Empecé a escribirlo en la primavera de 2011. Primero lo titulé «La cuenta pendiente I», pero creo que «Berlín» le va mejor. Me gustan los títulos cortos, sonoros, y que resuman bien la esencia del relato, a ser posible en una sola palabra.
Jamás he sentido por nadie lo que por tí. Ni nadie me ha erizado la piel como tú, ni me ha excitado de esa manera tan brutal. Tengo que agradecerte haber podido llegar a tocar el cielo con las manos, aunque el precio que he pagado ha sido demasiado caro. El personaje de Fer está basado en ti.
Es conveniente recordar de dónde viene esta historia
—»Si en algún momento lo crees necesario, di “Berlín”, y yo pararé. Ese es el pacto»… first, we take Manhattan. Then we take Berlin
Escuchar sus palabras me llevó a recordar el estribillo de aquella canción en la voz áspera y sensual de Leonard Cohen. Me hizo retroceder, de repente a aquella noche de hace ya algunos años en la que conocí a Fer, en la lectura de una tesis de una amiga de mi amiga Mónica. Lo que pasó en el intervalo que va desde el momento en que nos conocimos hasta que, una hora y poco más tarde, estábamos enrollándonos en su coche con Cohen de fondo lo recuerdo muy bien. Y cuando volví a escuchar «Berlín» en sus labios todo volvió a mi mente, como un flashback en una película, como un fogonazo que me trasladó automáticamente a aquel momento.
Jamás he tenido una química tan fuerte con nadie, jamás de esa forma. Jamás he odiado, querido, confiado y me he sentido traicionada de esa forma por nadie. En resumidas cuentas, al único hombre a quien he amado con pasión en toda mi vida ha sido a Fer.
Sin embargo, renuncié a toda esa pasión, porque soy práctica, e inteligente. Después de cinco años en la montaña rusa, me soltó que se iba a Estados Unidos por lo menos un año, y que no sabía si volvería o no, o qué quería hacer con su vida. Así que ahí estábamos, en una de esas idas y venidas que teníamos, y una noche me presentó a un conocido suyo, médico, guapo y encantador, que supo estar en el momento perfecto y en el lugar correcto. Se llevó el gato al agua, tras currárselo bastante bien.
Diez meses después de que Fer se fuera, yo estaba dando el sí quiero a un hombre que en realidad solo me aportaba tranquilidad, que no es poco. Y ahí estaba yo, mi abuela hubiera estado orgullosa, casada con un médico guapo y encantador que trabajaba tanto que apenas si le veía. Y él encantado de presumir de mujer profesora universitaria, la perfecta mujer florero. Ninguno de los dos nos queríamos, pero fuimos un roto para un descosido. Hasta que, exactamente un año, tres meses y una semana después de irse a hacer las Américas, Fernando volvió. Como quiera que sea que, a pesar de todo, siempre nos hemos llevado bien, me llamó para tomar algo. Quedamos en la cafetería de mi facultad, una tarde que no había mucha gente, y al conocer las buenas noticias, se cabreó tanto que se levantó y me dejó con la palabra en la boca. Lejos de molestarme, lo que sentí en ese momento fue el dulce sabor de la venganza. Sonreí, me terminé el café y pensé que había ganado, por fin.
Qué equivocada estaba, joder. Había ganado el juego, pero el partido aún no había terminado. De hecho, el partido era de los de luchar cada punto, a cinco sets. Cuando se recuperó del golpe, se dedicó a putearme, a demostrarme que le seguía deseando, y que siempre que quisiera me podría tener. No era del todo incierto, y yo le seguí el juego, pero a mi manera y con mis reglas. Eso sí, más de una vez estuve en la cuerda floja, y me “amenazaba” con contárselo a mi marido. Sé que no lo hubiera hecho, aunque alguna vez tuve mis dudas, lo confieso. Por alguna extraña razón, confiaba en él, así que nuestro pacto continuó. Cada vez que nos veíamos acabábamos follando, cada vez los polvos que echábamos eran mejores, y la adrenalina que sentía cada vez que le veía era una auténtica droga. Pero la tranquilidad cuando no estaba también me gustaba. Una de cal y otra de arena.
La química que teníamos y el conocimiento mutuo a nivel sexual, era brutal, no puede describirse de otra forma. Cuando se me acercaba, sin tocarme, me mojaba, en cualquier circunstancia, hasta en las peores, y él se ponía tan cachondo que no podía disimularlo. Éramos el metal y el imán, nos atraíamos el uno al otro, de manera tóxica, enfermiza e irremediable.
No es extraño, entonces, que lo que voy a contar a continuación me pasara con él. De hecho, nunca podría haber pasado con nadie más. Nadie es capaz de llevarme a donde me lleva él, con él he tocado el cielo y bajado al infierno tantas veces que ni lo recuerdo. Por eso, cuando aquella vez que le pedí ayuda cuando lo de mis alumnos me dijo que se lo cobraría y que me costaría caro, me preparé para algo fuerte. Encima, me dejó con la intriga, el muy cabrón.
* * *
Soy profesora en la universidad. Al acabar el curso siempre me aburro un poco, porque no puedo estar en casa quieta. Me apunté a varios cursos de especialización, suelo hacerlo en verano. Estaba una mañana sola en casa, completando la inscripción por internet en uno de ellos, cuando de repente, mi skype me avisó de que Fer se había conectado. Como siempre, el corazón se me disparó y me puse a mil. Maldita sea. Me abrió ventanita y me puso la cámara, como siempre, sin preguntarme si estaba sola o si podía hablar, y me saludó.
—Hola, rubita —suele llamarme así
—Hola letrado, ¿cómo estás? —es abogado, y yo le llamo así, a veces. Intenté aparentar normalidad.
—Contento, por encontrarte aquí. Tenía que hablar contigo
—¿Ah sí? ¿Y eso?
—Tú te acuerdas de que me debes algo, ¿verdad? ¿Cómo tienes la agenda, guapa?
—Me acabo de apuntar a un curso sobre redes
—Apasionante. ¿Y dónde es?
—En Segovia, dentro de dos fines de semana
—Estupendo. Bueno, tú ya sabes mucho sobre redes, así que le vas a decir a tu maridito que vas a hacer ese curso, que es súper interesante, seguro, pero tú y yo sabemos que no lo vas a hacer, ¿verdad que sí?
—Fer, no sé si voy a poder hacerlo…
—Claro que sí —sonrió —Arréglalo, rubita, solo te digo eso.
Mientras hablaba con él, por supuesto, estaba empapada. A mi pesar. Le pedí que me diera un rato para poder hablar por teléfono. Volví a sentarme al ordenador y le dije
—Vale, arreglado. Le he dicho que me voy al puto curso este y en realidad, ¿a dónde vamos? ¿Y cómo te vas a cobrar el favor que te debo y…?
—Uy, eso son muchas preguntas –sonrió—Te voy a mandar un taxi a recogerte a tu casa la mañana del viernes 30. A las 8:00. Estate preparada.
—No sé si lo estoy, la verdad…
—Tienes dos semanas para prepararte.
—¿Y qué meto en la maleta?
—Tú por eso ni te preocupes ahora. Ya me ocupo yo, y unos días antes te diré qué tienes que llevar.
—Pero…
—Nada. Me ocupo yo. 39 de pie y talla 42, 95 de pecho, ¿verdad?
—Qué buena memoria tienes, para lo que quieres, cabrón…
—Pues hasta el 30 entonces, rubita. Ah, por cierto, te mandaré hacer algunas compras en estos días. Hazlas.
—Cabrón.
—Y a ti te encanta, lo sé.
Y se desconectó, dejándome con un calentón horroroso. Me pregunté qué le pasaría por la cabeza.
Unos días más tarde, estaba en casa, leyendo un libro tranquilamente. En esto, llegó un mensaje a mi móvil. Era de Fer, y decía:
“Hoy te toca ir de compras. Cómprate un vibrador de esos que van con mando a distancia y unas bolas chinas. Cuando lo tengas, me lo dices por aquí. Un beso.”
Un vibrador de esos inalámbricos tenía. Bolas chinas no, así que tendría que salir de compras. Me vestí y fui a un sex-shop grande que hay en el centro, alejado. Aún me da un poco de apuro ir sola, pero bueno, al fin y al cabo, solo eran unas bolas chinas. Vi varios modelos, y acabé eligiendo unas blandas, de silicona, que tenían terminaciones, como pinchitos romos. No sé, me gustaron. Cogí el paquete y fui a pagarlo a la caja. El dependiente me miró y me dijo
—Buena elección —y sonrió
—Eso espero —sonreí yo también
Mientras volvía en el autobús, le confirmé a Fer que había hecho lo que me pedía con un escueto mensaje:
“Hecho”
Y él me respondió
“Muy bien, así me gusta, que seas buena y obediente 🙂”
De vuelta en casa con la nueva adquisición, me dieron ganas de probarlas, pero preferí esperar a saber que tenía que hacer con ellas. Fer es el único tío en el mundo que me puede tener así de sometida. A cualquier otro, le mando a la mierda. Guardé las bolas y esperé instrucciones.
Pasaron los días lentamente, hasta la noche antes. Yo no podía dormir de pura excitación. Mi marido de guardia, yo sola en casa, y no podía concentrarme en dormir. Estaba en la cama, mojadísima, excitada es poco. No podía soportarlo más. Decidí levantarme y conectarme un rato, es de esas veces que la excitación es tan grande que una simple paja no basta. Necesitaba mucho más que eso. Me logué en Skype y, sorpresa, Fer estaba conectado.
—No puedo dormir. Y veo que tú tampoco —le dije
—Tómate una valeriana ¿Estás nerviosa, rubita? —me escribió, añadiendo un icono de sonrisa sarcástica, y sin responderme.
—Fer estoy atacada, joder, dime algo.
—Vete a la cama y duerme, porque vas a estar horas sin dormir, te lo advierto. Aunque… enséñame las compras, anda.
Conectó su webcam y me invitó a que pusiera la mía. Estaba desnudo de cintura para arriba, con un pantalón de pijama ligero, de color oscuro. Yo iba con un camisón de tirantes de seda negra y una bata corta haciendo juego. Fui a por las bolas, ya fuera del paquete y guardadas en una bolsita de tela, y el vibrador, que estaban en mi bolso.
—Quítate la bata, déjame verte —me dijo
—¿No querías ver esto? —le enseñé las bolas primero y luego el vibrador.
—Muy bien, están bien. Te van a gustar mucho, seguro. ¿Yo no te regalé unas, ahora que lo pienso? —me preguntó.
—Sí, pero no sé qué pasó con ellas —le respondí
—Qué bonito… Bueno, guapa, vamos a dormir, tenemos que madrugar.
—¿Serás capaz de dejarme así, como estoy, cabrón? —le escribí
Entonces, sonó mi móvil. Era él.
—¿Qué te pasa? Estás muy cachonda ¿verdad? Yo también lo estoy —me susurró —Y cuando pienso en todo lo que te espera, rubita, me pongo mucho más. Sí, voy a dejarte así, mojada y caliente. Métete un dedo en el coño y enséñame cómo está, anda…
Yo me levanté. Me quité la bata lentamente, subí el camisón con una mano, mientras, con la otra, recogí el líquido que resbalaba por uno de mis muslos. Ni fue necesario llegar al coño, como siempre con él. Mirando a la cámara, lamí un poco de ese líquido.
—Qué puta estás hecha, y como me gusta que seas así, ¿sabes? —escuché que me decía por teléfono, con esa voz que se le pone cuando está cachondo perdido. Estás tan mal, tan excitada, que si te corres solo no sería suficiente para ti, ¿verdad?
Me conoce tan bien que se podría decir que me lee el pensamiento.
—Sería un alivio.
—Sé que necesitas mucho más que eso —siguió susurrándome
—Joder, sí.
—¿Y tu maridito? ¿De guardia?
—Claro, joder. Si no iba a estar aquí contigo…
—Quiero que te lo folles cuando vuelva.
—¿Que quieres que haga qué?
—Cuando vuelva de la guardia, fóllatelo. Pero piensa en lo que te espera conmigo mientras lo haces —sonrió
—Hijo de puta —le dije
—Dale ese gusto al pobre hombre —me dijo, sarcástico
—Estás fatal, joder —le colgué y me desconecté
Volví a la cama. El calentón, en lugar de bajar, había crecido aún más. Él suele volver sobre las 6:30 de la mañana de la guardia, eran las 3 y algo y no sabía si iba a aguantar hasta entonces. Era desesperante, la excitación era demasiada, y nada podría hacer que se calmara, excepto un polvo salvaje. Di unas cuantas vueltas en la cama y traté de concentrarme en dormir. Finalmente, lo conseguí, por fin.
No tuve que hacer nada. No sé qué hora sería, pero empecé a notar caricias y besos en el cuello, y algo duro pegado a mi culo. Me intenté dar media vuelta para saludar a mi marido, recién llegado de una larga guardia. Normalmente, cuando esto sucede, suele caer rendido a mi lado, me abraza y se duerme. Pero hoy no sé muy bien qué le pasaba. Debía venir con ganas de fiesta, porque me sujetó con fuerza para dejarme de medio lado, y seguir tocándome, tal como estaba. Eso me sorprendió, porque lo normal en él no es ser tan apasionado, más bien, se deja llevar por mí. Me mordió la nuca, sabe de sobra lo que eso me provoca, luego empezó a cogerme fuerte las tetas y a agarrarme por las caderas. Dios, que ganas de que me follara, empecé a recordar las palabras de Fer hacia tan solo unas horas y me puse fatal, entre el recuerdo y lo que me estaba haciendo. Noté su polla frotándose contra mi culo que se metía en mí sin ninguna dificultad, porque estaba empapada, cosa que no sé si le sorprendería. Debía venir también calentito, porque solo me agarró más fuerte de la cadera y empezó a follarme, a un ritmo medio al principio, que se convirtió en rápido y fuerte al poco rato. Me cogió una teta con la otra mano que le quedaba libre y siguió follándome así. Noté que se acercaba a mi oído para anunciarme que se corría, me sorprendió esta especie de “semiviolación”, porque normalmente suele ser mucho más delicado. Empezó a correrse dándome golpes de cadera fuertes y eso me hizo llegar al orgasmo a mí también. Se quedó abrazado a mí, fuerte, y prácticamente a los cinco minutos estaba profundamente dormido y yo levantándome para empezar a prepararme. No había estado mal del todo el despertar. Me escurrí de sus brazos y fui a la ducha, mientras empezaba el día y las sorpresas para mí.
* * *
A las 8:00 de la mañana me despedí de él con un beso, sonó mi móvil para anunciarme que el taxi estaba esperándome en la puerta. El taxista acomodó mi maleta y yo me subí en la parte trasera. Mi móvil zumbó de nuevo para indicarme que me había llegado un mensaje, de Fer, donde me decía que le dijera al taxista que me llevara a su casa. Le dije la dirección y pusimos rumbo hacia allá.
Cuando llegué, en apenas unos 15 minutos, porque no queda muy lejos, él estaba esperándome apoyado en su coche, un coupé negro. Me miró mientras el taxista sacaba mi maleta y la dejaba en el suelo. Yo me había puesto unos vaqueros ajustados y una camiseta negra de tirantes con una cazadora por encima, porque hacía algo de frío. Cuando el taxista se fue, vino a mí, me cogió por la cintura y me besó como él sabe hacerlo.
—La camiseta me gusta, los vaqueros no. Te vas a tener que cambiar –me dijo
—Y qué quieres, ¿que me ponga minifalda y tacones a las 8 de la mañana, joder?
—Si, justamente —sacó una bolsa del asiento de atrás de su coche y me la dio, sonriendo.
Miré dentro de la bolsa y luego a él, que me observaba mientras.
—Tú estás fatal, no querrás que me ponga esto de verdad, ¿no? —le miré, sin poder creérmelo.
—Es el momento de que sepas lo que quiero de ti, rubita.
—Sorpréndeme —le reté
—Quiero que seas mi esclava —me dijo, con la mirada clavada en la mía
***
A los dos nos ha gustado jugar fuerte siempre. Toda nuestra relación ha sido un toma y daca continuo, a él le ha gustado siempre llevar las riendas en la cama y a mí dejarme llevar. No soy así con todo el mundo, pero con él sí. La verdad es que me hice la sorprendida, pero era algo que estaba esperando que me dijera cualquier día.
—¿Perdona? —le miré directamente a los ojos
—No creo que te sorprenda tanto —maldito sea, ¿por qué me conoce tan bien? A veces creo que me lee la mente de verdad.
Sacó dos pulseras de cuero negras del bolsillo de sus pantalones, de esas que se compran en cualquier mercadillo, y me puso una en la muñeca izquierda, atándola. Él hizo lo mismo con la otra, también en su mano izquierda, haciendo el nudo y tirando de él con los dientes.
—Desde ahora, rubita, son las 8:25 –dijo, mirando su reloj— eres mi esclava, hasta las 8:25 del domingo. Para absolutamente todo lo que yo quiera, ¿está claro? —me dijo, con tono y actitud sorprendentemente autoritarios.
Mis sentidos estaban luchando otra vez. Por una parte, me rebelaba ante eso, Por otra, ya estaba empapada otra vez. En alguna ocasión habíamos jugado a algo similar, sé de su tendencia sexual dominante y reconozco que me gusta dejarme hacer y tomar una actitud un poco sumisa a veces, pero esto era demasiado. Le miré a los ojos y él me dio un azote en el culo, ni muy fuerte ni muy suave.
—A partir de ahora me pedirás permiso para mirarme a la cara, para hablar, y terminarás tus frases con “señor”. ¿Te ha quedado claro?
—¿Cómo? —le dije, atónita.
—Lo que oyes, rubita. E intentarás no cuestionarme cada palabra que diga —me dijo, mirándome serio, y estudiando mis reacciones. Y quizá lo podamos extender más allá del fin de semana, si funciona—sonrió
—¿No te estás pasando un poquito?
—No es la primera vez que hacemos esto, te acuerdas, ¿verdad? Y no recuerdo que te desagradara.
—Es verdad, pero nunca te había visto tan metido en el papel—le dije, con ironía.
—Tú estás descubriendo cosas y yo estoy profundizando en mis tendencias dominantes, que ya conoces.
—¿Descubriendo cosas? —pregunté, extrañada.
—Haciendo tríos y eso. Ya sabes —me dijo, sonriendo sarcástico.
Le miré a los ojos mientras intentaba comprender
—¿Por qué crees que voy a aceptar lo que me propones?
—Porque ya lo has hecho. Estás aquí, no te has ido corriendo, y, además, no te olvides de que te conozco muy bien, rubita —sonrió, mientras me atraía hacia su cuerpo y me besaba en los labios.
En eso tenía razón, el muy cabrón.
—Siempre he pensado que lo que te gusta de mi es que sea un poco rebelde, pero me acabas de dejar de piedra. ¿Quieres que sea sumisa, te diga “Sí, Señor” y esas cosas?
—No he dicho que no me guste que lo seas, precisamente lo que quiero es someterte porque sé que tú quieres hacerlo, en realidad. Complicado de explicar, pero tú lo entiendes, ¿a que sí? —volvió a besarme
Me sorprendí notando una punzada en la entrepierna que le daba toda la razón. Aunque mi mente siguiera protestando.
—¿Cómo vamos a hacerlo?
Sonrió
—Así que ¿lo harás? —me clavó esa mirada suya
No me reconocí a mí misma cuando le respondí
—Sí, sabes que sí lo haré…
—¿Sí qué? —me dijo, sonriendo
—Si… Señor —pero qué coño…
—Puedes hacerlo mejor, ¿eh?
—Sabes lo que me cuesta hacer esto, ¿verdad? —le dije, con la mirada un poco encendida, sin acabar de mirarle a los ojos
—Lo sé, por eso aprecio más tus esfuerzos —sonrió
—Sí, Señor —intenté sonar convincente y mirar al suelo —¿En público también?
—En público debes tratarme con respeto, pero no hace falta que me llames Señor.
—Entendido, Señor —no pude evitar sonreírme un poco, mientras mantenía la mirada baja
—Cuidadito con la ironía, o voy a tener que enseñarte, pero bien. Vamos arriba para que te cambies.
Subimos a su casa. Yo iba con un poco de miedo, Fer es imprevisible, nunca deja de sorprenderme. Debió notar parte de mi incertidumbre, porque me dijo, mientras íbamos en el ascensor.
—Si en algún momento lo crees necesario, di “Berlín”, y yo pararé. Ese es el pacto —yo estaba muda de asombro. Me atrajo hacia él y dijo
—Vas a disfrutarlo, rubita, si no lo pensara no lo habría pensado para ti. Confía en mí —y me besó, casi con ternura, lo que me sorprendió en él. Yo respondí a su beso y respiré algo más tranquila. Le miré y recibí un azote, esta vez en una teta
—¿Entendido? ¿Cómo te tienes que dirigir a mí?
Miré al suelo, ya entrando en el juego y en mi rol de sumisa
—Berlín. Entendido, Señor… —le dije, bajito
—Eso está un poco mejor, vamos —sonrió
(Continua)