La mañana siguiente amaneció fea, un día encapotado y gris, con olor a lluvia, de esos que solo apetece quedarse en la cama. Dormí mal, supongo que por no dormir en mi cama y me levanté varias veces, la última miré la hora y eran las cinco y media de la mañana. Fui a beber agua, y después me asomé a la ventana, al escuchar el estruendo de la tormenta. Volví a la cama e intenté dormirme otro rato. Fer también estaba inquieto y no paró de moverse en toda la noche.
Volvimos a dormirnos hasta que sonó la alarma, a las seis y media. Mientras se duchaba fui a hacer café, lo dejé preparado en la cocina y luego fui yo a ducharme. Cuando estábamos juntos solíamos hacerlo así, y me pareció como si no hubiera cambiado nada, a pesar de que habían pasado casi tres años desde la última vez que amanecí en esa casa. Los dos somos de ese tipo de gente a la que no se le puede hablar por las mañanas antes de tomar el primer café. David, mi marido, no toma y me echa la bronca cuando me ve hacerlo, pero claro, qué va a decir un cardiólogo. Cuando fui a la cocina a por el mío, me lo dio, poniéndome un poco de leche fría y sacarina, exactamente como me gusta. Él lo toma solo y con una cucharada de azúcar. Y tuve una sensación extraña, como de pertenecer allí.
—Buenos días —me dijo, dándome un beso
—Buenos días —respondí a su beso y me tomé el café, casi de una vez —¿Qué tal has dormido? —le pregunté
—Regular, pero ya irá mejorando el día —sonrió
—¿Nos vamos? —le pregunté
—Hoy voy a dar tus órdenes en vivo y en directo —me dijo, cogiéndome por la cintura y mirándome a los ojos —Vas a venir a las ocho, vestida como quieras, pero que me guste, ya sabes. Una hora antes de venir te pones estas pinzas durante quince minutos —me puso unas de madera, de las de tender la ropa, en la mano —Y para el camino esto, puesto entre el sujetador y los pezones —me dio un sobre sin cerrar. Miré dentro y encontré dos trozos de papel de lija gruesa.
—¿Te has levantado creativo, Señor? —le sonreí
—Es para que te acuerdes de mí, rubita —sonrió —Y la canción, que viene muy a cuento, es I feel you
—Ya tardabas en escoger a Depeche Mode, Señor —le encantan, por su culpa me sé de memoria casi toda su discografía —Buena elección, por cierto —le dije, sonriendo.
—Y ahora sí, vámonos.
***
Aquella tarde la tuve bastante complicada. Además de tener dos horas de tutoría en las que pasó por mi despacho por lo menos media facultad de informática, estuve hablando un buen rato con David por skype, yo con la cabeza en otro sitio, mientras él me contaba entusiasmado lo que había pasado en el congreso donde estaba en California. Tuve que arreglármelas para cortarle de forma que no lo notara, porque se me estaba haciendo tarde y, obviamente, no podía ponerme las pinzas mientras hablaba con él.
Cuando me desconecté y pude cerrar la puerta de mi despacho con llave, me desabroché la blusa y me las puse. Me encanta sentir el primer mordisco, y cómo se van clavando, a medida que pasa el tiempo. Tenía los pezones sensibles después de los dos primeros días de entrenamiento, y cada vez que me rozaba me estremecía. Fer no me dijo que tuviera que mandarle ninguna prueba de que estaba haciendo lo que me había pedido, pero yo me hice una foto y se la mandé. Lo cierto es que nunca se me pasa por la cabeza no obedecerle, me gusta y me excita hacer lo que me pide, aunque humillarme para él lo llevo fatal, no puedo hacerlo y no me sale, y me da rabia, porque me gustaría complacerle, pero me es imposible. Me respondió al mensaje.
Fer—¿Cuánto tiempo has estado con ellas?
Yo —Cinco minutos, he tenido una tarde de locos
Fer—Déjatelas otros cinco, ponte la lija y vente cagando leches, anda
Yo—¿Te ha gustado la foto, Señor? —le escribí mientras me miraba el reloj
Fer—Mucho, pero no hacía falta. Confío en tí
Yo—Lo sé, pero me dieron ganas de mandártela, no sé.
Fer—En ese caso, gracias, me ha gustado mucho. Corre, que sigo estando creativo y como llegues tarde se me va a agudizar el ingenio 😉
Cuando terminamos de hablar casi habían pasado los cinco minutos. Me quité las pinzas con cuidado, aguantando el dolor que sentí y la punzada de placer en la entrepierna, como siempre. Me puse los dos trozos de papel de lija sobre los pezones y luego con cuidado el sujetador, notándolo y, como bien me había dicho Fer por la mañana, sintiéndolo, sintiéndole, como dice la canción que había elegido. Recogí, cerré mi despacho y corrí para no llegar tarde, aunque tendría que hacer malabares. No sé muy bien cómo lo hice, pero conseguí estar a las ocho menos cinco en la puerta de su casa.
—Impresionante —me dijo cuando me abrió —No sé qué has hecho para atravesar la ciudad y estar aquí a la hora que te he pedido —me dijo, sonriendo.
—Es que cuando dices que estás creativo me das mucho miedo, Señor —le dije, sonriendo irónica. Fui a coger la bandejita de las pinzas y a arrodillarme, pero me hizo un gesto para que me quedara de pie.
—Ven aquí, anda, que tenía ganas de verte —me dijo, dándome un beso de esos suyos que hacen que se pare todo y yo me moje entera. Al abrazarme, la lija se me clavó, y no pude reprimir un pequeño gemido de dolor, y él sonrió.
—¿Qué tal el viaje con esto? —me cogió las tetas con las manos y me las apretó, haciéndome gritar.
—Tenías razón, Señor, te estoy sintiendo, pero bien, j.. —reprimí lo que iba a decir y el dolor apretando los dientes.
—¿Así que has tenido mucho curro esta tarde? —siguió hablándome y estrujándome las tetas, mientras me miraba como si nada.
— Una reunión soporífera, un montón de gente en tutoría y luego he estado un rato hablando con David —le dije, arrepintiéndome casi inmediatamente de haberle dicho esto último.
—Ay, qué pena, si me llegas a decir que ibas a hablar con el doctor te hubiera ordenado que te pusieras las pinzas mientras —me dijo, mirándome con maldad.
—Me llamó por sorpresa por Skype, no estaba planeado.
— ¿Cuándo vuelve, el domingo?
—Si, por la mañana
—Le vas a dar un buen recibimiento cuando lleguéis a casa. Y cada vez que sientas dolor en las tetas cuando te las toque, te vas a acordar ¿de quien? —me susurró al oído
—Del cabrón que me las ha estado maltratando toda la semana, Señor —sonreí yo
Me dio una bofetada, no muy fuerte, pero tampoco suave.
— ¿Así que soy un cabrón?
— Si no te lo llamara no sería yo, Señor —sonreí, mientras levantaba la cara, mirándole a los ojos —normalmente las bofetadas las llevo mal, pero esa me gustó.
—Eso es verdad —rió, mientras me cogía del pelo —Una buena esclava habría dicho algo así como “del dueño de estas tetas, Señor¨, pero tú eres un dolor de cabeza como esclava, que lo sepas —dijo, ironizando.
— No creo que no supieras que iba a ser un dolor de cabeza de esclava antes de proponérmelo, Señor—le dije, sonriendo —¿mejoró el día? ¿Cómo fue el juicio hoy? —le pregunté
—No muy bien, pero estoy mejor, gracias, rubita —me besó en los labios —Y gracias por cuidarme ayer, me gustó mucho, y me vino muy bien —me dijo mientras hacía presión con las manos contra mis tetas, para que se me clavara bien la lija
—Me alegro, Señor —le dije, aguantándome las ganas de maldecirle y sin poder evitar un gemido de dolor.
—Cómo me gusta cuando haces eso, joder —me dijo, mirándome de esa forma suya que dice que se está poniendo cachondo.
— Lo sé, Señor —sonreí
—Hoy vas a probar cosas nuevas. Desnúdate y ponte de rodillas ahí —señaló el suelo—Cierra los ojos y espera a que venga. Ah, y hoy si quieres hablar, pídeme permiso antes, ¿vale?
Le hice un gesto afirmativo, me quité la ropa y la dejé en una silla, incluido el papel de lija. Me puse de rodillas con los ojos cerrados en el sitio donde me había dicho y esperé a que volviera. No tardó mucho, pero a mí se me hizo muy largo, larguísimo. Me ayudó a moverme, y me dijo que siguiera sin abrir los ojos. Entonces noté como se ponía delante de mí, el ruido de una silla, y luego supuse que se habría sentado en ella. Me dio permiso para abrir los ojos y vi que tenía algo en la mano, un bote que en ese momento no reconocí. Pero después me lo enseñó bien: era un bote de alcohol de 96 grados, y me imaginé el uso que pretendía darle.
—Sí, has acertado —sonrió —Voy a bañarte las tetas en alcohol, y sé que las tienes doloridas, que te escuecen y, como podrás suponer, a mí eso me encanta —me dijo, con las pupilas dilatadas de excitación —Primero un par de gotas —vertió dos gotas de alcohol sobre mis pezones, muy lentamente —y quiero que me digas lo que sientes.
—Ardor, mucho ardor, me escuece, uf —le dije, concentrándome para convertirlo en placer, respirando despacio e intentando calmarlo, aunque sabía que a continuación vendría más. Cogió el bote, y me lo puso delante de la cara, bajándolo lentamente, sonriendo.
—Prepárate ahora, mírame. Las manos detrás de la espalda y quieta —le miré a los ojos, concentrada. Apretó el bote, sin dejar de mirarme, y me echó un buen chorro de alcohol sobre una teta y luego sobre la otra. El escozor ahora fue mucho más intenso, pero, para mi sorpresa, que me mirara a los ojos me ayudó a llevarlo mejor.
—¿Bien? ¿Te gusta?
—Escuece mucho, Señor, pero me gusta —sonreí
—Enséñame cuánto —llevé mi mano derecha de la espalda a mi coño, empapado, y se lo enseñé
—Muy bien, lámelo —ahora llevé la mano a mis labios, saboreándome —Cierra los ojos otra vez —volvió a levantarse y a sentarse delante de mí —Ya puedes abrirlos —ahora traía dos velas grandes, de esas que suele haber en las iglesias, con plástico rojo, y bastante cera líquida dentro. Me lo puso delante de los ojos y me miró. Me dio miedo, nunca lo habíamos probado, y confiaba totalmente en él, pero no sabía si sería capaz de soportarlo. Se lo dije, diciéndole la palabra de seguridad que me dijo que usara en estos casos, tengo dos, Oslo si necesito que vaya más despacio o afloje y Berlín para parar por completo. Nunca he tenido que usar Berlín, la otra sí, y se la dije.
—Oslo, Señor —le dije, mirándole con ojos de lo que supuse sería miedo
—Tranquila, que lo estás haciendo muy bien —me tranquilizó —Haré como con el alcohol, te echaré un poco primero y desde muy arriba. Después iré bajando, y te echaré el resto. Me encanta esa carita que pones, uf, no sabes ahora mismo cómo me tienes —me dijo, besándome en los labios despacio —Voy, ¿preparada?
—Sí, Señor, preparada —me cogí las manos detrás de la espalda, fuerte. Estaba nerviosa, y no quería decepcionarle, quería poder hacerlo y no tener que parar, aunque no sabía si sería capaz. Se puso de pie e inclinó una de las velas sobre mí, de manera que cayó un chorrito fino de cera caliente sobre mi piel. Luego hizo lo mismo con la otra vela sobre la otra teta, mientras yo cerraba los ojos. Pero no me dejó.
—No, no los cierres. Sigue mirándome —me ordenó, y yo los dejé abiertos, aunque me costaba. Quemaba, claro, aunque no tanto como había pensado. Picaba y se clavaba en la piel, y dejaba una sensación placentera. Me preparé para el resto.
—¿Sigo? —me preguntó
—Sí, Señor, por favor
—¿Segura?
—Estoy nerviosa, pero sí, segura
Se levantó y cogió unas esposas, que me puso en las muñecas, ajustándolas y luego pasó una cadena entre ellas para poder sujetarme
—Voy, y ahora desde más abajo y más cantidad. Prepárate, porque te va a quemar más, por eso te he puesto las esposas y la cadena, así te moverás menos. Grita y exprésate como quieras, tienes permiso.
—¿Tacos también, Señor?
—No, eso no —sonrió —Voy —levantó las dos velas más o menos a la altura de mis hombros y echó un chorro, a la vez, sobre mis tetas. Grité, ahora sí quemó, y dolió, aunque según se enfriaba iba pasando, pero la sensación de dolor se mantenía. Eché el cuerpo hacia delante, y él, que había soltado una de las velas, cogió la cadena y me hizo echarme hacia atrás. Volvió a coger las dos velas y ahora vació el resto de la cera que quedaba, sobre todo en los pezones. Como había una capa fina de cera dolió algo menos, pero la echó más cerca. Volví a gritar, y esta vez hice lo posible por estirarme hacia atrás. Una vez pasó el calor intenso y agudo, el dolor se fue convirtiendo en placer, poco a poco, lentamente. No pude dejar los ojos abiertos, eso sí. Cuando los abrí me estaba mirando, sonriendo.
—¿Ha sido para tanto?
—Me daba mucho miedo, pero la verdad que al final me ha gustado —sonreí
—¿Sabes cómo te voy a quitar la cera de las tetas ahora, ¿verdad?
—Me hago una idea, Señor, pero contigo nunca se sabe.
—Di, ¿cómo crees tú que lo voy a hacer?
—¿Con la fusta?
—Se me ha pasado por la cabeza, pero no —sonrió —Levántate, ve a la cama, pon una toalla, túmbate boca arriba y espérame.
Me quitó las esposas e hice lo que me había ordenado, puse una toalla sobre la cama para protegerla y me tumbé para esperarle. Estaba completamente empapada. No tardó en venir, y pensé que traería algo, pero no. Vino sin nada, se desabrochó la camisa y se desnudó de cintura para abajo. Se puso encima de mí, poniéndome las manos sobre las tetas.
—Todavía están calientes, y me encanta —sonrió —¿cómo te las voy a limpiar?
—No has traído nada, Señor
—Chica lista, así que…
—¿Lo vas a hacer usando las manos?
—Sí, pero tengo un problema con eso —me dijo —He dudado si hacerlo usando un cuchillo o como lo voy a hacer. Usaré las manos, pero no te puedo hacer marcas, y si las uso me va a costar contenerme, joder. Si pudiera hacértelas mañana ibas a currar con las tetas moradas.
—Házmelas —le dije, viniéndome arriba
—No me digas eso, Ali, coño…
—Házmelas, que me da igual, vamos…
—Anda ya. ¿Y qué le vas a decir al gilipollas, que te has caído en la bañera boca abajo? Manda huevos que tenga yo más cabeza que tú, con lo cachondo que estoy, joder.
— No dejas de sorprenderme, nunca pensé que dirías algo así —le dije—Es mi problema, vamos, hazlo —le reté
— Que no sé si voy a poder parar, estoy muy arriba ahora mismo. ¿Me pararás si no lo hago yo? —me besó
—Claro —le tranquilicé
— Pues tú lo has querido, rubita —me dio un azote en la teta derecha, fuerte, y luego otro en la izquierda, de la misma intensidad, con la otra mano.
—Me gusta, joder, me encanta, sigue.
—Ali, joder, que no.
—¡Vamos, hostia! Dame fuerte —le provoqué
—Me cagó en la puta, cállate —me dijo, mientras me daba una bofetada en la cara, fuerte que solo consiguió excitarme más —Que no me conoces cuando me pongo así, de verdad.
—Te conozco mucho, y me encanta llevarte a este punto, y me encanta sentirme tan… —me callé ahora
—¿Tan qué?
—Tan tuya, joder. Hazme lo que te dé la gana, vamos.
—Siempre he hecho contigo lo que me ha dado la gana, rubita —sonrió, mientras me daba otros dos azotes fuertes en las tetas. Notaba las tetas ardiendo y un picor delicioso. Su mirada era puro fuego, y vi que iba a seguir.
—Párame, joder —me dijo
—Solo si me follas el culo, ahora mismo.
—Joder, que si me conoces…
—Demasiado, letrado, pero me encanta. Vamos, ábreme el culo como a tí te gusta.
—Abre bien las piernas, lo pienso hacer mirándote a la cara, que sabes que me encanta vértela mientras te meto la polla. Se metió dos dedos en la boca y escupió un poco, luego me lubricó con mis propios fluidos y sus dedos.
—Estás bien mojada, guarra. Al final el único pervertido no voy a ser yo, ¿te gusta que te pegue?
—Me encanta, joder, me encanta —le dije, cerrando los ojos y esperando a que me metiera la polla en cualquier momento, como le gusta hacerlo. Me abrí bien para él, mientras seguía lubricándome.
—Tómala, enterita para tí, joder —me dijo, mientras lo iba haciendo —Me encanta follarte así, joder, me encanta —ahora me la metió entera, mientras yo gemía, una mezcla de dolor y placer deliciosa.
—¿Vas a dejarme que me corra, Señor?
—¿Debería hacerlo? —sonrió, mientras se movía
—Yo creo que sí, ¿no?
—¿Sigo siendo un cabrón?
—Tú nunca dejas de serlo, Señor —sonreí
—Pues entonces, no puedes —me sujetó por el pelo, mientras me seguía follando, pero yo sí que me voy a correr en nada, joder, porque me encanta usarte así, como si fueras un puto agujero.
—Me encanta cuando te pones romántico, Señor —le dije, irónica
Al día siguiente, antes de levantarnos, hizo que me corriera cinco veces, como premio a mi paciencia, me dijo. Y cuando me dejó cerca de mi casa, me susurró al oído la siguiente canción de la lista, y que más tarde me daría mis órdenes.
La canción de Zero 7 me encanta, y la verdad que no podía estar mejor elegida.
No sé si se le puede llamar amor o no a lo que sentimos, pero para mí es mucho mejor, porque me hace sentir viva. Muy viva. Me acaricié un poco las tetas por encima de la ropa y sentí un ligero dolor que me hizo recordarle y sentirle, una vez más.