Arena y sal

Escrito en julio de 2012

Gracias Rapunzel por ese detalle que me inspiró, tú sabes cuál… 

A pesar de haberme secado hacía un rato, aún sentía la sal pegada a la piel. El calor intenso del sol aún ardiendo, restos de arena… Momento ideal para pasar a darse un baño por la piscina del hotel y luego subir a darse una ducha y dormir un rato. O no…

Con esa idea subíamos de la cala nudista que había al lado del que era nuestro alojamiento. Antes de llegar al hotel había una pequeña tienda, y en el escaparate de ésta, un bikini negro precioso. Me quedé mirándolo, la verdad es que me gustaba, pero no tenía muchas ganas de entrar a probármelo en ese momento. Pero su mano en mi cintura, cogiéndome por detrás, y su voz en mi oído me hicieron cambiar de opinión…

–    Deberías probártelo, ¿no crees? – me dijo, rozándome el cuello con los labios primero, y dándome un pequeño mordisco a continuación, gesto imperceptible a ojos ajenos, pero lleno de significado para nosotros: es mi resorte, y lo sabe perfectamente. El roce de la poca barba que había empezado a salirle hizo el resto. Una descarga me sacudió entera, cerré los ojos un segundo y me decidí en otro medio. No le hizo falta nada más para convencerme. En las manos adecuadas, soy así de fácil.

Me apoyé ligeramente en él para facilitarle más las cosas y noté lo dura que tenía la polla. Tuvo que poner una toalla que llevaba colgada en el hombro medio tapándose para entrar a la tienda sin dar mucho la nota. Aunque en ese punto poco nos importa, ni a él ni a mi misma, lo que suceda alrededor. Su mirada ya reflejaba – al menos para mi, alto y claro, lo que sucedía en su mente, supongo que la mía también, aunque iba protegida por las gafas de sol hasta que entramos a la tienda, pero lo que no podía disimular era la humedad que ya estaba empezando a correr entre mis piernas.

Busqué el bikini de mi talla, y dos o tres vestidos y fuimos al fondo de la tienda. La encargada de la tienda estaba más interesada en lo que estaban poniendo en la tele en ese momento que de nosotros, por suerte. El probador era uno de esos tirando a cutre, con cortina, pero paradójicamente, con tres espejos y hasta banqueta para sentarse, lo que no dejó de sorprenderme.

Fui quitándome una a una las escasas prendas que me cubrían, un vestido de playa y la parte de abajo de un bikini, únicamente. Llevaba botones por delante, y fui quitándolos uno por uno, mientras él se sentaba en la banqueta, mientras me miraba, con la mano acariciándose la polla, aún por encima del bañador que llevaba puesto.

Dejé caer el vestido a mis pies. Cogí la parte de arriba del bikini que iba a probarme y me lo puse, mirándole a los ojos a través de uno de los espejos. Él se levantó, y pegándose a mi espalda, me ató las cintas a la espalda, y a continuación apoyó su mano en mi cadera, acariciándome suavemente, y de repente, me cogió fuerte, atrayéndome hacia él, casi como si me estuviera follando.

Sin dejar de mirarme a los ojos en el espejo, soltó los lazos de la parte de abajo del bikini, que yo aún llevaba puesta y, en el siguiente movimiento, noté su polla entre mis piernas, preparada para follarme justo como me estaba haciendo falta ya…

–           No cierres los ojos ni dejes de mirarme… – me susurró al oído
–           No pensaba hacerlo – le respondí yo
–           ¿Quieres que te folle? – volvió a susurrarme
–           Vaya preguntita a estas alturas, ¿no? – respondí
–           Lo se perfectamente, pero me gusta oírte –
–           ¿Quieres oírme? – le provoqué
–           Va a ser interesante ver cómo haces para no gritar como a ti te gusta, con lo cachonda que estás… – mientras me decía esto, me metió la polla de una vez, sin avisar, haciéndome gemir bajito.

Sonrió, mientras me clavaba de nuevo la polla y la mirada, yo me sentía doblemente taladrada, me encanta sentirme así y a él le encanta ponerme en estas situaciones. Continuó susurrándome al oído, sabía que eso me pondría todavía más caliente…

–        Me encanta llevarte al límite, ¿sabes? Sé que estás deseando gritar como una loca, pero no puedes hacerlo – diciéndome estas palabras al oído, me folló más deprisa y más fuerte, sujetándome fuerte las caderas con las dos manos
–           Cómo lo sabes, cabrón… – le dije, intentando no cerrar los ojos, y haciendo un esfuerzo grande para no armar un escándalo.
–           Claro que lo sé… – sonrió
–           ¿Y si ahora soy yo la que quiere volverte loco a ti?
–           No te voy a dejar. Ahora juego yo…
–           Juega… Te va a encantar escucharme decir esto: hazme lo que te de la gana
–           Me encanta, sí – me sonrió, sin dejar de moverse y subiendo ahora una de sus manos a mis tetas, retirando la escasa tela que cubría una de ellas y endureciéndome el pezón con la palma de la mano, dándole ligeros golpecitos con los dedos – Venga, quiero escuchar cómo te corres.
–           ¿Si? ¿Quieres oírlo? Me voy a correr, no pares ahora… – empecé a notar como llegaba el orgasmo y no sabía como controlarme y no gemir…

Sin poder evitarlo, cerré un momento los ojos para poder concentrarme en no hacerlo. Una de sus manos se situó en mi clítoris, mientras yo aún temblaba, y entonces me susurró al oído que se iba a correr.

–           Te voy a llenar entera – me anunció, mientras empezaba a hacerlo, mordiéndome el hombro para sofocar su impulso de gritar. Cuando terminó de derramarse en mi interior, yo me arrodillé un momento para dejarle la polla bien limpia, me encanta hacerle eso y que se estremezca en mi boca unos segundos más. Me incorporé rápidamente y apreté los muslos, mientras me vestía rápidamente. No sé como aquella mujer no sospechó nada, ni como no vino a ver qué hacíamos… Quizá leyó el deseo en nuestra mirada y decidió dejarnos en paz, o quizá realmente es que no se enteraba de nada.

Pagamos las compras. Mientras pasaba la tarjeta de crédito, entró más gente en la tienda, los noté detrás de mi, para preguntarle algo a la dependienta.

Justo en ese instante, noté como la corrida que tenía en mi interior caía rápidamente empapándome (más) los muslos, sin poder hacer nada por evitarlo. Él no se dio cuenta en ese momento, pero cuando se lo conté un rato más tarde, recuerdo perfectamente su mirada y su sonrisa, y también lo que me dijo…

–           Me hubiera encantado que alguno de los que estaban detrás de ti, o la misma dependienta, lo hubieran visto.
–           ¿Tú es que no tienes remedio? – le pregunté
–           Ya sabes que no – me dijo riéndose, mientras me besaba y volvía a meterme en un túnel de sensaciones de nuevo.

Verdaderamente no, no tiene remedio. Y yo tampoco.

2 comentarios en “Arena y sal

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