A vueltas sobre el uso (o no) del protocolo en el BDSM

En uno de esos apasionantes debates en Fetlife donde se habla sobre lo humano y lo divino, ayer le tocó al protocolo. En concreto, al uso del mismo en la escena BDSM, y me parece una buena ocasión para dar mi opinión sobre el asunto. También ayer en Twitter se creó un interesante hilo con la pregunta «¿Cuál es tu opinión BDSM más controvertida?» Pues bien, esta podría ser una de las mías, y que sirva de resumen de este pedazo de tocho de post que os voy a cascar: el BDSM es un juego de roles y el uso del protocolo no es más que parte de él. Ahí lo lleváis.

Boom!

Personalmente, de entrada y a “puerta fría”, el uso del protocolo me cuesta. Posiblemente será porque me educaron en un colegio laico donde llamábamos a los profesores de tú. Y ya tengo una edad, ¿eh? Muchas personas de mi generación, los ahora tan denostados “boomers”, [edito: ¡no soy boomer, pertenezco a la Generación X! Me han sacado de mi error hace un rato ¡y tienen razón! Ya puedo burlarme yo también y decir aquello de «OK, boomer«🤣 ] en sus colegios no lo hicieron, y llamaban a sus maestros o maestras de usted, marcando de esta forma una distancia entre la figura de autoridad y la persona que la recibe. Algo sencillo y efectivo, sin duda. Pero ay, en ese final de los setenta, principio de los ochenta, salíamos de una época muy chunga, en la que se había recibido mucha autoridad —demasiada, diría yo— y no precisamente “consensuada”. Saliendo hacia la “luz” de la democracia, toda demostración de autoridad excesiva (como ese trato de usted a los profesores, por ejemplo) empezó a verse como algo rancio, malo, o poco adecuado. Por eso, en colegios como el mío, laico, público y mixto —esto último una auténtica rareza en esos años— a los maestros y maestras les llamábamos por su nombre de pila y de tú. Me pasó también, más adelante, en la educación secundaria y más tarde en la universidad, aunque allí sí había algún profesor que pretendía el trato de usted. En cualquier caso, y como sucedía antiguamente cuando a los padres o los abuelos se les dispensaba este trato, la función del “usted” siempre era la misma: marcar la distancia entre la persona que estaba “por encima” y la que estaba “por debajo”. Curiosamente, años después, cuando me dediqué a la enseñanza en cierto centro universitario, de las primeras cosas que me recomendaron casi recién llegada a mí, joven profesora de treinta y tantos, que tenía que impartir clase a adolescentes entre 18 y 21 años fue, precisamente, «que les tratara de usted para marcar la diferencia entre nosotros«. Consejo que agradecí con una sonrisa pero no llevé a cabo, ya que nunca me hizo falta cuando tuve que imponer mi autoridad sobre ellos. Y no, en aquel momento aún no practicaba BDSM, que os veo venir 😬 Porque se puede imponer respeto y autoridad, por joven e inexperto que se sea, sin necesidad de ayudas como ese trato de usted, que sin duda resulta útil, pero también puede crear distancia y desconfianza, lo que no es bueno en ningún caso.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el BDSM, que te enrollas como las persianas, seisCuerdas? Recordemos que las siglas BDSM (Bondage, Dominación, Sumisión/Sadismo Masoquismo) se acuñan en los años noventa, y que antes de eso había pequeñas comunidades de personas que practicaban sadomasoquismo y se escribieron obras de ficción —como la conocida “Historia de O”, de Pauline Réage— que en España se tradujo en 1977. En ellas empezaron a apuntarse las primeras convenciones que a fuerza de repetirse una y otra vez se dieron en llamar “normas” del BDSM. Lo pongo entre comillas porque el BDSM no es más que una manera de vivir la sexualidad y el deseo, por eso es absurdo decir que hay unas normas universales e inamovibles: cada practicante de BDSM tiene su propia manera de hacerlo, como no podría ser de otra forma.

A mí me gusta comparar el BDSM con el ajedrez, un juego donde cada pieza se mueve de una manera y hay unas normas estrictas en cuanto al número de casillas que tiene el tablero o que las piezas han de ser de colores distintos, normalmente blancas y negras. Sin embargo, hay muchos tipos de aperturas, desarrollos del juego o finales, y no soy ninguna experta, que yo de ajedrez sé lo justito que me enseñó a jugar mi padre y lo que he visto en la estupenda serie de Netflix “Queen’s Gambit”, de hecho, ni siquiera sé usar la notación xD. Pero me parece una comparación perfecta. La norma estricta e inamovible en el BDSM sería el consenso de las actividades a realizar y el consentimiento de ambas partes, dominante y sumisa (o ‘top’ y ‘bottom’) de todo lo que se hace. Sin esto no sería BDSM, de la misma forma que no podríamos jugar con las piezas de un ajedrez en un tablero de parchís. Después, y ya sabiendo cómo se mueven las piezas en el tablero, podemos jugar la partida como queramos, mientras no movamos a las torres en diagonal y a los alfiles en horizontal. En BDSM esto se traduciría en que existe una parte dominante, o ‘top’, que es quien toma la iniciativa y el control de la situación, o lleva a cabo prácticas que entran dentro de las cuatro siglas que conforman el nombre, BDSM; y una parte sumisa, o ‘bottom’, que es quien acata esas órdenes o recibe esas prácticas. El cómo las lleven a cabo, siempre y cuando respeten el tablero del consenso y el consentimiento, es indiferente. También han de respetar los acuerdos y las negociaciones que hayan llevado a cabo entre ellos sobre las normas básicas de seguridad, lo que se vino a llamar en un momento dado “sensato, seguro y consensuado” (SSC en sus siglas en inglés) y más tarde un mogollón más de complejas siglas ininteligibles que vienen a decir, básicamente, que mientras las personas que practiquen BDSM consientan y asuman los riesgos que conlleva, bien está.

El protocolo dentro de la escena y la práctica del BDSM

En estas comunidades a las que aludía unos párrafos más arriba empezó a generalizarse el trato de usted de las personas sumisas a las personas dominantes y el uso de títulos como “Señor/Señora”, o “Amo/Ama”, este último en el caso de que una persona sumisa “entregara” su voluntad y su obediencia a esa persona dominante, por aquello de la propiedad. Para las personas que estaban dentro de sus roles BDSM era sencillo meterse en ellos usando el protocolo, y si entraban en una comunidad ‘bedesemera’, el uso del trato protocolario, las mayúsculas en los apodos de las personas dominantes y minúsculas en el caso de las personas sumisas (y mezcla de mayúsculas y minúsculas en el caso de las personas switch, como yo) No se escribió en piedra en ninguna parte, ni en ningún manual de cabecera, pero empezó a generalizarse su uso. En aquellos convulsos años noventa ya cercanos al 2000, Internet empezó a popularizarse en España y a hacerse accesible en la intimidad de los hogares, aún con aquellos ruidosos módems de 56k y ocupando la línea telefónica de la casa mientras se usaba. Entonces se empezaron a crear canales temáticos de IRC (como el famoso canal #mazmorra) o foros especializados. Aún no habían surgido las redes sociales, esto vendría mucho más adelante. Y en aquellas comunidades virtuales fue donde se empezó a popularizar el uso del protocolo, por la necesidad de distinguir a personas dominantes y sumisas.

Esto, mis queridos y pacientes lectores y lectoras, fue el comienzo de un JUEGO, o si lo queremos llamar de otra forma, de una representación de papeles, o roles. Oh, sacrilegio, lo que acabas de decir, seisCuerdas. Porque hay personas que dicen que el BDSM es un “modo de vida y no solo un juego sexual”, de manera despectiva y denostando a quienes piensan que es una forma de vivir la sexualidad en momentos determinados. Serían, por así decirlo, los dos grandes bandos: el BDSM “de verdaZ” y la corriente que defiende que cualquier práctica sexual no convencional entra dentro del BDSM, y son posturas tan irreconciliables como los Capuleto y los Montesco, o las aficiones del Real Madrid y el F.C. Barcelona. Nunca encuentran puntos comunes, para la desesperación de quienes opinamos que uno se puede tomar los juegos muy en serio. Que se puede estar días enteros, o semanas, jugando una partida de un juego (de mesa) de rol y horas con una partida de ajedrez, rompiéndonos la cabeza con la siciliana y el desarrollo, y podemos hablar de ello y darle mil vueltas, pero jugar no nos impide realizar otras actividades esenciales en nuestra vida, tales como trabajar, ver a los amigos, comer, ducharse, dormir… Es decir: que los juegos pueden ser todo lo “serios” que se quiera, pero no interfieren en nuestra vida real, y el BDSM no deja de ser un juego. Y jugar es bueno, divertido y sano. Cuando alguien se cree que el juego es real o se lo toma demasiado en serio es cuando hay un problema, y de hecho, hay quien lo tiene. Ea, ya lo he dicho. Otra opinión controvertida, y ya van dos: si te crees (de verdad) que eres el «amx» de alguien o que realmente «le perteneces» a alguien, háztelo mirar cuanto antes, bonitx.

¿El uso del protocolo implica que hay que respetar a todos los dominantes por el artículo 33 y porque sí? Pero vamos a ver, que Fulanx es un/una gilipollas, y dice que es dominante. No me jodas, seisCuerdas…

A ver, calma. Si consideramos que estamos jugando, el uso del protocolo durante el juego, no deja de ser una norma, como la de mover las torres en horizontal en el tablero de ajedrez. No implica nada más, ni que respetes a Fulanx (al o a la que efectivamente, puedes considerar un/a absolutx gilipollas), ni que todas las personas que se autodenominen dominantes merezcan respeto o que a todas las personas dominantes les guste que les llamen de usted, que no a todas les gusta. Estás llamando de usted a Fulanx, pero en realidad, en tu fuero interno, sigues pensando que es un/una gilipollas. Por eso, no hay que enfadarse tanto ni ponerse tan a la defensiva con este asunto. ‘Take it easy‘. Simplemente, haz lo que te dé la gana: llama de usted a quien te nazca hacerlo. O no. Si te llaman de usted o te llaman «Señor» o «Señora» en un chat ‘bedesemero’ o te mandan un mensaje donde se dirigen a ti de esta forma no reacciones como treintañerx en un Zara al que un dependiente que no pasa de veinticinco le llama “señor” o “señora” por primera vez en su vida (y es duro, lo sé xD). Tómatelo como lo que es: una escenificación, un juego de roles. Tú en ese momento eres la reina negra y la otra persona el peón blanco (o al revés). Tampoco es mala idea preguntar si se quiere usar el protocolo, aunque para algunas personas, el mero hecho de entrar en una sala de chat, red social o comunidad BDSM y tener un rol determinado ya implica usarlo.

Ahora bien, si REALMENTE piensas que por autodenominarte “dominante” en una red social, comunidad o chat ‘bedesemero’ eres superior a las personas sumisas, o al contrario, si crees que le debes respeto a cualquier persona que se diga dominante… amigx piscis, tienes un grave problema, háztelo mirar también. Ya van tres opiniones controvertidas, no diréis que no me mojo, ¿eh? 😝

¿Y qué pasa con los switchs? ¿Cómo les llamamos, de tú, de usted? ¿No les llamamos nada, porque en realidad no existen?

Si quieres usar protocolo con una persona switch y no tienes claro en qué rol está en ese momento, o bien, la acabas de conocer en una reunión informal y va estupendx de la muerte en vaqueros y zapatillas, y sin el menor signo exterior que te dé pistas sobre el rol en el que está en ese momento, lo mejor que puedes hacer es preguntarle qué trato prefiere. En realidad, este consejo lo doy para que se pueda aplicar a los demás roles, pero es cierto que nosotros lo ponemos algo más complicado que las personas unirol, o monorol. Pregúntanos sin miedo, que no mordemos.

Fragmento del capítulo 16 de “Berlín

Sigo inmersa en el proceso de escritura de mi novela, pero en uno de los capítulos hay una escena donde Alicia y Fernando hablan sobre el uso del protocolo y cómo van a usarlo dentro de la relación D/s que empiezan a construir. Lo dejo aquí, porque creo que es muy elocuente y refleja bastante bien mi manera de pensar sobre el asunto.

Hasta aquí el tochaco, que espero no os haya aburrido demasiado. Ahora os dejo leer. Y si queréis comentar algo, ya sabéis…

(Habla Ali, desde su punto de vista)

(…)

Llegamos a Malasaña, dejé el coche en el aparcamiento de Fuencarral y comimos en la Taberna Griega. Después fuimos andando hasta su casa y seguimos hablando. Nos sentamos en el sofá, pero antes me dio unos papeles.

—¿Pues no me dijiste que no íbamos a hacer un contrato? ¿Esto qué es? —le dije, mirándolo
—Una lista de cosas que se suelen hacer en BDSM, una ‘play-list’, no de música, sino de prácticas, de juegos. He marcado las que me gustan a mí, ahora quiero que la leas con atención y me preguntes todo lo que quieras Y que la vayas rellenando, pero eso con calma —me dijo, mirándome.
—Dame un boli, por favor —le pedí. Me lo dio y empecé a leer —“Shibari”. Esto es atar, con cuerdas, ¿verdad? Lo leí en el foro.
—Sí. Creo saber las que te pueden gustar, pero tengo dudas con el dolor y sobre todo con la humillación. Lo segundo creo que no, lo primero puede, pero no sé en qué grado.
—¿En qué grado te gusta a ti ver el dolor? —le pregunté.
—Me excita más ver cómo se expresa a que sea mucho o muy intenso. Por ejemplo, contigo me ha pasado muchas veces cuando te follo el culo. Notar que te duele hasta que acabo de metértela del todo me gusta, y mucho —me dijo, mirándome
—Creo que la única forma de saber mi grado de tolerancia al dolor será probando, ¿no? —le dije

Se rió.

—Claro, pero no de cualquier manera. Déjame hacerlo a mí, ¿vale? Me ha gustado la propuesta que me has hecho esta mañana, lo de tenerte un fin de semana entero para mí. Lo vamos a pasar bien —sonrió.
—¿Y no puedes adelantarme nada? —le dije, desconcertada.
—No, señorita impaciente. De momento quiero que rellenes esa lista y me la mandes por mail, luego te mandaré yo al tuyo una en blanco, para que lo puedas hacer con más comodidad y de manera más discreta.
—Muy bien, señor misterioso. ¿Y ahora, puedo besarle? —le pregunté
—Tendrás que ganártelo…
—¿Qué tengo que hacer?
—Ir a prepararme un café y traérmelo —sonrió

Le miré, extrañada.

—¿Así de fácil?
—Hazlo —me dijo.

Fui a la cocina y preparé el café en la cafetera de cápsulas, un expresso doble, solo, con una cucharada de azúcar y un poco de espuma por encima, como le gusta y se lo he preparado muchas veces. Cogí una bandeja pequeña, puse la taza en ella y se lo llevé. Recordé el gesto de Sara cuando le dio el abrigo en mi casa, y tuve ganas de hacerlo, así que me arrodillé y le dejé el café sobre la mesa de centro.

—Aquí lo tienes —le dije, sencillamente.

Él me miró y me pareció que se emocionaba.

—Ven aquí, anda —me acerqué a él para besarle, y, aún de rodillas, dejé que me abrazara y le besé lentamente, disfrutando, saboreándole. Él cogió la taza de café y me dio un poco, bebí y luego volvió a besarme.
—¿Aprobada? —le pregunté, sonriendo
—Te ha salido tan natural el gesto… Me ha encantado verlo —me dijo.
—He recordado cuando vi a Sara hacerlo contigo en mi casa, y me ha apetecido hacerlo. Pero me cuesta lo del tratamiento protocolario, no sé si eso me va a salir, bueno, no sé, el otro día me salió, pero…
—Lo harás si yo te lo pido. ¿A ver, prueba? —sonrió
—Sí, Señor —le dije, sonriendo también— La verdad que me da un poco de risa llamarte así.
—Para mí el protocolo sirve para marcar los roles —me explicó— Es como cuando en clase llamamos a los alumnos de usted, ¿para qué lo hacemos?
—Para marcar la diferencia entre ellos y nosotros —le dije
—Exacto. Pues esto es igual. Cuando queramos marcar esa diferencia, el protocolo puede resultarnos útil. Pero a las siete de la mañana, con las legañas pegadas en el ojo, seguramente no nos apetezca ni nos salga usarlo a ninguno de los dos —me dijo, riéndose.

Estuve de acuerdo con él, con el símil de la universidad lo había entendido perfectamente.

—¿Y cómo sabré en qué momento estamos en los roles BDSM y cuándo no?
—Yo me siento dominante y tu dueño siempre pero, evidentemente, no pretendo estar todo el día con la fusta en la mano, y además, más o menos sabes las cosas que me gusta que hagas. Me gustaría tener gestos que solo nosotros sepamos lo que significan, pero que pasen desapercibidos para otros, por ejemplo, si quieres ir al baño, me pidas permiso mirándome, diciéndome “¿puedo?”, o un gesto. También podemos usar el protocolo para esto, si quieres. Cuando lo usemos, tú o yo, querrá decir que queremos entrar en los roles dominante y sumisa. Si te refieres a las sesiones, que son el momento en el que se hacen prácticas BDSM, sabrás perfectamente cuándo quiera tener una, porque te lo diré, y si tú quieres, me lo puedes decir y yo decidiré cómo y de qué manera será. ¿Tú te sientes mía siempre?
—Sí —le dije— Ya te he dicho antes que confío en ti completamente, y me siento tuya, quiero hacer lo que me pidas, y quiero hacerlo bien.

Me besó, tirándome un poco del pelo después.

—Vale, pero no te ralles, doña perfeccionista, que te conozco.
—Intentaré no hacerlo mucho —eso iba a resultar complicado, efectivamente, soy muy perfeccionista, a veces demasiado.

(…)

3 comentarios en “A vueltas sobre el uso (o no) del protocolo en el BDSM

  1. Muy instructivo, como todo lo que leo. Y muy bien escrito, también.
    Y, sobre todo, muy coherente y en sintonía con mis opiniones sobre el protocolo en particular y, más importante, sobre el BDSM
    Santiago

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