El pulso entre Layla y Fer continúa. Tercera parte. Viene de Berlín (II)
El pulso entre Layla y Fer continúa. Tercera parte. Viene de Berlín (II)
Le mantuve la mirada, mientras cogía mi teléfono. Respiré profundo y busqué el número de mi marido. Lo localicé y, antes de marcarlo, le pedí
—Fer, por favor, no me la líes.
Él me miró, riéndose, mientras se separaba de mí y se tumbaba a mi lado.
—Elige, ¿Roma o Helsinki?
¿Cómo?
—Que elijas. Fácil, ¿no? —sonrió
—¿La cosa va de capitales europeas? Helsinki.
No tenía ni idea de qué se le estaba pasando por la cabeza.
Sonrió
—Vale. No has elegido mal, Roma era peor opción. Ahora marca y llama al gilipollas de tu marido. Si quieres, le puedes dar recuerdos de mi parte —ironizó
Le miré con cara de odio, y luego pulsé sobre el nombre en la pantalla. Contuve la respiración. Escuché, casi sin poder respirar, los tonos de la llamada, hasta que oí su voz.
—Hola cariño —me dijo él, al otro lado del teléfono —¿Qué tal has llegado?
Entonces vi como Fer se movía y se situaba entre mis piernas. Sonrió, mientras me empujaba para que me quedara recostada en las almohadas, después me abrió las piernas, y se quedó con la cara a la altura de mi coño. Siguió mirándome, sin hacer nada más que apoyar los labios en él y sonreírme. El corazón me latía a toda velocidad, y no sabía ni qué decirle a mi marido.
—¡Hola! He llegado bien. El hotel está muy bien, y ahora voy a bajar a socializar un poco con la gente. ¿Has podido descansar?
—Sí. La verdad que esta mañana me has dejado bien relajado —me dijo, y esto sí que no me lo esperaba. No le gusta mucho hablar de sexo, y menos por teléfono. La verdad que estaba raro. Como estábamos muy cerca, se escuchaba todo, claro. Fer sonrió mientras sacaba un poco la lengua y empezaba a moverla lentamente sobre mi clítoris. Y subió las manos a mis tetas, poniéndome duros los pezones, sin dejar de lamer.
—Ah sí, ¿eh? —le dije. Lo que menos me esperaba es que fuera a querer ponerse a guarrear conmigo, justo en ese momento. No es nada su estilo.
—Sí, he llegado muy caliente.
—Me he dado cuenta. A saber que te habrán hecho las enfermeras —Fer empezó a lamerme más deprisa y a apretarme los pezones más. Hijo de puta, si seguía, me correría
—Me ha gustado mucho —me dijo mi marido —No sé, es que estabas muy guapa
—Guapo tú. Oye, tengo que dejarte, que he quedado en bajar a las… —no tenía puesto el reloj y no sabía ni qué hora era, tuve que improvisar mirando el móvil, separándomelo de la cara—a las cinco y media —eran las cinco y cuarto.
—Pues llega tarde, ¿qué más te da? Si los acabas de conocer…
Desde luego, no era mi día de suerte. No suele enrollarse a hablar por teléfono casi nunca, pero no sé qué coño le pasaba ese día.
—Anda, déjame —uf, que escalofríos me daban, y empecé a notar la voz rara. Fer aceleró la lengua, rozándome con la perilla, y empecé a perder la cabeza—déjame que baje, que tengo que llevarme bien con esta gente —aceleró más y yo me agarré a las sábanas mientras cerraba los ojos y luego los abrí para mirarle y pedirle, con la mirada, que parara. No lo hizo.
—Bueno, venga, ¿luego hablamos entonces? —me dijo
Yo casi no podía ni hablar, pero hice un esfuerzo.
—Vale, guapo, hasta luego
—Hasta luego, te quiero —me dijo
Tampoco suele ser excesivamente cariñoso por teléfono. Y tenía que darle por ahí justo ese día, en ese momento. No le respondí, y finalicé la llamada, asegurándome de que estuviera bien colgado, sintiéndome fatal pero, al mismo tiempo, tan excitada que ni me lo creía.
—Estarás contento, hijo de puta —le solté, nada más colgar
—Yo sí —me dijo, levantando la cabeza —y el gilipollas también, le has dejado bien satisfecho esta mañana, ¿no? —Joder, rubita, ¿tú siempre has sido así? Qué bien mientes, ¿no? —me dijo, mientras se levantaba, y volvía a ponerse sobre mí.
—Aprendí mucho de ti —le solté
—Pobrecillo, me está empezando a dar pena y todo —sonrió, sarcástico
—¿Podemos dejar de hablar de él, joder?
—Eres una mala pécora. Tu maridito queriendo hablar contigo, y tú cortándole, te parecerá bonito. Vamos, si me lo haces a mí, te mando a la mierda.
—A la mierda te mandé yo, acuérdate.
—Y mira donde estás —sonrió
—Porque me gusta como follas
—Por algo más será, ¿no?
—No ¿por qué más va a ser, hijo de puta?
Me besó mientras me metía la polla otra vez.
—Y tú también lo eres, eres una hija de puta mentirosa —y empezó a moverse, esta vez rápido, y cada vez más fuerte. Empecé a notar que me iba a correr y se lo anuncié.
—Me corro, joder, me voy a…
Entonces paró de repente. Me dio una bofetada suave, mientras me decía
—¿Sin pedirme permiso? De eso nada —sonrió
Resoplé. El orgasmo se me cortó, aunque notaba el coño hinchado y aún casi palpitando. El corazón me latía a toda velocidad, la adrenalina, la excitación, el odio y las ganas que me dieron en ese momento de darme la vuelta, ponerme sobre él y devolverle el bofetón casi me pueden. Como que intenté levantarme y hacerlo, pero él me sujetó fuerte contra la cama. Yo estaba rabiosa, con ganas de matarle. Y mojada hasta las rodillas, claro, cómo no.
—Si, sujétame fuerte, porque como me sueltes te vas a enterar…
—¿Ah sí? ¿Me voy a enterar? —sonrió
—Tú no te despistes ni un momento —le dije, rabiosa
—Tú tranquilízate, o te ato, fiera, y te quedas sin correrte. ¿Quieres eso?
—Quiero partirte la cara de dos hostias.
—Me encanta cuando te pones así —sonrió, sin dejar de sujetarme, fuerte —Tendrías que ver lo guapa que te pones cuando te cabreas.
—Es que te has pasado mucho, Fer. Pero mucho…
—Shh… tranquila. No habrá sospechado nada, seguirá viviendo en la ignorancia, y, como mucho, se follará a alguna doctora, o enfermera. Aunque no sé yo, es como una ameba. Supongo que eso te dará lo mismo, ¿no?
—¡Y a ti qué coño te importa lo que a mí me importe! ¡Déjame, joder! —le dije, cabreada y al límite.
—De verdad, es que no sé cómo pudiste casarte con ese ser…
—Me cago en la puta, ¿te quieres callar ya?
—No me da la gana, ¿me vas a negar que es una puta ameba? ¿Que estás aquí conmigo porque con él estás muy bien?
—Si no te callas y me dejas en paz, me sueltas y me voy, ahora mismo, joder.
Entonces dejó de sujetarme. Se separó un poco de mí, me soltó y me dijo:
—Vale. Vete, si quieres. O mejor dicho… si puedes.
—No me pongas a prueba —le dije, tensa
—Venga —me retó —Si me dices que quieres irte, nos vamos. Sin rencores, ni malos rollos. Pero yo creo que no te quieres ir —sonrió
Me levanté y me quedé sin moverme, de rodillas sobre la cama frente a él, que estaba sentado a mi lado. Le miré, odiándole. Mi intención era levantarme, e irme, no sé muy bien cómo, pero lo hubiera hecho, aunque hubiera tenido que irme andando. Discusiones como esta hemos tenido cientos, y mucho más subidas de tono, pero sabe perfectamente como compensar la situación. Se quedó parado, esperando mi reacción.
—Eres un hijo de puta. —le dije, cabreada—Me jode que vayas tan de sobrado, es que no lo soporto —bufé
—Puede, pero sabes que tengo razón —me dijo, mirándome a los ojos —¿O no?
—No tenses más la cuerda, joder.
—Dilo…
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que me gusta follar contigo? Sí, me gusta, y mucho, eso lo sabes muy bien. Lo mismo que follo con otros. La relación que yo quiera tener con él, si le pongo los cuernos, o lo que hagamos, no es cosa tuya, Fer. Si quieres que sigamos viéndonos, vas a tener que respetarme, o será la última vez que lo hagamos.
—Rubita —sonrió—esto ya me lo has dicho más de una vez y aquí estamos.
—¿El qué?
—Que va a ser la última vez que nos vamos a ver. Que follas conmigo y con otros y que no me meta en tu vida. Me meto porque me importas más de lo que crees.
—Oye, yo pensaba que me habías traído aquí a pasarlo bien. No a hacer un drama.
—Cambia de tema si quieres, pero te lo voy a sacar cuando me dé la gana. Sé que te cabrea, pero me tienes que reconocer que tengo razón.
—Solo en parte —le sostuve la mirada — Follo contigo porque me gusta, siempre me ha gustado hacerlo, aunque seas un puto desastre. Tú me enseñaste muy bien a hacer todo lo que hago ahora, y la verdad es que no me va tan mal. David —es el nombre de mi marido—no se puede comparar contigo en la cama, sale perdiendo por goleada, pero tú lo haces en otras cosas. Y te recuerdo que no eres el único con el que me acuesto.
—Ya, ya —sonrió —Lo sé, me lo puedes decir las veces que haga falta. Tú tampoco eres la única con la que me acuesto, pero sí que eres la que más me gusta. Y tú no te mojas igual, ni te conocen igual, ni harías con otro algo como esto que estamos haciendo ¿verdad?
—Todavía no estoy tan loca, Fer, coño. Para dejarse hacer lo que me has hecho hoy hay que tener confianza total, y la tengo. Sé que puedo confiar en ti.
—No es solo eso, rubita —me miró a los ojos
—¿Y qué es?
—Que tú eres mía.
Me reí.
—Ya vuelve el sobrado…
—Lo que tú digas, pero es verdad: eres mía. Si no lo fueras no habría podido hacerte nada de lo que hemos hecho.
—Confío en ti y me gusta mucho estar contigo, pero no te pases, letrado. Yo no soy de nadie –le dije, intentando aparentar frialdad
—Vale. ¿Te quieres correr ahora? —me miró sonriendo, mientras me tumbaba en la cama
—Todavía tengo ganas de darte dos hostias…
—O sea, ¿que no? —sonrió—me puso la mano en la nuca, acariciándome con la punta de los dedos, haciendo que me bajaran escalofríos.
—¿Me vas a dejar? ¿O me vas a cortar, como antes? —le dije
—Te dejaré si me dices lo que quiero oír —sonrió, mientras bajaba su mano hasta mi coño y empezaba a acariciarme, mientras me lamía un pezón —tócate tú, mientras yo te como las tetas.
—Mira, si vas a cortarme no empieces…
—Está en tus manos, rubita. Y no me mientas, que al gilipollas se la podrás colar, pero a mí ni de coña —me susurró, otra vez volviendo a meter el dedo en la llaga.
—¿Y qué quieres oír?
—Ya lo sabes, no me jodas
—Señor, quiero correrme, ¿me vas a dejar? —le dije, con voz suave
Se rio
—¿Ves? ¿Tú piensas que con eso es suficiente? —me dijo, con voz dura —¿qué eso es lo que quiero oír? —mi mano resbalaba sobre mi coño, completamente empapado
—Señor, por favor, déjame que me corra —no me faltaba mucho para hacerlo.
Me miró serio
—Uy, me parece que te vas a quedar cachonda perdida —siguió lamiéndome los pezones.
Estaba casi a punto, y sabía muy bien lo que quería oír. No quería decirlo, no podía admitirlo, pero la inminencia del orgasmo y el cúmulo de emociones y sensaciones que llevaba de todo el día hicieron que me dejara llevar.
—Soy tuya, joder. Déjame dártelo todo, porque es tuyo, joder, por favor —le supliqué
Él sonrió
—¿Tu cuerpo es mío? —apretó uno de mis pezones con los labios y el otro con los dedos.
—Todo es tuyo, joder, uf, por favor, que no me puedo aguantar…
—Córrete, y dame lo que es mío —me susurró. Porque, a partir de hoy, tus corridas, sean con quien sean, serán mías, y más cosas, pero eso ya lo hablaremos —sonrió —Córrete para tu dueño.
Empecé a temblar y las lágrimas me empezaron a salir sin querer, a veces me pasa cuando estoy muy excitada. Me corrí y tuve otra vez esa sensación de estar flotando o deslizándome por un túnel, no sé lo que duró, a mí me pareció que mucho tiempo. Pero necesitaba mucho más, lo que le acababa de decir fue como abrir la caja de Pandora.
—Estás preciosa después de correrte —sonrió, mientras me besaba y me acariciaba lentamente.
Yo necesitaba que me follara. Hasta partirme en dos, hasta reventarme y vaciarme, y lo necesitaba en ese momento, sin esperar. Me puse sobre él, y le miré a los ojos.
—Te voy a echar el polvo de tu vida, déjate hacer tú ahora —le dije
—¿Ahora quien va de sobrada? –sonrió, irónico —¿Así que el polvo de mi vida? Hemos echado unos cuantos memorables.
—Ya, pero no era tuya —sonreí
—Siempre has sido mía –me dijo él, sonriendo, poniéndome las manos en las caderas—pero me encanta que por fin lo reconozcas.
—¿Me vas a dejar, entonces, que te folle yo?
—Claro. Venga, vamos, a ver si me dejas seco —me retó, con la mirada ciega de lujuria.
Yo le sonreí, me puse encima de él, me clavé su polla y me moví sobre él, haciéndole todo lo que sé que le vuelve loco. Y perdimos la noción del tiempo, como siempre.
Durante todo el tiempo había estado sonando música. Y justo en ese momento, Dave Gahan cantaba:
Strangelove (amor fuera de lo común)
Strange highs and strange lows (extraños altibajos)
Strangelove (amor fuera de lo común)
That’s how my love goes (así es como va mi amor)
Strangelove (amor fuera de lo común)
Will you give it to me (¿me lo darás?)
Will you take the pain (aceptarás el dolor)
I will give to you (que te voy a dar)
Again and again (una y otra vez)
And will you return it? (¿y lo devolverás?)
Como si hubiera sido testigo mudo de toda nuestra conversación, sentenciando con esos versos de la canción lo que siempre fue nuestra relación, lo que había sucedido esa tarde allí, lo que habíamos hablado y lo que iba a suceder a partir de ese momento.