El fin de semana en el campo de Fer y Layla continúa. Ella ha aceptado ser su esclava durante los dos días para pagarle cierto favor que él le hizo y se debate entre la excitación que le provoca la situación y el mismo Fer y lo que le cuesta terminar de someterse a él. ¿Lo hará?
Continúa de: Berlin (I)
Entramos en su casa. Me llevo de la mano a su dormitorio —que yo conocía de sobra—y dejó la bolsa sobre la cama. Se sentó en ella, mientras me observaba.
—Vamos, cámbiate.
Empecé a sacar cosas de la bolsa, bastante grande. Primero, una minifalda que posiblemente taparía a duras penas un par de palmos por debajo de mi coño, de tablas gris y negra, parecida a las que llevan las colegialas, con cuadros grandes y unas medias negras de liga de encaje. La camiseta por lo visto debía dejármela puesta. Luego había una caja grande. La abrí y saqué un par de botas de vinilo, de esas que llevan o bien las putas, las gogós de discoteca o las strippers. Con unos taconazos de al menos 12 cms, cordones por delante y plataforma. Las miré flipada, eran muy bonitas, si bien, en la vida me habría puesto algo así.Empecé a desnudarme, me quité los pantalones bajo la atenta mirada de Fer, sentándome en la cama a su lado para no caerme. Cogí la bolsa y miré bien dentro de ella por si había ropa interior, pero no encontré nada.
—Esto… Señor, no hay ropa interior.
—¿Algún problema? —me miró con esos ojos suyos
—¿Debo ir sin bragas, Señor?
—Y sin sujetador…
—Si, Señor — le dije, mientras ponía cara de modosita y seguía.
—Ven aquí, verte me está poniendo muy caliente. Vas a comerme la polla, así, como estás, lo que querías ayer por la noche, ¿verdad?
Estaba casi desnuda, o sea, la camiseta de tirantes y las bragas. Y cometí un error que me costaría caro.
—¿No prefieres que me ponga todo eso antes? —le dije
—Bueno, ya está bien, te voy a tener que enseñar modales antes de irnos, ya me tienes muy pero muy harto, y hasta que no te dé un buen escarmiento no vamos a ninguna parte —se levantó de la cama y vino a por mí, me sujetó por las muñecas e hizo que me quedara apoyada, extendida sobre sus rodillas, con todo mi culo a su disposición. Me sujetó fuerte, me bajó un poco las bragas y descargó varios azotes sobre mi culo. No fueron nada suaves y me quejé. Pero mi entrepierna reaccionaba de manera muy diferente, vamos, como siempre con él.
—¡Hijo de puta, qué coño estás haciendo! —eso solo empeoró las cosas, claro…
—¿Cómo? —su mano volvió a descargar sobre mi culo otra vez, fuerte. Y otra vez, y otra más, y otra, hasta que noté que me ardía. Entendí que le tenía que seguir la corriente sí o sí.
—¡Para! No me castigues más por favor… —le dije, revolviéndome
—Pararé cuando lo considere oportuno. Así que estate quietecita y cállate, si quieres poder ir sentada ¿vale? —mientras me decía esto, noté claramente el bulto de su polla, durísima, contra mi pecho. Esto nos estaba excitando a los dos igual.
Siguió, dejando pasar unos segundos entre un azote y otro, acariciando mi culo, y cuando no estaba preparada, recibía otro azote… Entonces, él me pasó la mano por el coño, y se lo encontró chorreando.
—Vaya, mira que sorpresa –dijo. Me ordenó que me levantara, lo que hice con algo de dificultad, y que me arrodillara entre sus piernas, le sacara la polla y me la comiera.
—Cómeme la polla, y hazlo bien, ya ves que no bromeo.
—Sí, Señor —le cogí la polla con las dos manos y empecé a comérsela bien. Me apliqué, no quería más castigos
—Así, así, me gusta… —me cogía por el pelo y me marcaba el ritmo—así, así, sigue, muy bien. Te voy a dar toda mi leche y tú no vas a dejar ni una gota, ¿estamos?
—Si, Señor —seguí chupando, aplicada
—Me puedes mirar a los ojos con esa cara que pones de zorra viciosa.
—Gracias, Señor —estaba absolutamente metida en mi rol y tan caliente que chorreaba —él sonrió
—Muy bien, muy bien, sigue, sigue… sigue… así, más fuerte… más rápido… ah, no pares, sigue, te vas a tragar todo y me la vas a dejar limpia, tómala, si, ah, joder… —me sujetó la cabeza mientras se corría y me llenaba la boca de su leche, de sabor dulzón y afrutado.
Se la dejé bien limpia y me quedé un poco entreteniéndome y haciendo que se estremeciera, lo sé hacer muy bien, porque le conozco y sé lo que le gusta.
—Muy bien, lo has hecho muy bien —me dijo, acariciándome ahora el pelo y la nuca, arrancándome gemidos y haciendo que me bajaran descargas eléctricas por la espalda.
—Me encanta ver cómo te pones cuando te toco ahí —me dijo. Mientras hablaba, lo hacía y yo me estremecía aún más —Es todo un espectáculo, te haría correrte ahora mismo, pero…
—Señor, ¿puedo hacerlo, me puedo correr, por favor?
—Por más que me cueste, porque me encantaría verte, no, no puedes, no te lo mereces, para empezar, y, además, quiero que aguantes —me besó, un beso delicioso, casi me dolía de tan excitada como estaba.
—Lo que tú digas, Señor —aunque por dentro le estaba maldiciendo, hijo de puta, traté de controlarme, a saber lo que se le podría ocurrir si me corría.
—Quítate las bragas y ponte el vibrador —me ordenó, y yo lo hice.
Me bajé las bragas despacio, que estaban empapadas, las recogí y las guardé en la bolsa. Luego fui a mi bolso, donde estaba guardado, me senté en la cama, con las piernas bien abiertas y lo fui metiendo, sin ninguna dificultad, dentro de mí. Fer me miraba con ganas de echárseme encima, pero conteniéndose, y se agachó un momento delante de mí para asegurarse de que estaba bien metido. Luego, el muy desgraciado empezó a limpiar todo lo que salía de mí con la lengua, muslos incluidos, lamiéndolo lentamente, pero evitando hacerlo en los lugares estratégicos. Cuando se dio por satisfecho y me tenía al borde de la locura, paró.
—Ahora ponte las medias y la falda —yo le obedecí, poniéndome las medias una por una, y luego la falda. Luego me bajé los tirantes de la camiseta despacio y él me desabrochó el sujetador, acariciándome las tetas ligeramente, como sabe que me gusta, y enloqueciéndome otra vez, poniendo mis pezones duros como piedras. Me hizo levantarme, cogiéndome por los pezones, agarrándolos fuerte con los dedos, y al mismo tiempo, atrayéndome hacia su cuerpo para besarme, uno de sus besos largos e increíbles. Cuando pude recuperarme un poco, le avisé:
—Señor, no me puedo aguantar
—Aguanta
—No puedo, Señor, no puedo, me voy a correr, y si sigues haciéndome todo lo que sabes que me encanta…
—Si te corres ya sabes lo que te puede pasar, ¿no? —me acarició el culo, aún un poco enrojecido. Y al mismo tiempo empezó a besar mis tetas, y a meterse un pezón en la boca, haciéndome casi temblar de la excitación.
—Me da igual, no puedo más, te lo juro. Por favor, haz que me corra ya o no respondo —le dije con la mirada encendida y la voz casi temblando. Me miró y me dijo
—Por esto tendrás tu castigo esta noche, que voy a disfrutar, pero bien. No creas que se me va a olvidar —me dijo, mirándome a los ojos y sonriendo, haciéndome ver que me había ganado, una vez más.
Me tiró encima de la cama tal cual estaba y bajó a mi coño. Ahora sí, empezó a comerme como necesitaba y me hizo correrme en seguida. Movía su lengua sobre mi clítoris y al mismo tiempo, tiraba un poco de la cuerdecita del vibrador, que estaban alojado dentro de mí. Me corrí, como siempre, a mi manera, poco discreta.
—Dios, Dios, qué bien, qué bien lo haces, qué bien me lo estás haciendo, si, así, así, ah, joder. Joder… —me tensé. Él también me dejó bien limpia y cuando acabó subió a besarme y me dijo
—Pobre de ti esta noche, la que te espera… —sonrió
—Me da igual, no podía más, me has puesto al límite —me olvidé de mi rol
—Que limite tan pequeño –se burló —Te veo muy segura de ti misma. Veremos si es verdad que te da igual.
—Te dejaba seco ahora mismo, y lo sabes…
—Shhh, pues tranquilita. Nos tenemos que ir, así que sigue vistiéndote. Y no te olvides de que sigo siendo tu Señor —me dijo mientras me daba otro beso y luego se separaba de mí para dejar que acabara de vestirme.
—Señor —le dije —¿me puedo lavar un poco? Estoy pegajosa —Fer me miró y, sonriendo, me dijo
—No, no puedes. Tendrás que ir así de pegajosa, para que te acuerdes de lo zorra que eres.
Le maldije, una vez más, en mi interior. Pero le dije
—Si, Señor —y terminé de acomodar la escasa ropa que podía llevar sobre mi cuerpo y, por último, aquellas botas.
—A ver, ponte de pie, que te quiero ver. Parece que he acertado con la talla de todo, ¿no? Y las botas te quedan de puta madre. Las ganas que tenía yo de verte con unas así.
—Gracias, Señor, aunque no sé muy bien que voy a hacer con ellas cuando vuelva a mi vida normal.
—Daría algo por ver la cara del gilipollas de tu marido si te ve con ellas puestas. Estoy por ordenarte que te las pongas la próxima vez que vayas a cenar con él —sonrió
—¿Era necesario mencionarle? —le miré, encendida
—Solo pensar las veces que voy a follarte ya me hacen descojonarme de él, rubita —me susurró al oído, con tono absolutamente despectivo y tenso. Se le oscurece la mirada cada vez que habla de él.
Tuve que morderme ligeramente el labio para no reírme. Ahora había ganado yo el punto. Miré un poco hacia el suelo, esperando instrucciones.
—Venga, vámonos, que tenemos camino por delante —me dijo
Me dejó que me pusiera la cazadora que traía, porque hacía frío en la calle. Pero solo hasta que llegamos al coche. Allí me dijo que me la quitara otra vez. Él se sentó al volante de su coche y yo en el asiento del copiloto. Afortunadamente, a esa hora aún no había mucha gente por la calle y nadie me vio bajar con aquella falda minúscula y las botas, a excepción del portero de la casa de Fer, cuya cara fue impagable. El pobre hombre casi se come el As, que estaba leyendo muy interesado cuando bajamos y Fer le saludó, como seguramente hacía todas las mañanas. Creí morir de vergüenza.
Me abroché el cinturón y me acomodé en el asiento, para que el vibrador que estaba en mi interior acabara de colocarse en la posición idónea. Fer me miraba de reojo.
—¿Bien? ¿Estás cómoda? —sonrió, mientras me ponía la mano en la pierna y me acariciaba
—Si, bien —le respondí
—Vale, pues te voy a dejar que elijas lo que vamos a escuchar, siempre me ha gustado tu gusto para la música.
—Gracias, Señor. Menos mal, el tuyo siempre me gustó menos —sonreí
—No te pases conmigo… —me sonrió, mientras me daba un azotito ligero en una pierna. Solo ese gesto me hizo recordar todo lo que había pasado hacía un rato, apreté los muslos y noté el vibrador dentro de mí. Lo noté vibrar unos segundos, y luego se paró. Joder. Qué viajecito iba a pasar…
Durante el viaje se relajó un poco y casi se olvidó de los roles, hablamos y me preguntó algunas cosas.
—Me tienes que contar exactamente qué pasó con aquella chica, tu alumna. No llegaste a contármelo bien, por cierto, qué buena estaba, joder, y con el vídeo que tenía. Y mira, ahora que tenemos tiempo, qué mejor ocasión.
—¿Qué quieres saber? ¿Por dónde empiezo?
—Por el principio —sonrió
—Por el principio. Bueno, pues resulta que en la universidad había un alumno. Bien, voy a resumir: me follé a ese chico y a su hermano, a la vez, y dentro de la casa había una cámara que grababa. Esa chica la puso en marcha, y luego me chantajeó con él
—¿A un alumno y a su hermano, a la vez? —casi se le cayeron las gafas de sol de la mano, mientras me miraba, con una mezcla de excitación y asombro.
—Sí, no preguntes más, anda —le dije
—Mejor no, me estoy poniendo celoso —sonrió, irónico
—Venga ya, Fer —me reí
—Sigue, ¿qué quería de ti la chica?
—Enrollarse conmigo.
—Joder, no me lo puedo creer —se echó a reír
—No, si yo tampoco me lo creía, de verdad
—Y ¿lo hiciste? ¿Te enrollaste con ella?
—No, no fue necesario, gracias a tu intervención y a la de John, claro —sonreí
—Ese amigo que te llama Layla, ¿no?
—Sí, un buen amigo.
—O sea, que te follaste a un alumno y a su hermano, a la vez, y otra alumna también quería tema contigo. ¿Tú siempre has sido tan zorra, o es el gilipollas este, que no te da lo que necesitas? —esas palabras, me cabrearon y me excitaron a partes iguales, para mi sorpresa —A mí nunca me dijiste que te gusta eso, me sorprende que no lo hicieras, porque sabes que no me hubiera importado hablarlo.
—No lo planifiqué, surgió. Y en cuanto a lo de zorra, igual es que he tenido al maestro perfecto, ¿no crees? Que me enseñó a separar las emociones del sexo a base de hostias, pero lo mismo ahora no quieres acordarte. Si quieres te refresco la memoria —le dije, mirándole fijamente, bastante encendida, aunque controlando.
Relajó un poco su actitud.
—Vale, no te cabrees, rubita. Lo siento —me cogió la mano y me la besó. Me encanta cómo eres, pero, de repente, me he puesto un poco celoso, celoso porque me hubiera gustado verlo todo y ver cómo disfrutabas.
—¿De verdad? —me sorprendí
—Sí, de verdad —sonrió, mientras su mano me acariciaba la pierna, rozándome la piel con la punta de los dedos, bajando hasta la cara interna, donde se volvió a encontrar con que estaba empapada, otra vez.
Sin bragas mi excitación era mucho más evidente. Con el dedo, me rozó el clítoris ligeramente, y recogió parte de lo que salía de mí. Luego se llevó el dedo a la boca, saboreándolo, luego volvió a mojarlo en mí, pero esta vez me lo dio a probar. Lo saboreé despacio, notándolo salado, y cerrando los ojos mientras lo hacía. Fer bajó la mano hasta mis tetas, moviendo los dedos sobre mis pezones rápido, hasta ponerlos duros, exactamente como sabe que me gusta. Luego los retorció un poco, y yo me retorcí a mi vez en el asiento. Y otra vez noté el vibrador que se ponía en marcha.
Me di cuenta de que estaba más en sus manos que nunca, que tenía la llave de mi placer, y que disfrutaba dosificándolo. Con una sonrisa, me miró mientras me desesperaba por enésima vez.
—Siempre me ha encantado hacerte esto, ¿sabes?
—¿El qué? ¿Desesperarme? Ya lo sé.
—Y a ti también te gusta.
—No sé qué va a pasarme si no me follas en un tiempo razonable, Fer. Estoy fatal desde ayer y tú no es que me ayudes precisamente.
—No te va a pasar nada de nada —sonrió —No tengas tanta prisa, anda —se burló, irónico.
Yo me retorcí de nuevo. Si seguía apretando los muslos, y él seguía acariciándome las tetas como lo estaba haciendo me correría. En lugar de eso, lo que hizo fue darme un golpecito en un pezón con la mano. Yo apreté fuerte las piernas, cerré los ojos y dejé que me llenara una increíble sensación. Mucho más que un orgasmo normal. Más lento, gradual. Me corrí sin hacer demasiado ruido, retorciéndome y temblando de placer.
—Te olvidaste de pedirme permiso —sonrió —Lo sumo al castigo de esta noche.
—Para pedirte permiso estaba yo —le dije yo
—No me hagas parar y volver a ponerte el culo rojo —volvió a sonreírme
En esto, con un tono relajado y tranquilo, me ordenó que le chupara la polla.
—¡Nos vamos a matar! ¿Estás mal de la cabeza? —le dije, asombrada
—Tú tranquila, controlaré. Y obedéceme.
Lo hice. Como pude, le desabroché el cinturón, el pantalón y le saqué la polla. Al igual que yo, tampoco llevaba ropa interior, casi nunca llevaba. Me coloqué intentando no clavarme la palanca de cambios, aunque era difícil, y empecé a lamerle despacio, pero él me exigió que fuera más rápido.
—Como tú sabes, no me jodas… —me cogió por el pelo, marcándome el ritmo.
Yo continué chupando un rato, no sé cuánto. Y en esto, que empecé a notar que la velocidad del coche disminuía. Me quise morir cuando se paró por completo y escuché a Fer, muy amable, desearle buenos días al operario –u operaria—del peaje de la autopista, mientras su mano, implacable sobre mi cabeza, me impedía levantarla ni hacer el más mínimo movimiento, más que intentar no ahogarme. Cuando noté movimiento de nuevo, aflojó la fuerza de su mano sobre mi nuca, aunque no del todo. Me llenó la boca de leche de repente, sin anunciarlo. Y solo entonces me permitió levantarme.
—¡Estás mal de la cabeza, joder! De verdad, creo que tendrías que hacértelo mirar, en serio ¿cómo has podido…?
—Ya te he dicho que controlaba, sabía que el peaje estaba cerca —sonrió
—De verdad, en qué momento te dije que sí a esto, si es que por algo te mandé a la mierda, joder
—Vaya, pues se te olvida de vez en cuando, ¿no? ¿Será que te pone el riesgo? —me dijo, con verdadero sarcasmo —además, no tenías muchas opciones a decirme que no, y lo sabes.
—No sé qué coño me pasa contigo —dije, como si estuviera pensando en voz alta más que hablando.
—Anda, no te pongas así —me acarició un poco el brazo y sonrió —Esto no es nada, ¿sabes?
—¿Qué no…?
—Relájate un poco. Duérmete, si quieres, un rato, aún nos queda para llegar.
Lo cierto es que el coche me estaba dando sueño, la noche anterior no había dormido prácticamente nada y lo agradecí.
—Porque sé que conduces bien, que si no…
Cerré los ojos y me rendí, quedándome dormida a los pocos minutos. Pasó un tiempo indeterminado y sentí que el motor se paraba y los labios de Fer sobre los míos.
—Despierta, que nos paramos un rato a estirar las piernas
Me fui despertando despacio, le devolví el beso y de repente, pensé que tendría que bajarme… con las pintas que llevaba. Y lo cierto es que tenía que ir al baño.
—Joder, y ¿me tengo que bajar con la falda esta tan escasita que me has regalado?
—Si no quieres mearte encima, sí —me dijo, mirándome, irónico.
Le miré, odiándole con toda mi alma en ese momento. Respiré profundamente, saqué las piernas fuera del coche y me levanté con la mayor dignidad posible. Me puse las gafas de sol y le seguí. Pasamos al bar, yo sintiéndome observada y taladrada por un montón de miradas, seguro que no tantas como yo pensaba, pero fue lo que sentí. Fuimos a tomar algo y al baño. Quise que pasáramos a la vez, para evitar quedarme sola en la barra, pero por supuesto, él no me dejó. Primero se quedó él esperándome y luego tuve que volver del baño y estar algo así como cinco interminables minutos allí sola. A mi lado había un tipo que no me quitaba ojo de encima, y no le culpo, realmente, era difícil no mirar. Incluso llegó a acercarse a mí un poco, pero me di cuenta a tiempo y pude evitar que lo hiciera más. En eso, Fer salió del baño.
—Si llegas a tardar más en salir llamo a la policía —le dije, con ironía
—Tenía que hacer una llamada. ¿Lo has pasado muy mal? —me besó y me miró sonriendo
—No, hombre, estoy muy cómoda aquí, sintiéndome observada por todos esos ojos
—La mayoría, de tíos mirando lo buena que estás
—La mayoría, de salidos que no quiero ni imaginarme lo que estarán pensando, Fer —le dije en voz baja
—Yo me lo imagino muy bien —sonrió
—Y yo quiero desaparecer, pero eso a ti te da igual, lo sé —sonreí —¿Vamos a comer ya?
—Realmente, sé que esto te da el mismo morbo que a mí, aunque te cueste reconocerlo, te conozco, rubita —me susurró al oído, cogiéndome por la cintura y mordiéndome suavemente el cuello. Me estremecí, perdiendo la cuenta ya de cuantas veces iban ya en lo que llevábamos de día.
—No, no me hagas esto, por favor.
Estábamos los dos de pie en la barra, yo con un vaso en la mano, y él se situó detrás de mí, poniéndome la mano en la cadera, atrayéndome hacia su cuerpo. Volvió a hablarme al oído, lo que sabe de sobra que es una de las cosas que más me excitan.
—Te encanta esto, no me digas que no.
Puse mi mano sobre la suya, que estaba apoyada en mi cadera, y noté que me atraía de nuevo hacia él, casi como si me estuviera follando muy despacio.
—Voy a parar, porque me están entrando unas ganas de follarte que me muero, ¿sabes? —me susurró
—¿Y por qué no lo haces? —susurré yo también, provocándole
—Porque va a ser a mi manera y cuando yo quiera —volvió a susurrarme —Y así se hará, no cuando a ti se te antoje.
—Acuérdate que yo también sé algunas cositas de ti que te vuelven loco —y me froté contra su polla, ya bastante dura. Luego me di la vuelta lentamente y, mirándole a los ojos y poniendo las manos en sus caderas, pegándome a su pecho, le besé —su punto débil son los besos bien dados, se derrite con ellos y se pone fatal.
—Qué hija de puta eres —me dijo bajito al oído —¿Te puedes comportar como la niña pija que eres, en vez de poner cachondos a todos estos tíos que no hacen más que mirar la pinta de puta que llevas? —me dijo, metiendo el dedo en la llaga y dando donde más dolía.
—De hija de puta a hijo de puta, Señor —sonreí, y le susurré mirándole a los ojos—vámonos, anda, llévame a algún sitio donde estemos más tranquilos.
Noté como hacía un esfuerzo por resistirse y me dijo, en el tono que le sale cuando se está calentando.
—Deja de provocarme ya, o tú sabrás lo que te conviene, rubita. Que te estás pasando —me dijo, tirando de la pulsera que llevaba en la muñeca izquierda, recordándome mi rol de repente.
Por un instante había tenido el control sobre él. Lo importante es que sentí que podía volver a tenerlo en cualquier otro momento, y por fin me tranquilicé. Sonreí y miré hacia abajo, de manera que no me viera.
—Cierto, Señor —le dije, bajito, retomando mi papel de sumisa.
—Vamos a comer algo y a seguir, que nos queda poco.
Comimos rápido y continuamos camino. A eso de las dos de la tarde llegamos a un sitio, un hotel rural, lugar muy adecuado para ir con los tacones que llevaba. Se bajó del coche y me dijo que le esperara allí. Volvió con unas llaves en la mano, que me dio para que guardara mientras conducía, y llegamos a otro sitio, apartado del pueblo, una cabañita de madera en medio del campo. Me ayudó a bajarme del coche, para no matarme, aunque no había mucho que andar, abrió con la llave y entramos.
—Adoro el campo, ya lo sabes —le dije, irónica
—Esto te va a gustar, además, no hemos venido aquí a por setas, precisamente —sonrió. Está lo suficientemente apartado para que nadie te oiga gritar —me dijo, sonriendo.
—Y sabes perfectamente cómo cometer el crimen perfecto sin dejar pruebas, ¿verdad, letrado? —sonreí yo
—Claro, pero no me conviene, me lo paso demasiado bien contigo –sonrió —Anda, entra, y ve dándote una ducha. Ahora voy. Y te puedes quitar el vibrador.
—Como quieras, Señor.
Le hice caso, la verdad es que llevaba horas queriendo ducharme, así que fui dentro de la cabaña. Era pequeñita, pero tenía todo lo necesario, una cocina, el baño, un dormitorio y una especie de sala de estar, todo bien decorado y nuevo. Fui hacia el baño, y me duché, sintiendo un placer enorme, porque lo necesitaba de verdad, y luego me sequé con una toalla grande y esponjosa que había en un estante. Salí hacia el dormitorio, donde me estaba esperando recostado en la cama, aún completamente vestido y comiéndome con la mirada. Uf. Qué ganas de tirarme encima suyo, joder, ¿por qué me descontrolo tanto en su presencia?
—¿Mejor? ¿Más cómoda? —me preguntó
—Mucho mejor, muchas gracias, Señor —le dije
—Quítate la toalla, que te quiero ver. Y ponte otra vez las botas, solo.
La dejé caer lentamente, deliberadamente, y me acerqué a él. Cogí las botas y me las puse despacio también. Cuando estuve muy cerca, de él, me abrazó, pegándome contra su cuerpo, sintiendo su ropa pegada a mi piel desnuda. Sus manos me acariciaron, primero las caderas, luego el culo, hasta que me besó, un beso largo y apasionado, lleno de ganas. Su sola presencia o su voz hace que me ponga fatal y me excite, pero sus besos hacen que me moje hasta el punto de empezar a chorrear de manera literal, cosa que él conoce de sobra, y le encanta.
—Estás mojada como una zorra, igual que siempre, ¿verdad? —me susurró al oído, llevando una de sus manos a mi coño para comprobarlo —Sí, sí que lo estás—se dio media vuelta para coger algo que había sobre la cama, un pañuelo oscuro, y me lo puso sobre los ojos, dejándome sin ver nada. Me ayudó a tumbarme en la cama, y después me cogió las muñecas con una mano, juntándolas por delante y noté frío metálico en las ellas. Me asusté. No sé qué le podría pasar por la cabeza.
—Fer, no te pases, por favor, qué vas a…
—Confías en mí, ¿verdad? —me dijo al oído, con un tono que, ahora sí, me convenció.
—Sí. Confío.
—Bien. Acuérdate de lo que te he dicho esta mañana, ¿vale? Tranquila, aunque a ti te parezca que no, me sé controlar.
—Berlín —recordé
—Eso es
Luego noté como sujetaba las esposas con algo. Después, me estiró los brazos hacia arriba y me quedé inmovilizada. Él siguió pegado a mí, su cuerpo apoyado sobre mi pecho.
Atada como estaba, y sin poder ver, sentía el doble. Él me acarició todo el cuerpo con la punta de los dedos, lentamente, erizándome la piel. Otra vez estaba tan caliente que no podía más. Pero decidí no dejárselo ver demasiado. Mi esfuerzo fue en vano, porque me preguntó:
—¿Estás caliente?
—¿A ti que te parece? —le dije, con tono tenso
—Que un poco sí… Y que eres muy mala sumisa, algo voy a tener que hacer, contigo otra vez —me dijo, en voz baja junto al oído.
—Nunca me preguntaste si quería serlo.
—Es más que evidente que te gusta. Pero, si quieres, te lo demuestro otra vez.
Llevó la mano hasta mi coño. Debía de haber una inundación allí. Cogió un poco y aprovechó para desesperarme un poco más, masturbándome muy suavemente, sabía que si lo hacía más fuerte o más rápido me correría.
—¿Así que te has aficionado a los tríos, ¿eh?
—Bueno…
—¿Sí o no? ¿Te gustaría que alguien te estuviera comiendo el coño, o follándote ahora mismo, mientras yo te hago más cosas?
—Fer, joder…
—¿Qué? ¿Qué te pasa?
—Que no puedo más —le dije, con voz débil.
—Recuerda que yo llevo aguantándome todo el día. Y que tengo unas ganas de follarte que no puedo más, ¿sabes?
—No sé a qué estás esperando —le provoqué
Noté que cambiaba de posición, y después, una bofetada suave, que no llegó a hacerme daño, pero que me jodió en lo más profundo. Lo hubiera matado. Bufé. Y él se rio.
—Me lo voy a pasar en grande contigo, rubita —me susurró al oído
—Necesito que me folles ya. No puedo más —me estaba odiando a mí misma por arrastrarme tanto, pero ciertamente, no podía más.
—No sé, si me lo pides con un poquito más de respeto… —me susurró —O, si lo prefieres, te puedo dejar así, como estás toda la tarde. ¿Qué quieres?
—Correrme…
—¿Solo correrte?
—Que me hagas correrme y que luego me folles —estaba casi fuera de mí de la excitación. Y casi podía verle sonriendo, encantado de verme así de caliente y de incontrolada.
—No te lo mereces —me susurró de nuevo —Te voy a enseñar a controlar esas ansias.
—Por favor…
—Shh, tranquila —me acarició el pelo, metiendo los dedos entre él y rozándome la nuca y tirando de él, a continuación. Me arrancó un gemido —Eres tan sensible, me encanta… —me dijo, sin dejar de hacerlo —Tienes más zonas sensibles, y las voy a aprovechar para estimularte como yo quiero. Quiero que te corras tantas veces que pierdas la cuenta, y la cabeza. Será lo mejor que te va a pasar en tu vida —me dijo al oído.
Le noté cachondo perdido, le conozco bien y sé identificar cuando lo está solo escuchándole o viéndole. Mi cuerpo no podía parar de reaccionar a sus palabras y su piel. Estaba en sus manos, completa y absolutamente en sus manos.
Me acarició con la punta de los dedos, muy lentamente, erizándome toda la piel, desde el ombligo hasta las tetas. Sabe lo sensibles que las tengo, si las hubiera acariciado como él sabe me habría corrido, tal era mi estado de excitación. Por eso solo las rodeó con los dedos, cada vez que rozaba los pezones de pasada, como por despiste, me arrancaba gemidos y me arqueaba para intentar retener su mano allí. Era una tortura insoportable y deliciosa a la vez, una agonía que me estaba matando y encantando al mismo tiempo. Notaba mis pezones duros e hipersensibles, más que nunca. Entonces, noté como la tela de su camisa me rozaba, y me besaba muy lentamente, de esa forma única que tiene de hacerlo. Yo tenía las piernas separadas, pero me notaba tan mojada que le estaba empapando los vaqueros.
—Tienes unos pezones ideales para hacerte lo que te voy a hacer. Te va a volver loca, y a mi verlo —me susurró al oído
—¿Qué me vas a hacer? —acerté a preguntar
—Te va a encantar —insistió
Se movió hasta colocarse a horcajadas sobre mí. Me quitó la venda de los ojos y pude ver como se iba desabrochando la camisa y el cinturón, mostrándome sus caderas perfectas, me encantan. De la mesita al lado de la cama cogió una bandejita y entonces pude ver que había varias pinzas de madera, de las de tender la ropa y unas metálicas unidas por una cadenita. Me revolví un poco.
—¡Eso me va a doler mucho!
—¿Y tú qué sabes, si no las has probado? —sonrió. Puso los labios sobre uno de mis pezones y se endureció —más aún—de lo que ya estaba, lo hizo a base de lengüetazos y pequeños mordiscos. Cuando estaba a punto de correrme, paró, sonriendo.
—No, todavía no. Vas a irme diciendo lo que sientes, ¿vale?
—Que te odio…
—¿Si? ¿Porque no te dejo correrte? —empezó con el otro pezón, suavemente
—¿Y si esas pinzas me duelen demasiado?
—Confía. Pero aguanta un poco, solo te pido eso.
Confiaba plenamente, estaba en sus manos y me sentía bien y cómoda.
—Hazme lo que quieras —me oí decir
—Si, eso mismo voy a hacer. Voy a usarte, para darte y darme placer. Primero, voy a atarte las tetas, me apetece verlas así —tenía una mirada completamente lujuriosa, fuera de sí de excitación, como jamás le había visto. Me encantaba verle así, nos retroalimentábamos el uno al otro.
Me quitó las esposas y me ayudó a sentarme en la cama.
—Pon las manos en la nuca —me dijo
Lo hice. Mis tetas quedaron ligeramente levantadas. Pasó una cuerda que rascaba un poco, primero por el cuello y después empezó a dar vueltas a mi cuerpo, rodeando las tetas y cada vez más apretadas, con ella. Cada vez que me rozaba la cuerda me estremecía. Decidí compartir esta sensación con él.
—Me encanta cuando la cuerda me roza la piel, ¿sabes?
Él fue apretando, moderadamente, la cuerda, hasta que mis tetas quedaron perfectamente atadas y expuestas.
— Me alegra saberlo —sonrió —Estás preciosa. Ahora túmbate otra vez —me ordenó
Me tumbé lentamente otra vez. Me dijo que pusiera las manos en la misma posición de antes. Pensé que iba a ponerme las esposas otra vez, pero no, cogió más cuerda igual que la que llevaba puesta y empezó a atarme las muñecas, igual que antes, pero con la cuerda. Muy lentamente, haciéndomela sentir en la piel. Cinco vueltas en cada una, no podía moverme ni desatarme, por más que hubiera querido. Terminó con un nudo, y luego fue a las piernas. Las ató separadas, cada una a una pata de la cama, muy tirantes, no podía apenas moverlas. Ahora sí que estaba en sus manos.
Cuando terminó de atarme, volvió a acariciarme con la punta de los dedos, despacio. Se puso de pie, y me miró. Sus ojos y su sonrisa delataban la de cosas que estaban pasando por su mente. Yo estaba entregada, confiaba plenamente en él, aunque no tuviera ni la más remota idea de lo que iba a hacerme, excepto que iba a usar unas pinzas de la ropa en mis pezones. Con ese pensamiento, se pusieron duros de nuevo, en realidad no habían dejado de estarlo en ningún momento.
—¿Cuántas veces te has corrido desde esta mañana, rubita?
—No sé, no me acuerdo…
—Se te olvida decir algo, ¿no? A ver si con esto recuperas un poco la memoria—cogió el cinturón de su pantalón del suelo, lo dobló y me acarició la tripa y luego los muslos con él. Me puse tensa.
—Fer, ¿qué vas a hacer con eso? —le pregunté, con una mezcla muy extraña de excitación y preocupación a partes desiguales.
—Shh, cállate —me susurró, mientras me seguía acariciando con él—Sigues confiando en mí, ¿verdad?
De repente, el cuero impactó contra uno de mis muslos, como una descarga. Súbita, sin esperarlo. Dolió, sí, pero la excitación era muchísimo más fuerte. Joder, pero ¿qué me estaba pasando?
—¡Ah!
—Se te olvida decirme algo cuando acabas tus frases, rubita.
—Sí… Señor —le dije, aunque me costó un mundo hacerlo. Quería llamarle de todo menos eso. Y, sin embargo, la palabra salió de mis labios.
—Me gusta como suena el cuero en tu piel, ¿sabes? ¿Quieres volver a sentirlo otra vez?
—No lo sé, Señor —dudé
Sonriéndome, y otra vez sin esperarlo para nada, el cinturón volvió a sonar, fuerte, contra mi piel en el otro muslo.
—No te lo repetiré más, puta. ¿Te gusta?
—Me da la sensación de que diga lo que diga va a ser la respuesta equivocada, Señor —le respondí, sintiendo aún la piel ardiendo
—Tú prueba —me miró sonriendo, con el cinturón doblado en una mano y acariciando mi piel enrojecida con la otra —Y se sincera, porque voy a notar si me mientes, rubita —me miró sonriendo —Te conozco muy bien, acuérdate.
—No me gusta arrastrarme ante ti y someterme, pero, al mismo tiempo me excita —le dije, resumiendo en pocas palabras lo que llevaba sintiendo todo el día.
—Si, muy sincera. Entonces, si te excita, ¿por qué no te gusta? Estás empapada, lo sabes, ¿verdad? —dejó el cinturón sobre mis muslos enrojecidos un momento y se mojó los dedos índice y corazón de la mano derecha en la inmensa humedad que había entre mis piernas. Al tocarme noté cuánto lo estaba. Me retorcí, gimiendo bajito sin poder contenerme, intentando apretarme contra sus dedos. Él sonrió, puso los dedos sobre mis labios, mojándomelos de mi propia humedad muy despacio y luego lo metió en su boca, saboreándolo muy despacio y depositando un beso muy breve a continuación, lamiéndome y mirándome a los ojos, con esa mirada de cabrón malnacido que se le pone cuando está caliente.
—No lo se, Señor, estoy bastante confundida, la verdad
—Confundida y muy cachonda, según veo, zorra. Hablando de eso, ¿cuántas veces te has corrido hoy? ¿Has recuperado la memoria ya?
—Tres, Señor —respondí yo, temiéndome la siguiente pregunta
—¿Tres? —me miró
—Si. Esta mañana, antes de verte, me corrí una y después otras dos, una en tu casa y otra en el coche.
Cogió tres pinzas de la bandejita. Las puso sobre mi estómago y luego se sentó a mi lado. Acarició los pezones con la punta de los dedos, asegurándose de que estuvieran duros. Luego, cogió el izquierdo fuerte, retorciéndolo.
—Vamos a por la cuarta, lo sabes, ¿verdad? Pero ten mucho cuidado de correrte otra vez sin pedirme permiso, o te castigaré. Voy a hacerlo por la vez que no he visto, por la que no me lo has pedido educadamente esta mañana y por la vez que te has corrido en el coche sin acordarte de pedirme autorización. Como lo hagas otra más podría cabrearme mucho, rubita, me has entendido, ¿verdad? —me retorció el otro pezón, tan fuerte que casi me hizo gritar, ya no sabía si de dolor, placer o todo junto —Y sé muy bien que esto te va a gustar mucho, así que contrólate.
Cogió una pinza. Acarició el pezón izquierdo entero con ella, la abrió despacio y la colocó en el centro. Noté como apretaba y presionaba. Y entre mis piernas había ya un mar que corría. Luego colocó la otra pinza en el pezón derecho. Cuando se aseguró de que estaban bien puestas, me preguntó:
—¿Te duelen mucho?
—Aprietan un poco
—¿Las aguantas bien?
—De momento, si
—Te conozco, zorrita, sabía que te iban a gustar. Te gusta lo que sientes, ¿verdad?
—Sí
Me clavó la mirada
—Qué mala memoria tienes —retorció la del pezón derecho de repente
—¡Ahh! Me gusta… Señor
—Cuando no puedas soportarlas más dímelo, ¿vale? Te dejaré descansar un poco.
—¿Voy a estar con ellas puestas mucho rato, Señor?
—El que yo considere—acarició levemente mis tetas con la punta de los dedos, mientras me miraba, encantado con lo que veía —Me encanta como te quedan. Tus tetas están increíbles así, atadas y pinzadas. Bueno, cuéntame detalles de esa corrida que no he visto. ¿Cuándo y cómo ha sido?
—Esta mañana. Mi marido… —se le oscureció la mirada
—Qué zorra eres, joder… ¿No te podías aguantar?
—Bueno, me lo ordenaste anoche, ¿recuerdas, Señor?
—No fue una orden exactamente. Me pusiste muy caliente y te lo dije sin pensarlo mucho. Me sorprende que te guste follar con ese imbécil. Y dime, ¿qué tal fue el polvo conyugal?
—Pensaba en ti mientras me follaba, Señor
—No esperaba menos, zorra. Pero la pregunta no era esa. Te he preguntado que cómo fue.
—Rápido. Llegó de trabajar, yo estaba medio dormida y me folló, de medio lado, Señor. Me corrí enseguida, estaba muy caliente desde ayer
—Qué pena, desaprovecharte así —dijo, con desprecio—¿Por qué estabas caliente? —sonrió
—Pensaba en ti, Señor.
—¿Yo te pongo caliente, zorra?
Estaba al borde de la desesperación, de la excitación y de la locura.
—Lo sabes muy bien, Señor…
Me retorció las dos pinzas a la vez, lentamente
—¡Ahhh!
—Te he preguntado que si te pongo caliente, joder. Quiero oírlo, y quiero que me respondas como espero de ti — volvió a retorcer las pinzas, hacia el otro lado, muy despacio, haciéndomelas sentir de nuevo.
—¡Ah! Sí, me pones muy caliente, Señor, mucho, siempre lo has hecho. No… no seas duro conmigo, por favor —me metí de repente en el rol de lleno.
—No quiero serlo, rubita, pero no me vas a dejar más opciones, si no sabes comportarte. Aunque te tengo que confesar que me ha puesto muy cachondo que me supliques y cuando gritas de dolor.
Me asusté en serio. ¿Ahora era un sádico?
—Señor… te suplico, y lo digo en serio, que no seas cruel conmigo. —la voz me tembló un poco —Estoy disfrutando a ratos, pero también, de vez en cuando, me das un poco de miedo —confesé, mirándole a los ojos.
Mi cara debió reflejar el miedo que sentí en ese instante, porque me dijo, poniéndose serio
—A ver, rubita. —me acarició la cara y me besó en los labios con gesto de preocupación —Nunca te haría nada que no te vaya a gustar, y nunca te voy a hacer sentir verdadero dolor. Solo el que yo vea que puedes soportar y te puede gustar. Si quieres que pare, di la palabra de seguridad. Pararé del todo y estaré contigo como siempre. Está en tus manos.
En mi cabeza había un lío curioso en ese momento. Por un lado, tenía miedo, pero confiaba en Fer, y estaba excitadísima. Mis feromonas, como siempre, bailaban al son que él les tocaba, pero ahora encima, más todavía. Lo que me faltaba. ¿Estaba disfrutando con el dolor? No me lo podía creer. La parte racional de mi cerebro se quedó estupefacta cuando la otra dijo
—No, no quiero que pares, Señor. Confío en ti. Por favor, perdóname las dudas.
Él sonrió, volvió a acariciarme la cara suavemente y me besó de nuevo, lentamente, mientras quitaba despacio las pinzas de mis pezones. Un ligero quejido se escapó de mis labios, cubiertos por los suyos ahora. Se colocó sobre mí a horcajadas, con los vaqueros desabrochados, la camisa abierta y las manos sobre mis pechos, cogiéndolos con delicadeza ahora, pasando las puntas de los dedos sobre los pezones ligeramente hinchados, por la vuelta de la sangre que volvía a circular. Se inclinó, y me besó muy lentamente, de nuevo, y luego bajó a curar con la lengua la presión de las pinzas, lamiendo las marcas que habían dejado, los pezones estaban durísimos, sensibilizados por el ligero dolor que sentía, pero, sobre todo, por el enorme calentón que llevaba encima. Siempre ha sabido hacer eso de vicio, hacerme esperar y hacer que le desee.
Siguió lamiéndome los pezones muy despacio, suavemente, y entonces, me dio la orden.
—Quiero que te corras ahora, rubita —me dijo mirándome a los ojos, mientras me mordía un pezón y apretaba el otro.
Y lo hice, me corrí, me dejé llevar por fin, sintiendo un alivio inmenso. Me dio la sensación de que era un orgasmo eterno, como si me deslizara por un túnel. Pero aún necesitaba mucho más. Necesitaba que me follara, que me partiera en dos, que me follara de una puta vez, y mi mente quería decírselo, pero mi recién descubierta parte sumisa acalló este deseo y me callé, mientras las contracciones del orgasmo seguían llenándome.
Aproveché para mirarle. Estaba increíblemente guapo. Sus ojos brillaban de deseo y cada poro de su piel lo reflejaba. Su polla también, por supuesto. La tiene de un tamaño muy respetable, bastante ancha, y en ese momento estaba plena, a tope, durísima. Sin dejar de mirarme, entonces, empezó a penetrarme, despacio. Sin poder evitarlo, un gemido prolongado se escapó de mis labios. Cerré los ojos y me sentí llena, completamente. Él me susurró mientras lo hacía.
—Joder, qué ganas de metértela, rubita. Dios, que ganas tenía —me cogió de las caderas, dejándolas ligeramente elevadas. Sus manos me agarraban fuerte, y entre las cuerdas y cómo me sujetaba, sentí que no podría moverme si él no quería.
A pesar de las ganas que tenía de follarme, le conozco bien y sé que estaba en disposición de darme mucha caña. Tarda mucho en correrse, si quiere. Y a veces parece que me lee la mente.
—Sabes que voy a darte mucha guerra, ¿verdad? —sonrió, agarrándome fuerte las caderas, mientras me la clavaba fuerte y muy profundamente, lento pero firme, casi haciéndome gritar.
—Si, Señor, lo sé y… —iba a añadir algo, pero logré callarme a tiempo
—¿Qué me ibas a decir? Di lo que quieras —sonrió
—Mis pensamientos no son muy sumisos cuando me tienes así, F… esto Señor
—Lo sé —sonrió, moviéndose un poco más deprisa—Dime, ¿qué piensas? Lo que te salga, rubita, no te cortes —susurró
—Ah… —gemí—que me encanta tu polla, Señor
—En condiciones normales me habrías llamado cabrón cinco o seis veces ya, ¿verdad? Casi que lo estoy echando de menos—sonrió
—Intento ser buena, Señor, no me provoques, por favor, te lo suplico.
—Eso, suplícame, que me pone, zorra. No sabes cuánto. Y sabes que voy a hacer todo lo posible por provocarte, ¿verdad?
Hice un tremendo esfuerzo por tragarme las palabras que querían salir de mis labios
—Si, Señor, lo sé muy bien
—Esta mañana me has dicho que me ibas a dejar seco, ¿verdad?
—Sí, Señor, lo dije
—Pues vamos a ver quién se queda seco antes, puta —me susurró al oído, mientras aceleraba el ritmo.
Me folló a ritmo medio un rato, y casi me hizo correrme otra vez, pero paró antes. Luego deceleró, hasta salirse de mí. Cogió algo que estaba en la mesilla. Un bote de lubricante y un vibrador de tamaño medio. Dejó el vibrador sobre mi estómago un momento mientras echaba un poquito de lubricante en su mano derecha. La dirigió a mi entrepierna, más en concreto a mi ano. Mezcló el lubricante de su mano con el mío natural, que resbalaba hasta la mitad de mis muslos.
—Me encanta como te mojas, zorra. ¿Te pasa con todo el mundo igual?
—No, Señor, con todo el mundo no.
—Te voy a abrir entera. El culo también.
—Con cuidado, por favor, Señor
—Claro. Quiero que disfrutes. Aunque es verdad que aquel día que te la clavé de una vez en tu despacho me lo pasé como un cabrón —sonrió
Recordar ese día hizo que se me revolviera el cuerpo. Debí mirarle con cara poco sumisa.
—¿Algún problema?
—Eh… no, Señor
—Bien, pues voy a abrirte
Ahora cogió el vibrador y lo untó con lubricante. Lo fue introduciendo dentro de mi culo, lentamente, pero abriéndolo. Me encantaba sentirlo. Y cuando estuvo todo dentro, me avisó de que lo iba a poner en marcha.
—Ya lo tienes todo dentro, ahora lo vas a notar vibrar —y lo encendió. Gemí un poco, la sensación era increíble
—Veo que te gusta. ¿Quieres probarlo con mi polla también?
—Si, Señor, por favor.
—Qué viciosa eres, joder. Y cómo me gusta —sonrió
—Gracias, Señor —sonreí yo
Volvió a meterme la polla otra vez, por el coño, mientras tenía el vibrador en el culo. Y entonces sucedió, no pude contenerme. Me corrí, intentando no ser muy escandalosa, pero era inútil. La sensación era demasiado placentera.
—Señor, lo siento, pero…
—Ya lo he visto, puta. ¿Qué tengo que hacer contigo ahora?
—Supongo que castigarme, Señor
—¿Supones?
—Merezco un castigo, Señor
—¿Qué castigo te parece apropiado?
A estas alturas del juego, ya me había enterado de cómo iba la cosa.
—El que tú consideres, Señor. Lo dejo a tu criterio, seguro que es el adecuado.
—Qué zorra más lista eres. Exacto. Eso mismo voy a hacer, aplicar mi criterio. Te has corrido tres veces sin mi permiso delante de mí, y encima has follado con el gilipollas de tu marido antes de verme. Cuatro veces. Creo que te mereces 5 azotes, repartidos por 4 partes de tu cuerpo. 20 en total. Y usando distintas cosas para dártelos. ¿Te parece justo?
—Sí, Señor, pero por favor…
—Tranquila —me miró y me sonrió
—Sí, Señor
—En primer lugar, azotaré tu culo. Usando la mano, como esta mañana, así que te voy a soltar —soltó mis piernas primero, masajeando un poco mis tobillos y luego las manos y las tetas.
Me ordenó inclinarme sobre la cama, de pie, y él se puso detrás de mí. Igual que por la mañana, me acarició primero, antes de darme, y esta vez me dijo
—Cuéntalos. Y dame las gracias, por cada uno.
Uf. Eso era terriblemente humillante para mí. Mi mente empezó a rebelarse de nuevo. Sentí el primero de repente, bastante más fuerte que por la mañana. Grité, de sorpresa y dolor. Pero no pude articular palabra.
—No te oigo, zorra —me dijo
—No puedo hacer eso, Señor, es superior a mi.
—¿Si? ¿De verdad? —soltó su mano sobre mi culo otra vez, con todas sus ganas, haciéndome gritar de nuevo —¿Quieres el doble de azotes? ¿40?
—Lo prefiero, Señor —le dije
—Puta orgullosa. Te vas a arrepentir
Ya no me daba miedo cuando me decía esas cosas. Me excitaba más. Aún tenía el vibrador dentro del culo, a velocidad baja.
—Prefiero suplicarte que pares de darme que agradecerte los azotes, Señor
—Te vas a tragar el orgullo, zorra. No me retes…
—No lo hago, Señor, te digo la verdad.
—Sí lo haces —volvió a darme otro azote, con más rabia contenida, y yo volví a gritar, y a continuación, me dio siete más, hasta llegar a diez, con la mano, con la misma mala hostia, o peor, prácticamente seguidos. Cuando terminó a mí me ardía el culo, de manera literal, y a él la mano.
—Arrodíllate y cómeme la polla. ¡Ya! —ahora le notaba el cabreo en la voz. Lo hice, arrodillándome despacio, y él me agarró del pelo, haciendo que me la metiera en la boca hasta el fondo de la garganta, de una vez, ahogándome con ella, sin dejar casi que ni me moviera. De pronto, tiró de mi pelo para separarme de su polla, y, sin soltarme, me dio una bofetada. Yo no pude más. Me rebelé y le escupí, a sabiendas de a lo que me arriesgaba.
—Esas tenemos, ¿verdad? —susurró —Se levantó de la cama y me agarró fuerte, luego me tiró boca abajo en la cama. Cogió el cinturón, que se había quedado por allí antes, y volvió a doblarlo.
—Así que el doble de azotes, porque la puta orgullosa no quiere contar. Mira bien si es eso lo que quieres, rubita, no te vayas a arrepentir —me dijo, con la voz completamente tomada por la excitación—¿Es eso lo que quieres, en serio?
—Sí, —le dije audaz —Por más que me des, lo prefiero a tener que contar, ¡no soporto que me humilles! –le grité
—Vale, pues tú lo has querido. Te va a costar sentarte, te lo advierto, porque, además, te voy a follar el culo después, pero bien follado.
—Hazlo —ahora sí le estaba retando
—A ver qué le cuentas al gilipollas cuando vuelvas y te vea el culo morado. Porque así es como se te va a quedar cuando acabe contigo. Y no creas que me voy a cortar nada, ¿me oyes? —me dijo, mientras me cogía del pelo y tiraba de él.
Luego noté como el cinturón me cruzaba el culo, fuerte, súbito. Me dolió horrores, pero me aguanté las ganas de gritar. Continuó dándome el resto de azotes que quedaban, hasta que llegó a los treinta. Fueron duros, sobre todo los del principio, y ya no pude aguantar los gritos de dolor, pero notaba como me resbalaba líquido por las piernas, a la vez que las lágrimas por la cara. Después, me volvió a meter la polla, pero por el culo, una vez hubo sacado el vibrador, de una vez, y sin miramientos, y me folló fuerte, rápido y duro, sujetándome por el pelo y por la cadera, mientras se movía rápido en mí y hacía conmigo lo que le daba la gana. Empecé a notar las contracciones de otro orgasmo, y no pude ni avisarle, porque empezó a correrse él, de manera escandalosa, como siempre. Cuando se recuperó me dio la vuelta, tumbándome en la cama boca arriba, y, poniéndose sobre mí, me abrazó y acarició, me limpió las lágrimas, y después me besó. Un beso largo, apasionado, duró mucho tiempo y yo no podía dejar de llorar. Siguió besándome hasta que las lágrimas dejaron de brotar, y entonces, me dijo
—Me ha encantado, rubita. Me encantas —sonrió
Yo no podía hablar. Tenía muchas sensaciones dentro, y en ese momento no podían salir. Él volvió a besarme, se levantó y fue a coger algo. Volvió en seguida, con un bote en la mano. Luego me dio la vuelta y noté algo frío en el culo, cosa que me vino bien, porque lo tenía ardiendo, y me dolía. Extendió suavemente la crema con la mano, lentamente, cuidándome. Volvió a darme la vuelta y a besarme.
—Eh, dime algo, que me voy a preocupar —sonrió—¿estás bien?
Yo respiré profundamente antes de hablar
—Estoy confundida, nunca pensé que algo así me podría gustar tanto. ¿Cómo podías saberlo tú?
—Te conozco un poco –sonrió—No lo sabía exactamente, pero lo intuía, y por eso lo he hecho. Si hubiera notado que no te gustaba, hubiera parado, aunque no me hubieras dicho la palabra de seguridad, lo sabes, ¿no? —me besó
—Lo sé —sonreí—¿Y ahora qué? Me siento como si me hubiera pasado un tsunami por encima.
—Exagerada —se rio
—En serio, joder. No es solo que me duela el culo, que me duele, es que no sé… me siento bien, y no sé si debería sentirme así.
—Bueno, ¿y por qué no deberías? —me dijo, mientras se levantaba a por un cigarro. No fuma casi nada, pero después de comer y de follar son dos momentos en los que lo hace.
—No sé si es muy normal esto.
—Te gusta, me gusta, lo hemos hecho porque hemos querido hacerlo. No veo dónde está el problema, rubita —me dijo, después de dar una calada.
—Supongo que tienes razón, pero yo sigo confundida —le dije, mientras me apoyaba en su pecho.
—Pero ¿te sientes bien?
—Sí, aunque ha habido veces que no, como por ejemplo, cuando me has dicho lo de contar. Te hubiera matado, cabrón.
—Bueno —sonrió—eso sí que lo sabía. Sabía que eso te iba a joder, y por eso lo he hecho.
—Muy bonito…
—Te ha jodido, pero estabas bien mojada, ¿a que sí? —sonrió
—Mojada estaba desde ayer, cabronazo. Te encanta tenerme así, hacerme sufrir…
—Mojada llevas desde que te dije que íbamos a venir —me sonrió, mientras apagaba el cigarro en un cenicero y me tumbaba boca arriba en la cama —Y me he propuesto dejarte seca, aunque la verdad es que nunca consigo que lo estés —me susurró, mientras se ponía sobre mí —Nunca he conseguido que te portes bien, como se podría esperar de una pijita como tú, siempre que te veo acabas chorreando, sin bragas, o poniéndolo todo perdido. ¿Qué hago yo contigo, eh?
Intenté hacer que se diera la vuelta, para ponerme sobre él, pero no me dejó
—¿Dónde vas? -sonrió—Estate quietecita ahí, que estás muy guapa así. ¿Te estás poniendo cachonda otra vez?
—Como si hubiera dejado de estarlo…
—¿Quieres que te folle?
—Sí
—Sí, ¿qué? —me dijo, mientras me tiraba un poco del pelo, teniéndome bien sujeta.
—Sí… Señor, méteme la polla –otra vez esa sensación de odiarle y al mismo tiempo estar tan excitada que no podía casi ni pensar
—¿Y cómo se piden las cosas?
—Por favor, Señor, méteme la polla
—Porque te has portado bien antes, bueno, la verdad es que no, pero me ha gustado —sonrió—Y porque tengo ganas de hacerlo, porque me gusta mucho follarte —me dijo, mientras me metía la polla lentamente y se quedaba quieto dentro de mí.
—Gracias, Señor —gemí de placer—a mí también me gusta mucho follar contigo.
—Debe de ser así, si no no estarías poniéndole los cuernos al imbécil conmigo —cada vez que tiene oportunidad de decirme algo así, no la pierde.
—Señor… no seas hijoputa
—Si no lo fuera no te gustaría tanto, y posiblemente, no nos llevaríamos tan bien, rubita —sonrió, mientras seguía quieto dentro de mí —Pero la verdad es que sí que lo soy. Y se me ha ocurrido una cosa, precisamente ahora que estamos hablando del imbécil. ¿Dónde tienes el móvil?
—En mi bolso, ¿por qué?
—Porque voy a ir a por él, te lo voy a traer, voy a volver exactamente a la misma posición en la que estoy, es decir, te voy a volver a meter la polla, y tú vas a llamarle, que todavía no le has llamado para decirle que has llegado bien a Segovia, mala mujer —me sonrió, mientras notaba como se le ponía aún más dura.
—¿Pero qué coño estás diciendo, hijo de puta? ¿Cómo voy a hacer eso?
Se levantó a traerme mi teléfono, mientras hacía lo que me había dicho, ponerse en la misma posición que estaba antes.
—Llámale.
Le miré con cara de súplica
—Que le llames
—Me cago en tu puta madre, Fer
—Lo que tú digas, rubita, pero marca. Y no me toques los huevos, porque puedo ser solo un poquito malo o malísimo, tú eliges.
—¿Un poquito? Te estás pasando muchísimo…
—Marca —me dijo, mientras me daba el teléfono, sin dejar de mirarme
(continuará)