Durante las semanas siguientes pensé y puse en mi balanza personal los pros y los contras de la situación. Y llegué a la conclusión de que no tenía nada que perder por intentarlo, no quería seguir mintiendo ni vivir una vida que en realidad no quería llevar, no tenía ningún sentido ya. De modo que al final de ese verano me separé de David y volví con Fer. Escuchar sus reproches y las cosas que me dijo no fue agradable, es más, resultó bastante duro, pero había llegado el momento. Fui sincera y le dije la verdad, omitiendo algunos detalles que no habrían hecho más que agravar el dolor.
Pero el día que volví a la casa que habíamos compartido sentí que volvía a mi sitio y las cosas volvían a ser como siempre debieron, lo que nunca sentí cuando estaba con David.
***
Los días siguientes a volver con Fer aún no me lo creía y tenía la sensación de andar sobre arenas movedizas, pero él estuvo a la altura, me ayudó y me demostró que podía confiar. Le conté mis sensaciones, sentimientos y pensamientos y no me guardé nada, ni los peores. Él tampoco lo hizo, y también se sinceró conmigo. Hubo momentos de dudas para los dos, cuando teníamos que estar fuera por trabajo, por ejemplo, pero aprendimos a decirnos las cosas sin callarnos nada, ni siquiera cuando teníamos esos momentos de inseguridad y, poco a poco, todo fue encauzándose.
Nuestra química sexual no disminuyó, al contrario, y la relación de dominación y sumisión evolucionaba cada vez más y mejor. Fer me dio tiempo para que me fuera adaptando, información para leer y también tuve la oportunidad de hablar con otras personas que vivían relaciones como la nuestra, como Sir Alpha y su sumisa, Zulema, que me hablaron de lo que significa el BDSM para ellos y cómo lo vivían. Me permitió entender mejor a Fer y también a mí misma, ya que siempre he tenido una tendencia a la sumisión con la que siempre he estado en conflicto, no podía comprender cómo podía excitarme tanto determinado grado de dolor y dejarme hacer, a una persona con el carácter que yo tengo y lo dominante que soy en mi día a día. Siempre me costó convivir con esa dicotomía, pero poco a poco lo estaba entendiendo y asumiendo.
Mantenía la costumbre de enviarme, o decirme, cada mañana una canción de esa lista que tenemos compartida. Y para ese día había escogido una de Portishead, “All Mine”. Me explicó que el motivo era porque ese día hacía un mes que había vuelto, y que me sentía muy suya. Por la tarde estaba recogiendo mis cosas en el despacho, cuando me escribió un mensaje.
Fer – ¿Qué hace mi esclava?
Yo – Recoger y largarme de aquí ya, Señor, que estoy deseando llegar a casa y verte
Fer – Cuánto peloteo 😛
Yo – Joder, que es verdad…
Fer – A las nueve estaré en casa, y quiero que me esperes de rodillas, los ojos cerrados, las manos a la espalda, con lencería negra y el “Violator” (*) puesto. Ah, y déjame una copa del vino aquel tan rico que compramos el otro día servido.
Yo – ¿El “Violator”, Señor? ¿Tengo que tener miedo?
Fer – ¿Por?
Yo – Hace tres semanas también me dijiste que lo pusiera y una semana después todavía me costaba sentarme…
Fer – Pues no me pone especialmente burro. Pero hace tres semanas era la primera vez que te podía usar en condiciones, y lo mismo me pasé un poco, ¿no?
Yo – Cuando me acuerdo de aquello todavía me pongo cachonda, Señor
Fer – ¿Si? No me digas… 😉
Yo – Sí. Haré lo que me pides, a las nueve estaré preparada.
Cuando se dirige a mí así, llamándome esclava o cosas similares, me indica que quiere que entremos en el juego. Otra vez me puso el collar que llevé en la fiesta y a veces no lo anuncia y simplemente me lo hace saber con un gesto, como tirarme del pelo. He experimentado cosas como dormir encadenada o ver una película sentada en la alfombra a sus pies con pinzas en los pezones, o en el sofá con las manos atadas. También salir a abrirle la puerta al presidente de la comunidad de vecinos vestida solo con una camisa suya y sin bragas, aunque cosas parecidas a esta ya las he hecho muchas veces más. Para mí cada vez era más natural entregarme a él, y cada vez me sentía mejor y más a gusto haciendo lo que me pedía.
Cerré la puerta del despacho y fui a por el coche para volver a casa. El caótico barrio de Malasaña siempre me ha gustado, recuerdo que cuando conocí a David y me vino a buscar las primeras veces le horrorizaba y me preguntaba cómo podía vivir allí. Cuando me casé con él y me mudé de barrio extrañé mucho aquellas calles bulliciosas y llenas de vida. Siempre hay algún sitio donde ir, comer o tomarse una copa, tiendas curiosas e interesantes, ruido y gente, sobre todo los fines de semana y a algunas personas eso les parece un horror, pero a mí me encanta, y a Fer también. Siempre dice que está hasta los huevos de aguantar a pijos estirados, y que estar en el barrio le da la vida.
Llegué a casa, solté el bolso y los papeles que llevaba y fui a darme una ducha. Mientras me desnudaba en el baño observé mi cuerpo. Aún tenía ligeras marcas de aquella sesión de hacía unas semanas a la que nos referimos en la conversación, era la primera vez que Fer me las había podido hacer y, aunque tuve sentimientos contradictorios los primeros días, después las miraba y me encantaban. Me sequé y perfumé, y después elegí una combinación negra de encaje, con liguero y medias, me la puse y me dejé el pelo suelto. Le serví el vino, y cuando miré la hora eran las nueve menos cinco. Fer es puntual hasta la manía, no llega ni más tarde ni más pronto de la hora y si se retrasa, por el motivo que sea, avisa siempre. Así que puse el “Violator” y me arrodillé en la alfombra del salón para esperarle como me había dicho, con los ojos cerrados y las manos a la espalda. Y el corazón acelerado, como siempre.
I’ll take you to the highest mountain (Te llevaré a las montañas más altas)
To the depths of the deepest sea (A las profundidades de los mares más profundos)
We won’t need a map, believe me (No vamos a necesitar un mapa, créeme)
La letra de “World in my eyes” se me metió en la cabeza como un mantra y estaba concentrada en ella cuando, supuse que serían las nueve en punto, escuché las llaves en la cerradura. Podría reconocer su olor delicioso en cualquier sitio, noté como se acercaba por detrás a mí y me besaba el cuello.
— Bien hecho – me susurró al oído. Luego escuché como se sentaba en el sofá, yo seguía con los ojos cerrados y no me había dado permiso para abrirlos.
— Ven aquí – me dijo, y fui gateando hacia donde supuse que estaba, hasta que me paró poniéndome la mano y después cogiéndome por los brazos, besándome con muchas ganas y, por supuesto, provocando que me empapara de inmediato. Sus labios sabían al vino que le había servido.
— ¿Qué piensas que te voy a hacer hoy? – me susurró
— No tengo ni idea, Señor.
— ¿Y te gusta esa sensación?
— Mucho – sonreí, aún con los ojos cerrados
— Lo mismo no te gusta lo que voy a hacerte – me dijo en voz baja al oído
— Se supone que estoy para darte placer, ¿verdad, Señor?
— ¿Se supone, puta? – me tiró un poco del pelo, haciéndome echar la cabeza un poco hacia atrás
— Estoy, perdón, Señor. Estoy para darte placer, todo el que tú quieras – le dije
— Lo que se supone es que eso ya deberías tenerlo aprendido de sobra, ¿no?- me susurró al oído
— Me queda mucho por aprender, Señor
— Ya te digo – escuché como se desabrochaba el cinturón despacio, y yo noté como se me encharcaba el coño. Hizo que me levantara y me inclinara sobre el brazo del sofá y después me acarició el culo – ¿Qué hago contigo?
Yo ya había aprendido a interpretarle y a saber lo que tenía que responder en cada momento.
— Enseñarme, para que no se me olvide que sirvo para darte placer. Por lo menos diez azotes.
— ¿Y por qué más?
— ¿Porque soy tuya y me haces lo que te da la gana, Señor?
— Porque eres mía y me apetece azotarte. Serán quince, y mañana lo mismo te cuesta un poco sentarte – mientras me decía esto, me dio varios azotes con la mano, calentándome la piel. Estaba tan mojada que no lo podía disimular, y sabía que sería lo siguiente por lo que me iba a preguntar.
— Y encima estás mojada como una puta, sin permiso, claro. Qué coño he hecho yo para merecer una sumisa así, dime…
— Soy un puto dolor de cabeza, Señor – le dije, aguantando la risa, casi sin poder hacerlo. Me lo dice muchas veces.
Se echó a reír
— Eso ya lo sé – volvió a reírse – y me encanta – me dio un azote fuerte con la mano, que me hizo moverme – y ahora estate quieta – noté que cogía el cinturón, que había dejado sobre el sofá y me acariciaba la piel con él. Supuse que lo usaría doblado, para dejarme marcas y enrojecerlo bien. El primer azote del cinturón me vino por sorpresa y fuerte. Dí un grito y me volví a mover.
— Quieta hasta que termine, ¿vale? No te muevas – y me dio otro correazo fuerte, en otra zona que no había castigado aún. Así fue dándome el resto de los azotes, hasta llegar a los quince. El culo me ardía, y el coño también. Me quedé en la misma postura, esperando a lo que quisiera hacerme. Luego acarició la piel enrojecida y después entre las piernas con suavidad, noté como resbalaba su mano y como me metía dos dedos y empezaba a moverlos despacio.
— Quiero que me mojes toda la mano – aceleró el ritmo, haciéndome jadear
— Señor… me voy a correr – le avisé, porque notaba la inminencia del orgasmo
— ¿Alguien te ha dicho que te corras? Te he dicho que me mojes la mano, no que te corras.
— Joder, Señor, que no aguanto – le dije, entre jadeos.
— Hazlo y te tengo sin correrte una semana – me dijo, bajando un poco el ritmo, pero dio igual. Me corrí y le mojé la mano, mientras temblaba de placer. Después me hizo darme la vuelta y me besó
— Una semana, por puta – me susurró
— No es justo, Señor. Si no me hubiera corrido no podría haberte mojado la mano, entonces no te hubiera obedecido.
— Podrías haberte meado, así me hubieras mojado la mano sin correrte – volvió a sonreírme.
— ¿Hubieras preferido que te meara, Señor?
— Solo te digo que tenías otra posibilidad, así que no me vengas con que no había más – sonrió
— Señor, eres imposible, no hay forma de acertar contigo – le dije, poniéndome seria
— No tengas morro, y no me pongas cara de buena, que te va a dar igual.
— Sí Señor, entendido – le dije, aún seria
— ¿Te acuerdas de qué día es hoy? – me dijo, mirándome
— Hoy hace un mes que volví.
— Sí, hoy hace un mes que todo volvió a cómo siempre debió ser – sonrió – De rodillas – me ordenó.
Hice lo que me dijo y me quedé de rodillas, mientras venía con algo, una bolsita de terciopelo negro, que me puso en las manos.
— Ábrelo – me dijo
Aflojé el cordoncillo de seda, mientras me miraba, y saqué un collar de plata, muy parecido al que me puso en la fiesta, pero mucho más fino. Rígido y redondeado, con una argolla pequeña en el centro, y, cuando le di la vuelta para verlo mejor, vi que tenía algo grabado por dentro: mi nombre con sus iniciales entre corchetes. Dentro de la bolsa de terciopelo había otro colgante de plata, que se le podía poner en lugar de la argolla, un triskel celta. Le miré sin poder decir nada, tenía un nudo en la garganta. Me había explicado lo que significa ese símbolo y lo importante que era para él. Y pensaba que estaba preparada para dármelo.
— Ya es hora de que tengas esto- me dijo, mientras lo cogía de mis manos y me lo ponía. Después me ayudó a levantarme y me abrazó.
— ¿Crees que estoy preparada? – le pregunté
— Bastante tiempo hemos perdido ya, ¿no crees? Nunca he estado más seguro de algo – sonrió
— Me encanta, es precioso – le dije, emocionada
— Desde hoy lo llevarás puesto siempre, el triskel cuando vayas a trabajar y la argolla en casa y siempre que puedas – me lo colocó bien – Te queda perfecto – me dijo besándome.
— ¿Has…? – empecé a preguntarle, dudando si hacerlo, pero al final terminé la frase – ¿Has puesto más collares como este?
— No, nunca. Este es el primer collar que pongo.
— Espero estar a la altura de lo que esperas – le dije, mirándole seria.
— Ya lo estás, no te agobies. Me gustas como eres.
— Menos mal – sonreí.
— Pero acuérdate de que sigues castigada – me susurró al oído – Así que vamos a cenar y después harás que me corra, porque yo sí que puedo – sonrió
Un rato más tarde, cuando casi habíamos acabado, me llegó un mensaje al móvil. Era de John. Me alegré al leerlo y se lo dije a Fer.
— Vaya, ¿a que no sabes quién me escribe?
— ¿Quién?
— ¿Te acuerdas del que estaba contigo el día de lo de mi alumna? – le sonreí
— Tu amigo, el que te llama Layla – me sonrió él a mí – ¿Y qué quiere? ¿Follarte?
— Lo más seguro – me reí – Hace mucho que no hablamos, le voy a tener que contar las novedades.
— ¿Y qué le vas a contar? – me dijo, mientras le daba un sorbo a la copa de vino que estaba tomando y me besaba después.
— Pues que he vuelto con él cabrón de mi ex. Que sepas que siempre fuiste eso – le miré fijamente mientras sonreía.
— No se lo cuentes todavía. Dile que venga y te lo follas delante de mí – sonrió
— ¿Aquí? – le pregunté
— Ahora, cuando hables con él, dile que te has separado, pero no que has vuelto conmigo. Queda con él en algún sitio, os tomáis dos o tres copas, le calientas y cuando esté a punto de explotar, subís, y te lo follas delante de mí.
— ¿Y por qué no le voy a decir que estoy contigo? ¿No habíamos quedado en que no vamos a mentir? Y otra cosa, ¿tú solo vas a mirar?
— Díselo después, porque, por lo que me has contado de él, a tu amigo lo de compartir se le da regular, y vas a tener que engañarle un poco si quieres que te follemos los dos – sonrió
— ¿Y tú por qué crees que quiero eso y por qué piensas que John no va a querer hacerlo? Una vez hicimos un trío con otra chica.
— Porque te conozco, rubita. Un trío con otra tía queremos hacerlo todos – sonrió – pero ¿a que no te ha dicho nada de hacerlo con otro tío?
En eso tenía toda la razón. Por más que la idea de follármelos a los dos a la vez fuera la mejor de mis fantasías, no creía que pudiera ser. No veía a John compartiendo nada con otro tío, y menos con Fer. Con otra mujer lo hicimos una vez, pero nunca cuadró la idea de hacerlo con otro hombre.
— A veces creo que me lees la mente, joder. La verdad es que me lo jugué al mus y perdí, pero no, nunca me lo ha dicho – le dije, dándole un sorbo a mi copa
— Y te mueres de ganas por hacerlo – sonrió, mirándome
— Me encantaría ¿Es mi regalo de aniversario? – sonreí yo
— Igual prefieres esperar a no estar castigada y poder correrte para que te follemos los dos – me susurró – Sería una pena desaprovechar una ocasión así, ¿no? – me miró serio, mientras bebía – Pero, pensándolo mejor, me parece una idea fantástica. Queda con él ahora – sonrió
— No puede ser que seas tan hijo de puta – le dije, mirándole casi sin poder creérmelo.
— Tengo que mantener mi reputación, rubita. Si llevo tres años y pico siendo el cabrón de tu ex, ahora no me voy a ablandar – sonrió.
— ¿Sin posibilidad de negociación, Señor? – le dije, mirándole a los ojos.
— Me encanta cuando intentas negociar conmigo y vendes tu alma al diablo por conseguir lo que quieres – sonrió – Venga. ¿Qué me ofreces?
— Cien fustazos en el coño. Atada, sin posibilidad de cerrar las piernas y de intensidad cinco –
— Ciento cincuenta – me dijo
— Hecho – le di la mano para sellar el pacto, aunque me estaba arriesgando mucho. Ciento cincuenta fustazos en el coño de intensidad cinco era algo que no estaba segura de poder darle. Pero tenerlos a los dos a la vez, un sueño hecho realidad para mí, así que me arriesgué.
— ¿Segura, rubita? – me miró haciendo un gesto de extrañeza
— No del todo – confesé
— Venga, cien. Aunque te hubiera dejado correrte – sonrió, mientras me besaba
— Joder, ¡eso es jugar sucio, letrado!
— Si me lo has ofrecido es porque quieres, pedazo de puta – me dijo al oído, mientras me metía la mano por debajo de la falda y me acariciaba.
Contesté el mensaje a John y me dijo que le llamara. Marqué su número y me cogió en seguida.
— Qué alegría, preciosa. No estaba seguro de que pudiéramos hablar pero…
— Pero estás muy cachondo, solo, sin un plan más interesante, y has pensado en mí, por si podía ser ¿Me equivoco? – le dije, siendo brutalmente sincera, mientras miraba a Fer
— Serás cabrona, vaya concepto tienes de mí ¿Tú por qué piensas que no eres mi primera opción?
— Porque te conozco, pero me da igual. Me alegro de oírte, y, si te interesa oírlo, te diré que yo también estoy muy cachonda y con ganas de verte – le provoqué
— Pues dime dónde nos vemos y voy a buscarte.
Le dije que quedáramos en un bar que hay a escasos cinco minutos de mi casa. Después de escucharle protestar un poco por el tema del aparcamiento, que es cierto que es imposible por la zona, le convencí para que cogiera un taxi.
— Ay, joder, luego dices. Lo que no haga yo por ti…
— Anda, no protestes tanto, y date prisa. Tengo una sorpresa para ti, ahora cuando vengas. No tardes.
Colgué la llamada y sonreí a Fer.
— Espero que no tarde mucho, siempre llega tarde. Dime, ¿cuál es el plan?
— Que le calientes todo lo que puedas para que no pueda negarse a nada. Lo sabes hacer muy bien, así que aplícate, rubita. Más o menos lo mismo que me hiciste a mí cuando lo de tu alumna – me dijo, tirándomela con bala.
— A ver si te crees que soy Mata-Hari – dudé – Como se mosquee lo mismo me manda a la mierda.
— Lo dudo, Mata-Hari – sonrió, con ironía – Suerte – me dijo, dándome un beso.
Me vestí rápidamente y fui al sitio donde habíamos quedado. Apareció unos veinte minutos más tarde, me buscó entre la gente y cuando me vio vino a por mí, besándome nada más verme.
— ¿Y esa sorpresa? Estás muy guapa, ¿sabes? Qué ganas tenía de verte, y no porque me hayan fallado los planes, malpensada. Claro que eras mi primera opción.
— Me encanta cuando me haces la pelota – le dije, sonriendo – Qué guapo estás, cabrón. La sorpresa es que mi casa está aquí al lado, y podemos ir allí, en lugar de follar en el baño de pie de cualquier manera…
— Pero si tú vives en el barrio de Salamanca, pijita. No me digas que ahora tienes un picadero en Malasaña.
— No – me reí – Me he separado, y ahora vivo aquí
— ¡Joder! ¿Y eso cuándo ha sido? ¿Cómo no me lo has contado?
— No hace mucho. Te lo cuento otro día, ahora no tengo ganas de hablar de ese tema – le dije
— Me parece bien. ¿Qué bebes?
— Lo de siempre – gin tonic con lima – ¿Te pido algo?
— Por favor. Ya sabes, lo de siempre también – me dijo, besándome otra vez – Joder, qué ganas te tengo, Layla – me dijo, mirándome con deseo
— No más que yo, seguro – le provoqué
— Puede – y sonrió de una forma un tanto enigmática
Le empujé un poquito contra una de las paredes y le clavé una mirada llena de intenciones mientras me acercaba a él y le besaba, saboreando en su boca el whisky con agua que se estaba tomando.
— Sé provocarte para que hagas lo que quiero – le dije
— ¿Sí?
— Ya sabes que sí así que, si no quieres dar la nota y salir de aquí empalmado, no me piques.
— Me encanta picarte, y lo sabes – me dijo, volviendo a besarme después.
Cuando nos terminamos la cuarta copa y yo estaba ya en un estado de relajada semi embriaguez, sin perder el control, pero desinhibida, y él en un estado parecido, decidimos irnos. Tardamos algo más de diez minutos en recorrer los escasos quinientos o setecientos metros que separan el bar de mi casa. En el ascensor casi me folla, pero pude impedir que lo hiciera. Abrí la puerta con la llave y, sin encender la luz, le cogí de la mano para hacerle pasar al salón. No tenía ni idea de cómo iban a suceder las cosas a continuación, así que decidí dejarme llevar. Pero él, de pronto, me tapó los ojos con una mano, mientras me sujetaba con la otra por la cintura y me hablaba al oído
— Me encantan las sorpresas.
— ¿En serio? – le pregunté, pensando que me lo estaba poniendo muy fácil.
— ¿Tú qué crees? – me llevó la mano a su polla, durísima.
Cada vez estaba más excitada pensando en lo que podría pasar después. Aunque tengo que confesar que jugar con él y no decirle nada, el hecho de manipularle para conseguir mi placer también me excitaba, aunque no estuviera bien. Seguía recordando las palabras de Fer “¿quieres que te follemos los dos?” y me mojaba cada vez más. Al pegarme a su polla, me agarró por el culo y me hizo quejarme un poco, los azotes que me había dado hacía menos de tres horas dolían, pero, como siempre últimamente, transformé el dolor en placer y empecé a perder la cabeza. Le pedí que me follara.
— Joder, John, méteme la polla ya…
— Tan impaciente como siempre, preciosa – me dijo, sin destaparme los ojos – Y a ti, ¿te gustan las sorpresas? Dime qué prefieres, ¿que te folle yo ahora mismo, o que Fer y yo te volvamos loca de placer?
(continuará)
(*) “Violator”, séptimo disco de Depeche Mode, de 1990