Relato perteneciente a la saga de mis personajes Layla y Fer, escrito a partir de algunos textos descartados para la trama principal
Lo de Fer con la puntualidad raya en la obsesión. Así que al día siguiente, cuando terminé mi última clase de la mañana, a las 14:00, le avisé de que salía con un mensaje:
Yo —Voy para allá, un poco justa, pero llego.
Me había citado en su despacho a las 15:00. Sin darme muchas más pistas de lo que quería, solo que fuera con falda. Había pasado una semana desde que nos vimos por última vez, y por supuesto, nada más recibir su mensaje con aquella orden escueta y directa, “te quiero mañana a las tres en mi despacho, sin excusas ni gilipolleces, con falda. No me respondas, si no quieres, pero ven”, me mojé entera. Nada nuevo. Siempre que me habla así o me ordena algo me ha pasado, y siempre sentí que deseaba obedecerle y cumplir sus deseos.
Llegué a la facultad de Derecho. A esa hora aquello está lleno de gente que va y viene, alumnos que se dan apuntes en los pasillos, profesores corriendo para cambiarse de clase, o subiendo a los despachos para empezar tutorías. Busqué el que usa Fer, que está en la planta baja, por el camino me crucé con dos o tres compañeros suyos que me saludaron, quizá sorprendidos de verme por allí. Me miré el reloj: eran las tres menos dos minutos. Bien. Llamé a la puerta tres veces y esperé a que me autorizara para entrar.
—Adelante —me dijo
—Buenas tardes, profesor Álamo —le dije, llamándole por su apellido.
Ya había sucedido alguna vez en el pasado, nuestros respectivos trabajos han servido para escenificar situaciones y dar rienda suelta a nuestra imaginación, de tal manera que, si las paredes de los baños y los despachos de nuestras facultades hablaran, podrían hacer sonrojar a muchos.
—Buenas tardes, Romero —me siguió el rollo, llamándome por el mío —pase y cierre la puerta, bien cerrada, que no nos molesten —lo hice, dejando mi maletín en una silla. Llevaba puesta una falda y una camiseta de verano, y había ido sin bragas, me las quité en el baño antes de entrar, aunque no me había dicho nada al respecto. E iba chorreando, por cierto. Me senté en la silla de las visitas, frente a él.
Se levantó y se puso detrás de mí. Me besó el cuello, haciendo que me bajara una descarga eléctrica por la espalda y luego me habló cerca del oído.
—Cuénteme esas dudas que tenía sobre la sentencia —me dijo, como si realmente hablara con una alumna.
—Bueno —empecé a improvisar. Sé por él algunas cosas sobre Derecho, pero tampoco tantas como para hablar con soltura —no me han quedado claras las argumentaciones del juez en varios puntos de la sentencia —le dije.
—Como no se ponga las pilas, Romero, va a suspender —me respondió, volviendo a sentarse en su silla, tras la mesa y mirándome serio.
—¿Y qué puedo hacer para mejorar? —le dije, poniendo mi mejor cara de inocente, mientras me bajaba un poco el escote de la camiseta —¿Me va a poner las pilas usted?
—¿Pero por quién me toma, Romero? Tápese, haga el favor —me dijo, haciéndose el escandalizado y mirando a otro lado.
—Mire, profesor, no crea que no he visto como me mira en clase…
—Usted ya tiene experiencia con estas cosas, ¿verdad? O eso se rumorea por los pasillos, ya sabe —dijo —¿Esto cómo es? ¿Usted llega y me tira los trastos así, a bocajarro? ¿Como hizo con el profesor González, el que dio Penal el cuatrimestre pasado?
—No sé a qué se refiere —le dije, disimulando, y haciéndolo mal a propósito.
—Lo mismo que los alumnos hablan, los profesores también lo hacemos. Claro que sabe, así que cuénteme —sonrió —¿Se folló usted al profesor González para que la aprobara? Tiene un sobresaliente —hizo como si mirara unas listas —pero es obvio que no tiene usted ni puta idea. Así que ese sobresaliente solo puede venir de algo así. O eso, o le sobornó con dinero, pero conociendo a González, supongo que habrá sido más bien lo primero que lo segundo, ¿me equivoco?
—Bueno —le respondí, haciendo como si estuviera avergonzada, en realidad fue él quien me lo propuso.
—Ya veo. ¿De manera sutil o…?
—Nada vulgar, pero tampoco dejaba lugar a dudas —le miré, seria
—Y ha pensado que conmigo le va a resultar tan fácil como venir a una tutoría con esa faldita y sin bragas, ¿verdad? Que yo soy tan fácil como González —me dijo, con tono duro e irónico.
—¿Y no lo es, profesor Álamo? —le miré ahora poniendo cara de zorra seductora —Para no serlo, se ha dado cuenta de que no llevo bragas —cogí mi bolso, las saqué y las puse en su mesa, entre él y yo.
Él las miró sin inmutarse ni moverse y me dijo, haciéndose el enigmático.
—Mire, Romero, se lo voy a decir claro. Siempre le he tenido ganas pero no de lo que se imagina —dijo, con expresión seria.
—Me imagino tantas cosas, profesor —puse cara de niña buena
—Esto no se lo imagina, ya se lo digo yo —me dijo, poniéndose muy serio otra vez y mirándome, impasible —¿Ha visto una película que se llama “La secretaria”? —me preguntó
—La he visto, profesor —le miré, poniendo cara de buena, otra vez, y alisando la falda sobre las piernas con las manos, como si me diera vergüenza.
—Se acordará de aquella escena en la que el protagonista azota a la secretaria sobre la mesa del despacho, ¿verdad?
—¿Y eso es lo que me quiere hacer usted, profesor? ¿Azotarme?
—Sí, Romero. Quiero ponerla sobre mis rodillas, levantarle la falda y azotar su culo hasta que la piel se le ponga roja y sentirla ardiendo en la mano. Quiero que le duela, incluso que llore, sujetarla fuerte para que no se mueva, y que note mi polla bien dura, que sienta lo que me excita hacerle todo esto. Y que vaya contando cada azote que le dé, agradeciendo cada uno de ellos. Que al día siguiente le cueste sentarse y recuerde lo que ha pasado. Como bien sabe, aprobar conmigo no es fácil, y si va a sobornarme, tampoco será sencillo. Eso es lo que quiero. ¿Está dispuesta a dármelo? —me dijo, con un tono de voz cada vez más tenso y mostrando más excitación en la voz y las pupilas dilatadas.
—¿De cuántos azotes estamos hablando, profesor? —le dije, excitada yo también. La situación me estaba gustando.
—De los que aguante, pero, si quiere aprobar, no menos de cien. De ahí para arriba, puedo considerar que saque hasta nota. Pero lo dudo. No soy un blandito, precisamente. A saber qué clase de polvo le echó González, pero esto no tiene nada que ver —me dijo, sonriendo.
—Vaya, nunca hubiera imaginado que tuviera unos gustos tan… peculiares, profesor —le dije, haciéndome la escandalizada.
—No le pega nada hacerse la inocente, Romero. ¿Qué me dice?
—Que es usted un puto pervertido —le dije, mirándole sonriendo
—Ni se lo imagina —sonrió, aguantando la risa.
—Muy bien. Lo haré, dejaré que me azote. ¿Dónde y cuándo será?
Se le dibujó una expresión malvada en la mirada y una sonrisa que siempre me indica que lo que me va a decir a continuación me va a gustar, por disparatada que sea la idea.
—El lunes que viene, después de la última clase, aquí mismo, cuando se haya ido todo el mundo. Clase a la usted, por supuesto, vendrá, Romero.
Le miré sorprendida. Eso sí que no me lo esperaba.
—Un momento ¿quieres que venga a tu clase de Derecho Penal el lunes y después me vas a azotar aquí, en tu despacho? ¿Has perdido la cabeza, Fer? —le dije, retornando a la realidad por un momento.
—Eso es —sonrió
—¿Y si me reconoce alguien? Tus compañeros aún se acuerdan de mí —le dije, preocupada —¿Y el ruido?
—A esa hora ya no queda nadie que te conozca, y ya me encargaré de que no hagas ruido, tranquila. Te sentarás en la fila de atrás, y te prometo que no te voy a putear… en clase. Luego ya no te prometo nada —sonrió, encantado con mis miedos y mis dudas
—Se te ha ido la cabeza, joder —le dije
—No me digas que no te gusta la idea —sonrió
—Estás fatal —le dije, seria, aunque sí me gustaba la idea, a pesar de todo. Me gustaba y me excitaba
—Pues hasta el lunes, rubita. Ponte las bragas, y ni se te ocurra tocarte hasta nueva orden. Que pases buen fin de semana —sonrió