Todo empezó con un mensaje inocente de Telegram, una mañana cualquiera de un día cualquiera. Me daba los buenos días y me decía que le apetecía verme. Que fuera a su casa, subiera y le esperara, que me tenía preparado algo. Sonreí y le pedí una pista, pero me dijo que no, que prefería sorprenderme y luego añadió una nota de audio donde me decía que no pensaba adelantarme nada y que solo quería dos cosas: una, que fuera vestida con una falda corta de vuelo, medias y una camiseta blanca de tirantes, sin sujetador debajo, pero con bragas, y dos, que estuviera muy cachonda. Su tono era autoritario, y sí, tengo que reconocerlo, me mojé de inmediato.
—¿Eso ha sido una orden? —pregunté, también con una nota de audio. La dinámica que tenemos no es de dominación/sumisión, va un poco como surge, pero cuando me dice cosas así me caliento, no lo puedo evitar.
—¿A ti qué te parece? —me escribió
—Que igual sí que lo es.
—Igual si no obedeces te vas a enterar…
—Soy muy obediente, no hace falta que me amenaces.
—Pero si te encanta que lo haga, zorra.
—Y a ti que te toque los huevos, no te sorprendas tanto.
—Vale, pero te quiero a las cuatro aquí, y como te he dicho, como te retrases o no cumplas con lo que te he pedido, te vas a enterar, pero bien.
—Por lo menos una de las cosas que me has pedido ya la estoy cumpliendo.
—Sí, que lleves bragas me parece bien, porque si no lo vas a poner todo perdido. Y todo lo que ensucies lo tendrás que limpiar, como bien sabes…
Sonreí. La química entre nosotros era evidente, lo fue desde el principio, y yo estaba empapada. Me dieron ganas de tocarme, pero preferí no hacerlo. Terminé de recoger la casa, me preparé y me vestí como me había dicho, con una falda corta de vuelo de tonos alegres, entre amarillos y verdes, medias color piel, unas bragas blancas de encaje y la camiseta de tirantes blanca, sin sujetador. Lo acompañé todo con una cazadora vaquera y unas sandalias color cuero de tacón ancho, donde asomaban las uñas pintadas de rojo que me había hecho hacía tan solo unos pocos días. Todo muy little, y mira que no me gusta nada eso, pero el look salió solo, excepto el detalle de las uñas rojas. Sobre las tres y veinte me puse en camino. En la radio del coche sonaba mi lista de canciones favoritas, en ese momento una de los Who que me chifla, “Behind Blue Eyes”, y la canturreé mientras salía a la M30 y me incorporaba a la carretera.
Tardé 35 minutos en llegar y aparcar frente a su portal, aún con tiempo de sobra para ir tranquila, sin prisas y sin llegar tarde. Cogí el bolso y antes de salir me miré en el espejo del coche. Me di el visto bueno y crucé la ancha avenida hacia su casa. Llamé al telefonillo y me abrió sin decirme nada. Mientras pulsaba el botón del ascensor recordé que la primera vez que lo usé lo había hecho sin bragas, ya que me las quité en el baño del bar donde habíamos estado tomando algo, y se las puse en la mano cuando salí. Hoy llevaba bragas, pero estaban tan mojadas que no sé si servían para algo o más bien eran un estorbo.
Llamé al timbre. Salió a abrirme, sonrió, se miró el reloj, volvió a mirarme de arriba abajo y me dejó pasar. Cuando cerró la puerta me empujó contra la pared. Sonaba blues, algo de Robert Johnson, creo. No me dio tiempo a reaccionar: un tirón de pelo, un mordisco en el cuello y un bofetón terminaron de hacer que me encharcara.
—¿No vas a comprobar que he hecho lo que me has mandado? —pregunté
—No me hace falta. Tú no te la ves, pero la cara de puta que traes no deja lugar a dudas —respondió, con las pupilas dilatadas y ese tono de voz que le sale cuando se excita.
—¿Esta era la sorpresa? ¿Que me ibas a recibir diciéndome estas cosas tan bonitas y dándome una hostia? —le provoqué.
Sonrió otra vez
—Podría ser, pero no —Volvió a tirarme del pelo y a besarme, después me apretó una teta, fuerte y sin compasión, hasta que me escuchó quejarme. Luego me metió la mano bajo la falda, apenas me rozó, y a continuación me clavó la mirada.
—Muy bien, así me gusta, que seas buena…
—No vas a tener excusa para castigarme, a ver cómo te apañas —le dije, volviendo a retarle
Otro bofetón me cruzó la cara, dejando la piel enrojecida, caliente y a mí aún peor de lo que estaba. Cuando me recuperé resoplé, cabreada y con ganas de devolvérsela, pero no lo hice. Le mantuve la mirada fijamente y él sonrió.
—Si te quiero putear lo voy a hacer, porque no me hace falta que desobedezcas para castigarte. Me vale con que eres mía esta tarde y voy a hacer lo que me salga de los cojones contigo, ¿me has entendido? —volvió a tirarme del pelo
—Sí —respondí, casi sin poder hablar, por la mezcla de cabreo y excitación intensa.
—Nos vamos entendiendo —sonrió— Me encanta cómo me miras cuando te enfadas, te pones muy guapa, ¿sabes?
Le miré, odiándole con toda mi alma. Noté que se llevaba la mano al bolsillo y sacaba algo. Luego me dio la vuelta y me puso de cara a la pared. Me cogió las manos y las puso juntas a mi espalda. Me quitó el bolso del hombro y lo tiró al suelo, la cazadora vaquera le siguió y después noté algo fino y el sonido característico de una brida cerrándose, fuerte. Me preguntó al oído si estaba bien, y yo moví las manos. No podía soltarme, pero estaba lo suficientemente cómoda. Le dije que todo estaba bien y él me dio un beso en el cuello y me susurró al oído la palabra de seguridad que solíamos usar, “Ávila”, a lo que yo le respondí asintiendo con la cabeza. El juego era fuerte y según nos íbamos poniendo cachondos solía aumentar de nivel, por lo que la palabra de seguridad era más que necesaria, aunque hubiera confianza y buen rollo entre nosotros. Ávila fue el lugar donde nos habíamos enrollado por primera vez, por eso nos hizo gracia escogerla, aparte que me gusta usar nombres de ciudades. Volvió a darme la vuelta y a ponerme contra la pared. Me tapó los ojos con una cinta negra de algodón, de esas para el pelo tipo diadema. No veía nada, y al perder uno de los sentidos, los demás se multiplicaron por dos. La incertidumbre y no saber lo que me esperaba me aceleraron los latidos, una sensación tan adictiva como poco frecuente. No suelo encontrar contrincantes a mi altura.
—Y ahora ve al salón y no me toques los huevos.
—¿Y si lo hago? —le pregunté, sabiendo que es lo que quería oír.
—Si lo haces, atente a las consecuencias, pero no hace falta que me los toques para que te trate como a ti te gusta, puta. Ya te he dicho que hoy eres mía, y vas a acordarte mucho de esta tarde. Vamos, camina.
Me ayudó a andar hacia el salón. El blues seguía sonando, y yo hubiera preferido escuchar algo un poquito más duro en ese momento, pero no estaba en posición de escoger, ni eso ni nada, así que me concentré en la melodía. Abandoné mi mente y me dejé disfrutar. Me llevó hasta una silla y me sentó en ella.
—Cuéntame, ¿qué estás pensando? —preguntó, mientras me estrujaba las tetas con las manos y les daba un azote fuerte a cada una, haciendo que me quejara.
—Nada —esto suele ser mentira, nadie piensa en “nada”, pero en ese momento era casi cierto. Intentaba concentrarme en mis sensaciones.
—Qué puta mentirosa eres —me dio una bofetada, no muy fuerte— Algo estarás pensando, digo yo…
—Que tienes buen gusto para escoger música, pero eso ya lo sabes…
Otra bofetada
—Que me respondas, coño.
—Vale, vale. No te enfades. Que me gusta estar así.
—¿Así cómo? Sabes ser mucho más expresiva…
—Así, atada, sin poder ver, aunque me encantaría poder verte la cara, y sin saber qué te pasa por esa mente calenturienta que tienes, cabrón.
—Ajá. ¿Así que piensas que soy un cabrón?
—No te puede pillar de nuevas…
Volvió a darme un manotazo en una teta, fuerte, de los que pican y sabes que después saldrá moratón. Sonreí mentalmente.
—Que me respondas cuando te pregunto, hostia.
—Lo pienso, pero me gusta que lo seas, como bien sabes…
—Lo sé. Haces que me salga —me tiró del pelo y me besó, dándome un mordisco en el labio después— ¿Y qué piensas que te va a pasar ahora?
—Que vas a usarme, y me gusta sentir que tienes el control.
—Claro que te voy a usar, pero no solo eso —me habló al oído— Espero que no tengas prisa, porque lo que no sabes es que vas a estar a mi disposición, hasta que yo te quiera liberar. Y durante ese tiempo, claro, como ya te he dicho, voy a hacer lo que me dé la gana contigo. Sin límite —sabía que no era así, que respetaría los que tengo, pero escucharlo hizo que la entrepierna me palpitara.
—¿Me vas a secuestrar?
—Estás oficialmente secuestrada. Ahora tienes que estar muy callada, porque tengo una reunión de última hora por videoconferencia, y no quiero escándalos. Te voy a poner fuera de plano y vas a estar quietecita y en silencio, ¿me he explicado bien, verdad?
—Claro, siempre te explicas muy bien…
—Pero no te va a resultar tan fácil. Te va a costar un poco estar callada.
—Pues tápame la boca, o lo mismo tus compañeros piensan que eres un puto pervertido…
Se rió.
—Uno de mis compañeros te gustaría. ¿Le digo que venga? O mejor, ¿les digo a todos que vengan, les invito a tomar algo, mientras tú estás atada en la habitación y sin saber si les voy a decir que pasen o no? Cuando estén bien cocidos de copas, a lo mejor se me ocurre decirles que pasen, te follen y te hagan lo que quieran…
Empecé casi a temblar de la excitación. Creo que si me hubiera tocado me hubiera corrido en ese momento. Un día le conté una fantasía parecida a esa, solo que los que me follaban eran los ganadores de una partida de mus, mientras él miraba. Estaba claro que no se le escapaba ni una.
—De momento, te voy a dejar así, que estás muy guapa —me sujetó los pies con bridas a cada pata de la silla, con las piernas separadas. Luego apartó las bragas, me masturbó un poco con la mano, suavemente, y después me lamió muy despacio— Tienes el clítoris como una piedra. Es una putada que no puedas correrte, vamos, como se te ocurra te enteras. Así que concéntrate y sé buena, ¿vale?
—Pero si te encanta ver cómo me corro —le dije, intentando llevarle a mi terreno, pero sabiendo que no lo iba a conseguir, claro.
—Más me gusta putearte. Y a ti que lo haga —me besó.
Me quitó la cinta de los ojos y fijó las bridas que llevaba en las muñecas a la parte de atrás de la silla. Ahora sí que no podía moverme y estaba en sus manos. Me sacó las tetas de la camiseta y cogió unas pinzas de su bolsillo, de madera normales, unidas con una cuerda fina Me las puso en los pezones, pinzando de la forma que suele hacerlo cuando quiere que esté un buen rato con ellas puestas. Tiró un poquito de ellas y, sonriendo, me las quitó de un tirón, a lo que yo respondí con un grito y un “hijo de puta” que fue contestado con un bofetón. Volvió a colocarlas de la misma forma, y después me puso el Lush, una bala vibradora súper potente que se controla con el móvil. En otras condiciones podría aguantar sin correrme, pero con pinzas en los pezones y lo cachonda que me tenía, imposible.
—No me hagas esto, por favor. No voy a aguantar sin correrme —le dije, intentando que se apiadara de mí.
—Concéntrate y no me dejes mal, que en cinco minutos empieza la reunión. Si necesitas algo, dices la otra palabra —me besó y sonrió. La otra palabra es la que tenemos para aflojar, cambiar o pedir auxilio durante el juego, y es “Guisando”
—La otra palabra tendría que ser “hijo de puta” —le dije, sonriendo también
—Entonces no sabría cuando quieres parar de verdad —rió
—Eso es verdad…
—Voy a conectar. Ya sabes: formalita, calladita, y concentrada, sin armar jaleo. No hagas que tenga que amordazarte, que no te gusta, pero como vea que es necesario, lo hago, ¿eh?
Me dejó en un rincón del salón. Él se sentó en el sofá, poniendo el portátil en la mesa de centro. Vi que cogía el móvil y supuse que estaría respondiendo algún mensaje, pero de pronto noté que el Lush vibraba, no muy fuerte, pero es que no hacía falta. Me concentré en no llegar al orgasmo, pero era muy difícil. Afortunadamente la vibración era poca, se estaba portando bien. Conectó la aplicación de videoconferencia y pronto empecé a escuchar voces. La reunión comenzó y empezaron a hablar de pedidos, objetivos, facturas y clientes. A ratos notaba vibraciones distintas, y en un momento dado, que miraba hacia mí y subía la vibración a tope mientras sonreía.
No pude aguantar, claro. Me corrí casi en silencio, sintiendo las lágrimas rodar por mi cara. Fue un orgasmo fantástico, aunque sabía que lo iba a pagar muy caro, pero eso también me hizo disfrutarlo aún más. Su mirada y su sonrisa me hicieron saber que el castigo iba a estar a la altura de la corrida que acababa de tener.
Seguí temblando un rato más, suele pasarme, especialmente si el orgasmo ha sido intenso. Él seguía más o menos atento a su reunión de trabajo, pero mirándome de reojo, también pendiente de mí. Me sentía ignorada, pero cuidada. Sabía que si algo fuera mal o le pidiera que viniera lo haría al momento. También me gustaba la sensación de no poder moverme, tenía las manos y las piernas bien sujetos y no podía hacer nada para soltarme. Recordé aquella película, tan angustiosa y truculenta de Netflix, “El juego de Gerald”, donde una pareja se va de fin de semana a un refugio en el campo, él la ata a la cama y de repente le da un infarto y muere, y ella no puede soltarse. Me agobié un poquito ante ese pensamiento, pero respiré hondo y se me pasó rápido. Esas cosas solo pasan en las películas, coño. Respiré profundo y sentí las pinzas clavadas en los pezones, cada vez más, ya llevaba un rato con ellas puestas. Volví a relajarme y a transformar el dolor en placer, algo que soy capaz de hacer cuando estoy en un estado de excitación física y mental intenso, como era el caso. En eso que la conversación que estaban teniendo en la reunión captó mi atención, hasta ese momento había estado concentrada en mis sensaciones y pensamientos.
—Podías tirarte el rollo e invitarnos a una cerve, que hemos trabajado mucho toda la semana, jefe… No seas rata, venga.
Le miré y me miró. Sonrió y volviendo a mirar a la cámara del portátil respondió.
—Claro que sí, hombre. Eso está hecho. ¿Dónde siempre, dentro de una hora?
—Tenemos el mejor jefe del mundo mundial —escuché que decía otra voz distinta, femenina.
—Y que lo digas. Os veo dentro de un rato, venga.
Desconectó la videollamada, apagó el portátil y bajó la tapa. Se levantó y fue a la cocina y volvió con una cerveza en la mano, una lata de Mahou. Se quedó delante de mí y le dio un sorbo corto, luego me dio otro. Bebí con ganas, aunque la cerveza no me gusta mucho, pero tenía sed. Volvió a beber sin dejar de mirarme fijamente.
—Así que te lo has pasado bien, ¿no?
—Lo siento, no he podido controlarlo más —le dije, a sabiendas de que las excusas le gustan poco.
—Eso no me vale, y lo sabes —bebió un sorbo largo y volvió a ofrecerme a mí con un gesto, y acepté.
—No haber subido la intensidad del Lush —me la jugué y perdí, claro. Me cayó otra hostia.
—Estás un poquito impertinente esta tarde, habrá que hacer algo para solucionarlo —esto me lo dijo mientras pasaba la mano por las pinzas, sin ningún cuidado, haciéndome dar un grito —Yo todo lo que hago es por tu bien, para que aprendas. Controlar tus orgasmos será beneficioso para ti, así cuando encuentre a otro tío que quiera dominarte conmigo estarás muy bien entrenada, ¿no te parece?
—¿Ah, pero lo estás buscando? —pregunté, asombrada. Lo de “ten cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad” estaba empezando a cobrar sentido para mí. Fue una de las primeras cosas que me dijo.
—No sé ni cómo lo preguntas. Cuando te pregunté por tus fantasías te dije que tuvieras cuidado con lo que deseas, porque me gusta cumplirlas.
—Menos mal que me he callado las burradas más grandes —le dije, y arrepintiéndome en el acto de haber hablado. Pero, de manera sorprendente, no dijo nada, solo sonrió.
—Voy a salir un rato a invitar a todos estos a una cerveza. No tardaré mucho. Voy a cambiarte al dormitorio, nunca se sabe si vendré solo o acompañado. Además, voy a dejarte preparada para usarte cuando llegue. Vas a estar más suave que un guante —se agachó y cortó las bridas con una navaja que había sobre la mesa, solo las que me mantenían sujeta a la silla.
—Supongo que podré soltarte sin que te revuelvas, ¿verdad?
—No sé, tú sabrás…
—Mira que no quiero ser muy hijoputa y me lo pones difícil, ¿eh?
—Quien no arriesga, no gana, dicen.
—Yo lo único que gano contigo es que me toques los huevos. Bueno, y alguna que otra cosa, pero no te lo digo, que te lo crees. ¿Te puedo soltar y masajearte las muñecas, o quieres que se te pongan los brazos morados? ¿Vas a portarte bien?
—Eres un cabrón encantador, al fin y al cabo. Me portaré bien, lo prometo.
—Por supuesto —sonrió, mientras me ayudaba a levantarme y me daba un beso muy largo. Luego cortó la brida que me sujetaba las manos, masajeándolas a continuación. Lamió las marcas que habían dejado las ataduras. Luego puso las manos en las pinzas, y me preparé. Llevaban un montón de tiempo puestas e iban a doler.
—¿Preparada?
—Sí —cerré los ojos y quitó la del pezón izquierdo primero. Ahogué a duras penas el grito de dolor, y sin dejar que me recuperara, quitó la pinza del derecho y tocó las marcas con los dedos, aliviándolos. Suspiré, porque siempre que me hacen eso me pongo cachonda, bueno, en este caso llovía sobre mojado, no había dejado de estarlo en ningún momento.
—¿Me dejas que me corra, por favor? Si me toco un poco lo podría hacer en diez segundos…
—Soy un cabrón encantador, pero no tanto. Todavía me debes una explicación de lo de antes. Así que te aguantas, puta. Que no puedo ni cuidarte un poco sin que te me quieras subir a las barbas. Ya te correrás, pero cuando yo te diga. Tú y tus orgasmos sois míos, hasta que yo quiera, ¿bien?
—Me ha quedado claro —le dije, sonriendo.
—Eso espero. Ahora te voy a llevar al dormitorio y te voy a dejar atada a la cama, con una mano floja y el móvil a mano, por si acaso. Estarás boca abajo, con las piernas abiertas, y te voy a abrir el culo con el dildo ese que me dijiste que te parecía grande, ¿te acuerdas?
—¿Ese? ¡Tú estás mal de la cabeza!
—No exageres. Podrás con él, lo sé —sonrió
El dildo del que hablábamos era un plug anal grande, bastante ancho en la base. Con un buen entrenamiento podría tragármelo, pero costaría. Y esta era una de las cosas que más le gusta hacer —y que le hagan a él— Me dijo que me colocara boca abajo en la cama y me puso una almohada fina bajo las caderas para que el culo quedara ligeramente levantado. Después de atarme con las manos y los pies en cruz a la cama y dejar mi móvil al alcance de mi mano derecha, noté algo frío y que resbalaba y la suya buscando la entrada del ano. Cuando lo encontró, empezó a abrirse camino con un dedo, luego con dos, dejándolos quietos y haciendo que me acostumbrara. Otra vez empecé a notar que se me derretía el coño, el placer era mucho, y se lo tuve que decir.
—Que me corro. Para de hacerme eso, o me corro, cabrón
Me dio un azote fuerte, uno de esos que hacen ver las estrellas.
—Respira hondo y contrólate. Ahora te voy a ir metiendo un dildo más pequeño, poco a poco —mientras hablaba, noté como la punta se iba abriendo camino dentro de mí, cada vez más dentro, y yo respiré hondo, concentrándome. Fue muy despacio, observando mis reacciones y lo que le iba diciendo. Lo dejó dentro unos minutos y después lo sacó y me avisó de que iba a meterme el grande. Echó más lubricante, untó el dildo bien y lo empujó lentamente, sin prisa, pero sin pausa y llevándome otra vez a las puertas del orgasmo. Tuve que poner la mente en blanco y relajarme, y esta vez lo conseguí, sintiéndome orgullosa de mí misma.
—¿Ves? Si ya lo tienes casi todo dentro, no te queda nada, un poco más y ya lo tienes. ¿Bien?
—Qué bien se te da hacer esto. Sí, muy bien, demasiado bien. Casi me corro otra vez, pero he podido controlarlo. Estarás contento.
—Así me gusta, ¿ves cómo podías?
Terminó de meterme el dildo hasta el fondo. Luego me besó y acarició el pelo. La caricia terminó con su mano agarrándome fuerte de las raíces y me dijo al oído
—Ahora me voy a ir. No te puedes correr, pero si lo haces, que te conozco, zorra, me lo dices cuando vuelva. Estaré cerca, a cinco minutos de aquí, así que tranquila, ¿vale? Tienes la mano derecha atada menos fuerte, te puedes soltar si lo necesitas y tienes ahí tu móvil —asentí con la cabeza. Aún llevaba puesto el Lush y se puede controlar a larga distancia. Estaba perdida.
—¿Qué te he hecho yo para que seas así conmigo?
—Eso digo yo. Será que aprendo mucho de ti, hija de puta… O que tomo nota, aunque esté callado y no te toque las narices tanto como tú a mí.
—Pero si soy buenísima contigo…
—Si a mí me encanta, lo mismo que a ti que te trate así. Puedes tomar nota tú para cuando te toque…
—Como tome nota ya te puedes ir preparando.
—No me das miedo, que lo sepas —se burló— Qué mona estás así, atada y con el culo abierto. Me están dando ganas de usarte ahora mismo, pero me voy a reservar para cuando vuelva. Prepárate, porque vienen curvas, rubita.
—¿Rubita? ¿Pero tú qué te has creído? —salté
—Leí tus relatos. No hay que ser muy listo para saber que te jode que te llamen así, y no me equivocaba —sonrió, vacilándome —Ahora vuelvo. Te dejo con Elmore James, que sé que te gusta. No me eches mucho de menos, y sé buena —un tirón de pelo y un mordisco en la nuca fue lo último que sentí antes de que se fuera, dejándome en un estado de excitación intenso, otra vez. Escuché el sonido de su llavero cerrando la puerta de la casa y me quedé sola, atada, casi a oscuras, y con un plug enorme en el culo y el coño lleno con el Lush, que podía ponerse a funcionar cuando él quisiera. Sometida a él y a su voluntad, sin poder correrme, teniendo que controlar la excitación inmensa que sentía.
Al menos, tenía a Elmore James que me hacía compañía, a lo lejos escuchaba las notas de “Dust My Broom”. De pronto empecé a notar la vibración, primero suave, pero después fue subiendo de intensidad, hasta que no pude más. Quise pararlo, pero era imposible. Notaba los ojos llenos de lágrimas otra vez, los brazos y las piernas tirantes, completamente abierta y expuesta y unas ganas inmensas de que me follara, él o quien quisiera, qué mas me daba. Mi voluntad no era mía y disfruté la sensación. Ahora notaba las tetas aplastadas contra la colcha de la cama y un recuerdo de dolor en los pezones, que se habían quedado sensibles. Después me relajé y puse la mente en blanco. Me concentré en las sensaciones y en la paz mental que me daba poder abandonarme completamente. No sé cuánto tiempo pasó, a mí me pareció que bastante, aunque seguro que no fue tanto. Escuché las llaves en la cerradura otra vez y noté que entraba en la habitación —le olí— y encendió la luz de la mesilla. Se sentó en la cama y me acarició.
—Ya estoy aquí ¿Me has echado mucho de menos?
—Muchísimo —le dije, exagerando —Y solo me he corrido una vez.
—¿Cómo que “solo”? ¡Si no podías correrte ninguna!
—Ya, pero me dijiste que si sucedía te lo dijera, y es lo que estoy haciendo. No me líes.
—La añado a la de antes, y van dos. Ahora voy a hacer lo que llevo deseando toda la tarde —escuché como se desabrochaba el cinturón.
—¿Y qué es?
—Ir a buscar un dado y ver cuántos azotes te tengo que dar, antes de follarte el culo. Lo quiero bien calentito. Partimos de dos, depende del número que toque serán más o menos fuertes. Te fías de mí, ¿verdad? —me dijo, con ironía— Voy a tirar— Escuché el dado sobre la mesilla —Uy, qué mala suerte has tenido… Cinco. Si estuviéramos jugando al parchís sería un buen número. Pero multiplicado por dos hacen… diez. Y cinco más de regalo porque me da la gana, quince. Así que quince correazos con el cinturón, ¿te parece bien?
—Si no me lo pareciera me iba a dar igual, ¿no? —respondí, con el coño encharcado.
—Ya veo que estás más suave. Sabía yo que este ratito pensando sola te iba a venir bien —calentó la piel dándome un par de azotes con la mano, acarició la piel y noté que se ponía de pie —¿Preparada?
—Sí —me concentré para que pudiera suceder la mágica alquimia que convierte el dolor en placer. Respiré hondo y sentí el primer cinturonazo, de intensidad media. Sonó muy bien, yo no lo hubiera dado mejor. Apreté los dientes y gemí.
—¿Quieres contar? —me dijo, cachondeándose. Sabe que no lo soporto.
—Vete a la mierda…
—No creo que estés en la situación más adecuada para mandarme a la mierda, ¿no? Con lo bien que estabas hace cinco minutos, joder —sonó otro correazo, más fuerte y con más mala leche, luego otro y grité otra vez. Me acarició la piel, que ardía en la zona donde había azotado.
—Te va a quedar un culo precioso. Y cómo me va a gustar follártelo ¿No quieres contar, entonces?
—¡No!
—Vale, como quieras. Van tres. Te los voy a dar despacio, dejando que te recuperes, pero fuertes —cayó otro más, el cuarto, sin compasión ninguna sobre mi piel. La notaba ardiendo y las lágrimas se me empezaron a agolpar en los ojos.
—¿Bien? —preguntó, mientras me acariciaba
—Sí, estoy bien —tras decirle eso me dio cuatro, más seguidos, pero menos fuerte. Llevó la mano a mi coño, empapado desde hacía horas, y noté como se ponía en marcha el Lush —Te quedan siete, ¿podrás?
—Claro que sí —dije, apretando los dientes
—¿Seguro? —el noveno llegó, fuerte como su puta madre, y grité, odiándole.
—¿Tú desde cuándo te has vuelto tan sádico, hijo de puta?
—Todo se pega… —los tres siguientes también cayeron seguidos, y yo apreté el culo, que notaba caliente y enrojecido —el decimotercero picó y ya solo quedaban los dos últimos, que fueron muy fuertes y certeros, me hicieron moverme lo poco que podía y acordarme de toda su familia. Lloré, fue liberador, y mientras lo hacía me fue soltando las manos y los pies. Luego me acarició la piel que acababa de castigar despacio, mientras tiraba del plug y me lo iba sacando despacio del culo. Se estiró hasta la mesilla cogió un preservativo y aprovechó para poner a tope el Lush.
—Qué ganas de follarte, joder… —me metió la polla, casi sin dificultad. Mientras, seguía teniendo el vibrador en el coño, ahora al máximo. Me cogió por las caderas y empezó a embestirme, con rabia, fuerte, sin compasión, pero ya no me importaba nada. Era un juguete en sus manos. Había conseguido que me abandonara por completo, teniendo la sensación de que mi cuerpo estaba allí y me proyectaba, salía de él y lo veía todo desde la puerta de la habitación. Le escuché decirme que se iba a correr, pero que la cosa no acababa ahí.
—Me voy a correr, pero no pienses que he terminado contigo. Me tenías muy cachondo, y necesitaba descargar, pero me pienso correr en todos los agujeros de tu cuerpo —se corrió entre espasmos, agarrándome fuerte de la cintura. Salió de mi y se tumbó en la cama, quitándose el preservativo. Me ordenó que le limpiara.
—Déjamela limpia. Y cuando acabes, túmbate, porque te voy a dejar seca. Ahora quiero que me des todas las corridas que puedas, sin límite.
Y así fue. Yo acabé seca, su cama empapada, y perdí la cuenta de las veces que me corrí. Dormí encadenada, y al día siguiente me ordenó que le hiciera el desayuno, tras lo que me dijo que quedaba liberada, hasta la siguiente vez que le apeteciera usarme.
—La siguiente puede que pases un poquito más de vergüenza. Soy demasiado bueno contigo, me estás ablandando.
—La siguiente a lo mejor me apetece usarte a mí, y soy muy rencorosa, ya lo sabes.
—Que no me das miedo, rubita… —se burló, provocándome ahora él a mí.
Ahora fui yo la que fui hacia él y le crucé la cara de un bofetón.
—Como vuelvas a llamarme así, la tenemos. Avisado estás…