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#microrelato11. Robo
No es un cambio de rol, es más bien un robo.
Robo porque en ningún momento consiento en cambiar, sino que tú, sin preguntar ni pedir permiso, decides hacer lo que te apetece. Para asegurarte de que no podré decir ni hacer nada para oponerme me atas y me amordazas, fuerte, sin ninguna posibilidad de que pueda escapar. Sabes que necesito sentirme vencida para someterme, así que me vences por la fuerza, que también me gusta.
Qué ganas tenía de tener una muñequita para hacer lo que quiera con ella, dices, mientras te pones sobre mí y me acaricias la cara, mirándome con sorna y condescendencia y disfrutando de mi mirada de furia y mi cabreo, conteniendo el forcejeo y los sonidos que a duras penas puedo hacer y emitir a través de la mordaza hecha con varias vueltas de cinta de bondage. Te vas a cansar, no malgastes energía, y me sujetas bien fuerte. Esto va a ser largo, pero tranquila, que te voy a dar de comer y de beber, lo que no te prometo es que vaya a gustarte la presentación de la comida. Sigo intentando gritar y moverme y tú me sujetas fuerte con los brazos y me metes la polla de una vez, sin resistencia ni por parte de mis piernas bien abiertas ni de nada, entra muy bien, me follas y te corres, usándome como un vil agujero. ¿Qué?¿Qué dices? No escucho nada, así que tengo permiso para correrme, ¿verdad? Sí, ya veo que sí, porque no escucho nada, así que te voy a follar y a llenar las veces que quiera, por donde yo quiera y como quiera. Sé buena y no te resistas.
#microrelato10. El vestido de verano con botones
Hace años tuve un vestido de verano color azul marino con un estampado de pequeñas mariposas blancas, corto y ligeramente entallado en el pecho, pero con la falda de vuelo. Los tirantes eran finos, lo suficiente como para no poder llevar sujetador sin que quedara feo. En cualquier caso, no lo hice nunca, porque me gustaba mucho sentir el tacto de la suave tela de algodón rozándome la piel.
Pero lo que más me gustó siempre de ese vestido era que tenía botones por delante, grandes y de color blanco. Lo cierto es que en cuanto lo vi en la tienda donde lo compré —ni recuerdo cuál— me imaginé las posibilidades que tenía. Me imaginé atada y con los ojos vendados, y escuché perfectamente la respiración entrecortada de alguien mientras sentía la punta de un cuchillo cortar el tanga o la braga que llevara. Luego pasaba por todos y cada uno de esos botones, varias veces, despacio y amenazando con saltarlos, pero no. Lo siguiente eran unas manos grandes que soltaban dos o tres, acariciaban, sobaban sin cuidado y volvían a abrochar los botones. Las manos jugaban a rozar mi piel y mis tetas, hasta que la respiración entrecortada era la mía. Y después, un susurro al oído, una sola frase: “Voy a hacer lo que me salga de los cojones contigo, y me voy a divertir tanto…”.
Cuando ese vestido se me quedó pequeño busqué uno parecido para sustituirlo, pero fue imposible. Lo guardé durante mucho tiempo, y cada vez que lo veía doblado en el armario me mojaba. Terminé deshaciéndome de él, y lo echo de menos. La de cosas que imaginé que me pasaban mientras lo llevaba puesto y nunca pasaron.
#microrelato9. Porque quiero y porque puedo
Jugar contigo y con tus ganas es una de las cosas que más me excitan. Como los gatos cuando cazan un insecto y en lugar de comérselo se recrean y juguetean con él, incluso lo ofrecen como trofeo de caza. Así me siento yo después de haber usado tu cuerpo como he querido, de vejarlo, herirlo, humillarlo y degradarlo: como una gata juguetona. Sonrío al comprobar lo dura que tienes la polla y no tengo compasión. Voy a putearte, y lo voy a hacer porque quiero y porque puedo, tú me has dado ese poder. Estás tumbado en el suelo, boca arriba. Yo sobre ti juego a que creas que vas a tenerme, pero no. Llevo la mano entre mis piernas, la impregno de mi olor y la acerco a tu nariz.
—¿A qué huele?
—A ti.
Sonrío. Sé que si me colocara sobre tu cara disfrutarías y me harías disfrutar, pero lo paso mejor puteándote. Y te susurro al oído que cuando te autorice a correrte quiero que recuerdes justo este momento. Y que será cuando yo quiera, porque quiero y porque puedo.
#microrelato8. Similitudes
Estoy en la puerta del baño, esperándote. Me has dicho que te acompañara y me quedara fuera. La espera no llega ni a un minuto, pero se me aceleran las pulsaciones y noto que me mojo. Ni siquiera sé qué va pasar, pero sea lo que sea sé que me gustará, y de ahí esa reacción. Varias posibilidades pasan por mi cabeza durante ese medio minuto interminable, de menos a más. ¿Querrás que te ayude a asearte? ¿O quizá marcarme? ¿Que te beba? ¿Usar mi boca para darte placer? Respiro hondo e intento dejar la mente en blanco. La puerta se abre, solo un poco, y me dices que pase. Después echas el cerrojo. Me miras, te miro y casi no puedo mantenerte la mirada, pero lo hago. Sonrío y sonríes, solo un momento, porque enseguida te pones serio.
—Siéntate ahí —señalas el inodoro. Llevas el pantalón desabrochado y la polla fuera. Me vuelves a mirar— Haz lo que creas que tienes que hacer, como consideres.
Intento disimular la ansiedad y mi excitación y hago lo que me has ordenado. Te cojo la polla con la mano y te la limpio despacio, con delicadeza, con lametazos suaves, que pasan a serlo menos cuando me la meto entera en la boca y te la como, intentando no hacerlo con ansia, a pesar de mis ganas. En la mirada te leo las intenciones, porque somos tan parecidos que no sé si piensas tú o lo hago yo. No pongo excesivo entusiasmo en comértela, ni más ni menos que lo necesario, porque sé de sobra que si lo hago de una forma más lasciva me voy a llevar un bofetón, a pesar de haberme dado cierta libertad. Yo lo haría. Y no es que no me apetezca llevármelo, que es posible que sí: es que no es eso lo que toca en ese momento. Además, sé que tienes ganas de dármelo y no quiero darte motivos. Jódete. ¿Que me lo puedes dar aunque no tengas un motivo? Por supuesto, puedes, porque mi voluntad es tuya en ese momento. Pero no toca provocarte, aunque sé que te gusta. Quiero mantenerme en mi posición y quiero portarme bien. Termino de limpiarte, te miro a los ojos y sonríes. No hace falta decir nada, porque todo fluye. Me noto empapada, has dado en el clavo, cabrón, y no estoy segura de que seas totalmente consciente de haberlo hecho. O sí, porque me rozas entre las piernas con la mano y te ríes al comprobar lo mojada que estoy. Solo un roce, porque sé que no vas a usarme de esa manera ni, por supuesto, tampoco a saciar mis ganas. Lo tengo tan claro como si lo estuviera pensando yo. Solo me ordenas que te lave y te seque las manos, y que yo haga lo mismo. Y volvemos al salón, donde el resto de la gente está cada uno a lo suyo.
Yo sigo con las pulsaciones a tope y la respiración casi entrecortada. Tú te diviertes jugando con mi deseo, yo lo sé y lo disfruto. Somos tan parecidos que a veces ni me lo creo.
#microrelato7. Cruel
Te clavo la mirada cogiéndote la cara para obligarte a que la mantengas, justo antes de ordenarte que mires al suelo y te arrodilles. Yo estoy sentada en un sillón, descalza, vestida solo con una camiseta blanca sencilla y unas bragas del mismo color. Te mueres porque te deje besar mis pies, lamerlos, acariciarlos o cualquier otra cosa, pero te mantienes inmóvil. Sabes de sobra que un error conmigo te cuesta caro, lo sabes bien. A veces temes y otras deseas –en secreto– el castigo. Puedo leerlo en esa mirada tuya que dice tantas cosas.
El último fue cruel, hasta yo misma lo reconozco. Quince días sin poder correrte y sin ningún cacharro puesto de estos que impiden la erección, al contrario. Tenías orden de masturbarte dos veces al día delante de mí sin llegar a eyacular, y de darme las gracias cada vez que lo hacías, por supuesto. Un día que me suplicaste clemencia llevé la crueldad más lejos y me monté sobre tu polla, mirándote. Solo la expresión de tu cara, de sufrimiento y odio me hizo llegar al orgasmo, y esas lágrimas de pura impotencia, tras lo que me levanté, te crucé la cara de un bofetón y te dije que para eso sirves entre otras cosas, para darme placer, y que te lo pensaras muy bien la siguiente vez que me suplicaras. Después te ordené que me limpiaras y conservaras mi olor en la memoria para que te acompañara el resto de la tarde. Imaginar el dolor de huevos que debías tener casi hace que me corra de nuevo, pero paré. Los juguetes hay que cuidarlos.
A duras penas pudiste aguantar, pero lo hiciste, ese día y los que te quedaban. Tu entrenamiento en degradación y humillación estaba resultando de lo más divertido para mí. No tanto para ti, lo sé. O no, quién sabe. Pero cuando me pediste que querías hacerlo no tenías ni puta idea de dónde te estabas metiendo. O sí, quién sabe.
“Camiseta blanca de tirantes”
#microrelato6. Camiseta blanca.
El mensaje no decía nada más, estaba muy claro lo que quería: volverme loca de deseo. Conoce de sobra mis fantasías y sabe que en todas ellas hay una de estas camisetas. El lugar donde íbamos a encontrarnos tampoco estaba escogido al azar. Era un claro a las afueras, con un caserón abandonado y medio en ruinas por donde pasamos un día y calibramos sus posibilidades como lugar ideal para secuestrar a alguien: solitario y sórdido, lejos de miradas indiscretas
Hacía un calor de mil demonios. Uno de los peores días del implacable y seco verano madrileño. Se lo advertí en un mensaje, que quizá fuera bueno ir en otro momento del día más fresco y su respuesta fue “te jodes”. Sin contemplaciones. Si quería fantasía la iba a tener completa. Respondí que estaría a la hora acordada en el sitio y empecé a notar que me empapaba, por todo, por la falta de información, la incertidumbre, el “te jodes” y sobre todo, sentirme en sus manos.
Llegué al caserón. En la puerta hay un banco hecho con piedras grandes que está a la intemperie, en ese caso expuesto a pleno sol y ardiendo. Me resguardé a la sombra de un árbol, no quería quemarme. Llevaba puesta una falda corta azul de flores, unas sandalias con algo de tacón, la camiseta blanca y ropa interior blanca, un tanga y un sujetador sencillo. Su futuro era incierto, por eso no me esmeré demasiado, pues todo tenía su función aquel día.
Escuché el motor de un coche acercarse, el suyo. Se bajó y vino conmigo, sin decir ni una palabra, solo sonriendo y poniéndome una venda en los ojos. Me cogió de la mano y me llevó con cuidado por el terreno lleno de maleza y hierbajos y sentí el sol en la piel. Por fin nos quedamos quietos. Una cuerda pasando por mis muñecas, apretadas lo justo, noté el cabo sobrante rozar la piel de las piernas. Tirando de él me levantó los brazos y dejó sujeta la cuerda a algún sitio. “No te muevas”, me dijo al oído. El corazón se me salía del pecho, tenía la respiración entrecortada, estaba al borde de la lipotimia y tan cachonda que tenía los muslos empapados, entre el sudor y mi propia excitación.
El tiempo se me hizo largo. Seguro que no fue mucho, unos diez minutos como máximo, pero sentí como si me hubiera abandonado allí, lo que, de manera contradictoria, me excitaba aún más. Estar allí atada y expuesta, en medio del campo y escuchando a los pájaros cantar debería darme miedo, y supongo que era un todo, la incertidumbre y la excitación. Por fin escuché pasos. “¿Tienes calor?”, preguntó, y yo respondí que sí, que mucho, y lo siguiente que noté fue frío. Agua helada que me echó por encima, por la cara, los brazos, las piernas y, sobre todo, la camiseta, erizándome la piel y más cosas y haciéndome dar un grito de sorpresa.
–¿Había un sujetador en esta fantasía? –preguntó, tirándome del pelo
–Nadie dijo que no lo hubiera –respondí
–Una lástima, te quedaba bien…
Noté que se agachaba a coger algo y después algo puntiagudo en el brazo. Fue subiendo hasta el hombro para buscar el tirante del sujetador, tiró de él un poco y lo hizo saltar, quedó colgando. Lo cogió con la mano y me lo quitó y el objeto puntiagudo continuó recorriéndome despacio, el cuello, el pecho, los hombros… Bajó al escote de la camiseta y jugó con él, cogiéndolo y tirando de él hasta que escuché que la tela se desgarraba.
Me devolvió el sentido de la vista y pude ver que en la mano llevaba un cuchillo de cocina enorme y afilado.
–¿Y ahora qué hago contigo, puta?
#microrelato5. A tu puta casa
—Que te vayas a tu puta casa…
Acompañó esta frase con una mirada que anunciaba que la cerveza que nos acabábamos de tomar no se iba a quedar ahí. Mi respuesta fue una sonrisa. Si él se iba empalmado y excitado, lo mío no era para menos. Pero estábamos en medio de la calle, con poco tiempo y en ese momento no nos podíamos dejar llevar. Por eso, antes de despedirnos y después de clavarle una mirada llena de intenciones, me dijo aquella frase con el tono tenso por la excitación. Si hubiéramos estado en un lugar más propicio mi respuesta hubiera sido “¿Y si no, qué?”. Pero me la guardé, y le respondí mirándole, de nuevo, con muchas intenciones.
—Sí, me voy a ir a mi puta casa…
#microrelato4. Gritos
Abro los ojos. Miro a la derecha y estás dormido. Me levanto y voy al balcón: el espectáculo que hay, a las siete y media de la mañana es difícilmente superable. Un mar añil al que la vista no alcanza, flores, pinos, el olor del mar y la brisa fresca. Vuelvo a la cama, aún es muy temprano y me apetece completar el olor a mar con el que emana de tu cuerpo. Abres los ojos, me clavas esa mirada oscura tuya y me pones boca arriba en la cama, sujetándome las manos sobre la cabeza mientras me besas. Entretanto, se escuchan unos gemidos, altos y claros, que parecen venir de la habitación de al lado. Y yo noto tus dedos cerrarse fuerte sobre uno de mis pezones, mientras lo retuerces…
—Vamos a ver quién grita más fuerte…
#microrelato3. Están pegando a alguien
Desde luego que hubo gritos. Y a ratos, hasta mezclados. Unas veces ella y otras yo. No sabría decir quién lo hizo más fuerte, incluso tú —que cuando te pones, te pones— podrías haber gritado a base de bien. Sin embargo, hubo más gritos a la mañana siguiente, otra espléndida, aunque el dios Eolo nos hizo compañía durante todo el día. Fui a buscar lo primero que se me ocurrió que se puede usar como instrumento para azotar y te lo dejé cerca de las manos para que lo usaras conmigo: tu cinturón. Y lo hiciste, tan bien, que cerca de la puerta, se pudo escuchar algo así como «están pegando a alguien»
Así que me tuve que poner una almohada sobre la cara, para que pudieras seguir sin que nos llevaran presos a una oscura prision griega xD…
#microrelato2. Pervertidos
Hoy subí a desayunar como acostumbro, con pantalón corto, camiseta de tirantes y nada más debajo. Y además una novedad, las bolas chinas, que tuve que ponerme delante de ti justo antes de irnos. Incluso me ayudaste un poco, empujándolas con el dedo y me llevé unos cuantos azotes justo encima de donde quedaron puestas, no por nada, que yo soy muy buena, simplemente porque te apetecía y por moverlas un poco, seguramente.
Quién se podría imaginar que la pareja española que se sienta cada día en la mesa y sonríe a la camarera en realidad son un par de pervertidos. ¿Lo serán también los vecinos de la mesa de al lado? Esa chica, con esas curvas tan «potentes» que tanto te gustan, a la que imaginas con las manos a la espalda y con la cara llena de lágrimas por el dolor y su pareja, un chico delgadito, al que yo sólo imagino debajo de ella, ahogado por sus carnes y dándole bofetones…
Pero lo más probable es que sean imaginaciones mías… ¿Si? ¿No? Quién sabe… 😉
#microrelato1. Líquida
Hay veces que cuando estoy en pleno éxtasis me siento líquida. Según voy llegando, me voy derritiendo, y cuando finalmente llega, noto como un pequeño torrente, a veces de verdad, a veces no. Hoy el torrente casi llega a tu boca, lo has estado saboreando mucho rato, yo relajada y en el séptimo cielo, de manera casi literal.
Fluidos, hoy hemos sido fluidos. Tú te has bañado en mí y yo en ti, y casi he sentido la misma paz que bajo el mar nadando con los peces y de tu mano.