Money

Aunque se puede leer de manera totalmente independiente, los personajes son los mismos que los de «Para mí» (I y II) y «Sin límites«

Acababa de cerrar sesión en el ordenador y casi bajado la tapa del portátil cuando el teléfono zumbó y en la pantalla apareció una notificación de Jota. Lo desbloqueé y leí que me proponía pasar la noche juntos y que nos viéramos antes para tomar algo. Le dije que sí y quedamos en el bar donde solemos hacerlo casi siempre, un irlandés que está no muy lejos de su casa, el sitio donde nos conocimos y nos pusimos cara la primera vez. Buena música y buen ambiente. Me saludó dándome un beso y acercándome una cerveza con limón que me había pedido antes de que llegara.

—Me he adelantado —sonrió
—Ay, gracias, porque venía con mucha sed —le dije, dándole un sorbo largo y dejando el vaso en la mesa después— ¿Tenías ganas de verme, o qué? —pregunté mirándole a los ojos.
—Las tengo, pero además, tú y yo tenemos algo pendiente, te acuerdas, ¿no?

Le dí otro sorbo corto a la cerveza antes de responder.

—Sí, claro que me acuerdo —sonreí
—El otro día lo pasé muy bien. Hacer estas cosas —se refería a jugar con dinero— contigo me está gustando. ¿A ti también?
—Mucho. Me gustó pagarte parte de lo que le saqué al pobre Javi, que por cierto, no deja de escribirme para preguntarme cuándo nos vemos otra vez.
—¿Qué te gustó más? ¿Que él te pagara, o dármelo a mí después?
—Las dos cosas, aunque te hubiera matado en ese momento…
—Ya lo sé —sonrió— Eso también fue muy divertido. Bajarte justo en ese momento.
—Pero qué mala gente eres —le dije, ironizando, a lo que me respondió que no me quejara tanto. La tónica habitual entre nosotros.

Money, get away
You get a good job with good pay and you’re okay

Mientras hablábamos, precisamente, como si alguien nos hubiera escuchado, el sonido inconfundible de una caja registradora y uno de los ‘riffs’ de bajo más reconocibles de toda la historia daban paso a “Money”, la canción de Pink Floyd, el sexto corte del gran “The Dark Side of The Moon”.

—Qué adecuada… —murmuré
—Pues sí. Muy adecuada para lo que voy a hacer, que es preguntarte cuánto me cobrarías por dejar que te use como yo quiera hoy —me dijo mirándome sin pestañear, mientras daba un largo sorbo a su cerveza.

El asunto pendiente que teníamos, la fantasía, era esa precisamente. Pagarme, pero ese día estaba más por la labor de usarle a que me usara y se lo dije.

—No estoy en ese registro, ¿lo sabes, no?
—Lo sé. Llevas dos semanas muy subidita —sonrió —Por eso te propongo comprarte el rol sumiso. Rápido y sencillo, ¿no?
—Doscientos cincuenta —dije. Habíamos pactado una cantidad hasta quinientos euros para los juegos con dinero, y que podríamos quedárnoslo o compartirlo, según el tipo de juego.
—¿Tan buena eres? —preguntó, con cara de escandalizarse por el precio que le acababa de dar.
—Eso dicen —respondí, echándole morro.
—Tendré que creérmelo —sonrió— ¿Doscientos cincuenta, entonces? Por adelantado, ¿no?
—Te veo informado de cómo van estas cosas —le piqué
—De verlo en las películas y eso. ¿Besas, o eso te lo reservas? —sabe de sobra que me encanta besarle y no diría que no.
—Hago de todo, incluido eso. ¿Quieres que me haga pasar por tu novia, o qué? —esto le hizo soltar una carcajada.
—Esa ha sido buena… Te veo suelta y metida en el papel —cogió su teléfono y lo manipuló durante unos instantes. A los pocos segundos, me llegó una notificación al mío. Me había llegado un ingreso por Bizum de doscientos cincuenta euros.
—¿Bien? —preguntó.
—Sí, todo correcto —le dije, empezando a notar que me empapaba —Nos vamos cuando digas.
—Termina de beberte la cerveza tranquila. Y pide otras dos —dijo mirándome mientras apuraba el último sorbo que le quedaba de la suya. Cuando volví a la mesa con los dos vasos me preguntó qué pensaba, y cómo sé que cuando me hace preguntas así le gusta que le responda de manera directa, lo hice lo mejor que pude.
—Que me estoy poniendo muy cachonda con todo esto. ¿Qué vas a pedirme?
—De momento, que te bebas esa cerveza y que aguantes sin ir al baño hasta que lleguemos a mi casa.
—Como quieras —respondí, bebiendo despacio un buen trago. La vejiga me empezó a dar punzadas, supuse que al decirme que no podía ir al baño se me disparó la necesidad. —¿Algo más? ¿Quieres que te trate de alguna forma en particular? —pregunté
—Quiero que te portes bien, claro. Acabo de pagar doscientos cincuenta pavos por ti, no hagas que te pida la hoja de reclamaciones…
—¿Portarme bien significa que tendré que obedecerte en todo lo que me pidas? —le pregunté, intentando que me saliera sin ironía.
—Sin protestar, ser irónica o ser poco respetuosa conmigo, que nos conocemos —sonrió.
—¿Y no me vas a dejar que vaya al baño hasta que lleguemos a tu casa?
—A no ser que vayas a mearte encima, no. Te aguantarás hasta que yo quiera. ¿Has llegado a ese punto?
—Tú mandas —sonreí, bebiendo otro trago— Aguanto todavía.

Me observó mientras terminaba de beber, y él hizo lo mismo. Se levantó de la banqueta donde estaba sentado y cuando pasó a mi lado me besó, haciendo que me empapara de nuevo y que la vejiga me diera otra dolorosa punzada. Me habló al oído.

—Termínatela de dos tragos —dijo, pegándose a mí y poniéndome la mano en la cadera. La fue bajando poco a poco, mientras yo bebía, hasta llegar a posarla rozando la parte superior del pubis, a la altura de la vejiga, que a esas alturas estaba ya tensa y llena de líquido. Y estar excitada no ayudaba, precisamente. Presionó un poco, sin que me lo esperara, haciéndome dar un respingo y apretar los muslos para no mearme. Maldito. Me callé lo que estaba pensando y respiré hondo, para poder aguantar mejor.
—¿Te pasa algo? —preguntó, con sarcasmo
—Nada, todo bien —dije, sin dejar de apretar
—¿Sí? —presionó un poco sobre el pubis, y yo respiré profundamente para retener la orina. Decidí negociar, algo en lo que con él suelo salir perdiendo casi siempre.
—Podría estar mejor si me dejaras ir al servicio.
—¿Y qué me das a cambio?
—Limpiarte cuando termines tú.
—Harás algo más. Pero para eso nos iremos ya. Voy a pagar.

Fue a la barra y pagó las cuatro cervezas. Yo apenas podía moverme, pero lo hice, apretando fuerte los músculos. Su casa está apenas a una manzana de allí, pero aun así caminar sería una auténtica tortura. No perdí la oportunidad de intentar suplicarle, pero no me lo puso fácil.

—Por favor. No sé si aguantaré andando por la calle…
—Y no quieres acabar meada, ¿verdad? Te morirías de vergüenza…
—Sí —le dije, bajando la mirada.
—Pues suplica mejor, o veré cómo te meas. Y si pasa, te voy a castigar, no es por presionar.
—Jota, por favor. Por favor, deja que vaya al baño antes de que nos vayamos —se lo dije en el tono que sé que le gusta. Pero esa noche estaba duro de pelar.
—No está mal, pero me estoy divirtiendo mucho. Sabes que te quiero putear, ¿verdad? Y también sabes que estás perdida, porque sé cómo hacerlo.
—Lo sé —respondí mordiéndome la lengua para no insultarle.
—¿Qué piensas que te quiero hacer? O mejor, cuéntame qué me harías tú si tuviéramos los roles cambiados —le encanta hacerme esto, que le diga lo que haría estando en el rol dominante cuando no lo estoy. Y sabe bien como soy, así que no colaría que le contara algo que no es verdad.
—Te ordenaría que te tumbaras en la ducha, vestido, y te pisaría la vejiga hasta que te mearas. Después te ordenaría que me lamieras el pie hasta dejarlo limpio, si se hubiera manchado, y me reiría de ti.
—No está mal —sonrió— Me das buenas ideas, tú vas a estar desnuda de cintura para abajo, y te voy a estimular el punto G, Vas a correrte y a mearte a la vez, suplicándome que te deje hacerlo, claro, mientras me pienso si te dejo o no y te digo que eres una puta y una guarra, lo que no será ninguna mentira ni nada inexacto hoy. Sí, a lo mejor también me río un poco de ti, eso me viene bien de tu idea. Y también te voy a pisar hasta que vea esa mirada de odio que te sale cuando te hago cosas como estas, pero como te he comprado, no vas a poder decirme nada. Al revés, vas a tener que estar quieta y callada, aunque eso no creo que lo consigas —dijo en mi oído casi en susurros, terminando con un mordisco en la nuca

Estaba perdida. Bajé la mirada otra vez y me mordí los labios para no decirle lo que pensaba.

—Espérame aquí mientras vuelvo de hacer lo que tienes tantas ganas y no puedes porque yo no te dejo —sonrió— No tardo.

Cumplió. No tardó nada en volver del baño, tras lo que salió a la calle y yo le seguí a duras penas. Casi no podía andar pero lo hice, menuda soy cuando me tocan el orgullo.

En pocos minutos llegamos a su portal. Abrió la puerta y me dejó entrar. Noté su mirada clavada en mi espalda, esperando que volviera a suplicarle, pero no lo hice. En realidad ya estaba sintiendo humedad entre las piernas, y volví a concentrarme para que no salieran más. Nada más cerrar la puerta de la calle me miró poniéndose serio. Con esa expresión que refleja su cara cuando se le está ocurriendo alguna cabronada.

—De rodillas.

Yo no podía más. Me dolía tanto que empecé a notar los ojos empapados de lágrimas, más de orgullo herido que otra cosa. Me arrodillé y miré al suelo, para evitar tener que mirarle a él a los ojos. Pero me conoce bien y se dio cuenta de que algo no estaba yendo como debía. Se agachó y me cogió la cara. Luego me besó en los labios y me limpió las lágrimas. Por último se levantó y me ayudó a que lo hiciera yo cogiéndome de las manos

—Ay, mi niña orgullosa… ¿no confías en mí, o qué?
—Claro que sí… —respondí, rápida.
—Pues pídeme permiso y te lo daré. Aunque también podrías haberme dicho que no estabas bien, ¿no? —me dijo con voz suave, volviendo a besarme despacio. Hasta para eso sabe leerme, para hacer que me rinda aunque yo no quiera.
—Déjame mear, por favor —dije, en voz baja y mirándole solo porque me estaba sujetando la cara, si no habría seguido mirando al suelo.
—Te dejo, pero tendrás que hacerlo delante de mí. Y después te haré lo que te he adelantado hace un rato. Nos va a costar un disgusto esa soberbia tuya, ¿eh? —volvió a besarme y a acariciarme el pelo. Luego me ayudó a moverme, porque yo apenas podía hacerlo. Creo que en toda mi vida he tenido más ganas de orinar que aquella, con excepción de algún festival de música, seguramente, pero entonces no tenía a nadie tocándome el orgullo y la moral de aquella forma.

Me ayudó a llegar al baño, y rápidamente me subí la falda como pude y después bajé las bragas, ligeramente húmedas entre la excitación y alguna gota de orina que se había escapado. Al sentarme, de tanto aguantar, no pude hacerlo a la primera, y menos con él mirándome fijamente. Pero al final lo conseguí, y dolió al principio, pero después fue una sensación de alivio maravillosa. Se me volvieron a empapar los ojos —y más cosas— entre el dolor, la excitación y mi orgullo herido. Se agachó para volver a besarme.

—¿Qué se dice?
—Gracias…
—Gracias ¿qué?
—Gracias, Jota, por dejarme mear —cómo le odié en ese momento.
—De nada, mi niña. Pero te ahorrarías muchos disgustos si no fueras así —sonrió— Aunque me gusta que lo seas, si no no lo pasaría tan bien contigo. ¿Estás bien? —volvió a acariciarme la cara— ¿Puedo seguir?
—Estoy bien —le dije, mirándole a los ojos y devolviéndole el beso, pero sin dejar de odiarle.
—Seguro, ¿no?
—Que sí…
—Muy bien —sonrió— Termina de desnudarte y túmbate en la ducha.

Me quité el resto de la ropa, y no quedaba mucha: la camiseta, el sujetador, las medias y los botines de tacón medio. La falda había quedado arrugada en el suelo, junto a las bragas, a las que intuía que daría la función de mordaza, porque le gustaba mucho hacerlo, aunque escucharme gritar también, nunca sabía por dónde iría la cosa. Juega como pocos con mi orgullo y lo que me jode hacer determinadas cosas, sabe exactamente qué teclas tiene que tocar o qué tiene que decir para provocar determinadas reacciones en mí. Y yo me dejo llevar, precisamente por eso, porque pocos han sabido hacerlo y disfruto de la misma forma que odio que me humille y juegue conmigo de esa forma. Una vez estuve completamente desnuda, y él vestido aún, me tumbé en la ducha. Había espacio suficiente para que se pudiera sentar a mi lado, porque la ducha es de obra, de las que no tienen mampara, sino una especie de muro separador recubierto de pequeñas teselas, como las de los mosaicos romanos, al igual que las paredes.

—¿Estás preparada para lo que viene? —preguntó
—¿Curvas? —respondí, olvidando que no debía cachodearme ni ser irónica, por lo que me dio una bofetada.
—Un poquito más de respeto, que me has salido muy cara…
—Cierto, perdón… Sí, estoy preparada.
—Así mejor. Como te he contado antes, voy a masturbarte, estimulando el punto G fuerte, y me vas a pedir permiso para correrte. Pero no como haces siempre, informándome justo cuando casi ocurre, sino bien, alto, claro y pidiendo. Ni exigiendo ni anunciando, pidiéndolo, ¿está claro? Si no lo haces bien tendré que castigarte. Y no sé por qué me da que voy a tener que hacerlo, vamos a ver si me equivoco… ¿Algo que decir? —dijo, mirándome con recochineo, porque sabía que no podía protestar ni responderle —Vaya, qué sorprendido estoy —dijo, acariciándome entre las piernas con suavidad, rozándome como me gusta— Si estás empapada. Eso es que debe gustarte que te humille, ¿no? Y ser mi puta, que siempre lo has sido, pero hoy con todas las de la ley. ¿Tú de quién eres hoy? —preguntó, tirándome del pelo
—Tuya —dije, intentando que me saliera en un tono de voz normal, no en un susurro, lo que sé que no le hubiera valido. Y aún así no me lo puso fácil.
—“Tuya, Jota”, ¿O quieres que te haga llamarme de usted y señor, que te jode más?
—Tuya, Jota… joder —dije, sin poder evitarlo
—¿Qué has dicho? —dijo, mientras volvía a tirarme del pelo
—Ay, perdón. No quería hablar mal, perdóname…
—Ha sonado poco convincente, tanto lo de que te sientes mía como la disculpa, que lo sepas —dijo, poniéndose serio, pero sin dejar de sonreír con los ojos.
—Jota, soy tuya esta noche, e intentaré no hablar mal, de verdad, perdóname…
—Venga, otra vez: “e intentaré no ser una zorra malhablada”.

Sabía que eso sería demasiado para mí, el muy hijo de puta. Pero respiré profundamente y lo dije, rápidamente, eso sí.

—Jota, soy tuya esta noche —y haciendo un esfuerzo, añadí— …e intentaré no ser una zorra malhablada —debí mirarle de tal manera que se echó a reír y me besó.
—Me encanta hacerte esto, puta. Y me encanta que me mires así, cuanto más me odias más cachondo me pones y más ganas de joderte me das. ¿Me odias mucho ahora?

Esa era una pregunta trampa, claro. Y la salvé.

—Es lo que me merezco…

Se echó a reír.

—Eres lista, y eso me gusta, como bien sabes. Me odias, pero tienes que guardar las formas y comportarte, así que no puedes decírmelo y te has acordado a tiempo —me dio un beso en los labios.

Todo el tiempo que había durado la conversación no había dejado de mover la mano sobre mi coño, despacio, haciendo que resbalara. Y justo en ese momento sentí que me penetraba con dos dedos colocados de manera estratégica y empezaba a moverlos. Mi vejiga volvía a estar llena de líquido y la excitación que sentía aumentó cuando me recordó que no podía correrme.

—Tus orgasmos también, son míos, porque los he comprado —remarcó— así que recuerda que no puedes correrte sin pedirme permiso como ya sabes que tienes que hacerlo. ¿A ver, cómo sería? —preguntó

Le miré, esperando poder disimular, pero no lo hice. Su sonrisa me dijo que no.

—Por favor, déjame correrme.
—¿Eso es todo lo bien que lo sabes hacer? Vaya mierda de súplica…
—Pensé que era una prueba, pero sé hacerlo mejor.
—¿Sí? Pues venga, que te quiero oír… Un ensayo general… —movió los dedos dentro de mí, llevándome al borde del orgasmo y parando justo cuando estaba a punto.
—Uf, joder… Jota, por favor, deja que me corra. Por favor…
—Y yo que pensé que había contratado a una profesional fina y elegante, y resulta que es una zorra maleducada… Así no vas bien —me besó y sonrió, sin dejar de mover la mano, más despacio.
—Me tienes un poquito alterada, perdóname. Puedo hacerlo bien…
—Más te vale, o aquí el único que se va a correr hoy soy yo —volvió a estimularme, y esta vez lo hizo a conciencia, y volví a sentir la inminencia del orgasmo. Me esforcé en hacerlo bien.
—Jota, por lo que más quieras, por favor. Déjame correrme, por favor, que estoy a punto…

Bajó el ritmo y me dio un azote fuerte en el clítoris, haciéndome dar un grito y encogerme por el dolor.

—¿Y a mí qué cojones me importa que estés a punto, guarra? ¿Debería importarme?
—No, no debería, porque yo estoy para darte placer —conocerle un poco tenía que servirme de algo.
—Te lo sabes bien, puta… Venga, vamos a subir de nivel otro poquito —se levantó un momento y volvió rápido con algo en la mano, cuatro pinzas de madera y un par de japonesas con cadena, algo que me encanta. Me puso dos pinzas en cada pezón, en los lados, y las metálicas en el centro, y después tiró un poco. Luego pasó la mano sobre ellas sin ningún cuidado, haciéndome dar un grito.
—¿Ya estás más cachonda todavía?
—Mucho. Gracias…—volvió a mover la mano sobre las pinzas y cambió la cadena de las japonesas de mano para poder volver a estimularme y a tirar a la vez.
—A ver, enséñame cómo suplicas, zorra…

Me costaba hablar, pero lo hice.

—Por favor. Por favor, deja a tu puta que se corra. Si crees que me lo merezco, por favor… —sentí la inminencia del orgasmo y reforcé la súplica— Jota, por favor, por favor, permíteme correrme…

Me miró y me dio un beso, tirando de la cadena de las pinzas.

—Me das pena, puta, pero me gusta cómo lo has hecho. Dame lo que es mío, venga, ¿de quién es esa corrida que vas a tener?
—Tuya… ¡ah! —sentí como si el coño se me multiplicara por dos y se hiciera líquido, para a continuación estallar en un chorro a presión y después un grito, cuando me quitó las pinzas. Luego me dio la vuelta hasta dejarme a gatas y me agarró fuerte del pelo.
—No te mereces que te folle, pero voy a hacerlo porque tengo muchas ganas… Dame las gracias, por permitirte que te hayas corrido y por el polvo que te voy a echar, venga…
—Muchas gracias, por dejar que me haya corrido y por el polvazo que me vas a echar.

Se rio

—¿Polvazo? ¿Estás cachonda, puta insaciable?
—Sí, lo estoy.
—Claro, cuando estás así te encanta que te use como a una perra, ahora te importa menos que te humille, ¿no? —me metió la polla de un empujón, haciéndome gritar y sin soltarme el pelo.
—Sabes que ahora puedes hacer lo te dé la gana conmigo, hijo de puta —dije, dejándome llevar y arriesgándome a que me castigara por hablar mal e insultarle.
—Hijo de puta, ¿eh? Vale, ahora sí que te vas a enterar. Si he sido buenísimo… No te puedes correr, por mucho que supliques, y te voy a follar como te gusta. Como te corras, la tenemos, avisada estás…
—Ay, no, por favor, no me hagas eso. Por favor, perdóname, que estoy muy cachonda y digo cosas que no quiero decir… Además, te gusta que te llame así, que yo lo sé…
—No me cuentes historias —me tiró del pelo y se movió rápido dentro de mí haciéndome gemir— Te jodes, ahora eres el agujero donde voy a correrme, y me da igual si a ti te da placer, a mí me lo da controlarte y hacer lo que quiero contigo —me folló rápido y fuerte, hasta que supe que iba a correrse. Entonces hizo que me diera la vuelta y me sentara, quedándose de pie delante de mi cara
—Abre la boca y traga, y después me dejas la polla bien limpia —me la encajó hasta la garganta, haciéndome dar varias arcadas, sujetándome la cabeza hasta que se corrió. Dejó que le lamiera hasta dejarle limpio y a continuación, pasados unos minutos sonrió y volvió a decirme que abriera la boca. Sabía lo que quería.
—Ahora me vas a limpiar otra vez, cuando te haya marcado —empezó a mearse sobre mi cuerpo, su orina cayó sobre mí, cálida, y me sentí poseída y ultrajada, pero satisfecha. Le di las gracias.
—Gracias. Me encanta que me uses así —le dije, sonriendo.
—Lo sé —dejó que le lamiera la polla hasta dejársela sin rastro de líquido. Luego me ayudó a levantarme y me besó, un beso larguísimo que hizo que me excitara otra vez.
—¿Me vas a dejar que me corra ahora, por favor? ¿Con lo bien que me he portado? —le dije, con mi mejor tono de niña buena.
—Ah, pero soy un hijo de puta, ¿verdad? —respondió
—Ay, no seas rencoroso, por favor… No me lo tengas en cuenta, anda… —le dije, y se rió.
—No cuela. Pues no, no te vas a poder correr. Esta noche voy a serlo más que de costumbre. Y no he hecho más que empezar, así que prepárate. De momento, termina de desnudarme, me ayudas a ducharme y secarme, y luego me das un masaje, pies incluidos, y con mamada, claro. Todo lo larga que me apetezca, y como acabo de correrme, ya sabes que tardaré un buen rato en volver a hacerlo. Te vas a ganar bien el sueldo, guapa. Esmérate y demuéstrame que vales lo que he pagado por ti.

Hacer de asistente personal es algo que nos gusta mucho hacer y que nos hagan a los dos. Cumplí con lo que que me había ordenado, le quité la ropa que le quedaba aún puesta despacio, recogiéndola a continuación. Después le ayudé a ducharse, poniéndome de rodillas, ofreciéndole la esponja en las manos y enjabonándole cuando me lo pidió. Con un gesto señaló sus pies, y eso significa que quiere que se los bese y lama. Aprovechó para ponerme un pie sobre la cara, presionando y manteniendo la cabeza lo más cerca del suelo posible durante unos segundos, haciéndome sentir humillada y suya, notando el agua caer sobre mí. Al salir de la ducha le sequé con cuidado, y por último, le llevé a la cama, donde extendí una toalla seca y llevé un bote de aceite de canela que hay en el baño.

—Túmbate como prefieras, por favor —le pedí.
—Primero la espalda —dijo, poniéndose boca abajo en la cama. Me coloqué de lado, calentándome las manos antes, y masajeando con energía. A los pocos minutos le escuché murmurar de placer. Seguí durante un buen rato, poniéndome sobre él y al final dándole el masaje cuerpo a cuerpo, haciendo que notara bien el mío contra su espalda. Tras unos minutos, me dijo que se iba a dar la vuelta. Tenía la polla dura y me encanta verle tan relajado, pero también sé que le gusta controlar mi deseo y que le pida permiso para hacer cualquier cosa, así que intenté hacerlo bien.

—Qué guapo estás así —le dije, pensándolo de veras, me salió espontáneo.
—Vaya, gracias. Puedes seguir, ¿eh? Me gusta que me hagas la pelota…
—No te estaba haciendo la pelota, pero si quieres, puedo hacerlo —le dije, sonriendo.
—Pues sí, quiero, así que hazlo —dijo, mirándome— Me apetece —sonrió.
—Por supuesto. Estás muy guapo, así, tan relajado y me encanta tu cuerpo —le eché un poco de aceite sobre el pecho y lo extendí despacio con las manos mientras le miraba.
—Acércate y ponme un poco de aceite en las manos —subí un poco, poniéndome sobre él, sintiendo como me excitaba (más) al rozarle. Tenía la entrepierna encajada sobre su polla, notando que la tenía dura y tuve ganas de clavármela, todo el proceso me había excitado mucho y me noté mojada. Le eché aceite en las manos y se las frotó para extenderlo.
—Coge las pinzas japonesas y póntelas. ¿Estás cachonda? —preguntó, solo para putearme, porque era más que evidente que lo estaba. Ponerme las pinzas solo lo agravaría más. Me las puse, dejando la cadena suelta cayendo entre ellas. Entonces me agarró las tetas por los lados, masajeándolas, y pasando la mano también por los pezones pinzados, con cuidado para que no se soltaran, pero sin dejar de apretar fuerte y pasando los dedos por la cadena, haciendo que sintiera la tensión. Se me escapó un gemido.
—Muy cachonda, como sin duda ya imaginas.

Me dio una bofetada mientras sonreía, encantado de tenerme así.

—¿Y? ¿Quieres decirme algo con eso?
—No, nada…
—Seguro, ¿no?
—Me has preguntado y te he respondido.
—Sí, eso bien, aunque no me has dicho la verdad —sonrió— Tú hoy estás para hacer lo que te pida, lo que me dé la gana, que para eso te he pagado. Pon las manos a la espalda, que te quiero dar unos cuantos manotazos en las tetas y que aguantes. Van a doler, te aviso —dijo, mientras sujetaba la cadena de las pinzas con una mano y me apretaba una teta fuerte con la otra.

Llevé las manos atrás y me las sujeté, sacando el pecho. Noté las pinzas clavadas y me preparé para sentir el picotazo de dolor. Me putea como nadie y me encanta.

—Preparada —dije, mientras tomaba aire.
—Voy —me miró a los ojos y descargó un azote fuerte con la mano, que me hizo moverme y aguantar un grito a duras penas. Dolió mucho, pero me excitó también —Voy con la otra —cambió de mano la cadena de las pinzas y repitió lo mismo, un azote fuerte, de los que pican y volví a morderme la lengua y a gemir por el dolor. Sonrió al verme.
—Estoy cogiéndole el gusto a ver cómo te retuerces de dolor, ¿sabes? —dio un tirón de la cadena, haciéndome gemir otra vez —Y sé que estás muy cachonda, perra, me estás empapando la polla. Límpiamela, sin chupar, solo limpiando lo que has manchado, ¿entendido?
—Entendido.

Soltó la cadena de las pinzas para que pudiera situarme entre sus piernas. Lamí despacio, con muchas ganas de comerle bien, pero solo hice lo que me había ordenado, hasta dejarle limpio. Le pedí permiso para continuar el masaje.

—¿Puedo seguir con el masaje?
—Luego, porque ahora me han dado ganas de follarte la boca. Ponte boca arriba, con la cabeza en el borde de la cama

Me puse en la posición que había dicho, en la que podía follarme la boca como quisiera mientras seguía torturándome las tetas sin piedad. Supuse que era lo que iba a hacer y no me equivoqué. Me metió la polla en la boca, poco a poco, hasta que me la encajó en la garganta, haciendo que me ahogara con ella, mientras jugaba con las pinzas y tiraba. Seguía con su polla encajada en la boca y medio ahogada cuando noté que abría una pinza y me pellizcaba el pezón, e hizo lo mismo con el otro un momento después. Sentí que me los azotaba fuerte con la mano mientras se movía a un ritmo medio en mi boca. Noté unas punzadas intensas entre las piernas, como cuando voy a correrme, solo que sin estimulación directa. Cuando me dejó la boca libre, se lo dije.

—He sentido una especie de punzadas, como si fuera a correrme…
—Pero no lo has hecho, ¿no?
—No se me ocurriría, sin permiso no —sonreí
—Qué mentirosa eres. No eres tan masoca como para eso, pero con un poquito de estimulación extra, lo harías, ¿a que sí? ¿Probamos? Pero recuerda que no te puedes correr…
—¿Tengo opción a negarme?
—¿Tú qué crees?
—Que no…
—Chica lista. Elige, ¿prefieres que te estimule comiéndote el coño o las tetas?
—El coño —dije, escogiendo lo que sabía que me haría tardar más en correrme.
—¿Y por qué escoges esa opción?

Le dije la verdad, porque no hacerlo hubiera sido inútil. Me conoce demasiado bien.

—Porque si escojo la otra opción me sería más difícil no correrme, y no me dejas que lo haga.
—Ahora tendría que hacerte lo mismo que me hiciste tú no hace mucho, ¿te acuerdas? El día que me preguntaste si quería que me follaras o te pusieras el strap llevando casi una semana sin correrme.
—Me acuerdo.
—Tú solo llevas un rato y yo aguanté no sé ni cómo cuándo me follaste. Te digo lo mismo que me dijiste tú entonces: concéntrate en no correrte, que la mente es poderosa —sonrió. Mi cara debía ser un poema.
—Hijo de puta —susurré, sin poder contenerme.
—¿Qué has dicho?
—Que eres un hijo de puta rencoroso —le dije, sabiendo a lo que me arriesgaba, pero me dio igual.
—De rodillas, y saca el culo. Vas a aprender a hablar bien. Cuenta.
—No, por favor… —dije.
—Te lo mereces, y lo sabes. Cuenta.

El castigo era doble. Por un lado, me iba a azotar, aún no sabía con qué, pero seguro que no iba a ser indulgente, y por otro, sabe que odio contar azotes. Y encima lo utiliza, maldito sea.

—Ve a por el cinturón del pantalón que me has quitado antes, y me lo das de rodillas. Luego vuelve a la postura en la que estabas.

Fui a buscarlo y se lo di, poniéndome de rodillas y ofreciéndoselo en las manos.

—Alto y claro, ¿entendido? Si no lo oigo, no valdrá y empezaré otra vez…
—¿Cuántos?
—Los que te quiera dar, puta maleducada. ¿Preparada?
—Sí, preparada —me coloqué en la postura y respiré con suavidad. Iba a doler. Calentó la piel con un par de azotes fuertes con la mano, que no conté porque pensé que eran eso, un calentamiento, y me equivoqué.
—¿Te has quedado muda?
—Pensé que no habías empezado todavía…
—¿Me estás vacilando? Que luego te arrepientes… Empiezo otra vez —volvió a darme con la mano otros dos azotes fuertes, y conté, sin olvidar los que me había dado antes.
—Cuatro —dije, en voz alta y clara.
—¿Y las gracias?
—No dijiste que tenía que dártelas…
—Lo acabo de hacer. Y no me toques los huevos, o tendrás que añadir “Señor”.
—No es justo…
—No, pero como yo decido lo que es justo y lo que no, te jodes —me dio el primer correazo, fuerte, y grité, pero conté y le di las gracias, maldiciéndole en mi interior.
—¿Así que por doscientos cincuenta pavos cambias de rol? Es bueno saberlo, tampoco es tanta pasta… —dijo, humillándome.
—Me has pillado en un momento de debilidad…
—Ya, claro. ¿Será que te pone que te use y que te haya pagado por hacer lo que me está dando la gana contigo? ¿A pesar de que no estabas por la labor de dejarte dominar? Qué poco me ha costado, zorra—me dio otros cuatro cinturonazos seguidos, fuertes, que conté y agradecí, pero con la voz algo más baja —No te he oído bien…
—Cinco, gracias. Seis, gracias. Siete, gracias. Ocho, gracias —dije, en voz más alta.
—Mañana, cuando te sientes y te duela, también me vas a dar las gracias. Te voy a dar más seguido, ¿vale? Hoy me apetece que te vayas a dormir calentita y bien puteada.
—Lo estás consiguiendo… —murmuré, cabreada.
—Pero no te enfades —se burló— Si te encanta, reconócelo… Venga, admite que te encanta que te putee —dijo, mientras me daba dos azotes fuertes más que conté y agradecí también. Y quise decir lo que me pedía, pero el orgullo me lo impidió, y me volvió a dar fuerte, haciendo que gritara, cerca de mi límite de aguante al dolor. Calmó mi piel con la mano, mientras sentía la cara húmeda por las lágrimas.
—No tendría que ser tan duro contigo si fueras solo un poquito menos orgullosa, y lo sabes —dijo, mientras me besaba.
—Mentiroso, te encanta putearme —dije, llorando.
—Y a ti que lo haga…
—Sí, y lo haces bien, cabrón…
—Pídeme que siga puteándote, venga.

Le miré a los ojos con rabia mezclada entre lágrimas. Le odiaba, pero al mismo tiempo, necesitaba que siguiera.

—Hazme lo que quieras —dije, con esfuerzo, y se rió.
—Eso lo voy a hacer de todos modos —me dio una bofetada— Te he dado una orden, ¡cúmplela como sabes que lo tienes que hacer! —dijo, en tono autoritario.

Respiré hondo para poder hablar.

—Putéame, por favor. Eres único haciéndolo —estaba cerquísima de alcanzar mi límite de humillación y degradación, y por un lado quería decirle la palabra de seguridad y acabar con todo y que me abrazara y por otro quería demostrarle que podía dar todavía un poco más. Me acarició la cara y me dio un beso en los labios.
—Así me gusta —dijo, reforzándome ahora— Si me lo pides de esa manera voy a tener que seguir —sonrió— ¿Has aprendido ya a hablar bien? ¿Me vas a volver a llamar hijo de puta?
—Si te dijera que no te mentiría, pero se me han quitado las ganas durante un rato…
—Bien —me acarició y me dio un beso —Si me hubieras dicho que no, no me lo hubiera creído —sonrió.

Sabía que necesitaba esa pausa y ese refuerzo para poder seguir dándome caña. Me cogió por el pelo e hizo que me tumbara boca arriba en la cama.

—Bueno, ¿por dónde íbamos? ¿A hacer un poquito de ‘tease and denial’? Te lo debía, hija de puta —me dijo al oído.
—Si tú lo dices…
—Claro que lo digo. Te voy a llevar al límite del orgasmo tres veces, sin que puedas correrte. Si lo haces bien y me lo pides de una forma que me convenza, quizá te deje. Pero tendrás que aguantar las tres veces, y si no puedes y te corres alguna, te tendré una semana a dieta, igual que me tuviste a mí. ¿Estás de acuerdo?
—¿Cambiaría algo si no lo estuviera?
—No —rio— Pero está bien que te lo pregunte, ¿no?
—Es todo un detalle por tu parte… —dije, irónica.

Me dio una bofetada.

—Que no repliques, coño. Un día vamos a ir a uno de esos eventos de alto protocolo, a ver si aprendes a ser una buena sumisa de una puta vez —dijo, solo para buscarme las vueltas.
—Y lo haré bien, te lo aseguro. No te dejaré mal.
—Por la cuenta que te trae. ¿Preparada?

Le dije que sí y se puso a mi lado en la cama. Había cogido un hitachi, y me lo pasó por encima de los pezones encendido a velocidad baja.

—Qué semana más larga te espera, guapa —se burló
—Eso está por ver —dije, concentrándome para aguantar lo que venía.
—Eso es, vamos a verlo.

Fue bajando el vibrador poco a poco hasta situarlo sobre el clítoris, aún a velocidad baja. Cuando me lamió un pezón respiré despacio. Me encanta que me haga eso, y lo sabe, claro. Pensé en algo que me distrajera de la excitación que sentía y conseguí hacerlo por un momento, pero entonces me mordió un pezón, suave primero y luego más fuerte. Gemí.

—Ay, joder… —me dio un azote en el otro pezón, y solo agravó la situación.
—Qué poco autocontrol tienes, vergüenza debería darte…
—Y no quieres que te insulte, ¿no? Uf…
—No, por supuesto que no. Quiero que seas una señorita fina y educada —dijo, con ironía y volviendo a morderme el pezón.
—¿Desde cuándo te gusta que lo sea?
—¿Quién ha dicho que me guste que lo seas? Te prefiero insultándome y hablando mal, pero eso para ti es lo fácil y quiero ponértelo difícil —presionó el vibrador sobre el clítoris y realmente sentí que no podría controlarlo. Supliqué y utilicé la misma estrategia que había usado él conmigo.
—Jota, por favor, que no voy a poder aguantar y quiero hacerlo por ti. Por favor…

Se rio

—¿Lo dices en serio? —separó el vibrador de mi clítoris— Me suena eso que estás diciendo, no sé de qué…
—Claro que lo digo en serio, no te quiero fallar.
—Has salvado la primera vez. Pero te quedan dos, y no te lo voy a poner fácil. Si no quieres fallarme te vas a tener que concentrar —alargó el brazo hasta la mesilla y cogió las pinzas que se habían quedado allí hacía un rato y me las puso. Lamió alrededor de los pezones pinzados, y yo tuve que hacer un esfuerzo enorme, y mucho más cuando volvió a ponerme el hitachi otra vez en el clítoris, por suerte a velocidad baja.
—Podría ser malo de verdad si le cambio la velocidad. Ahí sí que te sería difícil no correrte, ¿verdad? Dame las gracias por ser bueno, venga…
—Gracias por estar siendo bueno —dije, concentrada en pensar en algo que me distrajera del orgasmo.
—La verdad que no tengo ganas de seguir siendo bueno, ¿sabes? —dijo mientras me miraba y aumentaba a la velocidad más rápida y presionaba.
—Ay, joder, no me hagas esto, por favor… ¡Por favor! —dije, casi entre lágrimas. Bajó la velocidad y apoyó el vibrador en la ingle, luego en el hueso del pubis, y yo sentí como la sangre bombeaba toda mi entrepierna y que aguantaría muy poco ya. Decidí negociar con él, con algo que le costara rechazar, porque me veía perdida.
—Te cambio la tercera vez por cinco azotes fuertes en el coño. Muy fuertes, todo lo que quieras.

Me miró.

—Buen intento, pero no cuela —tiró de las pinzas despacio y me acarició el clítoris despacio con los dedos, en el lugar exacto, de la manera precisa. Le miré con los ojos llenos de lágrimas mientras le suplicaba que no lo hiciera.
—Jota, por favor… ¡Por favor! No puedo más… —lloré. Sus dedos se movían muy despacio sobre mí, pero ya era tarde. Noté las contracciones del orgasmo, sin poder remediarlo. Tiró de las pinzas y dejó de mover la mano, y pude volver a controlarlo casi de milagro, pero pasándolo fatal. Entonces me miró y me preguntó si me había corrido.
—¿Has podido controlarlo?
—Casi no puedo, pero sí.
—¿No me estarás mintiendo, ¿verdad?
—¡Nunca lo haría! —dije, indignada
—Lo sé, era por probarte —me besó despacio y abrió una de las pinzas, y después la otra, haciéndome gritar de dolor. Ahora quiero que te corras —masajeó los pezones con los dedos —puso en marcha el vibrador a la velocidad más alta y me lo colocó en el lugar exacto, presionando. Me dijo que lo sujetara yo y que me concentrara ahora en darle un buen espectáculo, que quería verme. En unos segundos me vinieron las oleadas de placer, y le pedí permiso.
—¿Puedo, por favor?
—Puedes.

Me dejé llevar y me corrí. Como siempre, cuando llego a ese punto me cuesta al principio, pero después es un orgasmo intenso, y aquel fue muy largo. Después tuve ganas de aislarme, de dejar que las lágrimas me cayeran por la cara, y esto último sí lo hice, pero no me dejó que me diera media vuelta. Me mantuvo boca arriba, y me hizo mirarle, lo que sabe que siempre me cuesta mucho. Luego, con dificultad, me incorporé y le besé los pies, dándole las gracias. Le gusta que lo haga así.

—Gracias —susurré.
—¿Un “gracias” tan bajito para una corrida como la que has tenido, desagradecida? —dijo, tirándome del pelo y agachándose para besarme.
—Gracias —dije, en un tono más alto.

Volvió a tirarme del pelo hasta dejarme a la altura de sus labios y me acarició y besó durante un largo rato.

—Me ha gustado mucho todo. Pero no hemos terminado, ¿eh? Cuando te recuperes, vuélvete a poner la lencería con la que venías, vas a la cocina, me haces algo de comer y me lo sirves, que necesito reponer fuerzas. Hoy vas a dormir poco —dijo, sonriendo.

—¿No me vas a dejar dormir? —dije
—¿Tú crees que te he pagado doscientos cincuenta pavos para que duermas, zorra? Venga, mueve el culo y trabaja. Si lo haces bien, que estoy seguro de que lo harás, te dejaré dormir después de que te use el tiempo que me apetezca. Y que sepas que me ha encantado comprarte y usarte, sabiendo que no estabas por la labor de dejarte usar ¿podré hacerlo más veces?
—El precio podría aumentar —dije— Ya sabes, hay que revisar las condiciones. Y a lo mejor yo también te hago una oferta, cuando me interese.
—Hazlo. Será interesante negociar las condiciones —sonrió.

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