I
Después de pasar aquel fin de semana en Ávila, Jota y yo seguimos viéndonos y conociéndonos cada vez mejor. Llegamos a entendernos con una mirada, en parte porque, tal como dijimos durante aquella primera semana de conversaciones, nos parecemos mucho y pensamos muy parecido. Pero aparte, también pusimos mutuo interés en conocernos, y se tradujo en eso que se da en llamar ‘feeling’, o química, que aunque ya la teníamos de entrada, no está mal trabajarla. Y desde entonces nos ha ido bien así, sin que hayamos dejado de relacionarnos con otra gente, ya que desde el principio quedó bien claro que no queríamos una relación de exclusividad, pero tampoco dejar de lado lo que teníamos nosotros.
Empezamos a hablar de cumplir fantasías pendientes, incluso las más complejas o peliagudas, como la del secuestro o los juegos con dinero. Las “sencillas” salían solas, sin casi necesidad de hablarlo, simplemente cuando cualquiera de los dos sabía que al otro le apetecía algo, se las apañaba para conseguirlo. De esta forma cumplí su deseo de ser secuestrado, aunque a mí me costó un poco más organizarlo, porque él quería un secuestro con toda la parafernalia, su cinta americana, maletero y demás. Planearlo fue complicado, pero salió mucho mejor de lo que pensaba a priori y lo disfrutamos mucho, los dos.
Tuve que engañarle, claro, porque es listo y se podía oler cualquier movimiento fuera de lo habitual. Su fantasía era que le metieran en el maletero de un coche, o en la parte de atrás, amordazado y atado, bien reduciéndole a hostias o bien adormeciéndole con alguna sustancia. Por tamaño y envergadura lo de las hostias en mi caso no podía ser, puesto que él es más alto y fuerte que yo y no me lo hubiera puesto fácil. Además, si lo hacía yo no tendría el factor sorpresa. Lo pensé de dos maneras, una, “contratando” a dos “matones” y haciendo que me lo llevaran a un lugar sórdido y apartado, y dos, adormeciéndole con cloroformo una noche y haciendo que se despertara sin saber dónde estaba ni lo que le iba a pasar. La primera sería más complicada, pero sin duda, se aproximaba más a su fantasía, y además me apetecía mucho hacerlo, así que me puse manos a la obra con ello.
Hablé con un conocido suyo que hizo de “gancho” para que se lo llevara de cañas una noche en la que no habíamos quedado. Le deseé que se lo pasara bien, y después escribí a su amigo, también del ambiente BDSM, por lo que no había cuidado de que se escandalizara. Le pregunté si sospechaba algo y me aseguró que no, que absolutamente nada. Esto fue lo fácil, porque lo complicado fue buscar —y encontrar— a dos tíos dispuestos a hacer el papel de matones-secuestradores. Le dije a su amigo que me ayudara, y pusimos un anuncio de contacto, con otro perfil en la red social donde estábamos todos creado exclusivamente para esto, al que respondieron muchos ofreciéndose y poniendo que les encantaría hacerlo, pero pocos dispuestos a llevarlo a la realidad. Finalmente, y tras semanas y semanas de conversaciones fallidas, logramos quedar y concretar las condiciones con dos tipos dispuestos a ayudarnos.
Su amigo y yo quedamos con los dos en un bar del centro. Cuando les vi llegar me parecieron perfectos: los dos eran corpulentos, y sobre todo uno de ellos tenía un aspecto bastante intimidante. Se lo dije, mientras se sentaba, acercándome una cerveza que había pedido para mí en la barra.
—Héctor, vas a dar bien en el papel, ¿eh?
—¿Sí? ¿Tú crees? —sonrió
—Ya lo creo —dije —No me va a perdonar en la vida el susto que se va a llevar.
—¿Cómo vamos a hacerlo? ¿Les esperamos en el parking, como hablamos, uno de nosotros te llama, les sacamos la navaja y luego le decimos que mire su móvil con el mensaje que le mandarás para que se tranquilice?
—Sí, eso es. No quiero que le dé un infarto…
Así pues quedamos en que ambos estarían esperando a Jota y a su amigo en el parking, que uno les cerraría el paso por detrás y el más grande e intimidante le amenazaría con la navaja de frente y le ordenaría que se metiera al maletero, tras decirle que mirara su móvil, donde habría un mensaje mío lo suficientemente esclarecedor como para que confiara. También le dije que ante la más mínima duda me llamara y me le pusiera al teléfono. Después tendría que atarle las manos a la espalda y amordazarle con cinta americana, y tratarle de forma brusca. Y que procurara que no le grabara ninguna cámara de seguridad del parking, no fuera que tuviera un susto y se presentara algún guardia de seguridad o policía a detenerles.
El día que escogimos para el secuestro era viernes. Marcos —el amigo de Jota— fue a recogerle y estuvieron de cañas toda la tarde, hasta la noche, y entonces fueron al parking a recoger el coche. En ese momento, él me mandó un mensaje por Telegram avisándome.
Marcos — Estate prevenida, que vamos a por el coche ya.
Yo — Ok. Suerte, cruzo los dedos para que salga todo bien. ¿Se huele algo?
Marcos — ¡Qué va! Nada de nada…
Al rato, me entró una llamada. Era el “secuestrador”, para avisarme de que podía enviar el mensaje a Jota. Lo hice —ya lo tenia escrito, así que solo lo pegué y le di a enviar en su chat— y le pedí que me le pasara y le pusiera al teléfono. Noté dudas y ansiedad en su tono de voz, lo que me excitó.
—¿Hola? —dijo
—Obedece todo lo que te digan, si no quieres tener que arrepentirte. Confía —le dije, intentando que mi tono fuera duro y seco, aunque tenía ganas de calmarle y tranquilizarle, pero sabía que al escucharme ya estaría más tranquilo.
—De acuerdo, lo haré —respondió, y noté su voz menos tensa.
Colgué y me puse en marcha. Había reservado una casa en un pueblo perdido de la sierra norte de Madrid, y yo ya estaba en ella desde por la tarde a primera hora. Sin casi lujos, el único una chimenea en el salón que calentaba el ambiente, por lo demás bastante frío y desangelado. Ni el mobiliario ni la decoración eran acogedores, más bien parecía que había un cierto abandono, pero precisamente por eso me decidí a alquilarla. También por la situación, y porque el dueño no estaba cerca. La vivienda estaba a las afueras del pueblo, y vivía en el casco urbano, y a esa hora ya había resuelto con él todo lo necesario, incluido que me encendiera la chimenea y me dejara más leña. Esperé pacientemente a que llegaran, con todo el material preparado: más cinta americana, bridas, y una vieja silla de madera, que coloqué en el centro de la habitación. Yo me había vestido con una falda negra ajustada, botas de cuero de tacón alto y una camisa blanca con dos botones desabrochados. Por fin escuché el ruido de un coche, y le di un sorbo a una copa de vino que me estaba tomando. Respiré hondo y entré en esa especie de trance que siento cuando voy a tener una sesión en rol dominante, de cierta responsabilidad y excitación a partes iguales.
Cuando abrí la puerta, lo que vi me hizo sonreir. Jota estaba atado, con las manos por delante y varias vueltas de cinta americana. En la boca, lo mismo, los ojos tapados por un pañuelo negro. Le estaban sujetando los brazos, para ayudarle a andar, y en ese momento él intentó gritar. Les hice un gesto para que le llevaran a la silla que había en el centro de la habitación y le sentaran, me acerqúé a él y le agarré del pelo, dando un tirón fuerte hacia atrás y le hablé en tono duro.
—Te va a dar igual lo que hagas o lo que te resistas, así que te sugiero que te relajes, porque va a ser mejor para ti —a continuación le di un bofetón fuerte. Noté que se destensaba al oír mi voz. Hizo el amago de gritar y revolverse, pero le inmovilicé con la rodilla, y mis cómplices me ayudaron a dejarle bien sujeto a la silla. Cortaron la cinta de sus muñecas y le obligaron a poner los brazos hacia atrás, de manera que fue más fácil ponerle unas esposas de acero que tenía preparadas y fijarlas con una brida a la silla. Una vez estuvo así, le quité la venda de los ojos, porque quería que viera lo que iba a hacer a continuación, pagar a mis “cómplices” y hablar sobre él con ellos como si no estuviera allí.
—Muy bien —le dije al tío grande y fornido de aspecto intimidante. Cogí unos billetes que tenía preparados y se los di. Eran falsos, pero esto él no podía distinguirlo desde donde estaba. Además, daban bien el pego.
—Esto fue lo acordado, ¿verdad?
—Correcto. Siempre es un placer trabajar para ti —sonrió.
—Lo mismo digo. Tan eficientes siempre… —le dije, mientras sonreía y le acariciaba el brazo, que parecía un tronco de árbol.
—¿Qué vas a hacer con él? —dijo el otro, siguiendo el guion que habíamos pactado.
—No preguntes tanto, que no te pago para eso. Si queréis, podéis tomar algo y descansar un poco. Pero después me dejareis a solas con él, porque tenemos que hablar largo y tendido..
—Seguro que le haces hablar —respondió, sonriendo.
—Eso ni lo dudes.
Mientras tomaba algo con ellos volví a tapar la cabeza de Jota con una capucha y le ignoré conscientemente. Luego se marcharon y nos dejaron solos. Cerré la puerta de la casa y recorrí lentamente el espacio que me separaba de él, haciendo que sonaran los tacones. Cogí un cuchillo que había sobre la mesa, de hoja pequeña, pero muy afilada.
—Te recomiendo que sigas quieto. El cuchillo engaña: está muy bien afilado, y voy a usarlo para cortar la cinta que tienes en la boca como mordaza. También te sugiero que ni se te ocurra gritar, más que nada porque ni Dios te va a oír, pero también porque si lo haces va a ser mucho peor de lo que imaginas. Así que quieto y callado, ¿entendido? —No me respondió nada, así que le quité la capucha de un tirón y le di un bofetón fuerte —¿Entendido? —repetí.
Jota asintió con la cabeza. Corté un poco la cinta que llevaba como mordaza por los lados y luego la arranqué de una vez, haciendo que se quejara. Después dejé el cuchillo sobre la mesa y noté que respiraba más calmado. Le miré y verifiqué con la mirada que realmente estaba bien, subiendo un poco las cejas, y él me respondió de nuevo asintiendo con la cabeza y sonriendo, así que continué.
—Así que tenemos por delante una larga noche, ¿verdad? Porque sé que no me lo vas a poner fácil…
—Así es —respondió —No pienses ni por un momento que me vas a sacar ni una palabra.
—Te veo muy altivo y seguro de ti mismo —le di un bofetón de nuevo— Veremos si dentro de unas horas sigues así de arrogante.
Para todos los juegos del tipo del que estábamos teniendo teníamos pactado que si se decía la palabra de seguridad, “Ávila”, se pararía todo. Si se quería aflojar, cambiar algo o modificar el devenir de lo que estaba pasando, “Guisando” era la clave. De este modo, el juego no perdería intensidad. Si no se decía ninguna de las dos palabras, se podría continuar. Quise preguntarle por el traslado hasta allí, para que me dijera si estaba bien y rebajar un poco la tensión antes de continuar. Y en ese momento me pidió aflojar y restar intensidad.
—¿Qué tal el viaje? ¿El señor está satisfecho de cómo le han tratado?
—Me pareció que pasábamos por Guisando de camino…
Le miré un poco preocupada. Le acaricié el pelo y le di un beso en los labios, y le miré otra vez para asegurarme de que estaba bien. Fui a por un vaso de agua e hice que bebiera un sorbo. Después de unos minutos, él me miró y me hizo un gesto, haciéndome ver que podía continuar, asintiendo. Yo le miré, sonreí y le tiré a la cara el resto del agua que quedaba en el vaso. Y me respondió, parpadeando para que no le entrara agua en los ojos.
—Muy cómodo todo, sí. Venir en ese maletero tan pequeño ha sido muy interesante, sin duda. Y el susto que me he llevado cuando me sacaron la navaja en el parking voy a tardar en perdonártelo, hija de puta.
—O sea, que lo he hecho todo bien —dije, obviando esto último— No te quejes tanto, o te vuelvo a amordazar. Y esta vez será con una mordaza de esas que harán que te duela la mandíbula cuando la lleves un rato y babees. ¿Crees que me voy a aguantar la risa cuando te vea babeando y aguantando el dolor? Responde…
—Te reirás de mí, lo sé. Y… ¿sabes? Me gusta. Tengo la polla dura de pensar en ello…
Sonreí. Me estaba provocando.
—No cuela, guapo. No te gusta estar en esa situación, y lo sé.
—No te miento. Tengo la polla dura, lo puedes comprobar tú misma.
—Pero tienes la polla dura porque eres un cerdo. Y yo no tengo la culpa de que te exciten cosas que no son muy normales, ¿verdad?
—Como si a ti no te pusiera cachonda tenerme así, ¿verdad? Puta sádica…
—Bueno, ya está bien. No estamos aquí para hablar de mí, sino para que hables tú. —le dije, metiéndome en el papel y el guion que me había preparado— ¿Crees que fue una casualidad que quisiera conocerte aquel día? ¿Que te escribiera y tuviera tanto interés en ti? —sonreí.
Se quedó un poco pálido, pero al ver mi sonrisa, me siguió el rollo también.
—Supongo que lo que querías era follarme, ¿no? Y lo conseguiste…
Le di dos bofetadas fuertes y me reí, mientras le tiraba del pelo hacia atrás.
—No seas ingenuo. Eres guapito y no follas mal, pero hay muchos como tú. A puñados —le escupí en la cara —Transforma Soft —es la competencia directa de la empresa de comercialización de software para la que trabaja— me contrató para que te vigilara y te sacara información. Digamos… que saben de tus gustos poco convencionales. Y cuando me dijiste que tenías la fantasía de ser secuestrado, me pareció ideal.
II
Debí dar muy bien el pego, porque seguía blanco como la pared, pero cuando reaccionó lo hizo tal y como esperaba.
—¿Pero cómo puedes ser tan hija de puta, joder?
—No, yo solo hago lo que me han encargado —respondí, sin inmutarme, aunque me costó mantenerme en el papel —Podría haberlo averiguado sin tanta violencia, fue tan fácil ganarme tu confianza… —sonreí— pero la verdad es que me gusta y me pone más hacerlo así —le dije —Por eso, cuando Garlán —el director ejecutivo de la empresa rival— me lo propuso sabía lo que hacía —sonreí.
—¿Te estás follando a Garlán? Joder, qué mal gusto…
—Sus preferencias sexuales son poco convencionales, como nos pasa a ti a mí. Y conoce bien mi sadismo y sabe de mis pocos escrúpulos —improvisé, y mientras hablaba cogí el cuchillo, que estaba sobre una mesa y lo apoyé en su pecho, jugando con los botones de su camisa— Me vas a dar toda la información que necesito, pero además me voy a divertir contigo, guapo —hice que saltara primero un botón y después el que estaba arriba. Él me miró, metido en su papel de “víctima”.
—No te voy a decir nada. No me creo nada, joder. Es que no puede ser…
—¿Ah, no? Como te he dicho, conseguir los detalles y la documentación que me hace falta me va a ser sencillo. A esta hora estarán en tu casa buscándola, sin levantar sospechas ni revuelo, abriendo la puerta con tus llaves. Yo te he traído aquí solo por diversión, bueno, y también porque me hace falta saber qué día os vais a reunir con Adobe la semana que viene. Puedo averiguarlo de otras maneras, pero si me lo dices tú me ahorrarás tiempo y esfuerzo.
Toda esta información la sabía por cosas que me había contado él mismo y otros detalles que me había contado su amigo Marcos, y yo sola me monté el resto de la película. Procuré estar seria y aparentando calma, metiéndome en el papel de espía industrial fría y sin empatía, teniendo que aguantar la risa en muchos momentos.
—Sí claro… Si te lo digo y se sabe, me despedirán, y no están las cosas como para quedarse en la calle… Además, ¿por qué querría ahorrarte nada, zorra? Si quieres que hable vas a tener que trabajártelo, que para eso te pagan bien, ¿no?
—Ese no es mi problema, mi niño —le dije mientras hacía saltar los demás botones de su camisa— Me da lo mismo lo que te pase, si te despiden y te quedas en la puta calle. Así tendrás más cuidado la próxima vez que te quieras follar a alguien, ¿no? —hundí ligeramente la hoja del cuchillo en su piel, no demasiado, porque estaba muy afilada y no quería hacerle sangre —Venga. Dime la fecha de la reunión, sé bueno. Y no te enfades, que no es para tanto, guapo —le di un beso en los labios y le acaricié la polla por encima de los vaqueros, que noté dura.
—¿Y qué me vas a hacer si no te lo digo?
—Cosas que no te van a gustar —le dije, mientras le retorcía los pezones con las dos manos —No sabes bien todavía la paciencia ni la imaginación que tengo para provocar dolor cuando me pongo creativa, así que no te hagas el chulito, que no te conviene —volví a retorcerle los pezones, que tiene bastante sensibles, y a continuación le di un mordisco en uno de ellos, lo suficientemente fuerte como para que emitiera un gruñido de dolor. —De momento te vas a quedar con esto puesto —cogí unas pinzas metálicas de encima de la mesa que aprietan bastante pero con las que sé que puede un rato. —Estás muy guapo, ¿sabes? Así, sucio, despeinado, inmovilizado y con la camisa rota y esa carita entre sorprendido y cabreado… —le acaricié, condescendiente— En verdad el encargo ha estado bien. Usarte es todo un placer, y lo voy a hacer como me dé la gana y en todos los sentidos, pero primero me vas a dar la información que necesito. ¿Verdad que sí? —le retorcí las pinzas de los pezones a la vez y luego di un golpecito con la mano sobre ellas, haciendo que volviera a gruñir, esta vez más fuerte.
—Grita si quieres, hombre. ¿Te estás aguantando? No me jodas. Si estamos en mitad del campo y nadie puede oírte. Además, ya sabes que me gusta. Ah, claro, es eso. No quieres darme el gusto de que te vea jodido, ¿eh? Me estás poniendo muy cachonda, pero mucho. Tanto, que voy a usarte un rato para que me des placer.
Con cuidado, cogí la silla y la eché hacia atrás sujetándola bien, haciendo que quedara con el respaldo apoyado en el suelo y él boca arriba, aguantando su peso en los brazos y las manos, que tenía atadas detrás, por lo que no podía tenerle demasiado tiempo así. Me levanté un poco la falda, separé las piernas y me coloqué sobre su cara a horcajadas, sin apoyar el peso.
—Venga, a ver ese talento que tienes para comer coños tan bien. Aunque en verdad, me tienes tan cachonda solo viéndote y pensando en la que te espera, que lo hábil que seas es lo de menos. Me voy a correr en tu cara pensando en lo que voy a hacer contigo, guarro. Y ahora sí que vas a gritar de dolor y me lo vas a dar, ¿verdad? —le quité las pinzas de los pezones y los masajeé con los dedos y gritó con la boca pegada a mi coño. Después lamió de la forma que sabe que tiene que hacerlo para que me corra, y lo consiguió con poco esfuerzo. La cara se le quedó manchada de mis fluidos.
—Abre la boca, que tienes que hidratarte un poco —empecé a mearme en su cara y en su boca— Así, muy bien, bébetelo, joder. Si es que eres un cerdo. Debería contarle a todos tus compañeros y compañeras lo guarro que eres y las cosas que te gusta hacer, que podría, porque tengo acceso a tu correo del trabajo. ¿Quieres que te haga una foto para que la adjunte en el e-mail? No, espera. Mejor te la hago cuando tengas el cuerpo lleno de marcas de látigo, mucho más impactante para ellos, ¿verdad?
Me levanté y devolví la silla a su posición original. Masajee un poco sus brazos y las muñecas, y le pregunté por señas y la mirada si necesitaba que le soltara y me dijo que sí, así que lo hice y corté la brida que le sujetaba a la silla, volviendo a masajearle los brazos y haciendo que moviera las manos.
—Voy a soltarte solo un rato, porque no quiero que te desmayes ni tener que amputarte los brazos —sonreí— Te necesito en forma, así que dime si estás bien, ¿lo estás?
—Sí, bien. Sorprendido contigo, Mata-Hari… —sonrió.
—Pues no sé por qué —respondí, aguantándome la risa— ¿Si te dejo suelto un rato vas a ser bueno?
—Tú sabrás lo que haces…
—O sea, que no. Me das mucho trabajo, Jota. Yo quiero portarme bien contigo, pero no me dejas, ¿eh?
Sin darle tiempo a que reaccionara, solté los grilletes que le sujetaban las manos detrás de la espalda, pero solo uno, y rápidamente agarré la mano que quedó libre para ponérselo por delante, pero forcejeó conmigo, y físicamente me puede, pero aún tenía las piernas sujetas con bridas a la silla, por suerte. Pude ponerle una rodilla en los huevos y conseguir que se estuviera quieto, aunque fue complicado.
—Estate quieto, cabrón, o te subo los huevos a la garganta. Me estás cabreando, y eso no es bueno para ti —presioné y apoyé parte de mi peso en su entrepierna. —Quédate quieto de una puta vez, joder —conseguí, o aflojó para que pudiera, hacerme con él y ponerle el grillete que faltaba por delante. Corté las bridas que le sujetaban los pies y tiré de las esposas hacia arriba para que se levantara.
—Se acabó el estar sentado, que llevas mucho rato así y además te va a venir bien que te dé un poco el fresquito de la sierra. Arriba…
III
Agarré los grilletes por el centro y le obligué a levantarse, pero no estaba por la labor de hacerme caso, y se resistió, quedándose sentado en la silla, lo que me calentó todavía más.
—Tú lo has querido —le dije, mirándole fijamente —Te iba a sacar a que te airearas, pero mejor nos quedamos dentro, que como vas a gritar, prefiero que no armes un escándalo. Levántate y ven aquí —ordené, en el tono más rancio y seco que pude.
—Si me das una buena razón para que lo haga… —volvió a retarme.
—Solo tengo que hacer una llamada para que el lunes te encuentres con la carta de despido sobre la mesa. Y estoy a punto de hacerla, así que deja de poner a prueba la poquísima paciencia que me queda.
Esta vez me obedeció y se levantó.
—Desnúdate —lo hizo, con dificultades. Se desabrochó los vaqueros como pudo, se quitó las zapatillas y consiguió quitárselo todo, no sin que yo le metiera prisa para ponerle nervioso.
—Rápido, joder. ¿Quieres que te ayude con el cuchillo? Mira que había pensado dejarte abandonado en medio de la carretera cuando termine de divertirme contigo con la ropa tal como quede, piensa bien si quieres ir un poco vestido o en pelota picada. Desde luego, con los huevos al aire vas a ir —cogí el cuchillo y le corté la ropa interior, dejándole desnudo, a excepción de la camisa, que tenía rota —¿Cómo andas de ganas de hacer ejercicio?
—¿Me vas a poner a hacer flexiones, o qué?
—Justamente eso. Pero con motivación extra —sonreí. Cogí un rectángulo de cuero con tachuelas puntiagudas y afiladas de unos 70 centímetros que coloqué en el suelo y un látigo de metro y medio, también de cuero, que es una de las joyas de las cosas que tengo y a la que no le tiene ningún cariño, por cierto.
—Como eres muy listo seguro que ya sabes lo que quiero que hagas, ¿verdad? Harás flexiones sobre los pinchos, que te quedarán justo a la altura de la polla, y mientras yo te voy a ayudar a que no pierdas el ritmo en ningún momento. Salvo que quieras parar para decirme los detalles que necesito saber sobre esa reunión. Si no vas a hablar, seguiré hasta que me canse o me aburra de escucharte gritar, ¿entendido?
—Entendido —murmuró. Estaba empezando a entrar en esa incomodidad para hacer las cosas que me divierte tanto en él.
—Pues ponte a ello —solté los grilletes que le sujetaban las manos para que pudiera obedecer
Se colocó sobre la placa de tachuelas, haciendo que la polla y los huevos le coincidiera con ella y empezó a hacer flexiones. Cuando llevaba 30 empezó a costarle y a no hacerlas tan altas como para poder evitar las tachuelas, y además yo le azotaba de vez en cuando, lo que hacía que perdiera ritmo. En un momento dado, le puse el pie sobre el culo e hice que se quedara sobre las tachuelas, haciendo que gritara de dolor.
—¿Me subo sobre ti? ¿Quieres que lo haga?
—No, joder… —gritó y se quejó.
—Pues dale caña, que esas flexiones van muy bajas. Te está quedando un culo precioso, ¿sabes? Lleno de marcas y líneas rojas de las que me gustan. Pero puedo parar cuando quieras hablar, ¿eh? ¿Quieres?
—No…
—Pues sigue, pero más rápido. Mira, te va a venir bien, que últimamente te cuesta ir al gimnasio, ¿no? Si no las haces rápido y altas, mejor te vas a tumbar un ratito sobre la tabla de pinchos, que total para verte hacer eso…—le dije, quitándole valor a su esfuerzo intencionadamente —Cógela, ponla sobre la mesa y apóyate sobre ella —le dije.
Se colocó en la postura que le había dicho, y cuando gimió de dolor al hacerlo noté que me empapaba.
—No sé de qué tengo más ganas, si de seguir azotándote hasta dejarte lleno de marcas o de follarte el culo sobre esa tabla de pinchos maravillosa. ¿Qué prefieres tú?
—Qué bien te lo estás pasando, hija de puta…
Presioné sobre su cuerpo para que sintiera bien los pinchos.
—Mucho, pero te he hecho una pregunta, así que responde si no quieres que te despelleje a latigazos. Y razona la respuesta, que ya sabes que si no me vale el razonamiento, haré lo que yo quiera.
—Lo vas a hacer de todas formas… —dio un grito cuando sintió un latigazo en el culo que no se esperaba —Yo preferiría que me dieras por culo, entre otras cosas porque soy un cerdo y tengo mucho vicio, pero también porque estoy muy cachondo desde que hemos llegado, y me apetece mucho que me folles, pero hazme lo que quieras, que me tienes en ese punto…
—¿En el punto en el que dejas de tocarme la moral? —le pregunté, sin casi poder contener la risa.
Se rió él
—Eso nunca en la vida, que si no te aburres…
—¿Aburrirme contigo? Imposible —ahora no me aguanté la risa —Muy bien, tu respuesta me ha convencido, cerdo. Por supuesto, te imaginarás que no vas a poder correrte hasta que yo te lo diga, si es que te dejo, ¿no? Y que si por casualidad lo hicieras sin que te autorice, tendrá consecuencias, ¿verdad?
—Sí, claro. Me lo esperaba, lo asumo y lo acepto.
—Muy bien —cogí el arnés, que tenía preparado sobre la mesa, junto con más cosas, y me lo puse, tras quitarme la falda y quedarme solo con la camisa, las medias y las botas. Los tacones que tienen me permitieron estar a la altura idónea para que él estuviera apoyado boca abajo sobre la mesa, en este caso, con la tabla de pinchos sobre su polla. Al follarle se le clavarían más. Por divertirme hice el amago de meterle la punta del dildo en el culo sin lubricante, solo para asustarle y escucharle.
—Debería abrirte así, sin más. Sin lubricante, y de un empujón. A no ser que me digas lo que quiero saber —le dije, mientras le agarraba del pelo y le presionaba contra la mesa, y cuando lo hice, gimió de dolor.
—Martes, a las doce, en sus oficinas. Ese es el día que nos vamos a reunir con Adobe…
—¡Vaya! ¡Por fin estás siendo razonable, guapo, menos mal! Pero pienso que aunque hayas hablado debería hacerlo, solo por lo tocahuevos que eres y porque te lo has ganado con creces, ¿no crees?
—¿Puedo negociar que me hagas cualquier otra putada que se te ocurra en lugar de esta?
Me reí. Siempre consigue que lo haga, hasta en momentos así, y me encanta.
—Venga, vale. Pero te voy a decir una cosa: te hubiera puesto lubricante igual. Así que te seguiré haciendo las putadas que me dé la gana, que para eso te he traído aquí —cogí un bote con lubricante y derramé una buena cantidad en la entrada de su culo, extendiéndolo con los dedos también por el dildo con el que iba a follarle. La mesa sobre la que estaba era grande y de madera muy gruesa, no se movería con facilidad, por lo que podría moverme tranquilamente y sin miedo.
—Hija de puta…
—Será que no te gusta que lo sea, ¿verdad?
—Me encanta, joder…
—Venga, pídeme que te rompa el culo —le dije.
—Párteme en dos, joder. Fóllame el culo hasta que me lo rompas…
—Eres un puto cerdo, y lo sabes…
—Y a ti te encanta, ¿o no?
—Lo que más me gusta es saber que en este momento puedo hacer contigo lo que quiera. Venderías tu alma al diablo, o a tu madre si hace falta, cabrón. No sabes el subidón de poder que siento y lo mojada que estoy ahora mismo solo de pensarlo —le penetré sin prisa, pero sin hacer ninguna pausa, hasta que tuvo todo el dildo dentro.
—Lo tienes todo metido, como a ti te gusta. ¿Te molestan mucho los pinchos en la polla?
—Ni los noto ya, joder, o me gustan, no sé. Fóllame, por favor…
—Oh, pero qué educado y correcto te vuelves cuando estás cachondo, ¿eh? —me moví despacio, y sé que necesitaba que me moviera más rápido —Tú te acuerdas que hemos quedado que no te puedes correr, ¿verdad?
—Lo que digas, pero fóllame fuerte, Laura, por favor…
Cuando me llama por mi nombre es que la cosa es seria y está en un estado de excitación física y mental extrema.
—Si te follo como quieres te va a costar mucho no correrte, y lo sabes… ¿estás dispuesto a asumir las consecuencias?
—¿Cuáles son las consecuencias?
—Si te corres, esa será tu cena. Pensaba darte de comer después, pero si no te sabes controlar, eso será lo que cenarás. Comerás y beberás solo lo que salga de tu cuerpo, o del mío. Y volveré a usarte como me dé la gana, claro.
—Tendré que concentrarme, entonces…
—Así me gusta, mi niño.. Tú puedes, venga —empecé a moverme a un ritmo medio, y a ratos más rápido, mientras él jadeaba y trataba de concentrarse en otra cosa. Metí la mano entre su cuerpo y la mesa para quitarle la tabla de pinchos, y una vez estuvo apoyado otra vez volví a follarle a buen ritmo.
—Para, Laura, joder, para, que como sigas me corro… Por favor, joder… —se agarró a la mesa y noté como hacía el esfuerzo de contener el orgasmo, algo a lo que ya estaba acostumbrado conmigo.
—Hazlo. Pero ya sabes lo que hay —seguí follándole con embestidas rápidas, cortas y fuertes y sabía que no podría aguantar —¿Te doy el comedero de donde vas a tener que comerte tu corrida, cerdo? Porque no veo que vayas a controlarte…
—Hija de puta eres… Me voy a correr, dame el puto comedero…uf, joder.
Alcancé un comedero de perro metálico de entre las cosas que había llevado, y que estaban sobre la mesa. Se lo dí y lo sujetó justo a tiempo de que eyaculara una buena cantidad en él.
—Recoge bien todo lo que salga, sin que se pierda ni una gota, o tendrás que lamerlo de donde sea, ¿estamos? —mientras le decía esto, se corrió temblando con uno de sus orgasmos prostáticos largos. Igual que hacía siempre, se arrodilló y me besó los pies, las botas en este caso, y me miró a los ojos.
—¿Puedo empezar comiéndome tu corrida antes que la mía?
—Puedes…
Me quitó el arnés y lo dejó sobre la mesa, y no tuvo que apartar nada más, porque no llevaba ropa interior, solo las medias. Lamió mis muslos, que estaban empapados, mientras me miraba con esos ojos de puro vicio y lujuria que tiene después de una sesión como la que estábamos teniendo.
—¿Esto es por culpa mía? —preguntó, mientras lamía la humedad que se iba encontrando y me miraba a los ojos.
—Pues claro. Por lo mucho que me gusta hacerte daño, torturarte y putearte —me lamió a conciencia y me corrí en su boca. Luego me dio el comedero donde se había corrido para que lo sujetara y, de rodillas, empezó a lamerlo, sin dudar ni protestar.
—Muy bien, así se hace. Cuando te da la gana haces todo tan bien que se me olvida lo tocapelotas que eres. Deja algo para luego, por si te da hambre —me reí.
—No, si seguro que va a haber más, tú tranquila…
—Pero qué poca vergüenza tienes, ¿no? —me reí
—Ninguna. Casi me quedo sin trabajo por tu culpa, cabrona, total ya qué más me da —rió, haciendo referencia al guion que había usado para la trama del secuestro. Le ayudé a levantarse del suelo y puse los brazos alrededor de su cuello para besarle.
—¿Te he secuestrado bien? ¿Te ha gustado?
—Todavía estoy en shock, ya hablaremos con calma, pero sí, me ha encantado todo. Muy currado y bien preparado, enhorabuena —me dio otro beso y dejó que le abrazara.
Sé que después de sesiones intensas necesita recuperarse y tener un rato de “normalidad” para poder seguir, en realidad nos gusta hacerlo a los dos. Saqué algo de comer que había traído preparado y después nos tumbamos en la cama. Él se quedó abrazado a mí y yo le acaricié, contrarrestando toda la violencia y la brusquedad anterior. No hablamos sobre lo que había pasado, aunque tenía ganas de hacerlo, pero respeté sus tiempos. Acaricié algunas de las marcas rojas de látigo que tenía en las piernas y en el culo, le habían quedado preciosas. Le pregunté si le dolían.
—Un poco, pero si sigues acaricindolas así, voy a acordarme de cómo me las has hecho y me voy a poner tontorrón —dijo, besándome.
—Y eso que odias mi látigo, con lo bonito que es…
—No lo odio, lo digo solo para joderte. Bueno, solo un poquito… —rió
—Si solo lo odias un poquito, dentro de un rato, o mañana, puedo igualarte la espalda y las piernas por delante —le dije, sonriendo.
—Si te vieras la cara de sádica hija de puta que se te pone cuando estás con él en la mano y cuando me dices cosas como esas…
—Pero a ti no te asusta, ¿no? —sonreí
—No —me besó, sonriendo también— Porque estoy tranquilo contigo. Por gorda que sea la barbaridad que se te ocurra, sé que puedo estarlo. Y me encanta. Además, como me puedo tomar la revancha…
A pesar de poder hacerlo, de poder vengarse cuando cambiábamos de rol, su estilo y el mío son diferentes, y es mucho menos sádico que yo, aunque, como dice, algo se le está pegando.
—Poder estar tranquilos y confiar tanto es una pasada. No podríamos haber hecho esto si no fuera así, ¿no? —dije.
—¿Tú crees que me dejaría secuestrar, chantajear y extorsionar por cualquiera?
—No, pero te vendes muy barato, que lo sepas —me reí— No me lo has puesto nada difícil. A ver si eres un poquito más duro para la próxima, que no me gusta que me lo pongan tan fácil…