El entrenamiento de Layla tenia un objetivo, y durante el cuarto día se averiguará cuál era. Las cartas se ponen sobre la mesa.
En este relato también se habla sobre relaciones de dominación y sumisión (D/s) y palabras de seguridad.
Relato ganador del I Concurso de Relato Corto de «La Pastelería» (2020).
No sé muy bien por qué motivo escogió la canción de Zero 7. Ni siquiera si el resto de canciones tenían un motivo para haber sido escogidas, o fue simple capricho. Pulsé la tecla de la radio en mi coche, la busqué y empezó a sonar mientras conducía hacia la universidad. A pesar de haber empezado el día con cinco orgasmos, mis ganas no habían disminuido nada, es más, diría que cada día que pasaba con él aumentaban. Me estaba dejando llevar por la química sexual que tenemos, tan intensa, y me pregunté si podría pasar sin ella. Por un momento me dieron ganas de mandarle un mensaje diciéndole cuánto le deseaba, pero me contuve. No era la primera vez que me sentía así, es un encantador de serpientes y sabe perfectamente cómo atrapar, y a mí, para mi desgracia, me conoce perfectamente. Con el tiempo he desarrollado una especie de escudo que me protege del poder que tiene sobre mí, pero a veces me es tan difícil no dejarme llevar… Respiré hondo, aparqué en mi plaza del parking, tirando fuerte del freno de mano y salí del coche para empezar el día.
A media mañana recibí un mensaje con las instrucciones para por la tarde.
Fer —¿Quieres saber cuáles son tus instrucciones para hoy?
Yo —Por favor, Señor —le respondí yo
Fer —Hoy te voy a pasar yo a buscar. ¿Hasta qué hora tienes clase?
Yo —Hasta las tres. Luego tengo reunión de departamento y dos horas de clase de máster.
Fer —Día completo, sí. Pues reserva fuerzas, porque esta noche te quiero en plena forma.
Yo —¿Ah sí?
Fer —Sí. Voy a por ti a las siete y media, ¿vale? Te espero en el parking.
Yo —¿Y mis instrucciones?
Fer —Estar ahí para mí a esa hora
Cuando me dijo eso noté como me empapaba, de manera literal. Bueno, menuda novedad, tratándose de él.
Yo —Claro, Señor, así lo haré. Siete y media.
Nos despedimos y yo guardé el teléfono. Estaba en un descanso con mis compañeros, y Edu, con el que mejor me llevo, me miró fijamente, y me hizo un gesto con la cabeza, moviéndola hacia los lados mientras sonreía.
—Ali, Ali. Ya no me cuentas nada…
—Vaya que no, si te tengo aburrido con mis cosas —le dije
—Y te callas las más interesantes. ¿Con quién estás liada?
—¿Cómo que con quién estoy liada? Hablaba con David.
—Hay como siete u ocho horas menos en California, ¿no? Son las once y media, David debe de estar durmiendo a pierna suelta —volvió a sonreírme
—Nueve horas menos en Los Ángeles, sí. Pues no está dormido, listillo —le dije
—Pues eso. Que tu marido ahora mismo está sobando como los angelitos —me dijo, y después, bajando la voz —y tú hacía mucho tiempo que no venías con esas ojeras de follar —sonrió
—¡Pero qué dices! De follar, dice. Ojalá —le dije, intentando disimular —lo cierto es que Edu me conoce, aunque no del todo, solo la punta del iceberg. Si lo supiera todo, fliparía.
—Pues tienes ojeras de follar, como cuando estabas con Fer, y además estás tan distraída como entonces —dijo, metiendo el dedo en la llaga, sin saber hasta qué punto.
—Mira, Eduardo, vete a tomar por saco y déjame en paz, que todavía no me he acabado el segundo café.
—A saber con quién te habrás tomado el primero —sonrió —Tengo razón —me dijo, picándome —Solo me llamas Eduardo cuando la tengo.
—Lo que tengo es sueño, y deja de tocarme los ovarios, que, precisamente, llevo días sin follar y no estoy para bromas —mentí.
—Pues claro que tienes sueño —sonrió —No te lo crees ni tú, rubia —me replicó, con cara de que lo que le había dicho no había colado —Que juego contigo al mus y sé cuando mientes…
—Que te vayas a tomar por culo, Eduardo José —es su segundo nombre, y odia que le llamen así —El que estás en la parra eres tú, que estás medio atontado con la morena de mi grupo de máster que no te hace ni puto caso —ataqué yo ahora
Estuvimos un rato peleándonos, hasta que tuvimos que volver a clase. Pensé en si de verdad se me notaría mucho, o solo me estaba tocando las narices, porque a Edu le encanta meterse conmigo. Pero es posible que estuviera distraída o ausente, y desde luego, distinta. Anoté mentalmente que tendría que estar más atenta para que no se me fuera tanto la cabeza y controlarme, que si me lo propongo puedo hacerlo perfectamente.
Por la tarde, después de las dos horas de clase con los del máster, recogí mis cosas y bajé al aparcamiento de la facultad, donde había quedado con Fer. Estaba esperándome apoyado en su coche, muy guapo, con el traje negro que se había puesto por la mañana y la camisa azul claro, un poco arrugada de todo el día, con dos botones abiertos y sin corbata, se la acababa de quitar y se notaba por cómo había quedado el cuello. Dios, qué ganas me dieron de besarle, de perderme en sus manos y su olor. Pero me quedé delante de él y solo le dije
—Tan puntual como siempre —sonreí
—Hola rubita —me miró, sonriendo también
—¿Dónde vamos? —le pregunté
—Primero a tomar algo, porque te tengo que contar cosas.
—¿Y luego?
—Todo a su tiempo, impaciente —me dijo, mirándome fijamente —Vámonos.
Subí al asiento del acompañante de su coche.
—¿Qué tal el juicio hoy?
—He machacado a ese cabrón, al abogado de la otra parte. No me siento orgulloso, pero es lo que hay, las cosas como son.
—Entonces, ¿te doy la enhorabuena, o no?
—Yo que sé. Solo tenía ganas de salir de ahí y verte.
—Debe de ser que te relajo —sonreí
—Debe de ser, sí. ¿Y tú, tenías ganas de verme? —me preguntó, mientras paraba en un semáforo y me metía la mano por debajo de la falda, acariciándome la pierna.
Quería decirle lo que pensaba, que sí, que llevaba todo el día con unas ganas de verle que me moría. Las palabras pasaron de mi cerebro a mi boca, y hubiera deseado que se quedaran ahí, pero la tensión y la excitación de toda la semana hicieron que salieran.
—Me moría de ganas de verte.
Me miró, sin decir nada, pero sonriendo
—Y a mí me alegra saberlo, rubita —aprovechó el semáforo para besarme, y yo empecé a notar como me empapaba. Es algo automático, ya me pasa sin que me toque, pero si me toca es inmediato.
—Joder —susurré—¿pero por qué me pasa esto contigo?
—¿El qué? —me dijo, separándose de mis labios y volviendo a prestar atención al coche.
—Me tocas y me pongo así —le llevé la mano a la cara interna del muslo que tenía más cerca de la palanca de cambios, empapado.
—Y me encanta, lo sabes. Ponerte así, y tú me pones así a mí —me llevó la mano a su polla, muy dura.
Respiré despacio, cerrando los ojos un momento. Supuse que ahora, después de haberle dicho eso, querría jugar con mi excitación y ponerme cachonda hasta el límite, algo que siempre le ha encantado hacer, y me preparé para aguantarlo de la mejor manera. Pero, de pronto, tiró del freno de mano y aparcó en el primer sitio que vio.
—Baja, y entra en ese bar, en el baño, que te voy a follar —me dijo
—¿Cómo? —le dije, sorprendida
—Lo que has oído, vamos. Ve y espérame ahí, que ahora voy.
—¿Y no podemos ir a tu casa mejor?
—¿Tengo cara de poder esperar a llegar a mi casa? Y además, no íbamos ahí. Ve, y no discutas, coño —cada vez me ponía peor con sus palabras.
Bajé del coche y fui al bar, uno de esos donde no hubiera entrado jamás en mi vida. Pedí una caña, que me bebí casi de un trago, y luego fui al baño. Esperé cinco minutos que se me hicieron eternos hasta que entró. Me habló al oído.
—¿Y tú por qué me pones así? —me preguntó, mientras me agarraba del pelo, que llevaba recogido en una coleta, tiraba de la goma con la que la llevaba sujeta y me la deshacía.
—¿Así?
—Así —subió la falda, apartó el tanga, sin quitarlo y me metió la polla de una vez, tras desabrocharse los pantalones y sacársela rápido.
—Qué falta me hacía que me follaras, joder.
—Qué suerte has tenido de pillarme así, ya sabes que los polvos rápidos me gustan poco, pero te tengo muchas ganas y no podemos tardar, que vamos regular de tiempo —me dijo hablándome en voz baja y besándome después. Mientras lo hacía noté como me mojaba más, si eso era posible.
—¿Dónde me vas a llevar ahora? —le pregunté mientras seguía agarrándome el pelo y moviéndose sin parar.
—A que me supliques que te deje correrte —me dijo, al oído.
—No me jodas, Fer, por favor…
—Eso estoy haciendo, porque eres mía y hago lo que me da la gana contigo. Y a tí te encanta, ¿verdad?
—Sí, joder… —susurré
—Sí joder ¿qué?
—Que me encanta que me folles, y que lo estaba deseando…
—¿Y qué más?
—Que soy tuya, joder, que soy tuya y me puedes hacer lo que te salga de los cojones —le dije, mirándole a los ojos y calentándome cada vez más.
—¿Mía?
—Tuya, joder
—Sin tacos —me dio una bofetada, serio
—No puedo, estoy muy caliente y sabes que cuando lo estoy los digo —le dije, con lagrimas en los ojos, otra cosa que me pasa cuando estoy muy excitada.
—¿Te vas a correr? —me preguntó, sabiendo que estaba a punto
—Estoy a punto, y lo sabes, hijo de puta
—Que no digas tacos, y pídeme permiso antes —me dijo, dándome otra bofetada.
—Por favor, permíteme que me corra
—¿Por qué tendría que hacerlo?
—Porque llevaba deseando que me follaras durante todo el día.
—¿Y por qué no me lo has dicho en todo el día?
A esa pregunta no le podía responder con facilidad, pero ya me daba todo igual. La respuesta salió.
—Porque tengo miedo
Me miró a los ojos y sonrió.
—¿De qué?
—¿De qué va a ser, joder? De pasarlo mal…
—Pues no lo tengas. Estoy igual que tú, rubita —me dijo, mientras me besaba y me seguía follando
—Me cago en la puta, Fer —me sentía vulnerable, desprotegida y frágil y odiaba esa sensación, pero al mismo tiempo, estaba tan excitada que las dos sensaciones se mezclaban.
—Córrete, venga. Me has convencido —sonrió
—Gracias, Señor —susurré mientras me agarraba a sus brazos y él me cubría la boca con la suya para que no gritara. Noté como su polla se endurecía dentro de mí y que se corría poco después que yo, mordiéndome el cuello después.
Todo debió durar unos diez minutos. El camarero seguramente se dio cuenta de que tardábamos en salir, pero estaba demasiado ocupado viendo el fútbol como para prestar atención a lo que pasaba a su alrededor y ni me miró. Primero salí yo, me metí en el coche, y luego lo hizo él, unos minutos más tarde.
—Ahora podemos hablar más relajados —sonrió
—¿Relajados, después de lo que ha pasado ahí? —le dije, mientras me limpiaba las lágrimas de la cara con la mano.
—Déjate llevar, joder. Llámalo como quieras, amor, sexo, o como te dé la gana. Me gusta estar contigo, y te gusta estar conmigo. Si quieres estar con el gilipollas, me da igual, algún día le dejarás, o te dejará él, no tengo prisa. Yo no le pongo etiquetas a esto, y desde luego, para mí eres más que un polvo. Me encanta que seas mía, y me encanta que seas mi esclava —me dijo, mirándome tranquilamente. Tiene la capacidad de resumir en pocas palabras un montón de ideas.
—Tengo que pensar en todo esto. Ahora mismo estoy confusa —le dije
—Supongo, eres muy de dar vueltas a las cosas, pero muy práctica también. Ya hablaremos sobre ello —me dijo, dándome un beso en los labios y abrazándome después.
—¿Y dónde me ibas a llevar esta noche? —le dije yo, cambiando de tema.
—A un sitio donde va gente que le gusta lo mismo que a nosotros, lo que te dije, el BDSM.
—¿Y si me ve alguien?
—Vamos a ir con una máscara, tranquila. A mí tampoco me gustaría que me reconozca nadie.
—¿Pero qué tengo que hacer?
—Lo que yo te diga, claro —me dijo, sonriendo
—Ya, pero…
—Tú confías en mí, ¿no?
—Sí —le dije, sin dudar
—Pues déjalo en mis manos. Y déjate llevar, que te gusta —sonrió
—Sí, Señor. ¿Y vamos a ir así vestidos? Pensé que a esos sitios se iba de otra forma.
—Yo sí, con una camisa limpia, eso sí. Tú te vas a poner unas cositas que te he comprado, pero te puedes cambiar allí.
—¿Y para esto me querías entrenar, Señor? Lo de la resistencia al dolor.
—Te he entrenado porque he querido, porque ya sabes que soy un sádico cabrón —sonrió —y me encanta ver tu dolor y cómo me lo das, y a tí te gusta dármelo. ¿Tienes alguna marca de ayer?
—Un par de morados pequeños en las tetas, no se ven mucho, aquí en los lados.
—Luego me los enseñas.
—¿Está lejos el sitio?
—Tendría que hacer como en las películas, vendarte los ojos, atarte, y hacer como si te estuviera secuestrando —sonrió
—¿Y meterme en el maletero?
—No me digas que no te gustaría, pervertida —me dijo, irónico
—Para pervertido ya estás tú —le respondí yo con más ironía —¿No vas a decirme dónde vamos?
—Lo vas a saber, porque tengo que poner el GPS. Anda, ponlo, que tengo la dirección guardada en favoritos, la última.
Mientras lo hacía, le seguí preguntando cosas
—Cuéntame más sobre el sitio y qué vamos a hacer.
—Es una fiesta de alto protocolo. Tú no puedes hablar con nadie, excepto conmigo, pidiéndome permiso. Nadie te va a tocar ni a hacer nada y yo voy a estar pendiente de tí en todo momento. Si tienes que dirigirte a alguien, porque te hablen directamente, lo harás hablando de usted y después de que se te autorice a hablar. Tampoco podrás mirar a los ojos a nadie, menos a mí, que sí que puedes. Tienes tus palabras de seguridad, por si las necesitas. ¿Alguna duda?
—Todas —le dije, sintiéndome algo abrumada con tanta información
—Sabrás hacerlo bien, confío mucho en tí.
Salimos a la carretera de La Coruña, y se desvió a la altura de La Florida, una zona donde vive gente con dinero y hay casas muy lujosas en una urbanización grande y apartada. El GPS marcó que habíamos llegado, aparcamos y nos bajamos del coche. Antes de entrar, cogió unas bolsas, me dio una a mí y él se quedó con otra. Sacó las máscaras de la suya, y además, sacó otra cosa, un collar metálico con una argolla, como esos que lleva la gente que se viste de estilo gótico. Yo le miré a los ojos mientras me lo ponía y lo ajustaba con un pasador metálico que tenía. Lo noté frío en el cuello, y después me dio un beso en los labios.
—No has protestado nada, si te estás convirtiendo en una esclava buena y todo —sonrió
—Bueno, ya me hablaste de los collares. Es algo parecido a la pulsera que me pusiste el primer día, ¿no? Un símbolo.
—Sí. Pero como esta fiesta es más formal, por eso llevas este hoy.
—Parece bonito —le dije, tocándolo con la mano. Era redondeado, y ya casi había tomado todo el calor de mi piel.
—Dime como quieres que te llame ahí dentro, para no decir tu nombre.
Se lo dije, sin tener que pensarlo demasiado
—Layla
—¿Como te llama tu amigo, al que yo conozco? —puso cara de no gustarle
—Me llama así por el disco de Clapton, que ya sabes que es mi favorito. Es muy yo.
—Lo sé —sonrió —y te queda bien, aunque solo te voy a llamar así en cosas como esta.
—Me parece bien, me resultaría raro que tú me llamaras así. ¿Y a tí cómo te tengo que llamar?
—Tú a mí, Señor, o Amo, lo que quieras.
—Señor mejor.
Mientras terminábamos de hablar, se puso la máscara y yo me puse la mía. Tapaba media cara, después me cogió de la mano y fuimos a la puerta. Llamó al timbre.
—Dime que no hay que decir una contraseña —le dije, irónica
—Pues sí, hay que decirla —rió mientras venían a abrirnos, y yo me reí con él —Calla y ponte seria, anda, y no me hagas reír.
Escuché como se abría la puerta. Apareció una mujer morena, alta, con máscara y vestida con un traje negro que brillaba como un espejo y se pegaba a su piel como si formara parte de ella, su cuerpo estaba completamente cubierto. Los labios muy rojos y bien maquillados, y unos tacones altísimos.
—¿De dónde viene, Señor? —preguntó a Fer, sin mirarle a los ojos
—De Berlín —respondió él, y yo entendí algunas cosas.
—Entonces puede pasar. Adelante.
Nos dejó paso, sin mirarnos a la cara. Yo intenté imitarla y mirar al suelo, pero me costaba hacerlo. La casa era muy bonita, con una decoración exquisita y había demasiadas novedades para que yo me mantuviera con la mirada baja. Pero lo hice, ya tendría oportunidad después. Nos acompañó hasta una habitación, donde nos dejó, había un espejo y unos armarios para colgar ropa. Miré dentro de la bolsa que me había dado Fer, suponiendo que encontraría algo bastante escaso, y así fue, un conjunto de lencería negro muy original, de encaje y tiras, un liguero, medias y tacones muy altos y de aguja. Me arreglé el pelo y el maquillaje rápidamente mientras Fer se cambiaba de camisa y se alisaba un poco el traje.
—Muy guapo, Señor —le dije, cuando terminé de arreglarme
—Tú también, te queda muy bien —me dijo, mirándome y sonriendo
—Siempre has tenido muy buen gusto para escoger lencería, Señor.
—Vamos. Acuérdate de lo que hemos hablado. ¿Nerviosa?
—Sí Señor, me acuerdo de todo. Un poco nerviosa.
—Camina detrás de mí. Vamos.
Fui detrás de él por un pasillo largo, hasta que llegamos a una puerta. Ahora sí que estaba muy nerviosa, atacada. Escuché música rítmica que en ese momento no identifiqué bien y llegamos a una sala grande, con luz tenue y muebles oscuros, diseñados para atar y torturar, había hasta una jaula, no muy grande donde, en ese momento, había dos chicas dentro arrodilladas a cuatro patas, con capuchas en la cabeza y unidas por unas pinzas en los pezones, una enfrente de la otra, y las llevaban cruzadas, de forma que si una se movía, la otra lo notaría. Eché una ojeada rápida antes de bajar la mirada e imité la postura de otras chicas que había por allí, también chicos, todos iban medio desnudos o con ropa interior, igual que yo, por lo que no me sentí fuera de lugar. Con los ojos fijos en el suelo, las piernas ligeramente separadas y las manos detrás de la espalda, me situé detrás de Fer, a esperar sus órdenes. Alguien vino a saludarle, yo solo le vi los pies.
—Qué bien que al final haya podido venir, Sir Ultra, bienvenido —escuché que le decían.
Sir Ultra. Sin duda, un nombre que también es muy él, “Ultra” es uno de sus discos favoritos de Depeche Mode. Oí como hablaban y, en un momento dado, me dijo que saludara, y yo no supe muy bien cómo tenía que hacerlo, así que mantuve la cabeza baja, las manos tras la espalda e hice una especie de reverencia rara. Fer me presentó, pero más como si estuviera vendiéndome en una subasta de esclavos.
—Sir Zeta, esta es mi esclava, Layla. Saluda al señor, puedes hablar —me dijo
—Buenas noches, Señor, encantada de conocerle —le dije, nerviosa
—Encantadora, enhorabuena —le oí decir —Puedes mirarme a los ojos, ¿puedo? —le escuché preguntar, y le debieron decir que sí, porque me cogió la barbilla y me hizo levantar la mirada, hasta encontrarme con la suya. Tras la máscara había unos ojos oscuros y expresivos, y una sonrisa amplia, que me recorrieron entera, con curiosidad y hambre —¿Es su primera vez…?
—Sí, se estrena esta noche en sociedad.
—Oh, ¿y me la prestará un rato? —le preguntó, como si yo no estuviera allí
—Si veo que va bien, será un placer —me dio un vuelco el corazón. Me sentía segura con él, pero no sabía si podría sentirme así con otra persona.
—Nos vemos después. Bienvenido —le dijo, ignorándome ahora, como si no estuviera
Se desplazó a un lado de la sala, donde había una cruz en forma de X con correas para atar, y yo fui detrás de él. Yo iba mirando al suelo otra vez, y él hizo el mismo gesto que había hecho el otro, levantarme la cara suavemente con la mano, mientras me sonreía.
—Lo estás haciendo muy bien, rubita. No te cederé si no te veo preparada, no te preocupes, ¿vale? —me dijo, como siempre, leyéndome la mente. Tú eres mía y nadie te va a tocar si yo no le digo que lo haga —asentí con la cabeza —¿Estás bien? ¿Sigues nerviosa? Puedes hablar.
—Estoy bien, Señor, muy nerviosa.
—Es normal. ¿Tus palabras de seguridad son…?
—Oslo para ir más despacio, y Berlín para parar del todo, Señor.
—Bien.
Me besó en los labios, y me acercó a la cruz, poniéndome en ella. Sujetó primero la muñeca derecha a uno de los amarres de arriba, luego la otra, y después los tobillos, dejándome las piernas sujetas y abiertas. Noté como me empapaba, estar así de expuesta a él me gustaba. La mezcla de nervios y la incertidumbre de no saber qué me pasaría, sumado a la excitación habitual que sentía con él, hicieron que me mojara muchísimo. El sujetador me dejaba las tetas casi al descubierto, pero me las sacó más.
—Me apetece que vean bien a mi puta, y como te conozco bien, supongo que estarás chorreando, ¿verdad? —me miró a los ojos
—Sí, Señor, estoy muy mojada.
—¿Muy mojada, o chorreando? No querrás que te explique la diferencia aquí, ¿verdad? —me dijo, mientras me miraba, me ponía la mano en el coño, como si fuera a meterme los dedos y a masturbarme y, de pronto, me dio un azote fuerte en el clítoris que hizo que me sobresaltara. Me quise morir de vergüenza.
—No es necesario, Señor, sé la diferencia. Estoy chorreando —él me acarició la cara interna de los muslos, y después me rozó, no demasiado, lo justo y necesario para que me pusiera más cachonda todavía.
—¿Te gusta que te vean? Porque, aunque no te estén mirando directamente, lo están haciendo. Eres la novedad esta noche. Dime, ¿te gusta que te vean?
Sabía que quería una respuesta directa, pero la verdad es que que me vieran atada, expuesta y cachonda como una perra me daba mucha vergüenza. Nunca había sentido nada así, y por una parte tenía esa sensación, pero por otra, me excitaba que me vieran. Y no sabía muy bien cómo explicárselo, así que opté por la respuesta sencilla, sin complicarme.
—Sí, Señor, me gusta, aunque me da mucha vergüenza.
—Interesante —sonrió —Te voy a poner más cachonda, y te voy a llevar al límite, y sabes que lo sé hacer, porque te conozco muy bien, rubita, así que vas a pasar mucha vergüenza hoy —me dijo, mientras me miraba y me acariciaba —Ahora voy a ponerte pinzas, como hemos hecho estos días, y luego te voy a azotar —me dijo, mientras me retorcía un pezón y luego lo golpeaba con los dedos. Vas a tenerlas un buen rato, mientras te sientes observada, ¿podrás hacerlo?
—Sí, Señor, podré.
—Claro que sí, harás que esté orgulloso de tí. Voy a ponerte estas —me enseñó unas de la ropa de madera, como las que había llevado el día anterior, pero tenía más de dos en la mano, en total tenía seis pinzas. Me puso tres en cada pezón.
—Ahora te voy a dejar sola unos cinco minutos. No te preocupes por nada, nadie te va a tocar sin mi permiso, y no lo tienen. Voy a ver si me prestan a alguna perra para que te coma el coño.
—¿Eso es necesario, Señor?
—Claro, ¿si no por qué habría de hacerlo? —sonrió
—Hay hombres, ¿no podría ser mejor un hombre, Señor? —le dije, en voz baja
—No empieces tocándome los huevos tan pronto —sonrió hablándome al oído. ¿Te tengo que recordar que casi te follas a una de tus alumnas? —me preguntó —No, no puede ser un hombre, porque quiero que te lo haga una mujer —pasó la mano por las pinzas que llevaba en la teta izquierda, moviéndolas.
Que me recordara aquello hizo que me excitara aún más, no sé por qué.
—Menos mal que tú impediste que lo hiciera, Señor —le dije, sonriendo
—Porque en ese momento no me contaste bien toda la historia, si no las cosas hubieran sido muy distintas —sonrió, besándome en los labios. Te dejo sola un rato, no te muevas —me dijo, con ironía.
Se alejó y entonces pude concentrarme en observar lo que sucedía a mi alrededor. Habría unas veinticinco o treinta personas en la sala, los dominantes vestían con traje oscuro y había algunas mujeres, menos, con atuendos elegantes y fetichistas, corsets, cuero y látex. Seguí observando y ví al hombre al que me había presentado Fer con un látigo en la mano, azotando a una chica delgada de piel blanca sujeta por las muñecas al techo. La cola de cuero iba marcándola, dibujando formas en su cuerpo, y ella gemía de dolor. Mi excitación era cada vez mayor, y me sorprendí a mí misma alentándole mentalmente para que le hiciera gritar más, me gustó verlo. En el fondo de la sala vi a Fer hablando con dos hombres vestidos de negro con dos chicas arrodilladas a sus pies. Y después se acercó con uno de ellos, que traía a una de las sumisas a cuatro patas tras él con una correa sujeta a la argolla de su collar. Se pararon delante de mí.
—Vaya, Sir Ultra, se lo tenía bien callado. Una esclava preciosa —le dijo, otra vez como si yo no estuviera. La otra chica permanecía arrodillada en el suelo, con la cabeza agachada.
—Hoy es su primera vez en público —le dijo Fer
—Si me lo permite, tengo que decirle que tiene unas tetas preciosas.
—Gracias —le dijo, pasándome la mano por las pinzas que llevaba puestas, haciéndome apretar los dientes para no gemir de dolor delante de ellos —la he estado entrenando estos días para que estuviera preparada —yo me alarmé un poco. ¿Preparada para qué? Pero, lógicamente, no pregunté nada, permanecí callada e intenté no mirarle a los ojos, porque me adivina los pensamientos —Layla, dale las gracias al caballero, puedes hablar —me dijo
—Muchas gracias, Señor —le dije, sin mirarle a la cara
—Y le ocurre algo curioso, ¿sabe? —siguió hablándole Fer —Además de bonitas, las tiene muy sensibles, reactivas diría yo. Todo lo que se le hace en las tetas se le refleja en el coño, ¿quiere comprobarlo?
—Será un placer. Zulema, mira a ver si lo que dice Sir Ultra es cierto —le ordenó a su esclava. Ella se acercó a mí, de rodillas, y se quedó esperando sus instrucciones. Él me miró a los ojos y le dio un golpe seco con la mano a las pinzas, haciéndome gemir de dolor. No me lo esperaba.
—Tócala y dime si está mojada —le dijo su Amo
Ella me miró, se encontró con mi mirada también y me sonrió, cómplice. Alargó la mano hasta mi coño y a mí me empezó otra vez a dar mucha vergüenza, porque me estaba poniendo fatal. Me exploró un poco con la mano, sin profundizar, solo por encima, tal como le habían ordenado.
—¿Y bien? Habla —le autorizó
—Está empapada, Amo
—Vaya, pues algo habrá que hacer —dijo Fer —Si le parece bien, Sir Alpha
—Por supuesto. Adelante, Zulema, enséñale lo bien que sabes limpiar.
Ella se quedó de rodillas delante de mí, con los brazos pegados a las piernas. Volvió a mirarme y a sonreír, estaba claro que le gustaba hacerlo, no creo que estuviera castigándola, al contrario, para ella era un premio.
—Esto va a ser interesante —dijo Fer, sonriendo. Qué cabrón. No sé si lo dijo porque sabía del choque que supondría para mí que una mujer me comiera el coño o porque sabía de mí excitación, a pesar de todo, y lo iba a usar en mi contra. Para mí que había un poco de las dos cosas. Zulema empezó a lamerme muy despacio, limpiándome bien, sin rozarme el clítoris aún. Toda la situación me estaba poniendo muy cachonda. Miré a Fer, que no me quitaba ojo de encima.
—Es muy aplicada, Sir Alpha, muchas gracias. Seguramente será la falta de experiencia, pero se moja mucho siempre. También puede ser que sea muy puta, ¿no cree?
—No sea duro con ella, Sir Ultra, seguro que es la falta de experiencia —sonrió, apiadándose un poco de mí —Pero, ahora que lo dice, la verdad que hasta con la máscara se le intuye una cara interesante. Zulema, límpiala bien en profundidad, como tú sabes, que quiero comprobar una cosa. —estaba rodeada de cabrones, estaba claro. Ella empezó a lamerme más fuerte, y me hizo gemir cuando, de pronto, me lamió el clítoris, rodeándolo, no directamente, pero lo notaba hipersensible. Su Amo, de pronto, la sujetó por el pelo, mientras hacía que parara.
—Quieta. Sí, la verdad es que tiene razón, Sir Ultra, se le pone una cara de puta que se le ve hasta con la máscara. Lo mismo que a esta —miró a Zulema —cuando se come un coño, le encanta.
—Y lo hace muy bien, sin duda, yo creo que le estaba gustando. ¿Te gustaba, puta? —me preguntó
—Mucho, Señor, gracias —respondí
—Bien enseñada está para tener la poca experiencia que dice que tiene, Sir Ultra —le dijo
—Es una puta inteligente y aprende rápido, Sir Alpha. Pero no es tan buena como aparenta.
—Todas son buenas cuando están aquí, no sé por qué parece que les come la lengua el gato, ¿verdad Zulema?
—Sí, Amo —respondió ella
—Tendría que oírla, Sir Ultra. Bueno, lo cierto es que, si lo desea, puede oírla, dentro de un rato, si quiere nos vemos después de la cena.
—Claro, luego nos vemos. Muchas gracias por todo, Sir Alpha.
—Un placer, hasta luego.
Se alejó, llevándose a Zulema detrás, gateando a cuatro patas. Fer me miró y se rió, pasándome la mano por las pinzas varias veces, haciéndome gemir y gritar de dolor.
—Cuéntame, ¿qué tal la experiencia? ¿Te ha gustado?
—Sí, Señor, mucho. Estoy muy cachonda ahora mismo.
—Una información que no hacía falta que me dijeras, rubita, Lo sé de sobra, si hasta con la máscara se te ve la cara de zorra que tienes —me besó, y luego me cruzó la cara de un bofetón —¿Y sabes qué? Me estoy calentando.
—Ya lo veo, Señor.
—¿Y qué puedo hacer contigo, para que se me pase el calentón?
Hace un tiempo le habría respondido que me metiera la polla hasta la garganta y me follara. Pero las cosas habían cambiado, y mi mente también estaba cambiando.
—Úsame, Señor, como mejor te parezca —le dije, sintiéndolo realmente
—Vaya, de verdad que no me esperaba esa respuesta tuya, rubita… —me dijo, sorprendido.
—Yo tampoco, Señor, pero lo pienso en serio.
—Lo sé. Lo voy a hacer, voy a quitarte las pinzas a fustazos y luego voy a azotarte los pezones. Y hoy serán cincuenta en cada una, ¿podrás?
Me entraron sudores. Pero le dije que lo haría
—Sí, Señor, voy a intentar llegar y darte lo que pueda.
—Me encanta lo que me das —me besó —¿Preparada?
—Señor, ¿puedo gritar aquí? Me da un poco de apuro…
—Claro, exprésate como quieras, sin decir tacos, eso sí, ya sabes.
Él se alejó un poco de mí, mientras cogía la fusta, se había traído la suya, junto a algunas cosas más. Movió las pinzas con ella, primero las de la derecha, y después las otras.
—¿Cuáles te duelen más? —me preguntó
—Las de la izquierda —le dije, sabiendo que iba a ir a por ellas
—Gracias por la información —sonrió y después le dio un golpe seco y fuerte a las pinzas, a las tres a la vez, quitando dos de ellas. Luego vino otro golpe rápido, apenas si me di cuenta de la pausa. Yo grité fuerte, las lágrimas me empezaron a caer, y él me acarició la teta, aliviando un poco el dolor.
—Voy con las otras. Mírame a los ojos —me dijo, y yo lo hice, mientras él le daba a las pinzas de la teta derecha con otro golpe seco y más preciso que el anterior, haciéndolas saltar, y a mi dar otro grito desgarrador, echándome a llorar después. Él me besó las tetas y me las acarició con cuidado.
—Te voy a dejar que te corras, antes de azotarte, porque lo has hecho muy bien —me rozó los pezones con la punta de los dedos, los lamió, y después me tocó de refilón el clítoris.
—Qué duro lo tienes, rubita, estás a punto de correrte, ¿verdad?
—Sí, Señor, ¿puedo, por favor?
—Puedes, me dijo, acariciándome suavemente alrededor. Córrete, venga —me dijo, mientras temblaba bajo su mano. Después me besó, y fue un beso muy largo y apasionado.
—¿Puedes con los azotes ahora? ¿O quieres descansar un poco?
—Estoy bien, Señor, puedo seguir
—Me encantas —me dijo, besándome otra vez —Hoy sí vas a contar, y me vas a agradecer los azotes, los diez primeros, ¿sí?
—Qué cabrón eres, Señor —le dije, bajito. Me había pillado con la guardia baja, y sabía que no le diría que no
—Y tú qué valiente para decirme eso ahora mismo, conociéndome, rubita —sonrió
—Es que lo eres, Señor, pero me encanta que seas así. Al final vas a conseguir que lo haga.
—Cuenta, y me das las gracias por los diez primeros.
Empezó con la izquierda, la que había quedado más sensible. Fui contando y agradeciéndole los diez primeros fustazos, que fueron bastante fuertes, haciéndome gritar otra vez. No pude llegar a los cincuenta, me quedé en treinta y siete, porque me dolía demasiado, y le pedí parar.
—Berlín, Señor, no puedo más —le dije, llorando. Él paró de inmediato, me soltó las manos y los pies y me llevó a una sala contigua, donde había unas tumbonas. Se sentó en una de ellas y dejó que yo me sentara sobre sus rodillas, abrazándole.
—Lo has hecho genial, de verdad, ¿estás bien?
—Ahora sí —le dije, refugiándome en sus brazos
—Tranquila —me acarició el pelo —estás conmigo, ¿quieres que tomemos algo?
—Es buena idea, pero ahora en un rato.
—Y si quieres nos vamos a casa ya, ¿estás bien de verdad?
—Dame un rato para recuperarme y ahora te digo. Gracias por cuidarme —le besé en los labios
—No me des las gracias por eso, rubita, es mi obligación cuidarte.
—¿Ah sí? ¿Por qué?
—Porque eres mía y porque quiero hacerlo. ¿Ves lo que te decía antes? El vínculo que tenemos ahora es más fuerte que antes.
—Me gusta —le dije —Te has vuelto más responsable desde que estás metido en esto.
—Sé que te he hecho mucho daño.
—Me lo has hecho, sí.
—Y lo siento mucho. Pero ahora tengo claro lo que quiero.
—¿Y qué es? —le miré
—Vivir esta parte de mí que tenía ahí latente, y hacerlo contigo, si tú quieres, claro.
—Es muy tentador, Fer, pero…
—Tienes miedo, ya me lo has dicho antes, y lo entiendo. No lo hice bien contigo, tendría que haber sido sincero y haberte hablado de esto desde el principio, pero me daba miedo perderte. Y ¿qué te parece si nos vamos y seguimos hablando en casa? No te preocupes, que ya volveremos aquí, que sepas que has impresionado a todo el mundo, y Sir Alpha se ha quedado con ganas de usarte —me dijo, sonriendo.
—No me hubiera importado que me usara, ¿eh? Sir Alpha tiene un revolcón —le dije, sonriendo
—Mira que eres puta —rió —Vale, vale, lo apunto —me besó.
—¿Qué hora es? —le pregunté
—Las doce y media pasadas.
—Al final va a tener razón Edu, y mañana voy a llevar unas ojeras de follar de impresión —dije yo, casi pensando en voz alta
—¿Eso te ha dicho? Qué cabrón es —rió
—Esta mañana, sí. Se me debe notar la felicidad en la cara, por lo visto —ironicé.
—¿Nos vamos a casa a darle la razón a Edu? —me preguntó
—¿Pero te quedan ganas de follar? —le respondí, con otra pregunta
—Me vas a dejar seco, hija de puta, pero sí, claro que me quedan ganas de follarte. ¿Vienes a despedirte conmigo de Sir Alpha y su perra?
—Claro.
Fui con él. Me dijo que fuera de rodillas, como había visto hacer a Zulema y lo hice. Comprobé lo complicado que es hacerlo bien, con gracia y estilo, y la admiré.
—Sir Alpha, creo que por hoy hemos tenido bastante, nos vamos ya —le dijo Fer
—Oh, vaya, ¿y eso? —dijo él, extrañado
—Para el primer día ha sido suficiente —le respondió Fer
—Cierto, que es su primer día. ¿Pero volverá, no?
—Claro, volveré y Layla vendrá conmigo —sonrió
—Perfecto entonces, espero verle pronto —le dio la mano
—La próxima vez que nos veamos dejaré que la use, si así lo desea,
—Muchas gracias, Sir Ultra, lo deseo, y lo espero con ganas. También podemos vernos antes del siguiente evento, si quiere —le dijo
—Le mandaré un mensaje. Despídete del señor —me dijo a mí —Bésale los pies.
Me costó un poco hacerlo, pero lo hice. Me incliné y le besé los zapatos, absolutamente impecables y brillantes, por cierto. Después seguí a Fer hasta la primera habitación donde estuvimos esa noche, nos cambiamos y volvimos a su casa.
Me dejó en la puerta y, antes de bajar a dejar el coche en el garaje, me dijo que me diera una ducha y me pusiera cómoda. Antes de subir fue a comprar unas empanadillas argentinas a la pizzería de la calle Espíritu Santo, que está abierta a esa hora, es lo bueno de vivir en Malasaña, que tiene mucha vida, demasiada a veces. Esas empanadillas están muy buenas, y además sabe que me encantan.
Un rato más tarde estábamos comiéndolas, acompañadas de dos copas de vino, y volvimos a hablar sobre lo que había pasado esa noche.
—¿Has estado cómoda, entonces?
—Sí, todo me ha gustado mucho, el sitio es elegante, y hay mucho respeto, nadie toca a nadie que no sea suyo.
—Si alguien hiciera eso no se le dejaría volver.
—¿Sir Ultra? —le pregunté —¿Por el disco de Depeche?
—Claro —sonrió —Mira, lo voy a poner —cogió su teléfono, lo buscó, lo conectó con los altavoces inalámbricos y empezó a sonar “Barrel Of a Gun”
—Retomando la conversación por donde la dejamos ¿así que tenías miedo a perderme si me contabas que te gusta el BDSM?
—Mira, yo estaba hecho un lío. Cuando nos conocimos, más o menos, yo había empezado a conocer gente a la que le gusta, a moverme un poco y a investigar. Siempre me ha gustado, pero he tardado mucho en aceptarlo y en aceptarme. Y entonces te conocí, me volví loco por tí y me daba mucho miedo cagarla y hacerte daño si te contaba como soy, y al final lo hice, te hice mucho daño y no me lo perdono, rubita. Siempre me ha parecido ver cosas en tí que me hacían pensar que quizá te podría gustar a tí también, pero no estaba seguro, y no me atrevía a decírtelo.
—¿Y por qué te fuiste a Estados Unidos? Es que eso no lo he entendido nunca, Fer, joder.
—Porque estaba hecho un puto lío, te estaba haciendo polvo y en ese momento me pareció una buena idea. No te puedes imaginar lo que me dolió cuando volví y me dijiste que te habías casado con el imbécil. Bueno, en ese momento lo que pensé es que el imbécil era yo, pero no sabía cómo coño decirte lo que me pasaba, así que me cabreé, más conmigo que contigo, la verdad. Cuando pasó lo de tu alumna, no sé, tenía muchas dudas, pero cuando vi que a lo mejor te gustaba el BDSM, joder, Ali, no sabes el alivio que sentí, por primera vez no me sentí raro, ni un psicópata. ¿Me entiendes mejor ahora?
—Voy entendiéndote un poco mejor, letrado —sonreí
—Ahora que lo sabes todo, ¿qué piensas? —me preguntó
—Que ahora me cuadran muchas cosas. Y que tener esta conversación mientras suena “The Love Thieves” es un golpe muy bajo, que lo sepas —sonreí —Hablando en serio, yo he cambiado, Fer. No puedo dar marcha atrás en algunas cosas, por ejemplo, me gusta la libertad que tengo ahora.
—Nunca te la voy a quitar, rubita, seguiríamos igual, pero sin mentir, no quiero mentirte nunca más, ni quiero que tú lo hagas.
—¿Me estás diciendo que quieres tener una relación abierta?
—Yo quiero tenerlo todo contigo, una relación de dominación y sumisión y estar contigo sin tener que esconderme. Y podríamos estar con quien nos apetezca, a los dos, pero sin mentirnos nunca. No sé como se llama eso, ni le quiero poner etiquetas.
Estábamos sentados en el sofá de medio lado, uno frente al otro. El reloj marcaba la una y media, pero la conversación era urgente y necesaria. Por primera vez en mucho tiempo estábamos hablando tranquilamente, sin echarnos cosas en cara, poniendo todas las cartas sobre la mesa y mis barreras estaban bajando, me sentía segura para expresarle mis sentimientos. Fue como si descorchara una botella de cava.
—Fer, cuando te largaste a Estados Unidos me sentí fatal. Bueno, y antes también, no entendía tus cambios de humor, ni que de vez en cuando te fueras de viaje o por ahí y no me contaras lo que hacías ni con quien. Todo eso me creó mucha inseguridad. En la cama jamás he tenido con nadie la conexión que tengo contigo, es alucinante, pero me desesperaba. Por un lado, el enganche químico y sexual me ganaba, y no podía, bueno, no puedo, estar sin tí, pero tuve que desengancharme, y la única forma que se me ocurrió fue casarme con alguien por quien no siento nada, ni él tampoco por mí, para alejarme de tí ¿lo entiendes?
—En parte sí, aunque siempre me ha parecido bastante egoísta por tu parte que le utilices así, y me preocupaba bastante lo fría que te estabas volviendo, porque tú no eres así.
—¿Pero tú crees que David me quiere? Yo creo que no. No creo que le haga daño para nada, para él tenerme al lado es suficiente, solo le importa el qué dirán.
—Me la pela bastante lo que sienta y lo que piense, la verdad, eso lo sabrás tú mejor que yo y lo tendrás que arreglar con él —me dijo, poniendo un gesto de desprecio, como siempre que habla de David —Me importa lo que sientes tú por mí, y me preocupa que siempre te quieras proteger, porque me he portado como un hijo de puta contigo, joder. Y nunca he dejado de quererte, ¿sabes?
—Ni yo tampoco —le dije, en voz baja.
—¿Qué has dicho?
—Lo que has oído —le dije, sin mirarle.
—Repítelo —me cogió la cara y me la levantó hasta que le miré a los ojos.
—Que yo también te quiero —le dije, mientras me acercaba a él y le besaba en los labios después —Y que solo se le puede llamar amor, ¿escogiste esa canción adrede para hoy? —le dije, mirándole a los ojos sonriendo.
—Y del bueno, del que duele —sonrió él, mientras me cogía las tetas con las manos, me las apretaba y me besaba a la vez —Claro que la escogí aposta, lo mismo que todas las demás. “Teardrop” porque el primer día de entrenamiento te quería romper y hacerte llorar, “Lullaby”, porque el segundo día quería que te despertaras sin haberte podido correr la noche anterior, “I Feel You”, porque el tercer día me apetecía que me sintieras y me recordaras todo el tiempo, y “Don’t Call It Love”, porque quería que tuviéramos esta conversación de una puta vez. (*)
—Y como siempre, te has salido con la tuya, letrado, no sé cómo coño lo haces…
Parecía tener alguna clase de pacto secreto con Depeche Mode y sus letras, porque el “Ultra” continuó lanzándome puñales directos, como cuando empezó a sonar “Home” (Hogar), y más aún con “It’s No Good” y su “I have all the time in the world to make you mine” (**). Y lo había conseguido, vaya que sí. Paciencia y tesón no le faltaron, desde luego.
Al día siguiente sí que llegué a la universidad con unas ojeras de follar que me llegaban al suelo, dolorida, con un sueño que me moría y muy cansada, pero sintiéndome más viva y feliz que en toda mi vida. Tenía pendiente una conversación con David que se preveía tensa y desagradable, pero estaba decidida a hacerlo. Había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.
(*) “Teardrop” (“Lágrima”); “Lullaby” (“Nana”, canción de cuna infantil); “I Feel You” (“Te siento”); “Don’t Call It Love (“No lo llames amor”)
(**) “Tengo todo el tiempo del mundo para hacerte mía”
Buenas tardes seisCuerdas.Hemos disfrutado de su relato leído por mi para los dos, como le comentamos en la entrega de premios. Enhorabuena de nuevo.Prometeoxx y daira.
Me alegro mucho de que os haya gustado y muchas gracias (de nuevo).