I
Aquel fin de semana Jota y yo fuimos a una quedada en una casa rural que habían organizado unos conocidos comunes. Se habían planeado juegos y actividades en común y nos pareció que lo pasaríamos bien, como así fue. Fue un fin de semana muy divertido, pero también sorprendente, porque lo que no me podía imaginar es que, sin haberlo planeado haría realidad una de las fantasías de las que tenía más ganas: que me dominaran dos hombres. Por diversas razones se me resistía desde hace tiempo, y es porque no quería un simple trío con dos tíos —algo que ya había experimentado— sino sentirme dominada por los dos, y si ya me cuesta normalmente que lo haga uno, no digamos dos. Y a la vez.
Como todas las cosas buenas, se cocinó a fuego lento, y no sucedió aquel fin de semana, sino que allí se gestó todo, y el guiso se fue cocinando poco a poco, justo de la manera que quería. Tengo la suerte de que Jota es mi cómplice perfecto para estas cosas, porque no tiene prisa ni acelera el proceso natural por el que suceden.
Llegamos a la casa un viernes por la tarde, casi de noche. Hacía frío y había muchas cosas que hacer: encender la chimenea y preparar la cena, que habíamos llevado hecha ya entre todos, pero había que ponerla en la mesa. Como éramos unos cuantos, acabamos pronto y al rato estábamos tomando algo cerca de la chimenea. Alguien propuso jugar a “Yo nunca”, ese juego que consiste en que alguien dice algo que (supuestamente) no ha hecho nunca, y de entre las personas que sí lo han hecho se escoge una “víctima” para que pague “prenda” o bien, haga una confesión, y todos nos conocíamos lo suficiente como para fiarnos unos de otros. Empezó preguntando Ara, una dómina que estaba allí con su sumisa. Las rondas se sucedieron hasta que le tocó el turno a Marcos, el amigo de Jota que me ayudó a “secuestrarle”.
—Yo nunca he besado a alguien —dijo.
—Marcos, coño… ¿Tú quieres arrearnos a todos, o qué? —dijo alguien, riendo y levantando la mano. Los demás la levantamos también.
—Te toca, Ele —dijo, mirándome —¿Qué quieres, azotes, o hacer una confesión pública?
—Uy, cualquiera de las dos cosas le van a costar —dijo Jota, riéndose.
—Cállate, anda —dije, empujándole— Azotes, venga —había que tirar un dado para saber cuántos, y me tocaron seis, el máximo.
—Venga, ven para acá —me dijo Marcos —¿Sobre mis rodillas, que me hace ilusión?
—¿Qué? ¿Tú lo flipas, o qué? —le dije, retándole, a mi más puro estilo tocapelotas.
—Madre mía, lo que tienes que aguantar, Jota. Que vengas aquí, coño, y dejes de tocar los huevos —dijo, mirándome a los ojos. Y creo que fue entonces cuando empezó a “cocerse” todo. Nunca había visto a Marcos como nada más que un conocido, como al amigo de Jota, pero lo cierto es que está muy bien, es un tío atractivo. Le miré yo también y me agaché para ir gateando hasta sus rodillas, me puse sobre él y me dio los seis azotes sobre los vaqueros que llevaba puestos. Casi ni los sentí, aunque no fueron suaves. Lo que sí noté es como se le ponía la polla dura, y cuando me incorporé los dos estábamos más acalorados de la cuenta. Le di un beso en la mejilla y le solté otra, para rebajar un poco la subida de temperatura.
—Noto como si alguien hubiera querido azotarme, un ligero calorcillo en el culo…
Él no dijo nada, pero cuando me miró no tuve ninguna duda: me la había guardado. Y me gustó. Sonreí, y fui a sentarme al lado de donde estaba Jota. Seguimos un buen rato más, cambiando de juego, y la complicidad entre Marcos y yo cada vez era mayor, o al menos eso me pareció a mí. Y no fui la única que se dio cuenta, porque cuando nos fuimos a dormir, Jota me lo dijo, justo después de hacer uno de los rituales comunes que tenemos cuando dormimos juntos, tanto cuando es él quien está en rol sumiso como si soy yo: ofrecer el collar y una correa, y que el otro se lo ponga antes de meternos en la cama, o dormir atados, que también nos gusta mucho, a los dos. Ese día estaba él en rol sumiso, así que se lo puse yo, y cuando nos acostamos tiré un rato de la correa, mientras le mordisqueaba el cuello y jugaba con sus pezones. Le dije que había notado química entre nosotros, y que me había sorprendido.
—¿Y por qué te sorprende? Si Marcos está muy bien, y además, siempre le has gustado. No me digas que no te habías dado cuenta…
—Pues te juro que no, yo que sé.
—Después de lo del secuestro, me contó que le hubiera encantado quedarse con nosotros, pero que le dio palo decírtelo. Yo le dije que no te hubiera importado.
—Claro que no…
—Lo único que no sé el papel que hubiera querido tener en el juego, la verdad. No le veo puteándome contigo, nos llevamos demasiado bien —rió. Marcos es dominante, no switch, como nosotros, y ninguno de los dos son bisexuales.
—Menudo problema, ¿no? —reí yo.
—Coño, que es mi amigo…
—Pues bien que conspiró conmigo tu amigo contándome tus puntos débiles y dándome información valiosa, ¿eh?
—A ver si es que es que le gustas más de la cuenta…
—¿Cómo que más de la cuenta? Explícate.
—Yo creo que sí, que le gustas mucho, pero que no quiere incomodarnos. Con lo que me gustaría a mí conspirar con él y putearte a ti para vengarme del susto que me diste. Y si os tenéis que conocer mejor, pues me parece genial. Mejor lo pasaremos —dijo, acariciándome el pelo.
—¿Putearme a mí los dos? ¿Juntos?
—¿Te gusta la idea? Se lo puedo proponer.
—Me gusta, pero no este fin de semana. Aquí el único puteado vas a ser tú, y lo sabes, ¿verdad?
—Ya sé que te cuesta bajar si estás muy arriba… No, no te preocupes, mejor conócele bien. Ya hablaré con él.
—Uhm. Tendría que mandarle un mensaje ahora, decirle que venga, y atarte para que solo pudieras vernos…
—Menudo castigo tan terrible, ¿eh? Me encantaría veros, y lo sabes —dijo, mientras me besaba e intentaba ponerse sobre mí, pero le detuve tirando de la correa de su cuello.
—Lo sé, pero también te gustaría participar, y eso es lo que no podrías hacer.
—Venga, hazlo… ¿O quieres que lo haga yo?
—Venga —le dije —Pero lo mismo le despiertas…
—Qué va. Se duerme tarde.
Encendió la luz y cogió su móvil. Escribió el mensaje mientras yo le miraba y no me contuve en decirle lo que pensaba.
—Eres el cómplice perfecto. Gracias, guapo.
Me besó de nuevo. En ese momento su móvil vibró.
—¿Es él? ¿Qué ha dicho?
—Que viene, claro —sonrió.
Unos diez minutos más tarde, Marcos llamó a la puerta con suavidad y después abrió para entrar. Nos miró a los dos con cara extrañada.
—¿Qué te pasa a estas horas, tío? ¿No tenéis nada mejor que hacer, o qué? —bromeó.
—Es que estábamos hablando de ti, y nos parecía feo hacerlo sin que estés delante, solo era eso —dijo Jota, riéndose.
—Ya decía yo que me pitaban los oídos, hijos de puta…
—Pero si estábamos hablando bien, imbécil… —dijo Jota.
Marcos se quedó mirándonos a los dos, con curiosidad.
—Ele, ¿y tú no tienes nada que decir? Qué raro que estés tan calladita…
—Es verdad que estábamos hablando de ti. Concretamente, le estaba diciendo a Jota lo que me gustaría hacerle sufrir.
—Pobrecito, mala mujer, que es mi amigo…¿Qué quieres hacerle esta vez? ¿Y qué tengo yo que ver con ello?
—Quiero que sufra un poquito. ¿Me ayudas? —le dije, mientras me levantaba, le miraba con toda la intención y le acariciaba el brazo.
—¿Pero tú crees que va a sufrir si te ayudo? Yo creo que lo iba a pasar muy bien —dijo, devolviéndome la mirada y la caricia.
—No creo que sufra demasiado. Solo lo justo…
—Ajá. ¿Así que me quieres usar de unicornio?
—Más bien de colaborador necesario, una vez más —le dije, mientras me acercaba a él y casi le rozaba.
—Con una condición —dijo Marcos —Que la siguiente vez te podamos putear los dos a ti.
Como si le hubiera leído la mente a Jota. ¿O a lo mejor ya lo habían hablado?
—No os creeréis ni por un momento que voy a tragarme que esto ha surgido aquí y ahora, ¿verdad?
Marcos se encogió de hombros y puso cara de no saber, aunque evidentemente sabía.
—Eres una chica lista, Ele —dijo, mientras me devolvía el roce en el brazo y hacía que se me erizara la piel —¿Hay o no hay trato? —preguntó.
—Hay.
—Muy bien, qué fácil ha sido —sonrió, mientras se quitaba la camiseta que llevaba puesta y se sentaba en la cama. Jota estaba a su lado, observándonos, y llevaba un buen rato con la polla dura —¿Qué se les hace a los unicornios?
—No me hagas responderte, que si no esto va a parecer una peli porno mala —dije, riéndome. Estaba delante de él, y llevaba puesto un pijama corto de tirantes. Me acarició la pierna y me miró desde donde estaba sentado, y luego miró a Jota.
—Así que no te van a dejar participar, ¿eh? Cuánta maldad, amigo…
—A lo mejor sí que le dejo, depende de cómo se porte —dije yo —pero lo más posible es que simplemente le use para darme placer y jugar con el suyo. Ya sabe cómo soy y lo que me gusta, así que no le va a pillar de sorpresa.
He hecho más de un trío con dos hombres, pero la química jamás había fluido de esta manera. Cogí de la mano a Marcos para que se levantara y le miré antes de besarle, uno de esos besos que hacen que te mojes entera, y agradecí estar medio desnuda. Él me cogió por el pelo y siguió besándome despacio, acariciándome y poniéndome muy cachonda.
—Joder, si llego a saber que besas así lo hubiera hecho antes, ¿eh? —le dije. Miré a Jota, que seguía sentado en la cama —Ponte detrás de mí. Haz lo que quieras, lo que consideres que pueda gustarme o darme placer, pero nada a ti mismo.
—Cuánto vacío legal hay en esa frase, ¿eh? —me dijo, poniéndose en la posición que le había dicho a mi espalda.
—Tú sabrás. Ya sabes que si no haces las cosas como quiero después sufres las consecuencias, y tengo buena memoria. Así que tú mismo.
—¿Vas a ser capaz de aguantar sin que te folle? ¿Con lo que te gusta qué te follen entre dos? —me dijo, con tono de estar muy encendido.
—Como te he dicho un montón veces, follar y correrse son cosas muy distintas. Claro que vas a follarme, otra cosa es que vaya a dejar que te corras. Pero follarme, ya puedes aplicarte y hacerlo bien, o el lunes te va a costar sentarte.
Marcos nos miraba y sonreía mientras nos escuchaba.
—Me está gustando ver cómo puteas a este. Va a ser un placer ayudarte —sonrió.
—Serás cabrón… —le dijo Jota.
—No te quejes tanto. Si te encanta… —le respondió Marcos.
—Antes le dije a Ele que no tenía claro que fueras capaz de putearme. Pero ya me ha quedado claro, desgraciado.
—Como si no me conocieras, no sé cómo has podido dudarlo ni un momento.
—De ella tendré ocasión de vengarme bien, pero tú tienes suerte de que no te guste la sumisión, porque si no me ibas a maldecir en varios idiomas, hijoputa.
—Cállate un poquito ya, que me estás dando dolor de cabeza, y céntrate en hacer que me lo pase bien, ¿estamos? —le dije. Él se quedó donde estaba y siguió acariciándome, pegado a mí, mientras Marcos seguía besándome y tocándome por delante. Cuando Jota empezó a comerme el cuello y la nuca yo gemí y me abandoné al placer.
—¿Sabes que la noche que fue lo del secuestro me hice una paja pensando en algo parecido a esto? Me hubiera gustado participar en aquello… —me dijo Marcos, casi en un susurro.
—Algo me han dicho. ¿Por qué no me dijiste nada? Hubiera estado muy bien.
—Yo que sé, me dio cosa, quise dejaros solos… Pero sois un par de guarros pervertidos, los dos —remarcó la última palabra, mientras me apretaba una teta con la mano, fuerte. —Esta noche me ha quedado claro que esto podría pasar, y no me equivocaba.
—¿Me vas a follar? —le pregunté. A esas alturas tenía un calentón muy importante ya, y muchas ganas de sentirle dentro.
—Te voy a follar, claro que sí. Te vamos a follar los dos, uno por delante y el otro por detrás, y luego nos vamos a cambiar —se tumbó en la cama boca arriba, para que me clavara su polla y que Jota pudiera quedarse detrás de mí, en esa postura sería más sencillo. Le di un condón, se lo puso y me senté encima de él, gimiendo de placer al hacerlo. Cuando estuve colocada, Jota vino por detrás y me lubricó el culo, primero con los dedos, abriéndome bien. Después me metió la polla despacio mientras me susurraba al oído.
—Me está costando mucho no agarrarte por el pelo y decirte lo que estoy pensando mientras te parto en dos, joder…
—Haz tu trabajo. Limítate a follarme bien y a concentrarte para no correrte. Y te vas a llevar 20 latigazos por bocazas, para que no se te olvide que me gusta que hables bien y sin decir ordinarieces. No me hagas aumentar la cantidad, así que controla tu vocabulario.
Seguimos un rato así y yo me corrí tres o cuatro veces, perdí la cuenta. Después nos cambiamos de postura y cuando tuve a Jota cara a cara no me contuve las ganas de putearle más todavía.
—¿Te gusta ver como me follan? ¿Y te gusta sentirme así? Ya sé que sí, deberías verte la cara de vicio y de guarro que tienes…
—Me encanta, pero por favor, baja el ritmo, que no voy a poder controlarme… —aminoré un poco para volver a subirlo después.
—Voy a dejar que Marcos sea quien me marque el ritmo —me cogió por las caderas y me las sujetó fuerte.
—¿Sí? ¿Me dejas a mí? Te vas a cagar, amigo…
—Joder, ¿pero qué os he hecho yo?
—Nada, pero estás muy mono suplicando —le pinchó —No me extraña que le guste ver cómo lo haces —empezó a moverse rápido y con embestidas cortas, y al rato gritó que se corría, agarrándome fuerte y regalándome un buen mordisco en el hombro. Se salió de mí y se tumbó en la cama, al lado de Jota.
—La pena es que no seamos bi, porque si no estarías perdidito. Bueno, ya lo estás, pero si dependiera de mí también, te lo pondría muy jodido…
Yo había bajado bastante el ritmo, para dejar que se concentrara, pero me salí de él y le dije que se preparara.
—Como ya te has recuperado, ahora le voy a enseñar a Marcos cómo se come una polla. ¿Quieres? —pregunté, mirándole.
Se rio, y luego me besó.
—Claro que quiero. Me encanta cómo eres, ¿eh? Ya me habían contado algo —dijo, Marcos, mirando a Jota —pero verlo en directo me está gustando mucho —volvió a besarme. Después me puse entre las piernas de Jota y empecé a comerle la polla, primero solo lamiendo de manera superficial, pero después me la metí toda entera hasta que me rozó la garganta, y le escuché gemir. Le encanta que le haga eso. Si después le hubiera chupado rápido y deprisa seguramente no hubiera aguantado, pero la tortura era precisamente tenerle en ese punto en el que la excitación es más alta. Paré y volví a cabalgarle un rato, a ritmo lento. Alguna vez haciéndole esto durante un rato largo he conseguido que se le salten las lágrimas, pero ese día no sucedió. Cuando noté por su cara que estaba muy cerca de correrse, volví a salirme de él y entonces Marcos empezó a follarme otra vez.
—Joder, que me matas, cabrón —le dije, a punto de correrme de nuevo —Voy a empezar a mojarlo todo…
—Ningún problema, preciosa, mójale la polla a este pobre desgraciado que tienes debajo. Y que cuando yo acabe contigo te limpie bien y te remate —dijo mientras me follaba más rápido, hasta que solté un charco sobre la polla de Jota, mirándome desde abajo, desesperado.
—Laura, lo que quieras y lo que decidas, pero deja que te folle y me corra, por favor. Lo que quieras, como si quieres despellejarme…
—Lo que quiero es tenerte así —le dije, una vez me recuperé. Así que no, contrólate. Y mañana vas a ir enjaulado todo el día.
II
Contuvo las ganas de protestar, se lo vi en la cara.
—Lo que tú quieras…
—Muy bien, mi niño. Así me gusta —le dije, besándole. —¿Por qué lo haces? —pregunté
—Porque es lo que tú quieres.
—Qué ganas tienes de decirme de todo, ¿eh?
—No creas. Ahora mismo estoy muy zen. Debe de ser que con público me corto más —rió.
—Límpiame —le ordené. Es algo que nos gusta hacer a los dos en ambos roles. Me ayudó a tumbarme y bajó entre mis piernas para cumplir la orden, y lo hizo tan bien como acostumbra.
Marcos, que había aprovechado para ir al baño, llegó justo en ese momento.
—Tío, enhorabuena. Qué control, y enhorabuena a ti también —me miró— Esto no lo consigue cualquiera.
—Está bien entrenado, aunque le ha costado llegar a hacerlo tan bien —dije, reforzándole ahora, acariciándole el pelo y haciendo que apoyara la cara sobre uno de mis muslos.
—Es que eres muy dura, hijaputa. Pero me gusta mucho tu estilo. Bueno, me ha gustado mucho todo, la verdad —dijo, y después vino hasta donde estaba y me besó.
—Ahora voy yo al baño —dijo Jota —Haced mientras lo que haría yo si fuera vosotros —rió.
—Con mucho gusto —dijo Marcos, mientras volvía a besarme despacio y se ponía sobre mí. Estuvimos un rato así hasta que volvió Jota, que le siguió haciendo sugerencias a Marcos.
—Cómele las tetas. No hay nada que le guste más que eso. Y mientras yo voy a comérmela también. Te vas a deshidratar —me dijo, mirándome.
—Y cuando te canses nos cambiamos de sitio, que hay que comer de todo. Bueno, si dices que le gusta tanto, podemos empezar los dos por aquí —lamió y besó una de mis tetas mientras Jota hacía lo mismo con la otra y me acariciaba despacio entre las piernas. Al rato volví a correrme, y después fue Marcos quien bajó entre mis piernas y me comió, haciendo que me corriera de nuevo.
Nos quedamos dormidos, yo entre los dos, y a la mañana siguiente repetimos. Le puse la jaula de castidad a Jota, una vez conseguí que se le bajara la trempera mañanera, e hice que nos mirara mientras le comía la polla a Marcos y después me follaba a cuatro patas.
—Me encanta lo bien que lo estás haciendo —le dije, besándole.
—Gracias. Me lo estás poniendo muy difícil, ¿eh? Bueno, los dos, joder, que me encanta veros.
—¿Sí? ¿Te gusta ver cómo me follo a tu amigo?
—Mucho…
—Amigos como tú son los que hay que tener, joder —intervino Marcos —Clávate mi polla y que vea lo que se está perdiendo, muévete bien y que le estalle la polla en la jaula — me dijo, mientras me besaba.
—Jota, ponte detrás de mí y márcame el ritmo —le ordené. Se puso a mi espalda con las manos en mis caderas y me acompañó los movimientos.
—Te encantaría que te estuviera follando a ti así, ¿verdad?
—¿Tú qué crees?
—Que sí, pero dilo… Y no me respondas a la gallega —le di un bofetón, girándome un poco.
—Tengo muchas ganas de que me folles así…
—Podría hacerlo, y hacer que llores de rabia cuando veas que no vas a poder aguantarte, puto cerdo vicioso. ¿Quieres que lo haga?
—No, joder, digo…no, por favor.
—Pues sigue con tu tarea —le dije, sin parar de moverme.
Fue una mañana muy entretenida. Cuando Marcos y yo nos cansamos de follar y corrernos, bajamos los tres a desayunar. Jota tuvo que soportar las coñas que le dedicó Ara, que evidentemente nos había oído al pasar por la puerta de nuestra habitación y adivinó —la jodía— lo que había pasado. No desaprovechó la oportunidad de humillarle. Si me lo llega a hacer a mí no hubiera reaccionado tan bien como lo hizo él, pero lleva eso mucho mejor que yo.
—Jotita, ¿qué ha pasado ahí arriba?
—Eres lista, Ara. Seguro que lo adivinas —sonrió, disimulando la mala hostia que se le pone cada vez que le llama así.
—Menudo fiestón os habéis montado. ¿Has cumplido tu fantasía, Ele?
—Eh… no —respondí, sin dar más datos. Durante el juego había tenido que responder a una pregunta sobre fantasías sin cumplir.
—¿Cómo que no? ¿No te han dado lo tuyo estos dos?
—Me han dado lo mío y lo de mi prima, Ara —reí— pero mi fantasía era que me dominaran dos tíos…
Ara se quedó mirándome, asombrada.
—Y… ¿no lo han hecho? Espera, espera, claro. Que vosotros veníais tú de dominante y Jotita como tu perro. Joder, Ele, qué grande eres, tía. Dime que no le tienes aguantándose las ganas, que tú eres muy de eso…¿Sí? ¡No jodas! —dijo, al ver nuestras caras— Me cuesta entenderos a los switchs, pero la verdad es que te doy mis dieces. Bueno, sobre todo a ti, Jotita. Debes estar a reventar…
La paré, porque iba a decirle una barbaridad si seguía.
—Lo ha hecho muy bien —le puse la mano en la espalda, para intentar calmarle y que no dijera nada.
—Eres mi heroína, Ele, de verdad. ¿Y cuanto tiempo vas a tenerle así? ¿Me dejas que le putee yo también?
—¿A ti desde cuando te gustan los tíos, Ara? —dijo Marcos, echándole un cable a Jota.
—Oye, que no necesito que me guste para putearle. ¿Tú sí? Qué básico eres, ¿eh, Marcos? —dijo, con desdén, medio en coña medio en serio.
—Y tú qué bruta, chica. De verdad que no puedo contigo…
—Pero en el fondo me quieres, ¿a que sí?
—Tan en el fondo que casi ni me acuerdo —dijo Marcos, soltándole una medio pulla.
Nos quedamos a comer y por la tarde volvimos a casa. Marcos y yo hablamos de vernos un día de esa semana para conocernos mejor. Estar a solas con él fue definitivo para que empezara a hacer mi transición hacia el rol sumiso de forma lenta y progresiva. Después quedamos otra tarde para ir al cine y cuando estábamos tomando una cerveza después, me dijo con total naturalidad que fuera a pedirle la suya a la barra, y que de no estar en un bar me hubiera dicho que se la sirviera de rodillas. Luego me preguntó si lo hubiera hecho, a lo que le respondí yendo a la barra, limpiando la botella de su cerveza con una servilleta —porque las toma igual que yo— y dándosela.
—¿Eso es un sí?
—¿Tú qué crees?
—Que si no me has mandado a la mierda, has hecho lo que te he pedido, y sabes cómo me gusta tomar las cervezas, hay esperanza —sonrió —¿Estás cómoda haciéndolo?
—Sí que lo estoy —le dije.
Hablé con Jota sobre todo el proceso y él me preguntaba y se alegraba sinceramente de cualquier cosa que yo le contaba que considerara un avance. Un día, aproximadamente semana y pico después de lo de la casa rural, me quedé a dormir con él y se sorprendió de lo rápido que había cambiado de rol. Aunque desde que estaba con él cada vez me costaba menos.
—Vaya, vaya. ¿Voy a tener que darle las gracias a Marcos por este cambio tan rápido?
—Creo que tiene bastante que ver —respondí.
Estábamos sentados en el sofá de su casa. Me dio un beso y me acarició la nuca despacio, agarrándome por el pelo.
—Vas a llamarle y a darle las gracias de mi parte. Le vas a decir: “Jota te da las gracias por colaborar a mi cambio de rol” —cogió mi móvil, que estaba sobre la mesa y me lo dio.
Yo le miré y luego miré mi teléfono. Había hecho el cambio de rol, pero aún era reciente. Busqué el contacto de Marcos, y cuando iba a darle para llamar, me ordenó que me arrodillara.
—De rodillas —señaló el suelo— Y mirándome a la cara —sonrió.
Me mordí la lengua para callarme el insulto que estuvo a punto de salir de mi boca. Una de las normas comunes que tenemos es la de hablar bien, sin decir palabras malsonantes. Y suelo incumplirla mucho más que él. Pulsé el teléfono de Marcos para llamarle.
—¡Hola! —saludé.
Jota empezó a desabrochar los botones de la camisa que yo había traído puesta, despacio.
—Hola, guapa. ¿Qué tal?
—Bien. Estoy en casa de Jota.
—Ah, muy bien. Salúdale de mi parte.
—Tengo un recado que darte de su parte. Quiere que te dé las gracias por colaborar a mi cambio de rol.
—¿Ah, sí? Dile que de nada, que es un placer. Que yo te escuche, pon el altavoz.
Le di al icono del altavoz en el teléfono.
—Marcos ha dicho que de nada, que es un placer. Y me ha pedido que pusiera el altavoz.
—Hola, tío, ¿cómo estás? Le cuesta hacer la transición de dominante a sumisa, ya sabes, cosas nuestras. Pero desde que os veis todo ha sido rapidísimo. Y tenía ganas de que pasara —me acarició el brazo y luego pasó un dedo bajo el encaje del sujetador que llevaba, poniéndome duro el pezón —Así que gracias. ¿Por qué no vienes mañana por la tarde? O por la mañana, cuando quieras. Así Ele podrá darte las gracias personalmente.
—Claro, será un placer. Por la mañana está bien, yo llevo el desayuno, y va en serio, ¿eh? No hagamos coñas con los churros, las porras y tal…
Jota se echó a reír.
—Perfecto, aquí te esperamos. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Bajó el tirante del sujetador y me retorció un pezón despacio, recreándose, hasta que yo emití un gruñido de dolor, bajito.
—Hace dos semanas, cuando estuvimos con él en la casa rural lo pasaste bien, ¿verdad?
—Sí, muy bien.
—¿Y te imaginas lo que va a pasar este, verdad?
Dudé unos segundos.
—No quiero imaginármelo. Prefiero sorprenderme y disfrutarlo —sonreí.
—Lo sé. Pero sabes que también vas a pasarlo mal, ¿no?
—Te puse el listón alto —sonreí, y me llevé un tortazo.
—Ve bajando los humitos, que sabes que puedo ser tan retorcido como tú, o más. Y hacer que te tragues tus palabras.
—Estoy deseando verlo —dije, aún en modo respondón.
Me puso unas pinzas japonesas en los pezones y ordenó que me tumbara boca abajo en la alfombra. Colocó los pies sobre mi espalda, y un rato más tarde me tenía donde quería, puteada y rabiosa. A cada uno nos funciona una cosa distinta para “bajar” y mantenernos en el rol sumiso, a él la pura violencia y el dolor físico, y a mí también, pero si además me humilla y me putea, lo tiene hecho. Y el cabrón de él sabe hacerlo muy bien.
—¿Te estás moviendo? ¿Es que te molesta estar así, o qué?
—No me molesta —mentí. Quitó los pies de mi espalda.
—Levántate, y quédate de rodillas. Mírame.
Hice lo que me había ordenado. Le miré a los ojos, y supe que venía puteo del bueno. Me cruzó la cara de dos bofetadas y tiró de las pinzas, haciéndome gritar de dolor. Luego me las quitó, despacio, y retorció los pezones fuerte. Yo respire hondo y solo emití un gruñido fuerte de dolor, intentando aguantar y mantenerme erguida.
—Es tan divertido ver cómo mientes y cómo intentas que no se note lo que te jode que te humille… Pero te conozco un poquito ya. A otros les podrás engañar, a mí ya no —volvió a retorcerme los pezones, a la vez, y esta vez me cogió por sorpresa y grité.
—Joder… ¡Ah!
—Mañana me lo voy a pasar muy bien. Bueno, Marcos y yo lo vamos a pasar muy bien contigo, porque ya le he contado alguna cosita útil. ¿Te vas a portar bien?
—Va a ser divertido, sí —respondí yo, sonriendo. Volvió a darme un bofetón.
—Que si te vas a portar bien…
—Si es lo que quieres, lo haré.
Estuvimos toda la tarde de tira y afloja. Terminé dolorida, y cuando nos fuimos a dormir, antes de meternos en la cama hizo que me arrodillara para ponerme el collar y me dijo que le besara y lamiera los pies. Luego tiró de la correa hacia arriba y me dijo que me tumbara.
—Vamos a ver esa capacidad de aguante, mi niña bonita… No te puedes correr —dijo, poniéndose a mi lado y mordiéndome un pezón, mientras retorcía el otro con los dedos.
—Eres un puto rencoroso… —le dije, gimiendo de placer y sintiendo punzadas en la entrepierna.
—Sí, lo soy, ¿y qué? Ahora eres mía, y si te quiero putear, te puteo, ¿tienes algún problema? —empezó a masturbarme muy despacio, rozándome el clítoris justo como sabe que me gusta, y mordíendome otra vez el pezón. Gemí.
—No sé si voy a aguantar, ¿eh? Uf… —le dije.
—Pues quiero que lo hagas, porque te voy a usar, como si fueras un coño de plástico, Te voy a follar, como si me estuviera pajeando, como si fueras un puto agujero —susurró en mi oído, y sabe que me encanta escuchar cosas como esa justo en ese momento —Ábrete bien para mí, venga.
Abrí las piernas y respiré hondo, preparándome, e intentando pensar en cosas que me distrajeran del orgasmo. Se volvió hacia la mesilla y alcanzó un vaso con un trozo de jengibre que me había hecho preparar un rato antes, metido en agua caliente.
—Quiero sentir tu coño ardiendo, por dentro y también por fuera —me metió una raíz de jengibre por el culo y otro en el coño, y lo movió hacia dentro y fuera unas cuantas veces, mezclándolo con mi propio flujo y haciendo que me mojara más. Empezó a arder.
—Uhm, joder, cómo arde…
—Y te gusta, ya lo sé —dijo, moviendo la raíz que estaba en el coño, como si fuera un dildo —Ahora voy a dejarte dentro las dos. Y te voy a dar unos cuantos varazos en el coño, que me lo quiero follar calentito. No te muevas —me ordenó, sabiendo que no iba a poder mantenerme quieta.
—Me arde, uf…
—Te jodes. Sé que lo aguantas bien y que te gusta, así que no intentes darme pena.
—No intento darte pena, solo te digo lo que siento, joder…
—Te iba a dar diez varazos, pero apunta otros diez, por hablar como una poligonera…
—¿Quieres que los cuente?
—Vaya pregunta más tonta, ¿eh? Venga.
Empezó a azotarme el coño con la vara, teniendo el jengibre dentro. Me ardía tanto que los azotes, que no fueron suaves, me dolieron menos. Cuando terminó me sacó los dos trozos de jengibre, el del coño empapado, y se puso sobre mí.
—No te puedes correr, acuérdate, ¿eh? Eres mi agujero —al apoyarse sobre mí, sentí la piel sensible y dolorida, y gemí —¿Qué eres?
—Tu agujero —le dije, sintiendo otra vez que me mojaba mucho y me palpitaba el coño. Me metió la polla y volví a gemir, más fuerte.
—Mi agujero está muy cachondo, por lo visto —me folló despacio al principio, pero después aumentó el ritmo —Joder, qué gusto. Me encanta sentir el ardorcillo en la polla —al rato de estar follándome me dijo —Date la vuelta, que te voy a follar el culo también —me puse a cuatro patas y me lubricó el culo con lo que salía de mi coño con dos dedos, y tras hacerlo unas cuantas veces, me metió la polla, mientras tiraba de la correa del collar.
—El otro dia, mientras te follabas a Marcos y me puteabas, pensaba en romperte el culo así, aunque intentaba no hacerlo. ¿Tú en qué piensas ahora?
—Intentó no pensar en nada, en poner la mente en blanco —dije.
—¿Y te sale? —dijo, follándome más fuerte
—Como no pares de follarme, no voy a poder aguantar —le dije, jadeando.
—A ver si voy a tener yo la culpa de que no te sepas controlar. Me voy a correr, y tú contente, ¿estamos? Te voy a llenar el culo.
Se corrió y yo noté unas pequeñas punzadas en el clítoris, sin tocármelo.
—¿Todo en orden? —me preguntó, acariciándome.
—He sentido unas punzaditas, pero sí, no he llegado a correrme.
—Porque eres una guarra, mi niña. Debería torturarte más, comiéndote el coño un rato, pero voy a dejarte descansar, que va a ser un fin de semana largo. Y ni siquiera he empezado a hacerte nada —me besó, mientras se acurrucaba detrás de mí —Qué a gusto duerme uno después de correrse, ¿eh?
—Seguro que duermes muy a gusto, claro que sí.
—Sí. Y si en mitad de la noche me apetece follarme a mi agujero, lo voy a hacer, por supuesto, que estás para eso y para lo que me dé la gana, ¿verdad?
—Para lo que me quieras hacer —le dije, notando que me calentaba otra vez. Sabe que me pone cachonda que me diga ese tipo de cosas.
—Duérmete, que mañana va a ser un día largo.
III
A pesar del calentón, no tardé demasiado en quedarme dormida. No me despertó para usarme en mitad de la noche —otras veces sí lo ha hecho— y me dejó descansar hasta la mañana siguiente, sin interrupciones. Suele despertarse antes que yo siempre, y aquel día no fue distinto.
—Hola, perezosa, buenos días. Despierta, que tienes que hacer cosas —dijo, dándome besos y mordiscos en el cuello y en la nuca.
—Mmm —me estiré, y él tiró de la correa del collar para mantenerme pegada a su cuerpo. La rutina del despertar incluye hacer el desayuno y servirlo, pero le pregunté, ya que Marcos había dicho que iría a lo largo de la mañana, por si tenía más información y quería dármela.
—¿Te traigo café? No sé si quieres que esperemos a Marcos… —pregunté, dándome media vuelta y besándole en los labios.
—Sí, le vamos a esperar, pero puedes ir haciendo uno rápido, y me lo traes al salón —me dio otro beso.
—¿Puedo tomarme uno en la cocina? —era probable que me dijera que sí, pero una de las normas comunes que tenemos es que hay que pedir permiso para hacer cualquier cosa, hasta las más tontas.
—Puedes, que te estás portando muy bien —sonrió.
—No bajes la guardia —repliqué yo, sonriendo también.
—Ni tú. ¿O quieres tomarte el café a lenguetazos de un cuenco, arrodillada delante de mí? —respondió, sin borrar la sonrisa de su boca. Me repatea hacer cosas como esa, aunque en el fondo sí que me guste.
Otra de las rutinas habituales en fin de semana, cuando hay tiempo, es la del aseo, normalmente quien está en rol sumiso se encarga de hacérselo al otro, pero ese día no lo había. Me levanté y fui a la cocina a preparar café, mientras yo me bebía el mío, y cuando estuvo hecho se lo llevé, en su taza. Le pedí permiso para ir a arreglarme y me lo dio. Me duché y me puse un conjunto nuevo de lencería negro y medias. Sobre él, un vestidito ajustado y tacones cómodos pero bonitos. Me crucé con él cuando salía del baño de ducharse y olerle fue como echar gasolina al calentón que tenía desde la noche. Me miró, adivinando lo que pensaba, como casi siempre.
—¿Y esa cara? ¿Te pasa algo? —dijo, cogiéndome por la cintura y pegándome a su cuerpo. No podía mentirle.
—Que estoy… nerviosa —le dije.
—¿Nerviosa o cachonda? —preguntó, dándome un beso en los labios y luego un mordisco suave en el cuello.
—Las dos cosas —respondí —Cachonda por razones obvias, y nerviosa porque no sé lo que va a pasar, y porque tengo ganas…
—Ya lo sé, ya… ¿Quieres que te ponga más cachonda antes de que venga Marcos, o vas a comportarte como una señorita decente?
—¿Cuándo he sido yo una señorita decente? —respondí, riéndome —Me tienes como una olla a presión, y te lo digo porque sé que te gusta escucharlo…
—Pues ahora responde a lo que te he preguntado —sonrió.
—Ponme como quieras, total, ya estoy muy cachonda, así que…
Me puso la mano en la cara, haciendo el movimiento de darme una bofetada, sin darla, solo presionando. Luego tiró del pelo hacia atrás y volvió a morderme, pero más fuerte. Pasó los dedos entre mis piernas y extendió parte de la humedad, frotándome el clítoris con ella, despacio. Gemí, apretándole el brazo.
—Si te tocara un poco más, te correrías, ¿verdad? —preguntó
—Solo si me dejaras… —jadeé, intentando concentrarme.
—¿Si te dejara? Estás a punto, y sé cómo te tengo que tocar y qué tengo que decirte para que te corras en cinco segundos.
—Claro que puedes, pero no me vas a dejar, ¿verdad?
—No, y que sepas que a quien se le ha ocurrido tenerte así no ha sido a mí.
—No, claro. Ahora tienes un cómplice para conspirar, lo que te faltaba…
Se rió, acariciándome la cara, y me puso los dedos húmedos en la boca para que se los lamiera.
—Voy a terminar de vestirme. Estate preparada, que Marcos debe de estar al llegar. Ahora hablaremos de cosas, cuando venga. No estés nerviosa.
—Maldito seas, cabrón. Estoy como un flan. Y me encanta estar así.
—No te lo voy a tener en cuenta, así que no soy tan cabrón —dijo, refiriéndose al insulto que le acababa de decir. Me besó, dejándome con las piernas temblonas, literalmente.
—Eso es cosa tuya. Yo sí te lo habría tenido en cuenta —susurré, muy excitada.
—Qué suerte tienes de que seamos distintos en algunas cosas entonces, ¿no? —dijo, y en su cara leí lo que le estaba divirtiendo la situación. Muchas veces nos pasamos así, de tira y afloja, durante horas.
Seguí haciendo cosas por la casa y unos cinco minutos más tarde escuché el sonido del portero automático, después que llamaban a la puerta y fui a abrir. Marcos sonrió y me dio una bolsa de papel donde había churros y porras, tal como había dicho el día antes. Yo sonreí también, casi sin poder mirarle a los ojos, lo que le hizo gracia. Le saludé, cogí la bolsa, la dejé en la cocina y le ayudé a quitarse la cazadora que traía puesta.
—Buenos días —dije, nerviosa y sin saber dónde mirar.
—Buenos días —respondió.
—Gracias por traer el desayuno —sonreí.
—¿Le puedo meter mano al servicio, que parece que está un poquito tímida? —preguntó, dirigiéndose a Jota, que estaba terminando en el baño.
—Claro que sí, todo lo que quieras. Buenos días, tío, ¿qué tal? —saludó Jota, a lo lejos, hablando de mí como si fuera parte del mobiliario.
—Muerto de hambre —dijo —¿Me traes un café con unos churros, por favor? Y a Jota también.
Fui a la cocina a traer café y un plato con unos cuantos churros. Los llevé en una bandeja y los puse en la mesa de centro que está frente al sofá. Jota llegó justo en ese momento, y se sentó al lado de Marcos. Le dió un abrazo, y cruzaron un par de miradas cómplices que me gustaron. Me dijo que me arrodillara y les mirara.
—Mientras desayunamos, vamos a hablar un poco de algunas cosas que van a pasar. Marcos y yo hemos quedado en que le vas a tratar igual que a mí, y que puede ordenarte lo que considere oportuno en todo momento, y sabe todo lo que tiene que saber, tanto por ti como por mí, más alguna cosita interesante que le he contado yo. ¿Quieres decir algo?
—¿Mismas normas generales que las nuestras? —pregunté
—Sí. Expresarte correctamente en todo momento, sin decir tacos y pedir permiso para hacer cualquier cosa. Pero si Marcos quiere añadir algo, podrá, sin decirme nada —le miró —Me gusta compartirla, y me gusta que sea contigo, bueno, es que no creo que pudiera hacerlo con alguien que no fueras tú. Confío mucho en ti.
—Gracias. No sé si haría algo así con nadie que no fuerais vosotros, y como lo estamos haciendo —dijo Marcos.
—Me parece bien todo. Se me han pasado los nervios ya —dije, mirándoles y riéndome.
—¿Estabas nerviosa? —preguntó Marcos
—Un poco. Nerviosa y muy cachonda, porque la pobre lleva sin correrse desde… ¿desde cuándo, Ele? —preguntó Jota, con ironía.
—Desde hace dos días —respondí.
—Ah, pero eso no es mucho, ¿no? —intervino Marcos, mordiendo un churro y dando un sorbo a su café. Me pidió una servilleta y me extendió la mano para que se la limpiara. Yo lo hice, con cuidado.
—No demasiado, no. Y con muchas tentaciones de por medio, como hablamos —le dijo Jota a Marcos.
—Muy bien. Seguro que así está más atenta y centrada en lo que tiene que estar, o sea, tú y yo. ¿Te has vengado lo suficiente por las putadas que te hizo?
—Uy, no, qué va. Eso no lo considero venganza, es solo lo que me apetece hacer, aunque a veces se lo recuerdo, cuando la quiero putear. ¿Te acuerdas de lo que te conté? Es muy orgullosa, y a mí me encanta jugar con eso.
Yo seguía de rodillas, fascinada de ver la complicidad que había entre ellos. También me gustaba que hablaran de mí como si no estuviera delante.
—¿Vais a necesitarme para algo más? ¿O me llevo las tazas a la cocina? —pregunté, con toda la intención de interrumpir su conversación.
—Llévalas y luego ve por el Lush —dijo Jota. Y luego vuelve aquí con él, que te lo vas a poner delante de nosotros.
Dejé las cosas del desayuno en la cocina y luego fui a por él. Es un juguete vibrador que se puede controlar a larga distancia con el móvil. Supuse que lo tendrían configurado los dos, cada uno en el suyo. Volví al salón con él en la mano, y les pregunté cómo querían que me lo pusiera.
—Dándonos un buen espectáculo, claro —dijo Marcos
Noté como se me acaloraba la cara. Me levanté el vestido y me aparté el tanga con la mirada en el suelo, pero Jota me dijo que volviera a empezar y les mirara a la cara.
—¿Te da vergüenza, o qué? Anda ya, si tú no tienes de eso. ¿O es que no quieres que veamos lo cachonda que te vas a poner?
—Un poco de vergüenza sí que me da, ¿eh? —dije, sintiendo calor en la cara.
—Mejor, más nos vamos a divertir —dijo Marcos —Levántate el vestido despacio —fui siguiendo sus órdenes, mirándoles a la cara, como querían —Bien, así. Ahora ven aquí —me acerqué a ellos y me quedé delante de los dos, que me miraban como si me estuvieran comprando en una subasta de esclavos.
—Si la estimulo un poco le entrará mejor, ¿no? —preguntó Marcos a Jota.
—Yo creo que le va a entrar de maravilla, pero haz lo que quieras con ella —escuchar esto solo aumentó mi calentura.
Marcos cogió el Lush y me ordenó abrir más las piernas. Me rozó con él y sentí como resbalaba. Lo metió y sacó varias veces, con movimientos lentos, mirándome a la cara.
—Vaya cara de putón se te está poniendo, Laurita, ¿no te da vergüenza? Si no te la da, debería —me dijo.
Y claro que me la daba, aunque también me encantaba estar así para ellos. Sentí la presión en el pubis y supe que iba a correrme, sin permiso, pero sin poder evitarlo, y que por supuesto tendría consecuencias. Le agarré el brazo e intenté avisar, pero sucedió antes. Un chorro a presión acabó en el suelo del salón, y yo me sentí mal por no haberlo podido controlar. Les pedí perdón por ello, mientras me seguían temblando las piernas y me miraban los dos, disfrutando de mi malestar y mi vergüenza.
—Joder, ¿ni siquiera cuando tenemos invitados eres capaz de controlarte? —dijo Jota.
—Lo siento, no lo he podido evitar…
—De rodillas, y límpiame, que me has puesto perdido, puta. —Marcos tiró de mí para que me arrodillara y me dio un bofetón, hablándome en tono duro. Le lamí las botas que llevaba, mojadas de mi corrida. En un momento dado me pisó la cara y me la restregó en el suelo mojado, lo que hizo que me cagara en sus muertos y me empapara al mismo tiempo. Seguí hasta que noté un tirón del pelo hacia arriba.
—¿Algo que decir? —preguntó Jota.
—Que siento no haber podido controlarme, aunque no me lo habéis puesto fácil… Os puedo compensar como queráis.
Se rieron, los dos.
—No nos eches la culpa de tu falta de autocontrol. Si yo ni siquiera te estaba tocando —dijo Jota.
—Como si te hiciera falta… —respondí, sin poder contenerme.
Jota me cruzó la cara de dos bofetones fuertes, haciendo que me quedara con la mirada baja y llena de odio y rabia, como cada vez que lo hace. Marcos, a su lado, observaba.
—Ya veo lo que me dijiste —le dijo —Y sí que va a ser divertido.
—¿Lo ves? Es una puta orgullosa, y una vez que lo sabes es facilísimo hacer lo que quieres con ella.
Una vez más, hablaban de mí como si no estuviera allí.
—¿Cómo habías pensado compensarnos? —preguntó Marcos —Por correrte sin permiso y mancharme a mí y el suelo.
—Pues… comiéndoos la polla —respondí, sintiendo calor en la cara, de nuevo. Estando sola con Jota no me da vergüenza hablar así, pero con Marcos delante sí, e intenté que no se me notara demasiado, o lo utilizarían en mi contra. Yo lo hubiera hecho, desde luego.
—Si lo propones como compensación es que debes pensar que lo haces muy bien, ¿no? —preguntó Marcos
—Creo que no se me da mal. Le pongo ganas —sonreí.
—Bueno, mal del todo no se te da, pero no me vale como compensación.
—A mí me ofende que pienses que somos tan previsibles. No sé con qué tipo de gente has estado, pero a mí no me contentas con una mamada, aunque me guste cómo las hagas—dijo Jota.
—No era mi intención ofenderos, ni pienso que seáis una polla sin cerebro. Está claro que no lo sois. Solo era un detalle, una forma de daros placer, sin más —le dije, mirándole.
—Bueno, vale —sonrió —No me enfadaré, entonces. Pero tampoco me vale como compensación.
—Después tendrás tu castigo. Ahora ve a ducharte, que te has puesto hecha una guarra. Y antes de vestirte, avísame —dijo Marcos.
Cuando terminé de ducharme —por segunda vez esa mañana— y me estaba acabando de secar, llamé a Marcos. Él vino al dormitorio con algo en la mano, unas cuerdas, y también con el Lush. Lo encendió y me lo metió en la boca para que lo chupara antes de metérmelo en el coño, más rápido que un rato antes y sin entretenerse. Cogió las cuerdas, Marcos ata bien, sin ser un fanático del shibari. Me dijo que separara las piernas, soltó la cuerda y empezó a manejarla con habilidad y soltura, haciéndome un arnés de cadera con un nudo justo entre las piernas. Cada vez que me pasaba la cuerda por esa zona daba un saltito y ahogaba un gemido. Terminó rápido, y llamó a Jota para enseñarle el resultado.
—¿Qué te parece?
—Que envidio lo bien que atas, mamón. Te ha quedado precioso el cinturón de castidad. ¿Te gusta? —me preguntó a mí
—Mucho —dije, notando las cuerdas clavadas —¿Vamos a algún sitio? —pregunté
—Sí, a ver una exposición y a comer por ahí. Ya sabes, las normas de siempre para exteriores: preguntar qué queremos tomar y pedirlo o traerlo, y pedir permiso para todo, con discreción —respondió Jota.
Terminé de vestirme, poniéndome una falda un poco más suelta que el vestido que había escogido por la mañana, para que no se notara el arnés de cuerda que llevaba y una camiseta, sin ropa interior debajo, ya que no me dijeron que me la pusiera. Sabía que iban a ponerme en situaciones comprometidas, y no me importaba, al contrario. Me sentía en sus manos, y me gustaba que me controlaran de esa forma, sin dejarme un resquicio para querer ni poder rebelarme.
Fuimos en el coche de Marcos. Aparcamos en un parking del centro para ir a ver la exposición primero. Al rato empecé a notar que el Lush vibraba, justo cuando estábamos en una sala viendo una proyección sobre fotoperiodismo en la Segunda Guerra Mundial, junto a otras cinco personas más en completo silencio, salvo el sonido del documental. El Lush no es nada discreto en sitios así, y yo sentí que me moría de vergüenza. Le subieron la intensidad y yo tuve que concentrarme mucho para no gemir. El nudo que llevaba justo en el clítoris se me clavaba, y puse la mano sobre la pierna de Marcos, a mi izquierda, para pedirle clemencia. Él solo me miró y sonrió, y sentí que el Lush vibraba más y también hacía más ruido.
IV
Me habló al oído
—Compórtate y no nos hagas pasar vergüenza, ¿eh?
Para vergüenza la que pasé yo. Me daba la sensación de que el zumbido del Lush se escuchaba con toda claridad en la sala, especialmente cuando terminó la proyección y me levanté de los incómodos asientos en forma de cubo donde habíamos estado el tiempo que duró. Las vibraciones bajaron de intensidad, dándome un poquito de tregua, solo un poco, porque, aunque más suaves, seguían estimulando justo en el lugar que tenían que hacerlo. Los dos parecían ignorarme y no prestar atención al mal rato que estaba pasando. A la hora de comer hubo momentos graciosos, como cuando el camarero se me quedó mirando asombrado cuando pedí la comida para todos, la de ellos primero, y también cuando le serví su cerveza a Jota en una copa fría y limpié el cuello de la botella de la de Marcos antes de hacer lo mismo. Recordé pedirles permiso para todo, de manera discreta: para empezar a comer, para pedir una cerveza con alcohol y para ir al servicio. Les ayudé a ponerse la ropa de abrigo y esperé que pasaran antes que yo al salir del restaurante, ya no quise mirar si había miradas de extrañeza o no porque realmente me daba igual. Tenía asumidos y naturalizados esos gestos, lo mismo que cuando salimos y es Jota quien me sirve a mí.
Volvimos a su casa, y me dijeron que les desnudara, para dormir un rato la siesta. Se tumbaron en la cama, los dos, y me dijeron que me uniera a ellos. Y yo tenía ganas de cualquier cosa menos de dormir. Estaba literalmente en llamas, y sabía que iba a tener que suplicarles que me follaran, o cualquier otra cosa. Pero debía hacerlo de la manera adecuada, así que esperé a que alguno de los dos se adelantara. Y fue Jota quien me abrazó por detrás y se pegó a mi espalda, de forma que notara su polla dura y acariciándome las tetas con suavidad, más de la necesitaba en ese momento y me besó el cuello y la nuca. Estaba tan mojada solo con eso que casi ni me lo creía.
—Ay, pobrecita mía, cómo te hemos hecho sufrir, ¿eh? —me dijo, mordiéndome el cuello otra vez.
—No sé por qué hablas en pasado…
—¿Estás sufriendo ahora, mi niña? Qué pena me das… —dijo, irónico —Ahora es cuando debería ser un auténtico hijo de perra y vengarme de ti, ¿no te parece? ¿Si nos hiciéramos una paja sobre ti, sin darte placer de ninguna forma sería una putada, ¿no?
—Más bien sería un desperdicio que me usarais solo para eso, con la de cosas que podéis hacerme y el placer que os puedo dar, a los dos —le respondí, viniéndome arriba.
Marcos estaba al otro lado, y yo pensé que estaba medio traspuesto, pero me agarró la teta que quedaba libre y me apretó el pezón, más fuerte de lo que lo estaba haciendo Jota con la otra, y yo gemí, sin poder evitarlo, sintiendo punzadas de placer en la entrepierna.
—Ya, lo sabemos —dijo Marcos —Sabemos las posibilidades que tienes para darnos placer, y no las vamos a desaprovechar, Porque para eso estás, lo sabes, ¿no? —susurró en mi oído —Para que te usemos como nos dé la gana —me besó, haciendo que me mojara todavía más, la humedad me llegaba ya a la mitad de los muslos.
—Por favor, me gustaría poder correrme. Cuando queráis y como digáis, claro —dije, con la esperanza de que pidiéndolo de la forma adecuada se apiadaran de mí.
Jota se rio, y Marcos también lo hizo.
—Pero si ya te has corrido esta mañana, sin preguntar si podías hacerlo. Todavía tienes que pagar por eso… ¿y pides más? —dijo Marcos. No tienes vergüenza, ¿eh?
—¿Tú qué harías, si estuvieras en nuestro lugar? —preguntó Jota.
—Yo soy una hija de puta, lo sé y lo asumo. Pero estoy dispuesta a venderme por lo que haga falta ahora mismo.
—Tú eres muy hija de puta, ya lo vi el otro día, y me gustó mucho. Pero yo también. Y sádico, como tú. Así que ofréceme cosas que me interesen, que entre nosotros nos entendemos. Jota no lo es tanto, y además, le tienes cogida la medida y le acabas dando pena, pero a mí todavía no —sonrió.
Pensé unos segundos y tragué saliva. Me tiré a la piscina.
—Diez latigazos —le dije.
Es uno de mis límites en rol sumiso. Tanto por mi tolerancia al dolor, que es poca, como por el miedo que me da su sonido, es algo con lo que no puedo. Pero en ese momento me apeteció dárselo, como un regalo especial que sabría apreciar. Me acarició la cara y me besó en los labios.
—Pero el látigo es uno de tus límites. ¿Estás segura? ¿Quieres darme eso?
—Sí, joder —dije, bajito.
—Diez latigazos como te los quiera dar, a cambio de que te puedas correr. Apuestas fuerte, ¿eh?
—Sé perfectamente que no te va a valer cualquier cosa. A mí no me valdría…
—Lo acepto —me besó en los labios —Y gracias.
Jota me seguía acariciando y nos escuchaba. Se aseguró de que quería hacerlo de verdad.
—No lo hagas por orgullo, ¿eh? Que te conozco…
—No, de verdad estoy convencida, tranquilo.
Marcos se levantó y me dijo que me pusiera de rodillas en la cama. Sobre ella hay un punto de anclaje en el techo, solo para atar, no para suspender. Pasó una cuerda por él para atarme las manos y dejarme los brazos ligeramente tirantes. Luego me tapó los ojos con un antifaz negro. Empecé a temblar, ya que me da miedo de verdad, y respiré despacio, sintiendo que el corazón se me salía por la boca. No sabía dónde me iba a azotar, ni cómo, y yo misma sé perfectamente cómo se disfruta del miedo de la persona que está en la posición en la que yo estaba en ese momento. Ahora lo sufría y lo disfrutaba al mismo tiempo. Jota me acarició y me recordó que si quería parar lo dijera, a lo que yo asentí con la cabeza. Y escuché el primer restallido del látigo, que me aterrorizó, pero procuré quedarme inmóvil. Cuando llegó a la piel, lo hizo de forma menos terrible que su sonido, pero aún así dolió, claro. Grité de dolor, pero conté y se lo agradecí, sin que me lo hubiera pedido.
—Uno, gracias.
Jota me acarició y no perdió la oportunidad de hacerme notar que con él suelo ser menos dócil.
—Vaya, vaya. ¿Así que cuentas sin que él te lo tenga que decir, y yo lo tengo que hacer siempre? A ver si me voy a poner celoso, ¿eh? —susurró en mi oído.
—Para una vez que me porto bien…
—Sí, y más vale que sigas así, que me está gustando mucho. —volvió a susurrarme.
—Quédate conmigo, por favor —le pedí. Me acarició el pelo y me dio un beso, tranquilizándome.
Marcos siguió azotándome al ritmo e intensidad que quiso. No me dio muy fuerte, pero los azotes seis, siete y ocho sí los noté más duros que el resto, y me quejé. Me preguntó si podía seguir y le dije que sí, aunque estaba cerquísima de mi límite de aguante y por mi cabeza pasó la posibilidad de decirle que parara, pero algo más fuerte me lo impidió. Los dos últimos fueron de intensidad media, y cuando terminó se me cayeron las lágrimas, más por el miedo que había pasado y lo que me había costado hacerlo que por el dolor en sí. Y entonces hice algo que ni yo misma me esperaba de mí.
—Dame cinco más, por favor…
No podía verle en ese momento, pero pasaron unos treinta segundos hasta que volví a escuchar algo. Me quitó el antifaz de los ojos y me miró.
—¿Seguro?
—Sí, hazlo. Por favor, hazlo —añadí, cuando me pareció notar que el imperativo no le había gustado. Días después, cuando hablamos sobre todo lo que había pasado me dijo que no había sido eso, sino que se había quedado tan sorprendido con mi ofrecimiento que casi se bloqueó.
—¿Por qué?
—Porque quiero dártelo —dije yo.
Me dio un beso suave en los labios, conmovido. El momento fue mágico, la química y la confianza entre nosotros era tanta que había llegado a querer darle algo que para mí es un límite claro. Solo me habían azotado con látigo una vez, y después lo incluí como límite por lo mal que lo pasé. Seguiría siendo un límite para mí, pero quise darle ese regalo para que viera que para mí era importante, y también porque confiaba en él. Me dio los cinco latigazos extra recreándose entre uno y otro y mirándome a los ojos, me los dio por delante, y cuando acabó me abrazó, emocionado. Luego dejó que Jota me calmara, y entre los dos me desataron despacio y me ayudaron a tumbarme en la cama boca abajo. Sentí las manos de los dos acariciando las marcas que me quedaron en el culo y las piernas, que escocían y picaban, y me las lamieron, haciendo que volviera a encenderme como una antorcha. Me dieron la vuelta y empezaron a besarme cada uno por un lado del cuerpo, retorciendo los pezones, mordiendo lo que se encontraban y jugando con la humedad que había entre mis piernas. Marcos me besó y me agradeció lo que había hecho.
—Gracias, me ha encantado —me dijo, bajito.
—A ti, por llevarme a querer hacerlo —respondí yo.
Siguieron besando y acariciando hasta que Jota me susurró al oído que podía correrme cuando quisiera, pidiendo permiso. Y sucedió mientras uno me comía las tetas y el otro me acariciaba el clítoris despacio. Pedí permiso de la forma que suelo hacerlo cuando estoy muy ansiosa, preguntando “¿puedo, puedo?”, y Jota me lo dio. Tuve un orgasmo larguísimo, de los de temblar durante más de un minuto, y esa vez temblé entre los brazos de los dos. Luego me dejaron que les diera placer como quisiera, y lo hice, intentando ser creativa, tras lo que dormimos un rato de verdad. Noté que Marcos me despertaba al rato, acariciando y mordiéndome las tetas. No solo el pezón, sino el pecho entero. Es igual que yo, un sádico que disfruta del dolor que provoca, y procuré darle todo el que pude, aunque a ratos tuve que decirle que parara o fuera más despacio, y él me dio un poco de tregua, pero no paró hasta que se dio por satisfecho. Cerró los dientes sobre la carne varias veces, haciéndome marcas que me duraron muchos días. Se aplicó bien con ellas, y me dijo que le gustaría entrenármelas es decir, ir haciendo prácticas de dolor progresivamente, de menos a más.
—Es que son perfectas para eso, ¿eh? —me dijo, mientras volvía a morderme en un sitio donde aún había piel sin marcar.
—¿Ahora? —pregunté
—No, ahora solo te las quiero dejar marcadas y que te duelan un poco. Lo del entrenamiento, para otro día, ya se lo diré a Jota.
—Te va a encantar saber que me duelen algo más que un poco, cabrón…
—Claro que me gusta —sonrió —Y como bien sabes tú, saberlo solo me hace querer que te duelan más —me las apretó fuerte con la mano, primero una y después la otra, recreándose y disfrutando de mis gemidos de dolor —¿Te quieres dormir otro ratito con los pezones pinzados? —preguntó.
—Malamente voy a dormir así, ¿no, señor sádico? —se echó a reír.
—Haz lo que quieras, duérmete o acuérdate de mis antepasados, pero me apetece que las tengas así. A lo mejor yo sí que me duermo, o lo mismo se despierta Jota y le da por follarte mientras tira de las pinzas. Tú estás para que te usemos como nos dé la gana —pellizcó mis pezones antes de ponerme unas pinzas de las de tornillo regulable que había sobre la mesa. Tiró un poco de ellas hasta que se soltaron un par de veces, y luego las dejó fijas. Al rato de estar puestas empezaron a clavarse y a doler, él se quedó dormido con la cadena en la mano, y cuando se despertó Jota y vio como me había dejado las tetas las besó y me mordisqueó los pezones, haciéndome gritar de dolor.
—Pero bueno, mi niña ¿qué te ha hecho ese sádico cabrón? ¿Te ha dejado las tetas llenas de marcas de mordiscos, se ha quedado dormido y te ha dejado puestas unas pinzas para que yo juegue con ellas? Eso es que a lo mejor quiere que te duela, ¿no? Tú debes saberlo, porque eres igualita que él —dijo, con retranca y tirando de la cadena.
—Eso me ha dicho, que quería que me dolieran. ¿Se te está pegando, o qué? —grité y me quejé.
—Debe ser… Desde que me junto con gente sádica algo se me debe estar pegando, seguro… —se puso encima de mí y me mordió un pezón, con la pinza puesta, y luego hizo lo mismo con el otro. Grité y me quejé, revolviéndome y diciéndole que me dolía.
—Pero si te encanta que te torturen los pezones, ¿qué me estás contando? —volvió a morder y a hacerme gritar, y desperté a Marcos, que hasta ese momento había estado dormido.
—Joder, el ruido que hacéis y la guerra que dais, ¿eh? —dijo, desperezándose. ¿Todavía las llevas puestas? —preguntó.
—Todavía, sí. Y me duelen, que lo sepas —Jota tiró de ellas y yo grité de dolor.
—Te has quedado a gusto, ¿eh? —le dijo Jota a Marcos.
—Se las he decorado un poquito, para que se acuerde de mí —Marcos abrió una de las pinzas despacio haciéndome dar un grito y Jota hizo lo mismo con la otra. Lamieron y mordisquearon los pezones, muy sensibilizados, y yo empecé a sentir un cosquilleo inconfundible entre las piernas. Les informé de lo que estaba pasando.
—Como sigáis haciéndome eso, me voy a correr, y no sé si puedo o no…
—Por mí no hay problema —dijo Marcos —Pero “eso” qué es, ¿esto? —volvió a darme un mordisco fuerte en la teta, y el dolor volvió a repercutirme directamente entre las piernas.
—Cabrón, que no me voy a poder ni vestir…
—Córrete, venga —me dijo Jota, mientras me mordía el otro pezón, más suave, pero sin dejar de marcar los dientes en él.
Otra vez tuve un orgasmo largo, de los de retorcerme y después tomar conciencia de cuánto me dolían las tetas. Me llevaron a la ducha y estuvimos allí un buen rato, me usaron como quisieron, y después me secaron y extendieron aloe vera por todo el cuerpo. Luego nos quedamos los tres en el sofá, comimos algo y hablamos sobre lo que había pasado durante el día, sin profundizar demasiado. Marcos nos preguntó si queríamos estar solos, y Jota le dijo que no, tras mirarme y ver que yo asentía con la cabeza y decía lo mismo.
—Estoy muy bien con vosotros, pero no dejo de ser un invitado y no quiero incordiar si tenéis cosas de las que hablar o algo. Si queréis vuelvo mañana.
—Tranquilo, te puedes quedar. Puedo hablar contigo delante sin problema. Y sí que hay algo que me gustaría decir —me miró. —Cuando le has dicho que te diera los diez latigazos y luego cinco más, y has empezado a contarlos, justo en ese momento he sentido celos. Pero se me han pasado cuando me has pedido que me quedara contigo. Eso me ha gustado, sentir que nosotros seguimos conectando bien —me besó.
—Andaba preocupado por eso —dijo Marcos —A mí me ha encantado, lo espontáneo que te ha salido —dijo, mirándome —y lo bonito que ha sido, pero poniéndome en tu lugar —ahora miró a Jota —yo me habría sentido igual. ¿Estás bien? Es importante para mí que lo estés…
—Yo… no sé, es que me ha salido así —le dije a Jota, preocupada.
—Estoy bien, tranquilizaos, coño. Solo os lo estaba contando porque no me lo quería guardar.
Le besé, mirándole a los ojos.
—Gracias por ser siempre tan transparente. Yo quería decir que me ha flipado la conexión entre vosotros y la sincronía. Joder, a veces parecía que os leíais el pensamiento…
—Bueno, somos amigos, y aunque somos distintos dominando, en lo fundamental tenemos muchos puntos en común —dijo Marcos. —Estoy sorprendido contigo, Ele. No pensaba que pudieras entregarte tanto. Me ha sorprendido para bien. Reconozco que tenía prejuicio con los switches…
—Manda cojones que digas eso, ¿eh? Con la de tiempo que hace que me conoces… —le dijo Jota
—Yo qué sé, tío, pues hasta que no lo he visto… Ele es tuya, y os entendéis muy bien, pero en algunos momentos la he sentido muy mía también, y me gustaba, pero a ratos me he sentido un poco traidor…
—Esto ya se habló, acuérdate. Os dije a los dos que si os teníais que conocer mejor estaba dispuesto a correr el riesgo de que os gustarais más, y no me arrepiento. Es más, no me importaría que se volviera a repetir, o que os veáis solos. Siempre que no paséis de mí y hablemos siempre así de claro todo.
—Jota, ¿lo dices en serio? —preguntó Marcos
—Que sí, joder.
Marcos se quedó pensativo y me miró.
—¿Y tú qué dices, Laura?
—Yo… voy a pensar bien en todo esto. Ya hablaremos, tengo que poner en orden mi cabeza.
Unos días después, ya con las cosas más claras, hablé con los dos por separado y les dije que me gustaría volver a repetir con los dos juntos y ver a Marcos sola, solo si todo seguía siendo como hasta ese momento, transparente, y nos hacía sentir bien a todos. Y hubo que reajustar cosas y hablar mucho, pero fue el comienzo de algo especial y distinto a cualquier cosa que hubiera vivido hasta ese momento.