y acabas con dolor de huevos
—¿Y tu marido?
—¿Qué le pasa?
—¿Te deja insatisfecha?
—No, que va. Me folla muy bien —le mentí. En realidad me folla poco y regular, pero ya me las arreglo yo para no quedarme insatisfecha.
—A ver si dices lo mismo después del polvo que te voy a echar, zorra. Si te gusta como muevo la lengua, vas a ver cómo me muevo aquí —dio un golpe en la cama con la mano, después me cogió, bruscamente, por los brazos, y me sujetó contra su cuerpo. Me besó, otra vez, empleándose a fondo, y cuando estaba despistada, me dio la vuelta, quedando él sobre mí. Me sujetó las manos por encima de la cabeza, y me separó las piernas con la rodilla. Intenté moverme un poco, pero no me dejó. Me gustaba la sensación de estar tan expuesta a él, de dejar que hiciera lo que le quisiera conmigo. Pero también tuve ganas de arañarle, de tirarle del pelo, darle patadas y luchar con él. Así que lo hice. Me revolví e intenté cerrar las piernas, soltarme de sus manos, lo que le excitó todavía más
—Así que esas tenemos, ¿eh? Estate quieta, puta, o te ato
—Esto no lo tenías previsto, ¿no? —le dije, forcejeando con él
—No, pero te juro que la próxima vez que vengas te compro unas esposas…
—No serás capaz… además, ¿quién te ha dicho a ti que va a haber próxima vez?
—Me lo dice tu coño, zorra, estás empapada… —se acercó a mi oído y me susurró —¿te ato?, yo creo que sí, que lo estás deseando, venga, dí —Yo estaba echando humo, le susurre que sí, que me atara. Él sonrió, me dio un beso en los labios, mientras se levantaba e iba al armario. Cogió dos cinturones y dos pañuelos, y volvió rápido a la cama. Pasó uno de los pañuelos por detrás de uno de los huecos del cabecero de hierro forjado blanco y ató una de mis muñecas, dio una vuelta alrededor de ella y luego ató la otra de la misma forma. Aseguró todo con un nudo. Luego fue hacia las piernas. Ató cada tobillo con un cinturón, cada uno a un lado de la cama, dejándome totalmente abierta.
—¿Y el otro pañuelo?
—Eres una chica muy mala, y muy curiosa… —acaricio mi cuerpo, tenso por la excitación. Pasó las puntas de los dedos por el estómago, los muslos, evitaba tocar donde sabía que estaba deseando
—Bueno, lo que quieras… pero dime que vas a hacer con él, anda, por favor.
—Eso está mucho mejor —rozó mis pezones con los dedos, haciendo que se pusieran como piedras. Pensaba taparte los ojos, pero creo que lo voy a usar en otro sitio, te voy a hacer sufrir un poquito.

Eso no me gustó. Me puse tensa.

—Oye, ¿qué vas a hacer?
—Tranquila —dijo, besándome en los labios. No te voy a hacer daño, te lo prometo —cogió el pañuelo y lo colocó entre mis piernas. Era muy suave, de seda. Ahora adivinaba sus intenciones. Lo había pasado por debajo de una de las piernas hasta dejarlo por debajo de mi cuerpo. Al moverlo, muy suavemente, la seda rozó mi clítoris, arrancándome un pequeño gemido. No lo esperaba.
—Ya veo que te gusta… estás maravillosa, ¿sabes? No te imaginas la de veces que te he visto así, desnuda y atada a la cama…
—En tu imaginación…
—En todas mis fantasías, desde que te vi. por primera vez. Eres una diosa…
—Esta diosa está que se muere… quiero que me folles
—No seas tan ansiosa, amor —movió un poquito el pañuelo, haciendo que me estremeciera
—Y tu no seas tan cabrón, eres un hijo de puta
—Eso, sigue hablando así y ya verás… —me rozó con el pañuelo y lamió mis pezones, otra vez como un experto.
—Quiero que me la metas ya, cabrón, vamos, lo estás deseando
—Puedo aguantar. Me la has comido tan bien antes, preciosa, que todavía puedo aguantarme un poco más.
—Cuando me desates te vas enterar. Te voy a hacer pagar todo esto, cabrón…
—Eso será si te desato, puta —se colocó sobre mi cara y me metió la polla en la boca. Mientras, siguió atormentándome con el pañuelo. Lo movió, al principio despacio, luego más deprisa, hasta que me corrí, con su polla en la boca. La tenía tan dura y tan enorme que me estaba atragantando. Se salio de mi boca y alcanzó un condón de uno de los cajones de la mesilla. Se lo puso y se quedó allí, encima de mi, mirándome a los ojos
—¿Quieres que te la meta?
—Si, joder, métemela —Metió la punta, haciéndome gemir
—¿Así, o la quieres toda?
—Toda, métemela toda entera, joder
—Te vuelves muy mal hablada cuando te pones cachonda, venga, vale, te voy a follar como tú quieres, cariño, así —me la metió entera de una vez y yo grité de placer. Se movió despacio, haciéndomela sentir. Siguió manteniendo ese ritmo, lento, lento, que me estaba matando. No dejaba de mirarme a los ojos mientras se movía. Yo suelo cerrarlos, pero él no me dejaba
—No, no, no cierres los ojos, quiero que los tengas abiertos y me digas si te gusta
—Un poquito más deprisa, joder, me estas matando —no me hizo caso, y siguió igual. Como tenía las manos atadas, no podía cogerle y moverle como a mí me hubiera gustado.
—Vamos, muévete un poco más rápido, necesito que lo hagas —empezó a desatarme las manos y luego hizo lo mismo con los pies
—Te voy a soltar, a ver cómo quieres que me mueva —iba a volver a la misma postura, pero yo no le deje. Me puse a gatas, me encanta hacerlo así, y en ese momento lo necesitaba urgentemente. Me la metió de una vez y luego me agarró por las caderas. Empezó a follarme, esta vez, al ritmo que yo quería, con embestidas cortas y rápidas.
—¿Así te gusta, cariño? —cómo se movía el cabrón
—Si, joder, no pares, no pares o me matas, me vas a matar, cabrón, ah, joder, me voy a correr, sí…
—Espérame, que voy contigo, joder, joder, —me sujetó fuerte. Pude notar, por la fuerza de la embestida, como se corría. A mi se me doblaron las rodillas y él se desplomó encima mío.

A mí, después de semejante polvo, lo que más me gusta es acurrucarme en la cama. Así que lo hice. Mientras, él encendió un cigarro, pero se puso a mi lado, abrazándome. Su energía era impresionante. A lo largo de esa tarde, me echó otros dos polvos más, y yo perdí la cuenta de cuantas veces me había corrido. A eso de las diez me separe de él, a mi pesar —si la tarde había sido así, la noche hubiera sido muy prometedora — con un largo beso. Lo malo sería verle otra vez en clase y mantener la compostura, solo de pensarlo me daban sudores.

II

Aquella mañana me tocaba clase con su grupo. No había vuelto a verle ni a saber nada de él desde el viernes. Le advertí que en la universidad ni se le ocurriera acercarse a mí más de lo estrictamente necesario, y él me prometió que lo haría. Ninguno de los dos dijimos nada de volver a vernos, pero ambos sabíamos que lo haríamos, tarde o temprano.

Entré en el aula con paso firme. Allí estaban todos, él también. Les había preparado una práctica especialmente difícil, que había puesto por escrito. Evité mirarle, pero lo que no podía controlar era mi cuerpo. Estaba mojada —¡y ni siquiera me había tocado! —Sin embargo, él, en su línea, no evitaba nada. Me miraba igual que el viernes por la noche cuando me tenía atada a su cama.

Expliqué varias dudas sobre el ejercicio en la pizarra. Esa clase ha sido la más larga que he dado en mi vida, al menos, a mi me lo pareció. Cuando llegó la hora, yo estaba hecha un asco, sudorosa y mojada, parecía que me había tirado a un ejército entero. Entonces, el cabronazo, -porque no se le puede llamar de otra forma —vino a preguntarme una duda, con su novia. Por supuesto, una excusa para deslizar bajo el teclado de mi ordenador otra notita. Yo estaba aterrorizada. ¿Y si la chica notaba algo? Me pareció que ella me miraba de una forma extraña, seguramente era que tenían prisa, pero yo me sentí la tía más rastrera de la Tierra. Le contesté lo mejor que pude, recogí mis cosas, nota incluida, y me fui a la siguiente clase. Hasta la hora de comer no pude leerla tranquilamente, en la soledad de mi despacho. Desdoble el papel, y, con el corazón a mil, leí:

Tengo la polla tan dura que no puedo moverme. Desde que has entrado en clase no puedo dejar de mirarte, estoy recordando tu precioso cuerpo y no creo que pueda aguantar mucho. Creo que no me equivoco si pienso que a ti te pasa lo mismo, ¿Qué te parece si me paso por tu despacho a la hora de comer?

Y justo entonces llamaron a la puerta.

—Adelante

La puerta se abrió. Yo enterré la cabeza entre mis papeles. Cuando la levanté, mis ojos se encontraron de lleno con los suyos, pero no venía solo. Le acompañaba otro chico de su misma clase, que fue quien se adelantó para preguntarme unas dudas y aprovechar para darme unas prácticas atrasadas. Él estaba detrás, se mantenía en segundo plano, aunque en mi pensamiento sólo estaba él. Tenía que hacer un enorme esfuerzo para concentrarme en las dudas de su compañero. Cuando acabó, se volvió hacia él y le dijo:

—Te espero abajo
—No, mejor vete y ya nos vemos luego.
—Venga, vale

Y se fue. Cerró la puerta. Sus ojos estaban fijos en mí, parecía un felino a punto de saltar sobre su presa. Él se acercó a la puerta, y cuando se cerró totalmente, echó el cerrojo. Yo deseaba quedarme a solas con él, pero no en mi despacho, ni en ese momento, joder, ¿y si venía alguien? Solo ese pensamiento ya hacía que me calentara más aún de lo que estaba. De todos modos, no me dio mucho más tiempo a pensar. Pasó al otro de la mesa, donde estaba yo, y, literalmente, tiró de mí arrancándome de la silla, y me puso contra la pared.

—Aquí no, joder, ¿estás mal de la cabeza o que?
—Si, ya lo sé… te prometí que aquí no te tocaría, pero no me puedo aguantar, joder, ¿has visto como estoy?, llevo todo el día pensando mil maneras de follarte, no sé cómo me he podido aguantar en clase.
—Pues más te vale que te aguantes, o no me volverás a tocar…
—Anda, no seas tan mala. He cerrado la puerta, y te prometo que no haré ruido.
—Joder, no me lo pongas más difícil. ¿Crees que soy de piedra?
—Ya sé que no eres de piedra.

Sus manos no habían dejado de moverse por todo mi cuerpo, me estaba sujetando, y sus labios y su lengua ahora recorrían mi cuello y la nuca. Cuando me muerden la nuca pierdo la razón, así que lo mandé todo al carajo y le dejé que siguiera. Joder, pues sí que le había costado poco convencerme. Me levantó la falda, haciendo que quedara enrollada en la cintura, arrugada. Las bragas casi me las arranca, pero conseguí pararle a tiempo, y hacer que sólo me las bajara. Podía notar su polla, enorme y abultada, contra una de mis piernas. Se desabrochó los pantalones y se la sacó. Del bolsillo de atrás de los vaqueros, sacó un condón, mordió el envoltorio y se lo puso rápido, sin dejar de mirarme a los ojos. Casi no me daba tiempo ni a respirar. Me agarró por el culo con las manos, aplastándome contra la pared, hizo que le colocara las piernas alrededor de la cintura. Yo no me sentía muy segura así, pero él no me dejaba ninguna opción. Por no dejarme, casi no me dejaba ni abrir la boca. Me metió la polla de pronto, toda de una vez. Silenció el grito de placer que estuvo a punto de escaparse de mi boca con la suya. Y empezó a moverse… joder, y de qué manera. Pero la postura no era nada cómoda, así que le sugerí que nos cambiáramos

—Mejor en la mesa, ¿no?
—¿Tu encima de la mesa?
—No, tú detrás de mí, y yo apoyada en ella
—Te gusta que te la metan por detrás, ¿eh?
—Si, mucho
—Y a mí metértela, te mueves como una perra
—Y tú como el cabrón que eres.
—Cómo me gusta que hables así, eso es que ya estás muy caliente, a ver, ponte así, joder, ahora sí me entra toda.

Empezó a follarme rápido, me sujetó por las caderas y me dejó, al principio, que fuera yo la que le marcara el ritmo.

—Eso es, muévete así… ya veo que tu también tenías ganas de tenerla toda dentro, ¿verdad?
—Si, claro que sí, joder…

Y entonces empezó a moverse de verdad. Hasta el momento, solo había seguido el ritmo que le marcaba yo, pero entonces empezó a moverse rápido. Siguió un poco hasta que notó que me corría. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no gritar. Y él también. Se quedó apretado contra mí un momento, yo no podía casi ni respirar. Me dio la vuelta, me abrazó y me dio un beso muy largo. Nos quedamos abrazados un momento.

—Eres un cabrón. Como se te ocurra intentar algo parecido a esto otra vez te mato, ¿entiendes? —le dije
—No me digas que no te ha gustado…
—Me ha gustado, pero te dije que aquí no, ¿vale?
—A ti también te hacía falta, cariño, no me digas que no…
—Si, pero… —silenció lo que iba a decirle con otro beso. No podía resistirme a su lengua, era una auténtica delicia.
—Quiero verte el viernes…
—Pero bueno, ¿te has creído que voy a estar ahí siempre que quieras? Recuerda que tengo una vida.
—Me importa tres cojones. Arréglatelas para estar conmigo el viernes o…
—¿O qué? ¿Me estás amenazando? —le dije, con tono duro
—Tú verás…
—Llevas todas las de perder, te lo advierto…
—Bueno, bueno, no te pongas tensa. Haz lo que puedas, ¿vale?, pero me gustaría mucho verte… y lo de antes no lo decía en serio, cariño. Nunca te amenazaría —intentó abrazarme otra vez, pero le rechacé.
—Lárgate. Y no se te ocurra volver a tocarme —la verdad es que mi boca decía eso, pero le estaba deseando otra vez…
—Perdóname, cariño, por favor…
—Olvídate de mí, ¿vale? —le lancé una mirada helada —Cuando salgas por esa puerta te olvidarás de mí y de todo lo que ha pasado, ¿entendido?
—No puedo hacer eso, y tú tampoco.
—Claro que puedo. Vete —le dije, seria.
—Cómo te pones cuando te cabreas, joder.
—No lo sabes bien. Haz el favor de largarte de una puta vez —me senté otra vez en la silla, para seguir trabajando. Se dirigió a la puerta para irse. Bajó el picaporte y corrió el cerrojo que antes había echado, y me lanzó un beso antes de irse.
—Adiós, mi diosa

Ni le miré. El muy cabrón sabía que recordaría la otra vez que me había llamado así, cuando me tenía atada y suplicándole que me follara.

***

Pasó la semana, y llegó el viernes. Le vi aquella mañana en clase. Dios, estaba, o al menos a mí me lo pareció, más guapo que nunca. Con unos vaqueros claros, botas negras y una camiseta en tonos oscuros. No pude evitar echar una miradita a sus brazos morenos, que hubieran podido ser un modelo para Fidias. Deseé besar su estómago perfecto y lamer su cuerpo entero. Bueno, tuve que respirar profundamente para concentrarme en las hojas con el ejercicio, simulacro de examen, que pretendía repartir. Para que viera que era perfectamente capaz de controlarme, me dirigí a él y le pedí que repartiera los ejercicios, sosteniendo su mirada un segundo. Se levantó a coger las hojas, mientras me daba un repaso de arriba a abajo. Me había puesto los zapatos de tacón alto y afilado que tanto le habían gustado en nuestro primer encuentro. Cuando volvió a devolverme unos cuantos folios que habían sobrado, y aprovechando el alboroto que siempre hay cuando comienza la clase, pasó a mi lado, volvió a devorarme con la mirada, y susurró

—Pero qué hija de puta eres…

Volvió a su sitio. Yo les expliqué los pormenores del ejercicio y el tiempo que tenían para hacerlo. Luego me senté en la silla y le observé. El ejercicio era muy difícil, casi podía ver cómo sudaban tinta, los pobres. Sus ojos oscuros me recorrieron y yo le devolví la mirada desafiante. Había deseo en sus ojos, pero también una chispa de odio. Eso me gustó. Me hizo sentir poderosa.

***

Aquella tarde me vestí para la ocasión. Elegí un vestido negro corto de un tejido fino que se me pega al cuerpo y una chaqueta. Un diminuto tanga negro y un sujetador de encaje del mismo color completaban el atuendo. Me puse unas sandalias de tacón altísimo y allá que fui. Esas cenas son aburridísimas, pero hay que ir. El vicedecano, un tipo asqueroso, la directora de departamento, una trepa hija de puta, y los compañeros, algunos haciendo la pelota descaradamente, otros como yo, pasando el rato como podían. Me podía haber vestido un poco menos atractiva, pero no sé en qué estaba pensando. El vicedecano estaba a mi alrededor, como una mosca cojonera. A la mínima me ponía la mano en la cadera como el que no quiere la cosa, algo que no soporto. Conseguí escapar de sus tentáculos refugiándome con Edu, mi compañero favorito, que, consciente de mis apuros, vino a echarme un cable. Me senté con él en la cena, y cuando llegó la sobremesa me hallaba en el más mortal de los aburrimientos. Al rato alguien se disculpó para irse, todos esperábamos que alguien levantara la veda para seguirle como la marabunta. Yo esperé al menos que se fueran dos personas para hacer lo propio y que no se notara lo aburrida y soñolienta que estaba. Fui a recoger mi chaqueta y mi bolso y el vicedecano, que me vio sola y con un par de copas de cava en el cuerpo, pensó que esa era la suya y se ofreció a acompañarme a casa, ofrecimiento que rechacé rápidamente diciéndole que era muy capaz de llegar por mis medios. Ya estaba bien de disimulos. Me despedí y me fui a mi coche, aparcado fuera. La noche era fresca, pero deliciosa, corría una brisa de primavera que despejó mi mente de la mortal velada. Aún no era tan tarde, sobre las once, y yo tenía ganas de ir por ahí a tomar algo. Por la carretera, de pronto, pasé cerca de la urbanización pija donde vivía mi alumno favorito y, sin pensarlo mucho más, me desvié hacia allí.

Mientras conducía por las calles de la urbanización hacia su casa, pensé que había hecho una tontería. Ni siquiera estaría allí, estaría por ahí de marcha. Pero yo pensando en él ya estaba empapada. Sin embargo, al llegar a su casa, vi luz en la parte de arriba, en su buhardilla. El resto estaba a oscuras. ¿Estaría allí solo? No me lo podía creer. Aparque el coche frente a la casa y me quedé esperando un poco, a ver si había algo que me diera alguna pista de su presencia. De pronto, la puerta de la casa se abrió y salió alguien. Estaba oscuro y no pude distinguir bien si era él, parecía que sí, aunque había algo que no me era familiar. La figura se dirigió a mi coche directamente. Yo le miré directamente y él también a mi. Ahora pude verlo perfectamente. No era él, pero, joder, cómo se le parecía. Me hizo una seña para que bajara la ventanilla. En lugar de eso, me bajé del coche.

—Buenas noches, ¿querías algo? —me soltó en tono poco amistoso
—Eh… no, bueno estaba… buscando a alguien pero creo que no está, así que me voy —joder, se parecía a mi alumno muchísimo, pero debía tener unos cuantos años más, aproximadamente mi edad o más. Y estaba igual de bueno que él…
—Si me dices a quién buscas, a lo mejor acabamos antes, ¿no? —ahora me dedicó una mirada de arriba a abajo y me miró directamente a los ojos. Yo, de pronto, me sentí fatal, un poco avergonzada, y quise zanjar la conversación…
—Bueno, déjalo, ya volveré en otro momento
—¿Buscas a mi hermano? —dijo su nombre, y sus ojos brillaron de asombro e incredulidad —joder, cada vez afina más, el cabrón de él —volvió a examinarme, esta vez más detenidamente.
—¿Cómo? — le dije. Eso de ser tratada como ganado nunca me ha gustado.
—Nada, nada —Sonrió —No te preocupes, que ya entiendo.

Ahora era yo la que no entendía nada.

—Pues como no te expliques…
—Déjalo, anda. Sube y le esperas un poco, no creo que tarde mucho en volver.
—No, yo casi que me voy a ir… —hice ademán de abrir la puerta del coche, pero su mano sujetó la mía, suavemente
—Anda ven, no creo que tarde. Además, así puedo invitarte a una copa y disculparme por estar tan borde antes.

Sonrió. Dios, era tan guapo como su hermano o más. El mismo pelo alborotado, un cuerpo absolutamente impresionante y, además, unos ojos verdes que quitaban la respiración. Con la misma mirada morbosa, descarada y penetrante. Irresistible. Le seguí hacia la casa, mientras hablábamos. Me dijo que sus padres estaban en la casa que tenían en la sierra, a la que se iban todos los viernes a mediodía para pasar el fin de semana. Que él acababa de llegar de Londres, donde trabajaba, para pasar unos días con la familia.

Llegamos a la buhardilla y me senté mientras iba a buscar unos vasos. Esto me era familiar… Vino con dos vasos de tubo con hielo, una botella de ron y dos latas de refresco de limón. Otro que no pregunta, debe de ser cosa de familia… Mientras me servía una generosa copa, me preguntó

—Bueno, ¿y tú de qué conoces al cabrón de mi hermanito? —Me quedé un poco bloqueada, pero saque agallas para contestarle
—Antes me pareció que lo sabías
—Si, claro, pero me gustaría que me lo contaras tú
—¿El qué?
—Joder, tía, no disimules conmigo, ¿vale? Yo sé que a mi hermano le molan las tías mayores que él, y lo mejor de todo es que caen como moscas ¿cuántas veces te lo has hecho con él?
—Qué bonito, dos hermanos que comparten todos los secretos —le dije, con ironía
—Y otras cosas. Bueno, bueno, veo que cada vez tiene mejor gusto —me dijo, mirándome

A cínica no me gana nadie. Y esto me estaba gustando, a ver cuanta información conseguía sacarle…

—¿Si? A ver, puntúame, es lo único que te falta por hacer…
—Vale, venga, me he pasado. Además, de todas, eres la más lista. Me gustas.
—Me alegra gustarle al hermano mayor.
—Al único hermano, solo somos dos.
—Menos mal, porque si fuerais más seriáis un peligro…
—¿Tú crees que soy un peligro?
—Desde luego que sí…
—¿Por qué? No muerdo
—Bueno —me reí —ahí abajo casi lo haces.
—Hombre no es muy normal que aparquen un coche desconocido delante de tu casa a las doce de la noche y se queden ahí sin moverse, en este barrio donde no pasa nadie a esta hora. Mira, me parece que mi hermano llega ya —me dijo, asomándose a la ventana

Efectivamente, se oyó perfectamente el ruido de un coche aparcando frente a la casa.

—Oh, oh, pero me parece que viene acompañado. Y como no te des prisa, te pilla.
—Coño, pues échame una mano. ¿Dónde puedo meterme?
—Ven —me empujó hacia el baño y se metió detrás de mí. Cerró la puerta, pero había un muro de cristal translúcido.
—Aquí nos van a ver
—Si te estás quieta aquí, no te ve nadie —señaló la pared que estaba pegada al muro — Te lo digo yo…
—Joder, si tenéis peligro los dos hermanitos…

Apagó la luz de la buhardilla y del baño y vino conmigo.

—Lo mejor de todo, es que desde aquí se ve y se escucha todo. Es una escuela perfecta, a ver cómo te crees que ha aprendido ese cabrón todo lo que sabe.

Ahora sí que estaba muda de asombro. Pero muy excitada. Y él también lo estaba. Entonces, se encendió la luz de la buhardilla y dos sombras aparecieron en la habitación. Por las voces, averigüé que se trataba de mi alumno y su chica.

—¿A quién has traído aquí antes? —oí que preguntaba ella
—¿Qué dices, tía?
—Es que aquí hay dos copas
—Ah, habrá sido mi hermano, que ha venido hoy por la tarde.

Miré al susodicho y él me sonrió cómplice

Los novios siguieron hablando un poco. Se sentaron en el sofá y entonces él se acercó a ella. Efectivamente, desde allí se veía, más bien se intuía casi todo. Pude ver cómo le besaba el cuello y le acariciaba las piernas, y luego más arriba. Sus manos empezaron a subirle la camiseta que llevaba ella. La verdad, es que nunca pensé que pudiera excitarme viendo a otros. Pero lo cierto es que estaba empapada. No era la única. El hermanito estaba a mi lado, y tenía una erección de campeonato. Se acercó a mi oído y me preguntó

—¿Tú habías mirado antes a alguien?
—No, nunca —le respondí y al hacerlo, mis labios rozaron su cara. Estábamos tan cerca que ninguno de los dos podía soportarlo
—¿Te gusta?
—¿El qué, mirar?
—Si
—Pues, hombre, a mí me gustaría más participar
—Si, claro, para eso has venido, ¿no?
—Que cabrón eres…
—A mi me da que esto no va a durar mucho.
—¿Esto el que?
—Lo de mi hermano, me parece que esta tía es una estrecha
—¿Y tú qué sabes?
—Confía en mí, cariño.

De momento, allí seguían los dos. Él debía estar que reventaba ya. Fue a quitarle la falda, y ella se dejó. Se colocó frente a ella, igual que había estado yo hacía bien poco en ese mismo sofá… Menos mal que los muebles no hablan. Empezó a lamerle las tetas, y, como es lógico, ella se derretía. Y yo me moría porque alguien hiciera lo mismo sobre las mías… Miré de reojo a mi cómplice voyeur y él pareció entender. Sonrió y su mano se deslizó sobre mis tetas. Sus dedos me rozaron primero los pezones, y luego los pellizcó, después las sobó un poco. Mi mano no se quedó quieta. Bajó hasta su entrepierna y acarició su polla, aún encerrada en los pantalones. Entonces su hermano le intentó quitar las bragas a la chica y colocarse sobre ella para seguir comiéndosela. Pero ella no quiso someterse a tal manipulación…

—Espera, espera… ¿Qué haces?
—¿Qué te pasa? Estate quieta, déjate llevar, joder
—¿Pero qué vas a hacer? —insistía ella
—Tú estate quieta y relájate
—Pero es que…
—Que te relajes, joder. Te va a encantar
—Es que no sé si voy a poder

Demasiado. Demasiado para la paciencia de cualquiera. Yo allí, muerta porque su lengua me explorara, y esta desgraciada dice que no va a poder.

—¿Pero que no vas a poder qué? Venga, anda relájate un poquito y ya verás como te gusta…
—Es que no sé… ¿a ti no te da asco?
—Joder, tía… si me diera asco no lo haría
—Pues a mí sí me lo daría…

El hermano me miró e hizo un movimiento con las cejas, como diciendo “te lo dije”. Ella por fin, accedió y dejó que él la lamiera. Estuvo un rato, pero, efectivamente, ella no se relajaba, y así, claro, era imposible. Mientras, nosotros no perdíamos el tiempo. Él se había desabrochado el pantalón, se había sacado la polla y yo estaba ahí arrodillada con ella en la boca. Sus manos sobre mi pelo me marcaban el ritmo que quería, sorprendentemente lento. De pronto me levantó y me cambió de postura. Ahora era yo la que estaba apoyada en la pared y él arrodillado lamiéndome a mí. Dios, cómo lo hacía. Si su hermano era bueno, él era colosal. Un verdadero experto. Su lengua se movía como un demonio, en círculos, de arriba a abajo, de un lado a otro, se metía en mi vagina para luego salir y meterse todo el clítoris en la boca y dedicarle todas las atenciones por un momento. Mientras yo estaba ahí, disfrutando como una condenada, mi alumna, la pobre, seguía sin relajarse, porque la escuché decirle

—Déjalo, que no me gusta
—¿Qué pasa, no te gusta como lo hago?
—No, no es eso, es que nunca me lo habían hecho, y no sé, no me convence. ¿No te importa llevarme a casa?
—Joder, tía, ¿me vas a dejar así otra vez?

Su hermano se levantó y me susurró al oído, mientras me seguía acariciando con la mano
—¿Qué te dije? Una estrecha, cariño.
—Joder, qué ojo tienes, hijo…
—A ver ahora qué hace… y tu y yo a ver donde nos metemos, porque ahora querrán mear o algo

Mientras, ellos seguían discutiendo fuera. Se vistieron y, efectivamente, él le dijo que esperara un momento, que iba al baño y la llevaba a casa. A mi el corazón me dio un vuelco, aunque apenas tuve tiempo de reaccionar. La mano de su hermano me tapó la boca, porque estuve a punto de dejar escapar un sonido. La puerta se abrió y la luz se encendió, cegándonos por un momento a ambos. La cara que puso cuando nos vio allí fue de foto. Nos miró como si hubiera visto al mismísimo Hombre de las Nieves. Cerró la puerta y se dirigió a su hermano en voz apenas audible

—¿Pero qué coño haces tú aquí con…?

Él le hizo una seña para que se callara y le dijo, en voz muy baja también

—Tú deshazte de esa estrecha y vuelve rápido —me miró alucinado, y luego otra vez a su hermano. Los dos se entendían sin necesidad de palabras. Se hicieron una seña que no comprendí y salió apagando la luz. Ella quiso entrar al baño, pero él la detuvo, diciéndole que estaba estropeado, que bajara al otro. Por fin respiré tranquila. La luz de la habitación se apagó y ellos se fueron. Entonces, el hermanito me cogió de la mano y me llevó fuera
—Nos toca a nosotros ahora, ¿no, preciosa?

Aunque yo adivinaba sus intenciones -hacérselo conmigo mientras llegaba su hermano —me venció un ligero pudor inicial que se me pasó pronto, porque sus manos y su lengua eran muy persuasivas. Me tumbó sobre el sofá y llenó todo mi cuerpo de besos, lametones, en fin, todo lo que no había podido hacer en la clandestinidad. Prácticamente me arrancó la ropa e hizo lo mismo con la suya. Su cuerpo era precioso, musculado y elástico. Los dos estábamos que nos moríamos, en mi caso, no se muy bien si por la situación que acababa de experimentar –espiar a alguien en la intimidad —o porque mi partenaire era tan hábil que estaba tocando todos mis resortes. Me incorporé y le puse la mano sobre el cuerpo para que se levantara también.
—¿Quieres ponerte encima de mí?
—Si, y montarte
—Uff, eso me encanta… a ver que tal se te da
—Nunca me han pedido el libro de reclamaciones…
—Yo soy muy exigente, te lo advierto..
—El caballero quedará muy satisfecho, se lo aseguro… —bromeé
—Y la dama, ¿quedará satisfecha? —me dijo, mientras iba a buscar un condón y se lo ponía —¿O tendrás que follarte también a mi hermanito? –me agarró de pronto por la cintura e hizo que me montara encima suyo. Me metí su polla entera, de una vez, y dejé escapar un gemido. Antes no había tenido ocasión de admirarla, pero estaba tan bien dotado como su hermano, o quizá más. Cabalgué sobre él moviéndome deliberadamente despacio
—Menudo cabrón estás hecho tú —le dije mientras le miraba a los ojos
—Unos más que otros, ¿no? Yo no me follo a un chaval de 19 años y a su hermano…
—Hombre, más que nada, podrías acabar un poquito abierto, ¿no? —solté una carcajada –
—¿Cómo has conocido al peque?
—¿Al peque?
—Si, a mi hermanito.
—Ah… pues… es que… es mi alumno
—¡No jodas! —sus ojos brillaron de excitación
—Si…
—Joder con el peque… menudo cabrón está hecho
—Uff.. no lo sabes tú bien…
—Si, si que lo sé, pero es que el hijoputa me va a superar… Yo nunca me folle a una profesora… ¿y de qué le das clase?
—De informática…
—Yo no aprendería nada contigo ahí dándome clase, estaría todo el día imaginándome haciéndote de todo. Y tú, ¿te habías tirado a algún alumno ya?
—Bueno, tan joven no, una vez, a uno de un master, pero era más mayor.
—Pero más joven que tú ¿te gustan jovencitos?
—No, más bien me gustan un poco más mayores que yo
—¿En serio?
—Si, en serio…
—¿Y entonces, qué haces con mi hermanito?
—Es que tu hermanito sabe latín, claro, que ha tenido de quien aprender…
—Por supuesto.

Mientras estábamos hablando, yo no dejaba de moverme y él no paraba de acariciarme, las tetas, la nuca, de vez en cuando, el clítoris, y a veces me ponía las manos en las caderas para moverme al ritmo que quería, lento, y no le molestaba estar hablando, más bien, parecía que le gustaba. Estábamos así, tan a gusto, y hubiéramos seguido, si no es porque oímos, otra vez, el ruido de un coche aparcando en la calle. Yo quise retirarme y vestirme, pero él fue rápido. Me sujetó tan fuerte que no pude moverme. Forcejeé un poco y le dije que me soltara

—Déjame, joder
—¿Qué te pasa? Tu tranquila, que al peque seguro que no le importa
—¿Pero qué dices? ¡Déjame! —intenté levantarme, pero él seguía sin dejarme. Sus manos habían agarrado las mías por detrás de la espalda. Y su polla seguía metida dentro de mí. De pronto, apareció allí mi alumno. Su mirada se cruzó con la mía, esperaba encontrar furia en sus ojos, pero en lugar de eso, vi un brillo de excitación. La situación no podía ser más excitante, sin duda, yo nunca había experimentado algo semejante
—¿Me la estás calentando, hermanito?
—Te la tengo justo a punto
—Cojonudo, porque estoy que reviento, bueno, ya lo habéis visto y oído, ¿no?

Yo no daba crédito a lo que oía ¿pero qué coño se habían creído estos dos?

—No estaréis pensando en que voy a follar con los dos, ¿no? tú, suéltame, cabrón —le dije, forcejeando
—Anda, cállate y no te hagas la estrecha tú también —me dijo el mayor, sin soltarme —Te va a gustar tanto que va a ser lo mejor que te va a pasar en tu vida. A lo mejor tenéis que llamarme alguna vez.
—Bueno, bueno, —dijo el pequeño, que se estaba desnudando. Llegó por detrás de mí y me acarició las tetas —no te pases, que yo me las arreglo muy bien solo, ¿no cariño? —me besó en la boca, sin darme tiempo a contestar ni a reaccionar. Su lengua era siempre una delicia, en cualquier situación, incluso en una como esta. Además, el cabrón empezaba a conocer mi cuerpo. Su boca ahora se dirigió a la nuca, y cuando sus labios rozaron apenas la piel yo gemí como si estuviera al borde del orgasmo. Es algo que no puedo evitar cuando me acarician ahí, una especie de escalofrío o descarga me baja por todo el cuerpo. Y no digamos si es una lengua cálida y hábil, como era el caso. Me lamió, me mordió una y otra vez y, efectivamente, el orgasmo llegó. No olvidemos que aún tenía la polla de su hermano metida. Mi cuerpo no era mío, era de ellos dos. El pequeño me sujetaba por detrás, mientras yo me corría, y hacía que me moviera sobre su hermano, que también se corrió un poco después que yo. Me quedé apoyada entre los dos, mientras me acariciaban.

—¿Verdad que no ha sido tan terrible? Yo creo que hasta te ha gustado —me dijo el mayor
—Si, yo creo que te estas acostumbrando muy mal, amor —me dijo mi alumno
—Sois los dos unos hijos de puta —les dije
—Y qué, ¿te parece bonito? —me agarró del pelo, tirando un poco de él y hablándome en un susurro —Te quedas sola con un tío bueno y lo primero que haces es tirártelo… aparte de ponerme a mi a cien esta mañana, así estoy yo, con un calentón que no puedo más…
—¿Esta mañana dónde, en la facultad? —dijo el mayor, mientras se salía de mí, y recogía los restos de la batalla —¿Qué le has hecho a mi hermanito para tenerle así? —me dijo
—Que yo sepa, nada.
—¿Ah no? A ver si te parece poco provocarme con esa falda negra ajustada y esos zapatos que sabes que me ponen. Y encima me llamas para que reparta las hojas, me miras así, Dios, qué ganas de tirarte encima de la mesa y follarte. Y luego de matarte, so hijaputa, porque el examen era chungo de cojones.
—Eso es culpa tuya. Te portaste mal, y decidí hacerte ver que es mejor que no juegues conmigo.
—Pero veo que ya me has perdonado, ¿no?
—Claro que no, todavía me tienes que demostrar que eres un poquito más maduro.
—Vale, eso ya lo he entendido. Cuando tú quieras, donde tú quieras, ¿no?
—Veo que lo has cogido…
—¿Cuántas veces os lo habéis hecho ya? —preguntó el mayor
—Un par de veces —le respondí yo.
—Tú, cabrón, si vieras la cara que se te ha puesto cuando has entrado ahí –señaló el baño —y nos has visto… joder, pensé que me ibas a matar… Y menos mal que no has entrado antes, o bueno, tú no te hubieras escandalizado mucho, pero la estrecha esa que has traído… coño, peque, ¿es que no te he enseñado nada? No sé qué cojones le has visto a esa…
—A ti te lo voy a contar —rió él —Menudo cabrón estás hecho, si te dejo un rato con ella a lo mejor te la follas y todo… oye, oye, a ver —se dirigió a mí —cuéntame qué estabais haciendo ahí dentro para que la estrecha de mi novia se fuera a escandalizar.

A estas alturas él ya estaba desnudo. Estaban los dos sentados en la alfombra, a mi lado, mientras hablábamos. Yo estaba desnuda también, tumbada en uno de los sofás, y me había puesto la camisa del mayor, dejándola abierta.

—Bueno, digamos que la situación se estaba poniendo muy caliente, tu hermano necesitaba que le aliviaran un poco, y yo también. Así que…
—Así que decidisteis haceros un favorcito, ¿no? ¿Podrías hacérmelo a mí, mi diosa?
Sonreí.
—Con mucho gusto, cariño. Pero me vas a decir exactamente qué quieres que te haga. Descríbelo y no te dejes ningún detalle.
—Eres perversa, ¿lo sabías? Sabes muy bien lo que quiero y me obligas a que te lo diga.
—Claro, y tú me obedecerás. Solo haré lo que me pidas, si lo describes perfectamente. Mi boca actuará guiada por tu voz. Y tú —me dirigí al mayor —guiarás mis manos. Tus palabras harán que se muevan mis manos sobre el cuerpo delicioso de tu hermanito, ¿vale?
—Uf, cómo me estás poniendo, preciosa. A ti te gusta mucho mandar, y se te da bien, además. No creo que te concentres mucho en clase, ¿no, peque?
—Joder, si cada vez que nos manda hacer algo se me pone dura…
—No me extraña. Bueno, vamos ver cómo se mueven esa boca y esas manos.

Nos colocamos. Mi alumno se sentó en el sofá, con las piernas abiertas, yo entre ellas, y su hermano se puso detrás de mí, dispuesto a no dejar las manos quietas. Lamí un poquito su estómago, mi debilidad, y luego, me dediqué a ponerle duros los pezones. Cuando más le estaba gustando, paré y le dije

—A partir de ahora, me guiareis, ¿vale?
—Vale, pues sigue ahí donde estas. Me está encantando…
—Detalles, cariño, quiero detalles… no me vale con que me digas que siga. Dime cómo quieres que lo haga, por dónde, con qué intensidad…
—Uf, pues sigue lamiendo ahí, alrededor de los pezones, sigue, sigue ahí un poquito más… ahhh, ahora mueve la lengua de arriba a abajo, cariño, así… Métetelo todo en la boca y chúpalo, así, así, sí, joder, fuerte, fuerte, ahora muérdeme, joder… muérdeme, más fuerte, así, y no pares. Pásate al otro, que se pone celoso…
—Pobrecito… y como no dices nada, mis manos no se mueven… -le dije al otro, que estaba a mi espalda. Las suyas si se estaban moviendo sobre mi cuerpo, me acariciaban los pezones, primero dándome suaves pellizcos y después más fuertes. Su polla, otra vez dura y en plena forma, me rozaba cada vez que se movía.
—Sí, sí, pobrecito ¿Podría guiar una de tus manos hacia mi cuerpo?
—Si eres bueno, sí —mi mano izquierda le acarició ligeramente los huevos
—Claro… yo también puedo ser un alumno ejemplar, si me lo propongo, a ver, cógele la polla con una mano y menéasela un poco, no mucho, que este cabrón se nos va si no, que está fatal, eso es, así, perfecto, ahora te voy a ayudar un poquito y se la vas a seguir meneando, pero con las tetas, tú tranquila que ya me ocupo yo… Así tus manitas pueden cogerme a mi la polla y acariciarme un poquito, que yo también quiero —sus manos me cogieron las dos tetas y las usó para agarrar la polla de su hermano. Empezó a meneársela haciendo que el tallo rozara bien… Mi pobre alumno estaba que se moría.
—Métetela en la boca, y cómetela, vamos, que estoy que no puedo más, joder, así, así, ah, sí, eso es, sigue así, con ella en la boca, pero no dejes de mover la lengua, no pares —el pobre ya no podía seguir hablando. Sus jadeos eran tan intensos que no podía articular palabra. Me moví más rápido. Con una mano le agarré la polla, y, mientras la movía arriba y abajo, mi lengua no dejaba de moverse. Las manos de mi alumno estaban sobre mi cabeza, sujetándola, y sus gemidos me indicaron que el final estaba muy cerca. Su hermano, mientras, seguía acariciándome.
—No pares, joder, que me voy, me voy a correr, me voy a correr, sí, sí —su leche me llenó la boca con fuerza. Moví la lengua un poquito sobre el capullo, y el siguió gimiendo. Sus manos, que estaban sujetando mi cabeza por el pelo, no me soltaban
—No te vayas —jadeaba —espera un poquito, no me dejes ahora —cuando me tragué su leche, me estiré un poco para besarle en los labios y él me metió la lengua para besarme, ansioso, abrazándome. En esto, sentí de repente la polla del mayor penetrándome desde atrás. Se dirigió a su hermano.
—Venga, peque, tú, que la conoces un poco ya, aconséjame cómo me la puedo follar para matarla de gusto —dijo
—Así como estás le encanta, ¿verdad, cariño? —seguíamos en el sofá, yo de rodillas en la alfombra entre los dos, como si fuera el relleno del bocadillo, mi alumno por delante de mí y su hermano a mi espalda.
—¿Por detrás, perra? —dijo, tirándome un poco del pelo —A mi me gusta así también.
—Bueno, pero si quieres verla muy, muy caliente, te ayudo… siéntate ahí, en la cama, en el borde. Ahora tú, cariño, vamos, monta a este cabrón. Así es como le gusta… no, no, pero de cara a él no… —me disponía a montarme a horcajadas sobre él, pero me detuvo —así no, al revés…

Hice lo que me pedía. Me metí la polla de su hermano montándome sobre ella, pero de cara a él

—¿Qué tal, preciosa? ¿Te gusta? —me preguntó el otro desde mi espalda. Yo estaba muy excitada, no había dejado de estarlo desde que había llegado a esa casa.
—Si, me encanta. Oye, vosotros dos os conocéis muy bien, ¿no?…
—Un poco, sí —me respondió mi alumno, que estaba colocándose frente a mí, de rodillas.
—Esta no es la primera vez que hacéis esto, ¿verdad? —Era obvio, pero quería que alguno de los dos me lo contara.
—No, no es la primera… pero está siendo la mejor –respondió el mayor
—Claro, claro –me reí, y luego me moví, haciéndole jadear —eso se lo dirás a todas, vamos, ¿cuántas veces? ¿y quienes fueron las afortunadas?
—Tú quieres saber mucho, ya te lo contaré otro día –me dijo mi alumno —ahora te voy a comer entera, como a ti te gusta, te encanta que te coma, ¿verdad?
—Uf, ¿vas a hacer eso? ¿Me vas a comer mientras me follo a este cabrón?
—Eso es, y te voy a poner caliente, caliente, te vas a correr tantas veces que vas a perder la cuenta. Pero me lo tienes que pedir, ya sabes que yo también puedo ser muy malo, igual que tú antes, a ver cómo me lo pides, venga.
—Por favor —le dije, con voz suave — házmelo como tú sabes.
—Muy bien, así me gusta —acarició mis tetas con las dos manos abarcándolas enteras, haciendo que los pezones rozaran contra las palmas. Luego se metió uno en la boca y lo chupó suavemente, haciéndome gemir. Yo mientras, seguía moviéndome sobre la polla de su hermano, que tampoco se estaba quieto. Sus manos me sujetaban fuerte por la cintura, ayudándome a mantener el ritmo que quería… dios, entonces el pequeño se metió mi clítoris entero en la boca y empezó a chuparlo…dios, y cómo lo hacía. Me corrí enseguida, gimiendo, agarrándole por el pelo

—Joder, joder, cabrón, eres, eres un… ah, joder, si, si, sigue así, despacito, despacito, así, no, no tan rápido, despacio…

De pronto, el hermano mayor, agarrándome fuerte, me tiró, dándome la vuelta, sobre el sofá, y empezó a follarme, pero ahora fuerte, rápido, justo como yo necesitaba en ese momento

—¿Y esto qué, también te gusta, zorra?
—Sí, sí, no te pares
—No pienso hacerlo, te voy a matar de placer –me dijo. Estaba de espaldas sobre la cama, y tenía las piernas sobre sus hombros. Su polla me follaba sin piedad, una y otra vez, entraba y salía de mí. Mi placer era tan intenso que los gritos se me escapaban sin que pudiera hacer nada por remediarlo. Me tenía sujeta por el culo, levantándome, y embistiéndome con una energía impresionante.
—Cámbiate, preciosa, ponte encima de mí y fóllame tú. Tú, peque, ponte detrás de ella, y caliéntala un poco. Cuando me corra te la follas —si es que no te has desmayado ya, so puta -me dijo, sin dejar de moverse
—¿No puedo decir nada?
—No, tú sólo déjanos tu coño y calla –me dijo el mayor

Hice lo que decía. Me monté sobre él y mi alumno se colocó detrás de mí. Empecé a cabalgarle despacio, deliberadamente. Las sensaciones me volvían loca, las manos del mayor sobre mis caderas, la boca y las manos del pequeño sobre mis tetas, la inminencia del orgasmo se hacía cada vez más cercana a cada movimiento mío, que era acompañado por otros de ellos dos. Y por fin llegó. Un placer que no puedo explicar con palabras, sensaciones que me hicieron flotar, me pusieron la piel de gallinaA él le llegó también el momento, porque se corrió también, gritando cosas incomprensibles, en una mezcla de inglés y español, sujetándome fuerte, y sin dejar que me moviera. Cuando me soltó, de pronto, note que las manos de mi alumno, a mi espalda, me agarraban y tiraban de mí hacia arriba, haciendo que me quedara a gatas sobre la cama. Antes de que pudiera siquiera protestar o abrir la boca, tenía su polla follándome. A mi las piernas me estaban empezando a fallar. El placer había sido tan grande, que yo también empecé a decir cosas que no entendía ni yo misma. A pesar de ello, noté la diferencia de las dos pollas. La del mayor era más gruesa, y la del pequeño, algo más larga, pero los dos se movían como el demonio. Me descubrí multiorgásmica, y me corrí otra vez, aunque no fue tan bueno como el anterior.

—Dios, me vas a matar, hijoputa… —le decía yo jadeando
—¿Te gusta? —no dejaba de moverse
—Me encanta… pero me vas a matar, cabrón, no voy a poder moverme en una semana…
—Eso lo tienes bien merecido, por zorra… vamos, muévete tú un poco ahora… cada vez que notes el dolor te vas a acordar de mi, te han follado alguna vez así?
—¿Qué quieres, que te lo cuente? —le dije, provocándole
—Dime si te gusta más que esto —se quedó dentro de mí y luego la sacó lentamente, para metérmela toda de un golpe de pronto. Decidí provocarle más, me gustaba verle furioso.
—Eso no es nada, niñato. Tienes mucho que aprender todavía…

Surtió efecto. El calificativo de niñato le cabreó tanto que me cogió por el pelo y me habló al lado del oído con tono tenso

—Si yo soy un niñato tú eres la puta más grande que hay en la Tierra… ¿me vas a decir que esto no te gusta? —se movió varias veces, y yo estuve a punto de caerme. No le había visto así hasta ahora, pero me gustaba.
—¿Seguro que es todo lo bien que sabes hacerlo?, vamos, joder, muévete más deprisa, ¿piensas que estás con la estrecha de tu novia? No, a mí puedes tratarme como a una tía de verdad, yo no me voy a romper.
—Eres una…
—¿Qué dices? Te vas a correr, ¿verdad? —él estaba jadeando tan fuerte que las palabras no le salían
—Sí, joder, me voy a correr —se agarró fuerte a mi cintura y los dos caímos en la cama. A mi no me importó que no me esperara, había tenido suficiente. Nos quedamos tumbados boca arriba. Apareció su hermano, envuelto de cintura para abajo en una toalla.
—Bueno, mientras vosotros estabais ocupados me he dado una ducha. Y si no os importa, me voy a dormir un poco, ¿verdad que no os importa? ¿Te vas a quedar? –me preguntó

Miré la hora en mi reloj. Eran casi las cuatro de la mañana. Aunque me apetecía, no me pareció una buena idea. Así que fui hacia la ducha yo también. Lo malo —bueno, según se mire —es que él me acompañó, y claro, entonces, tardé más de la cuenta. No me dejaba irme. Me despedí de su hermano con un beso en los labios. Él me acompañó hasta la puerta de la calle. Iba con los vaqueros y sin camiseta… absolutamente irresistible. Me besó, y uno de sus besos podía con la voluntad de cualquiera, incluso con la mía, Me estaba diciendo al oído que me quedara, que no me fuera, prometiéndome mil cosas. Abrí la puerta para salir a la calle, pero un grito se escapó de mi garganta.

Allí, en el jardincito de la casa, estaba ella. Su novia, mi alumna, que nos miraba desafiante directamente a los ojos, pero tranquila, sin inmutarse.

3 comentarios en “El Alumno (I y II)

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