Sin límites

—Señora, deseo ser su esclavo. No tengo límites, y quiero servirle en todo lo que usted quiera. Estoy dispuesto a pagar lo que sea necesario.

El mensaje me llegó por Twitter, como otros tantos similares. Lo más normal es que lo hubiera ignorado, bloqueado o mandado a la mierda, pero ese día me pilló con ganas. Sonreí y respondí. Vaya. Un “sin-límites”. Y reconozco que lo de que “estaba dispuesto a pagar lo que fuera necesario” me produjo curiosidad por saber si sería verdad o no.

—¿Dónde vives, perro?
—Estoy en Madrid de viaje por trabajo, Señora. Alojado en el hotel AC Cuzco.
—Ahá. Muy bien, dime el número de la habitación y estaré ahí en una hora. ¿Sin límites, verdad?
—Sí, Señora. 416.
—Perfecto.
—¿No desea que me meta un plug por el culo y la espere así, Señora?
—No. Pero me vas a mandar 200 € por PayPal.
—Sí, Señora. Lo que ordene.

Le di la dirección de PayPal para que hiciera el pago. Y mientras lo hacía, escribí por Telegram al cómplice perfecto para contarle lo que pensaba hacer, recibiendo la confirmación del ingreso en mi cuenta a los pocos minutos.

—¿Recuerdas la fantasía que hablamos aquel día? Se va a hacer realidad.
—¿Cuál de ellas? ¿Y con quién?
—Un desconocido. Me acaba de entrar por Twitter.
—¿Pero qué dices? ¡Tú estás mal de la cabeza!
—Se me ha ofrecido, sin límite, y piensa que soy una puta. Hasta me acaba de mandar 200 pavos por PayPal…
—Técnicamente ya lo eres, jajaja.
—¡Serás cabrón! Aún no he hecho ningún servicio sexual…
—Pero ya te ha pagado. Y lo vas a hacer, con lo cual, ya lo eres. Y no tiene nada de malo…
—Ya te acuerdas de lo que hablamos, ¿no?
—Sí, sí. Humillar a tope a uno de estos tipos que se ofrecen así como así sin pensarlo. Me da pena y todo…
—Mentiroso, no te da ninguna pena. Si no te escribo o llamo en una hora, estaré en la habitación 416 del hotel AC Cuzco.
—Ten cuidado, ¿vale?
—Lo tendré. Gracias —añadí un icono con un beso.
—Ah… y no te olvides de la segunda parte de la fantasía.
—No lo haré —puse una carita sonriente.

Llegué a tiempo al hotel, ya que cogí un taxi. Me puse un vestido negro ajustado, una chaqueta blanca, lencería negra, medias y tacones de aguja. Subí hasta la planta cuarta y caminé por el largo pasillo a buscar la 416. Le escribí que abriera la puerta con los ojos cerrados, si tenía algo para tapárselo, que lo usara. Abrió con unas bragas de encaje colocadas en la cabeza, lo que me hizo reír.
—Al suelo, cerdo, de rodillas. Las manos atrás y la mirada baja —dije, poniéndome seria y procurando que el tono me saliera duro, aunque verle de esa guisa lo que me dieron fueron ganas de descojonarme. Ah, qué duro es ser dominatrix.

—Sí, Señora…
—¿Así que sin límites, ¿no? Realmente eres muy valiente.
—Gracias, Señora…

Iba dispuesta a encontrarme a un tipo difícil de mirar, pero hasta en eso me equivoqué. El tío era guapo y tenía un cuerpazo. Rondaría los cuarenta y era rubio. Le quité las bragas que llevaba sobre la cara para poder vérsela. Parecía uno de esos pijos insoportables. Ese día iba a cumplir varias de mis fantasías, humillar a un pijito rubio de esos que piensan que pueden comprar cualquier cosa que desean con dinero era otra de ellas.

—Quizá lo que eres es un inconsciente. No sé si sabes dónde te has metido…
—Sí, Señora, lo sé. La sigo por Twitter hace tiempo.
—Muy bien. No tienes ningún límite, y yo esta tarde tampoco —no era cierto, pero a él no le hacía falta saberlo— ¿Y si me sigues hace tiempo, ¿qué crees que te va a pasar?
—Sé que le gusta mucho la humillación extrema y degradar, Señora.
—Así es, cerdo. ¿Cómo te llamas?
—Javi, Señora.

Me reí.

—¿Javi? Hasta tienes nombre de niño bueno, pijito e insoportable. Porque tienes pinta de serlo, que lo sepas. Seguro que tienes dos nombres y uno de esos apellidos compuestos rimbombantes, y piensas que todo se puede comprar con dinero, hasta la dómina que te gusta. Bueno, en este caso dómina no. Sabes que soy switch, ¿verdad?
—Sí, Señora.
—¿Y qué opinas de eso, cerdo?

Bajó un poco la mirada.

—No opino nada, Señora..
—“No opino nada, Señora” —repetí burlándome— ¿Eres gilipollas? ¿O no quieres decir lo que piensas por no meter la pata? ¡Responde! —le agarré del pelo y tiré de su cabeza hacia atrás.
—No tengo opinión sobre eso, Señora. Es cierto. Me parece bien.
—Si no tienes opinión es que eres imbécil. Y si me sigues desde hace tiempo sabrás que no me gustan nada los imbéciles…
—Sí, Señora. Soy imbécil…
—Por supuesto que lo eres. Contactar con alguien por Twitter, pagarle y ponerte en sus manos “sin límites” es de ser un completo imbécil, además de un descerebrado. Por cierto, tengo que hacer una llamada. Ni te muevas.

Llamé por teléfono a mi cómplice, que me hacía de llamada de seguridad aquel día.

—Todo bien. He llegado y me he encontrado con un pijo descerebrado y con cara de imbécil. Te encantaría —sonreí
—¿Sí? No me lo digas dos veces, que en una hora y algo puedo estar ahí, por si quieres que te ayude… —me dijo. Puse el altavoz para que pudiera oírle.
—Te está escuchando ¿Qué te parece la idea, Javi? ¿Le digo que venga?
—Lo que prefiera, Señora —su cara cambió.
—¿Y tampoco opinas nada sobre esto, imbécil?
—Preferiría que no viniera, Señora. Estar con usted a solas…

Le di un bofetón fuerte y me reí.

—Claro. Mira qué listillo nos ha salido Javi… Pero ¿puedo fiarme de ti? Pareces solo un imbécil descerebrado al que le pone cachondo pagar para que le humillen, no pareces peligroso.
—Sí Señora, así es, no lo soy
—Si viene, es muy posible que veas cómo follamos mientras tú no puedes ni tocarte. Usarte me va a poner muy cachonda. Y por supuesto tú no me vas ni a oler, excepto que te lo permita. Pero como seguro que me dan ganas de follar, lo haré con alguien que esté a mi altura. Un “alpha”, como les llamáis vosotros. Y a quien también le gusta usar y humillar a perros como tú…
—Señora, no soy bisexual…

Solté una carcajada.

—¡Vaya! ¡Pero si hemos encontrado un límite! Vamos a ver, Javi, me dijiste que no tenías ninguno. Y ahora resulta que eres un hetero sosaina. Qué decepción tan grande, de verdad… —le dije, mientras escuchaba a mi cómplice riéndose también por teléfono. No es bi, pero recogió mi relevo perfectamente.
—Sí, Javi —dijo— Desde luego, qué decepción tan grande. Pensábamos que eres un cerdo insaciable, sin límites ni remilgos, y a la primera de cambio ya estás poniendo pegas… —dijo, con tono contrariado.
—Se.. Señora, bueno, si lo desean pueden hacerlo —me dijo
—Así que tú eres de esos a los que hay que obligarles, ¿a que sí, Javi? —dije
—Lo que desee, Señora.
—No quiero que lo hagas, puto vicioso. Ya te gustaría que te obligara a comerle la polla o que te diera por culo, para poder liberarte de la idea de que lo haces porque tú quieres. Porque yo no te obligaría a nada, Javi. Le comerías la polla porque te da la gana y lo deseas, asúmelo… Pero prefieres que te “obligue” yo y así te libras del prejuicio de que te puede que te guste y te lo pasarías bien haciéndolo. Y estoy segura de que lo harías hasta bien, pero va a ser que no —volví a hablar por teléfono— Guapo, Javi y yo vamos a estar entretenidos un rato. Si te apetece pasar estaremos encantados. Los dos, ¿verdad, que sí, cerdo? —le agarré del pelo, que tenía un poco largo y ondulado y tiré de su cabeza hacia atrás— Dile al Señor que estarás encantado si quiere pasar a hacernos una visita.
—Se.. Señor, estaré encantado de que venga, si usted lo desea.
—En cuanto acabe una reunión que me han puesto a última hora. Si no se rompe nada, iré. Así que no le maltrates demasiado, déjame un poco, que necesito divertirme.
—Genial, aquí estaremos.
Colgué y dejé el teléfono en mi bolso. Me quité la chaqueta y me senté en la cama. Con un gesto le indiqué que se acercara a mí y le detuve cuando le quedaban unos treinta centímetros para llegar a tocarme los zapatos, de brillante charol, sin plataforma y con unos tacones altísimos, finos y afilados.

—¿Eres fetichista?
—Sí, Señora. Muchísimo. Me encantan sus zapatos y si me lo permitiera… me encantaría limpiárselos con la lengua.

Me reí.

—Ay, Javi, Javi. Estás muy mal acostumbrado, a irte de putas o a estar con dóminas de pago que te hacen lo que tú quieres. Pero esto es diferente. No es que me crea mejor ni nada, ¿eh?, pero voy a hacer lo que me dé la gana contigo. Y sin límites de verdad, aunque ya hemos descubierto que alguno tienes… Aquí se hace lo que yo digo y lo que a mí me apetece, ¿estamos, cerdo? Lo que a ti te encantaría o te apetece es irrelevante. Eres un puto gusano arrastrado, insignificante. Te has puesto en mis manos, y eso significa que quien manda aquí soy yo, ¿te queda claro, estúpido?
—Sí, Señora. Me queda claro. No volverá a ocurrir.
—Ya me extraña que no vuelva a ocurrir, Javi. No has dejado de cagarla desde que he llegado. Incluso desde antes. Primero me propones meterte nosequé y esperarme así, como si a mí me importara lo más mínimo que a ti te guste meterte cosas por el culo…
—Discúlpeme, Señora…
—Dí “soy un bocazas, Señora”
—Soy un bocazas, Señora…
—“Soy un puto bocazas, Señora. No volverá a ocurrir”. Vamos…
—Soy un puto bocazas, Señora. No volverá a ocurrir.
—Muy bien. Ve de rodillas a coger esa bolsa que he dejado junto a mi chaqueta y déjala sobre la cama a mi lado. Con cuidado de no tocarme, ni siquiera respirar cerca de mí.

Dejó la bolsa a mi lado y cumplió la orden a la perfección. Después volvió a la postura, de rodillas, con la mirada baja y las manos atrás.

—Si te gusta meterte cosas por el culo, seguramente también te gustará que te lo follen con un strap, ¿verdad?
—Sí Señora. Me gusta mucho.
—Pues has tenido suerte, porque lo voy a hacer. Si me sigues por Twitter también habrás leído que soy sádica, ¿verdad?
—S.. Sí, Señora —dijo, dudando y con cara de miedo.
—¿Tú eres masoca, Javi?
—Aguanto bien, Señora.
—Vamos a verlo. Mientras preparo el strap, me vas a servir una copa. Ron con Coca-Cola y un hielo grande, por favor.
—Tendré que pedirla, Señora. No hay nada en el minibar.
—Vaya mierda de hotel, Javi. Muy bien, llama. Ponte las braguitas esas tan monas con las que me has abierto la puerta cuando vengan a traerla, la camisa y los calcetines. Si yo fuera el camarero, o camarera, tendría una anécdota muy graciosa que contar después.

Llamó por teléfono para pedirlo todo y abrió la puerta tal como le dije. Me senté en la cama y él trajo la copa que le había pedido y me la ofreció haciendo una reverencia. Le di un trago largo y luego la dejé en la mesilla que estaba al lado de la cama

—¿Tienes una palabra de seguridad?
—No, Señora, nunca la he usado.
—Eres un gilipollas sin cerebro. Escoge una ciudad europea.
—¿Amsterdam está bien, Señora?
—Demasiado larga. Una más corta, piensa que si tienes que decirla lo harás llorando y suplicando, así que no, esa no sirve.
—¿Roma mejor, Señora?
—Sí, esa está mejor. Recuérdala, porque eso va a ser lo único que me haga parar. Si no la dices yo seguiré haciéndote todo lo que se me pase por la cabeza, y te aseguro que se me pasan muchas cosas. ¿Bien?
—Sí, Señora, bien.

Terminé de preparar el strap. Le puse un dildo bastante grande y largo y me lo ajusté, quitándome antes el vestido.

—Javi, tú sabes que esto que te estoy haciendo se lo habrías pagado muy caro a una profesional, ¿verdad?
—Sí Señora, soy consciente.
—Me alegro de que lo seas. Por las molestias que me estoy tomando contigo, pero sobre todo, por tratarme como a una puta y hacerme sentir como tal, me vas a pagar 300 euros más. Y me vas a regalar un vinilo. Escoge entre Led Zeppelin o Jimi Hendrix, que están imposibles de precio, Javi… Ya te diré cuáles son los que quiero. El dinero ahora mismo. ¿Tienes efectivo?
—Sí, Señora. Los vinilos, puedo regalarle uno de cada, Señora, si lo desea…
—¡Vaya! ¿Te sobra el dinero y no sabes qué hacer con él? Me alegra no haberte mandado a tomar por saco esta mañana, menuda suerte la mía. Pon los billetes en el suelo, bajo las suelas de mis zapatos. Y bésalos, ni se te ocurra sacar la lengua o hacer otra cosa que no sea lo que te estoy diciendo. Así, bien. Se ve que estás acostumbrado, Javi —con el pie aparté a un lado los billetes que había puesto bajo las suelas y me senté en el borde de la cama, con las piernas abiertas— Lo que no estoy tan segura es si sabes comer pollas, ¿qué tal se te da, Javi? Tú mismo vas a lubricar esta y después te voy a reventar con ella tal como la dejes. No pienso ponerle lubricante —Las manos atrás, no hagas trampa, que quiero ver hasta donde tragas… —se metió en la boca el dildo despacio hasta que sus labios casi rozaron la base. Entonces aproveché para terminar de encajárselo de un movimiento en la garganta, sintiendo cómo se ahogaba y daba una arcada. Le cogí por el pelo y le hablé con dureza.
—Javi, te falta práctica. La próxima vez que nos veamos te voy a llevar a Chueca para que te entrenen… ¿no me digas que si te hago esto te dan ganas de vomitar? —volví a encajarle el falo en la boca de un golpe por sorpresa. Quiero que seas el mejor mamador de pollas del mundo, así que demuéstrame lo que vales —siguió intentando chupar el dildo a duras penas, pero no se le daba bien. Acabó con los ojos llenos de lágrimas, tosiendo y con arcadas. Le dejé que se recuperara unos segundos.
—Lo único que has hecho bien es que lo has babeado tanto que te va a entrar de maravilla. Ponte boca arriba, en la mesita esa donde luego vas a trabajar y a acordarte de todo lo que te está pasando. Abre bien las piernas —se tumbó boca arriba, con las piernas muy abiertas en el pequeño escritorio que había en la habitación, la pelvis me quedaba a la altura perfecta para poder metérsela como quería, de manera que la penetración fuera muy profunda. Había cogido una fusta y la tenía en la mano.
—Y ahora te voy a follar, Javi. No como a ti te gustaría, sino como a mí me apetece: a lo bestia, como ya te he dicho, sin apenas lubricación. Quiero oír como gritas, y me da igual si te duele o no. Estás en mis manos y lo estás porque te ha dado la gana, ¿verdad?
—Sí, Señora. Por favor, tenga cuidado, se lo suplico… —dijo, con tono asustado. Yo sonreí.
—Pero si tú no tienes límites, ¿verdad? —apoyé la punta del dildo en la entrada de su culo e hice presión. Eché una cantidad mínima de lubricante solo para que resbalara un poco y después empujé hasta meterle un cuarto del dildo de repente, sin avisar y a traición. Gritó de dolor y volvió a hacerlo cuando le metí otro cuarto, sin compasión.
—Ay, Javi. Con cada grito haces que me venga más arriba. Voy a terminar de abrirte, y va a ser igual que antes, sin ningún cariño, así que prepárate, ¿vale? —empujé lentamente, pero sin parar hasta metérsela entera, mientras él se retorcía, intentando aguantar— Y ahora me voy a mover. ¿Tienes la polla dura? Pues sí que debes de ser masoca… ¿Has visto que he cogido una fusta, verdad? Es para darte con ella en la polla y los huevos mientras te follo. No creerás que te ibas a librar, ¿no? Tienes que pagar por tus errores, Javi. Me has ofendido profundamente al pensar que soy una puta. Y ya sé que estarás pensando que lo soy, porque al fin y al cabo he aceptado tu dinero, pero me da igual, vas a pagar por ello igualmente. Te va a doler tanto la polla que vas a tener que sentarte con mucho cuidado durante una semana por lo menos. Olvídate de ir al gym o a jugar al pádel. Empezaré de menos a más, para que veas que no soy tan mala. Y vas a contar, claro, y después dirás “soy un putero, Señora”. Alto y claro, Javi, quiero escucharlo bien claro ¿entendido? ¿Algún problema con algo de lo que te he dicho? —me moví dentro de él sin cuidado, escuchándole gritar de nuevo.
—No, Señora, entendido todo… ¡ah! —gritó otra vez.
—Cállate, joder —le di con la fusta en la polla— Pon las manos debajo del culo y ni se te ocurra sacarlas de ahí. Como las vea por encima de tu cuerpo lo vas a lamentar. ¿Estás preparado para lo que te espera, gilipollas sin cerebro?
—Si, Señora —dijo, intentando no dudar, pero noté que empezaba a hacerlo.
—Cuenta…

Le di cinco fustazos realmente fuertes en la polla, haciéndole gritar de dolor. Se le enrojeció, incluso con el quinto me pareció que se le empezaba a poner morada.

—Qué color más bonito se te está quedando… —dije, encantada con el resultado— Lo que te estoy haciendo es lo único que puedo hacer con ella, aunque no está nada mal, Javi. No tiene mal tamaño, pero no vale para nada, y lo sabes. Bueno, sí. Para ponértela negra y que te acuerdes de mí cada vez que te la mires o te la toques durante la próxima semana. Tienes suerte de que no me guste el medical, porque si no sería mucho peor. Voy a seguir, y si no me dices la capital de Italia, lo haré hasta que quiera, sin dejarte inservible. Eres un buen juguete, Javi, cada vez estoy más contenta de no haber pensado que eras un pajero más de Twitter…
—Gracias, Señora…
—De nada —volví a darle una tanda de cinco fustazos igual de fuertes que los anteriores— Javi, si gritas tanto van a pensar que te estoy torturando. No es que no me guste que lo hagas, porque sí que me gusta, pero no quiero que llamen a la policía. Así que concéntrate en decir lo que tienes que decir, que eres un putero de mierda, y no perder la cuenta.
—Sí, Señora. Soy un putero de mierda. Lleva usted diez fustazos —dijo, haciendo esfuerzos para no perder la postura.
—Me encantaría hacerte perder la cuenta, ¿sabes? Porque así podría volver a empezar. Qué coño. Puedo hacer lo que quiera, así que empieza otra vez, que me está gustando. Ah, y ahora lo vamos a alternar, un fustazo y un pollazo. No vas a saber por dónde te vienen, Javi.. —le cogí por la cadera y me moví dentro de él encajándole el dildo hasta las entrañas, y después volví a darle fuerte con la fusta. Y sucedió. Empezaron a caérsele lágrimas y yo noté un cosquilleo en la entrepierna.

—Uf, Javi, voy a tener que parar, porque me lo estoy pasando tan bien que me voy a correr. Te encantaría que lo hiciera sobre ti, o en tu boca, o cualquier cosa de esas con las que fantaseáis de tanto verlo en los vídeos porno. Pero no. Me voy a tocar y me voy a correr viendo cómo lloras, porque eso es lo que me gusta, ver como te retuerces de dolor ¿Te imaginabas que iba a ser así?
—No, Señora —dijo, aún con lágrimas en la cara.
—Claro que no, estás más acostumbrado a utilizar a que te utilicen de verdad. Y yo te estoy usando como quiero… —salí de él y me aparté un poco el strap para poder tocarme. Estaba tan excitada que solo me hicieron falta cinco o seis movimientos circulares sobre el clítoris. Me corrí muy a gusto, viendo como él seguía tumbado boca arriba sin moverse ni decir nada, con la cara empapada por sus lágrimas, dolorido y desconcertado.
—No te lo mereces en absoluto, pero vas a lamerme, porque estoy tan cachonda que seguramente pueda correrme otra vez, y tu lengua está desaprovechada. Esmérate, Javi, que como no lo hagas ya has visto que no voy de farol si te digo que te vas a enterar.
—Gracias, Señora…
—¿Gracias por qué, cerdo?
—Por darme esta oportunidad.
—Deja de hacerme la pelota y cómeme bien. Levántate y ponte de rodillas, me apartas un poco el strap, como he hecho yo hace un momento y, sin tocarme nada más que con la lengua, lames. Alrededor del clítoris, Javi, hasta que notes que voy a correrme. Cuando pase tendrás que lamer muy despacio. Supongo que sabrás cómo hacerlo, ¿verdad? Distinguir un orgasmo de verdad de uno fingido ¿O estás tan acostumbrado a que te los finjan que no lo sabes?

Se incorporó y se puso de rodillas para cumplir con lo que le había ordenado.

—Creo que sabré hacerlo, Señora.
—Lo dudo mucho. Estás demasiado acostumbrado a pensar en ti y poco a satisfacer a nadie que no seas tú mismo. Empieza. Ah, y menéate la polla mientras lo haces, evidentemente sin llegar a correrte.

Se puso de rodillas delante de mí y empezó a lamerme como le había dicho, mientras se tocaba.

—¿Te duele? —le pregunté
—Un poco, Señora…
—Pues quiero que te duela más. Si aguantas, claro…

Dudó antes de responderme, se lo vi en la cara, y eso me hizo reír.

—Vaya, vaya, Javi. ¿Dudas? ¿Quieres parar?
—No, Señora, pero necesito recuperarme un poco, si le parece bien.
—Joder, Javi, menos mal. Pensé que no eras de este mundo. “Sí Señora”, “Lo que usted ordene, Señora…” Empezabas a preocuparme. No soporto a los sumisos como tú, los prefiero con un poco más de sangre en las venas, y tú pareces tener horchata, chico, qué desesperación…

Siguió lamiéndome hasta que me corrí, pensando en su polla dolorida y llena de moratones. Fue a limpiar la humedad que salía de mí, sin habérselo ordenado, y le aparté de un manotazo.

—¿Pero quién coño te has creído que eres, cerdo? ¿Alguien te ha dicho que lamas mi corrida? ¡Quita de ahí! —le di dos bofetones fuertes, dejándole la cara enrojecida— Siéntate en esa silla. Está claro que no entiendes lo que se te ordena. ¿Es eso? ¿Es que eres tan estúpido que no entiendes una orden sencilla? ¿O sí que la has entendido y has hecho lo que te ha salido de los huevos, Javi? ¡Responde!
—N-no, Señora, no he comprendido bien la orden… —dijo, bajando la mirada.
—Pero qué puto mentiroso eres… Haces una cosa con el labio cuando mientes, Javi, un gesto que te delata. Y la acabas de hacer…
—No, Señora, de verdad. No comprendí bien lo que me ordenaba, de veras…
—Que no me intentes engañar, joder. Ve de rodillas a la silla y siéntate. Podría pasarme el resto de la tarde dándote hostias hasta que me duela la mano y me acabes confesando que lo has hecho porque has querido, sin pedir permiso, pero no voy a hacerlo. Lo que haré es atarte a la silla y taparte la boca, porque ya estoy cansada de oírte —fue hacia la silla que había cerca del escritorio y se quedó al lado.
—¿Me siento, Señora?
—Uf, qué paciencia tengo que tener contigo, ¿eh? Sí, claro, siéntate. Te lo he dicho dos veces ya. Pon la silla en el centro de la habitación —la movió y se sentó en ella— Así. Voy a atarte con cinta americana, como en las películas esas del domingo a media tarde. ¿Cómo podría llamarse esta, Javi? El argumento podría ser que un ejecutivo tiene una reunión en Madrid y se le ocurre liberar tensiones —mientras hablaba, iba pasándole la cinta por los brazos y fijándola fuerte al respaldo, inmovilizándole las muñecas también— ¿Te fías de mí como para dejarte atar de esta manera?
—Si, Señora…
—Pero si no me conoces de nada…
—Confío en usted, Señora.
—Joder, pero cómo puedes tener tan poca cabeza… ¿Y si ahora te robo todo lo que tienes, te hago unas fotos y te dejo aquí tirado y te chantajeo con hacérselas llegar a toda la agenda de tu móvil? ¿Crees que me costaría mucho sacarte el código o el patrón para desbloquearlo?
—Usted se ha preocupado por mí desde el principio. Y pocas lo han hecho, Señora…
—Ay, Javi, no te me pongas tierno. Al final nos vamos a entender y todo, verás tú —terminé de atarle dándole varias vueltas más de cinta y poniéndole otras tres en la boca. Mi móvil emitió un sonido que me indicó que había llegado un mensaje y supuse que sería mi cómplice, que había llegado. Y así era, me decía que estaba en la puerta, que le abriera.

—Ahora sí que vas a saber lo que es bueno, Javi —le miré a los ojos y sonreí. Fui a abrir la puerta.
—Me habrás dejado algo, ¿no? Mira que vengo con unas ganas de desahogarme que me muero, ¿eh?
—Claro que sí, ¿por quién me tomas? —fui a la puerta y la abrí. Avanzó unos pasos en la habitación y luego me besó, con ganas, llevándome a la cama y tirándome sobre ella.
—No sé si creerte. Dime, ¿le has hecho llorar?
—¡Oh, sí, sí que lo ha hecho! —le dije, entusiasmada.
—Y entonces, ¿qué me has dejado?
—La mejor parte, guapo.
—¿Cuál?
—La polla la tiene perjudicadilla, me he venido un poco arriba, lo reconozco. Y le he abierto el culo sin contemplaciones. Pero el resto te lo he dejado a ti, para que te desahogues como quieras. Javi aguanta bastante bien, ¿sabes? Y casi ni se queja, es como un puto cojín. Aunque he conseguido que le temblara el labio —me reí.
—Y que llorara… Ay, pero qué mala baba gastas, ¿eh? Pobre Javi…
—¿Ahora te vas a poner de su parte? Anda ya… —le besé, mientras me ponía sobre él y volvía la cabeza hacia la silla donde estaba atado, mirándonos.
—Lo digo por picarte un poco, que estás muy subidita…
—¿Sí? ¿Tú crees?
—Sí, y te bajaría —dijo, mientras me ponía la mano en la nuca, marcando el gesto de tirarme del pelo, sin llegar a hacerlo fuerte, solo un leve tirón— pero no lo voy a hacer. Voy a ser el perfecto “alpha”. Menudo espectáculo le vamos a dar a Javi, va a tener para un mes de pajas, por lo menos. Venga, fóllame, que llevo toda la tarde pensando en que te acabas de correr abusando de este desgraciado y yo me llevo la parte que me corresponde, mientras nos mira… ¿Te has corrido bien?

—Sí, muy bien. Me está gustando mucho usarle como quiero.
—Bien hecho, mi niña. Los juguetes están para usarlos, y es lo que estás haciendo. Ahora vamos a hacer que sufra un poco más. Me gusta que nos vea mientras está ahí atado sin poder hacer nada —susurró, mientras volvía a besarme— Sin que se pueda tocar, ni siquiera moverse. Y a ti también ¿a que sí?
—Cómo me conoces… —sonreí.
—Porque nos parecemos mucho —dijo— Gracias por querer compartirlo conmigo
—¿Pero cómo no hacerlo, guapo? Si parte de la idea surgió en esa mente tan sucia que tienes…
—¿La mía? Mira quien habló, el angelito —dijo, con ironía
—La tuya, cabrón, que me incitas a hacer maldades.

Se echó a reír.

—Sí, claro, claro. Soy yo el que lleva casi dos horas puteando a un pobre desgraciado al que deben de dolerle tanto los huevos que se va a acordar de ti las próximas dos semanas, ¿verdad?
—Y tú llevas casi dos horas deseando venir, ¿o no?
Touché —sonrió.
—¿Cómo quieres que te folle? —le pregunté.
—Como nos vea mejor, que tenemos público y nos debemos a él —ironizó
—Se me está ocurriendo algo, pero tendríamos que desatarle. Tú sentado en el borde de la cama o sentado en esa banqueta —señalé a una que había a los pies de la cama— yo te follo sentada sobre ti, dándote la espalda y que mientras él esté arrodillado comiéndome el coño, con las manos atadas a la espalda. ¿Qué te parece?
—Digno de ti —sonrió.

Me levanté y fui hacia la silla donde Javi llevaba un rato atado y me dirigí a él.

—No me he olvidado de ti, Javi. Espero que este ratito pensando te haya servido para reflexionar sobre lo que has hecho. Ahora te necesitamos de fregona porque, ya lo has visto antes, me mojo mucho, y no nos gustaría que se manche el suelo de esta habitación tan bonita. Así que te voy a atar las manos a la espalda, por si tienes tentaciones de tocar donde no debes, voy a sentarme sobre la polla del Señor y me lo voy a follar, de espaldas. Tú limpiarás todo lo que salga de mí, ahora sí quiero que limpies, ¿me he explicado bien, Javi? Todo. Espero que no me vengas con remilgos, caras raras ni gilipolleces, que no te va a pasar nada por tener una polla cerca de la boca. Bueno, y si no te gusta, te jodes y ya está. Te voy a quitar la cinta de la boca y a desatarte de la silla —lo hice, usando una navajita que había llevado para ese fin. Y voy a aprovechar, ya que estamos, para hacer las presentaciones. Javi, te presento a Jota, Señor Jota para ti. Confío completamente en él y en su criterio, y aunque antes has dicho que no te hacía gracia que viniera, como ves, lo que tú opines nos es absolutamente indiferente. ¿Tienes algo que decir?
—Nada, Señora. Solo que espero no volver a hacer que se enfade.
—A ver si es verdad, Javi. ¿Dónde está tu educación, perro inútil? Saluda al Señor.
—Buenas tardes, Señor Jota —dijo, con tono plano y sin mostrar ningún entusiasmo.
—Hola, Javi —dijo él— Qué poca gracia te hace que esté aquí, ¿eh?
—Señora, ¿me da permiso para levantarme y saludar al Señor?
—Joder, por fin un poco de iniciativa. Adelante, tienes permiso —dije yo

Se levantó de la silla y luego se arrodilló delante de Jota. Bajó la cabeza y puso las manos detrás de la espalda.

—Bienvenido, Señor.
—Mejor, Javi, mucho mejor —dijo él— Gracias.
—Quédate así, tal cual estás —le dije yo— Iba a atarte las manos, pero yo creo que si te digo que no las muevas de la posición que las tienes, lo harás, ¿verdad? Las dejarás detrás de la espalda sin moverlas, y te quedarás de rodillas delante de nosotros. Limpiarás todo lo que salga de mí, sea lo que sea, ¿estamos? Quédate ahí en tu posición y espera a que te llamemos. Vendrás de rodillas.
—Sí, Señora.

Me volví hacia Jota y le besé.

—¿Qué te parece? ¿Es buen fichaje, no?
—Estoy impresionado —dijo, mientras me acariciaba el pelo y jugaba con un mechón. Después me dio la vuelta hasta dejarme apoyada en su cuerpo para que Javi pudiera verme de frente, me mordió el cuello susurró en mi oído —Impresionado y deseando que me folles —dijo, mientras me daba la vuelta. Noté cómo se llevaba la mano al bolsillo de los pantalones y sacaba un preservativo, luego se los desabrochó y quitó. Se puso el condón y después se sentó en la banqueta, que era firme y no tenía brazos que molestaran. Me ayudó a sentarme sobre él de espaldas y a meterme su polla, haciendo que me quedara con las piernas bien abiertas. La postura no era nada cómoda, pero muy visual y adecuada para lo que pretendía. Me moví sobre él unas cuantas veces y sentí sus manos sobre mis caderas, acompañando los movimientos que yo hacía. En un momento que me quedé sentada, con su polla metida muy profundamente, me susurró al oído que me moviera.

—Dale un buen espectáculo, que sabes hacerlo bien…

La frase hizo que me moviera sobre él más deprisa. Javi estaba de rodillas, con las manos detrás de la espalda y mirándome. Le hice un gesto para que se acercara.

—Ahora, Javi, lame, que me estoy empapando y lo voy poner todo perdido —Jota subió las manos para acariciarme las tetas, luego volvió a sujetarme por las caderas para dirigir mis movimientos. Le gusta que le folle estando encima, pero le cuesta bastante llegar a correrse así. En cualquier caso, tampoco era el objetivo. Javi se acercó de rodillas y con las manos a la espalda hasta que sentí su lengua lamiéndome el coño. Había tomado nota de cómo tenía que hacerlo, porque empezó a lamer alrededor del clítoris, sin llegar a chupar directamente, y lamiendo todos los fluidos que yo sentía que se me salían y chorreaban. Lo hizo bien, tanto que en una de las veces que Jota me rozó los pezones, avisé que iba a correrme.

—Joder, Javi, sí que has aprendido, sigue, despacio, que me corro… —siguió lamiendo muy despacio, hasta que le ordené que se retirara. Jota me ayudó a levantarme, hizo que me diera la vuelta, me besó, despacio, y me habló al oído.
—Tú y yo ya ajustaremos cuentas más tarde.

Le dije a Javi que recogiera nuestra ropa y nos ayudara a vestirnos. Primero lo hizo con la mía, y después le dije que ayudara también a Jota. Y otra vez volví a ver ese gesto de fastidio, o incomodidad que me divertía tanto.
—¿Sabes qué? —le dije a Jota —Creo que a Javi no le hace gracia tener que ayudarte, no sé, no me parece que su cara acompañe a las ganas que debería ponerle a lo que le he ordenado hacer…
—¿Me le dejas? —preguntó
—Por supuesto. Confío en él, Javi, y como tú no tienes límites, no tienes nada que decir, ¿verdad?
—Yo confío en usted, Señora.
—Y todavía no me lo explico, de verdad. Bueno, espero que hayas aprendido algo hoy.
—Mucho, Señora, se lo aseguro.
—Muy bien, gracias, Javi. Pero te mereces un castigo por no hacer todo lo que se te ordena con ganas, lo entiendes, ¿verdad?
—Sí, Señora.
—El castigo lo va a decidir el Señor. Obedece todo lo que te diga, como si fuera yo, ¿entendido?
—Sí, Señora, entendido.
—Y nada de tonterías, ¿eh? Me da igual si el Señor te pone o no. Quiero que le obedezcas en todo lo que te ordene.
—Lo haré, Señora.
—Pues de rodillas, y bésale los pies, como si te gustara, Javi. Vamos.

Su mirada lo decía todo. Por un lado, se veía que no le hacía ni puñetera gracia, hubiera preferido hacérmelo a mí. Pero lo hizo sin rechistar. Se puso de rodillas hasta apoyar la frente casi en el suelo y le besó los pies. Mientras, Jota me miró sonriendo, y me besó en los labios.

—Gracias, preciosa. Muy bien, Javi. Ahora lámeme los pies, igual que hiciste antes tan bien, como con el coño de la Señora. Por lo que veo haces bien solo lo que te gusta. Menudo listo estás hecho, así cualquiera se somete…
—Lo va a hacer muy bien, por la cuenta que le trae —intervine.

Jota se sentó en la silla donde había estado atado antes Javi y se movió hasta quedarse frente a él. Javi intentó que no se le notara la cara de disgusto, pero no podía disimularlo, era imposible. Yo me mordí los labios para no reírme y seguí observando. Finalmente, y haciendo un esfuerzo más que evidente, bajó la cabeza y le lamió un pie, el empeine, llegando hasta los dedos, con lamidas cortas. Una de las veces que movió la cabeza para colocarse, vi que tenía los ojos cerrados, y sonreí.

—Tú no puedes verlo, guapo, pero tiene los ojos cerrados y una cara de asco que no puede con ella — le dije, y él recogió mi rebote perfectamente. Nos complementamos bien.
—Menos mal que te tengo ahí para vigilarle. A ver, Javi, para y mírame —le dijo, y él se incorporó y le miró.
—¿Señor?
—¿Tenías los ojos cerrados mientras me estabas lamiendo los pies? Di la verdad…
—Sí, Señor.
—¿Y cara de asco? ¿Te da asco lamerme los pies?
—No me gusta hacerlo, Señor.
—¿Y por qué lo haces?
—Me gusta servirles, a usted y a la Señora, pero con hombres me cuesta, Señor…
—Gracias por la sinceridad, Javi, pero es que me da igual. Lámeme como si fueran los pies femeninos más bonitos que has visto en tu vida. Ponle ganas, y si tienes que fingirlas, te jodes y lo haces. No me toques los cojones, que vengo calentito hoy, menudo día he tenido —le puso el pie en el pecho y casi se lo metió en la boca— Vamos, quiero verte, con deseo. Me gusta que me laman los pies, y sí, yo también prefiero que sea una mujer quien lo haga. Pero si te empleas a fondo, seguro que me acaba gustando. Haz que me olvide de que eres un tío y mueve esa lengua bien —Javi le cogió uno de los pies y empezó a lamerle la planta, luego los dedos, uno por uno. Ahora sí lo estaba haciendo bien, y yo estaba fascinada viéndoles. Paró un momento para preguntarle algo.

—Señor, ¿me permite cerrar los ojos?
—No. Quiero que los tengas abiertos, ni se te ocurra hacerlo.
—Sí, Señor, como quiera —siguió mirándole mientras le cogía el otro pie y se lo lamía, despacio y mirándole. Tras un rato, Jota se dio por satisfecho.
—Bien hecho, perro. Haces cualquier cosa que se te ordena, y te arrastras tanto que me das pena, pero es verdad que me ha gustado. Qué suerte tienes de que no sea bisexual, porque si no ibas a comer polla hasta que se te desencajara la mandíbula, con lo que le gusta eso a tu señora —sonrió mirándome.
—Sí, ya lo sabe —dije— Antes ha estado practicando un poquito, y no se le daba bien, pero bueno. Ya le he dicho que si nos vemos otro día me le voy a llevar a un bar gay a que practique.
—Me encantaría ver eso —dijo— No que te comes diez o doce pollas en una noche, sino que lo harías sin protestar y sin poner pegas, porque al final haces lo que se te ordena, puto arrastrado, aunque haya que enseñarte.
—Sí, Señor. Gracias.
—¿Qué te crees, que tu Señora no es capaz de hacerlo? Poco la conoces todavía, Javi, pero lo es.
—Sí, Señor, lo creo.
—¿Es así todo el rato? —me miró— ¿“Sí Señora”, “lo que usted ordene, Señora”?
—Todo el tiempo. Pero no está mal. Cuando quiero otra cosa, busco a otros sumisos— sonreí, mirándole con toda la intención. En su rol sumiso, él no puede ser más diferente.
—No sabía que te gustaran los gusanos. Supongo que en la variedad está el gusto.
—Lo que más me ha gustado de él es poder usarle como quiero. ¿Has visto cómo le he dejado la polla?
—Sí, ya lo he visto —me miró y sonrió— Yo quiero darle también, ¿qué has traído?
—Una fusta, la vara y un flogger —respondí.
—¿Y jengibre? Con lo que te gusta, me extraña que no lo hayas traído también.
—Claro que sí —sonreí— Javi, ¿sabes para qué se usa el jengibre, lo has probado alguna vez?

Me miró con cara de no saber de qué le estaba hablando.

—¿Jengibre? En los restaurantes japoneses, y para cocinar, Señora…
—Pero nunca han jugado contigo usándolo, por lo que veo. Bueno, para todo ha de haber una primera vez, y además, ver tu reacción al probarlo me va a gustar, y al Señor también. Ve a la bolsa y saca la raíz de jengibre que hay, que vas a prepararlo. Tienes que pelarlo y darle forma de dildo, usando la navaja —le di la navajita que había usado para cortar la cinta americana que estaba al lado del rollo— Luego lo lavas con agua bien caliente y lo traes, se lo das al Señor y se lo ofreces diciéndole que quieres que haga contigo lo que quiera, poniéndote de rodillas delante de él. Ve —ordené.

Hizo lo que le pedí. Cogió la navajita y buscó la raíz de jengibre en la bolsa, y después fue al cuarto de baño, pidiendo permiso antes. Jota se lo dio. Cuando nos quedamos solos, me besó, con ganas, y entonces sí me cogió por el pelo y tiró con firmeza.

—Me está gustando mucho esto, ¿sabes?
—¿Dominarle juntos?
—Sí. Y la complicidad contigo.
—¿Te acuerdas que te lo dije cuando nos conocimos? ¿Que somos muy parecidos y que tendríamos que buscar una mascota para los dos?
—Y tenías razón.
—Siempre la tengo, guapo —sonreí
—Sí, claro… —dijo, con ironía. En ese momento, Javi salió del baño con la raíz de jengibre pelada y más o menos tallada. Era de tamaño medio. Se puso de rodillas delante de nosotros y le ofreció la raíz a Jota con las manos extendidas.

—Señor, haga lo que quiera conmigo.
—Cuando quieres lo haces todo tan bien, Javi, que hay que buscar los fallos con mucha atención —dijo— Pero bueno, en cualquier caso, te voy a usar porque me apetece y porque tu Señora confía en mí para que lo haga. ¿Así que no has probado nunca el jengibre?
—No, Señor.
—Va a ser divertido esto —sonrió— Ve a la cama y ponte a cuatro patas, con las piernas separadas —se levantó del suelo y fue a la cama a ponerse en la postura que le habían ordenado, y luego fuimos nosotros. Jota me dio la raíz de jengibre y un mechero, que sacó de su bolsillo.
—Procede, que te encanta —me dijo, sonriendo. Calenté la raíz de jengibre con el mechero y antes de metérsela, le advertí de los efectos que podría notar.
—Ahora te la voy a meter por el culo, Javi. La he calentado un poco para potenciar su efecto. Notarás una sensación de calor, hay quien lo nota más y quien lo nota menos. Como antes te he dado fuerte, quizá lo sientas más. Ve diciéndome lo que notes, ¿vale? Si quieres que la saque, lo dices. Si no dices nada, te la dejaré dentro, y el Señor te dará las siguientes instrucciones, ¿entendido?
—Entendido, Señora.

Volví a calentar la raíz con el mechero otra vez y después la acerqué a la entrada de su culo. Luego se la introduje sin compasión, porque ya estaba bien abierto. Dejé que pasaran algunos segundos y que se fuera acostumbrando a ella. Después se la metí y se la saqué unas cuantas veces.

—¿Notas algo?

Me respondió pasado un instante.

—Ardor, Señora. Noto calor.
—¿Lo aguantas bien?
—Creo que sí, Señora —dijo
—Baja y túmbate boca abajo, Javi —dijo Jota— Aprieta el culo y aguántala sin que se salga. Ahora te voy a azotar, y como me han dicho que aguantas bien, no me voy a cortar. Pero si quieres parar, dilo, ¿entendido? ¿Tienes una palabra de seguridad?
—Roma, Señor.
—Lleva la cuenta y, cuando te pregunte, me dices cuantos azotes llevas.
—Sí Señor… uf — noté que se movía un poco.
—¿Qué te pasa, Javi?
—Me arde el culo, Señor…
—No es mi problema. Aprieta fuerte y ni se te ocurra perder la cuenta —cogió la vara y le dio un par de azotes para calentarle la piel. Luego empezó a darle y pensé que lo haría de la forma que suele hacerlo cuando me azota a mí, variando la intensidad, pero no. Se aplicó a fondo, y sonaron de maravilla, haciendo que se moviera y se quejara.
—¿Cuántos llevo? —preguntó
—Nueve, Señor
—¿No sabes contar, Javi? ¿O es que estás pensando en otra cosa? ¿Aguantas el jengibre, o quieres que te lo saquemos?
—Por favor, Señor…
—Joder, ¿pero por qué no dices nada, hombre? Ponte a cuatro patas —le saqué la raíz con cuidado y noté cómo se movía, incómodo.
—Señora… arde mucho.
—La sensación pasará en breve, tranquilo. Vuelve a la posición que estabas —volvió a colocarse boca abajo. Jota volvió a darle diez varazos de la misma intensidad que los anteriores, haciendo que esta vez se moviera más y se quejara.
—¿Cuántos?
—Diez, Señor.
—¿Tampoco sabes sumar, inútil?
—Diecinueve, Señor…
—¿Seguro? ¿Quieres que empiece otra vez, con la raíz metida otra vez?
—No, por favor, Señor… ¿Veinte?
—Veintiuno. Te dejaste dos. Joder, Javi, es que ni contar ni sumar, qué puto desastre. Ya se te habrá pasado el calor, así que venga, otro poquito más —volví a meterle y sacarle la raíz del culo otra vez, abriéndole las nalgas, tal como estaba y le oí gemir —Vuelvo a empezar, y después sumarás el resto —empezó a darle los veintiún varazos de castigo por haber perdido la cuenta y me pareció que lo hacía con una intensidad algo más moderada. Cuando terminó, volvió a hablarle.
—Atento, a partir de ahora suma los siguientes a los veintiuno —le dio una tanda de cinco varazos fuertes, de la misma intensidad que los primeros, y la piel se le empezó a llenar de marcas rojas estrechas. La tenía muy reactiva.
—Qué marcas tan bonitas te van a quedar, y cómo te vas a acordar de nosotros en estos días, ¿eh? Por detrás y por delante, porque la polla la llevas hecha un cromo también ¿No tendrás novia o mujer, por casualidad, no, Javi?
—Novia, Señor, pero vive fuera de España…
—¿Que tienes novia, Javi? ¿Y no te da vergüenza ponerle los cuernos de esta manera? ¿Cuántos azotes llevo?
—Veintiséis, Señor —se revolvió incómodo— Más los veintiuno de castigo.
—Bien. Te vamos a sacar la raíz, pero voy a llegar a los cincuenta, con la misma intensidad, o muy parecida, así que estate preparado. ¿Qué diría tu novia si viera que dos desconocidos te están azotando y humillando en una habitación de hotel? Fliparía, seguro. No sabe que te gusta esto, ¿verdad?
—No, Señor, no sabe nada.
—Pues muy mal, Javi. A lo mejor le gustaría, pero claro, como no le preguntas, no lo vas a saber nunca —le dio una tanda de diez azotes con la vara, y luego me la pasó— Ahora te va a dar tu Señora. Prepárate, porque si yo no me he cortado, ella menos. La tienes tan arriba que va a ser difícil que baje en unos días, seguro —sonrió, mirándome— Le quité el cinturón del pantalón a Jota y le miré sonriendo yo también.
—El Señor me conoce bien, Javi. Los que te quedan para llegar a los cincuenta van a ser a mi estilo, ya sabes cómo, ¿verdad?, y con cinturón —lo doblé, di un par de ellos con mucha fuerza y haciendo que sonaran en el colchón y después le descargué una tanda de diez seguidos, dejando unos segundos entre uno y otro, pero muy fuertes y haciendo que gritara otra vez. Los últimos cuatro se los di poniendo especial empeño, y cuando terminé estaba llorando, de nuevo. Jota me miró, se acercó a mí y me besó, acariciándome el clítoris a la vez y susurrándome al oído.

—Ay esa mirada. Sé lo que necesitas ahora, hija de puta, disfruta, que ya te daré lo tuyo, venga, córrete —le apreté fuerte el brazo, mientras lo hacía. Cuando terminé y me repuse un poco, me ocupé de Javi.

—¿Estás bien, Javi? ¿Qué tal la experiencia? Ven, arrodíllate y cuéntame.
—Bien, Señora —dijo, aún llorando. Se desahogó y lo hizo un rato más, arrodillado a mis pies. Jota se quedó sentado, alejado de nosotros, mirando a una distancia prudente. Dejé que Javi se vaciara de emociones y cuando acabó me besó los pies, con auténtica devoción.
—Ha sido increíble, Señora. La mejor sesión que he tenido nunca.
—Bueno, bueno, anda, no seas mentiroso —le dije, bromeando y acariciándole la cabeza— Que ahora mismo estás con todo el subidón. Coge del suelo los trescientos euros que me diste antes, tráelos aquí con la boca y vuelve a ofrecérmelos de rodillas.

Hizo lo que le había ordenado. Recogió los billetes del suelo con la boca y me los trajo, ofreciéndomelos en las manos. Yo los cogí y volví a hablarle.

—Imagino que tendrás aquí algo más de efectivo, ¿verdad?
—Sí, Señora.
—Pues dame otros trescientos euros. Estos te los vas a quedar de recuerdo. Ve al baño y túmbate en la ducha.

Se levantó, sorprendido, e hizo lo que pedí, me dio otros trescientos euros en billetes de cincuenta, y después fue al baño y se tumbó en el plato de ducha, que era de esos alargados. Fui detrás de él con los primeros billetes que me había dado en la mano. Los tiré sobre su cuerpo, me puse sobre él con las piernas abiertas, me subí la falda, retiré un poco el tanga y meé sobre su polla y los billetes que le había echado encima.

—Esto lo hago para que recuerdes todo lo que has aprendido hoy, Javi. Y que no puedes pagar a la primera que veas en una red social y ponerte en sus manos diciéndole que no tienes límites, perro descerebrado.
—Sí, Señora, lo recordaré… Pero llevaba tiempo siguiendo su cuenta y leyendo sus tuits. Sabía que podía hacerlo.
—Pues gracias entonces, Javi, pero aún así —sonreí— Levántate —le extendí la mano— Puedes besarme la mano, darme las gracias, y si fuera mala no te dejaría ducharte, pero como me lo he pasado bien contigo, al fin y al cabo, te lo permito. Dúchate y luego te vistes. Después, llama para que nos suban algo de beber y luego nos iremos.

Mientras se duchaba, volví a la habitación, donde se había quedado Jota. Le puse los billetes limpios que me había dado Javi en la mano y bajé la mirada. Era la segunda parte de la fantasía. La primera era conseguir que alguien me pagara por usarle y humillarle y la segunda, dárselo a él, como si fuera mi proxeneta.

—Para que hagas lo que quieras con ellos —le dije, aún muy en rol dominante y sin poder mirarle a los ojos. Sonrió, porque aunque sabe lo que me cuesta hacer esto, se aprovechó de ello.
—Ahora sí que puedo decir con todas las de la ley que eres mi puta, ¿verdad? —dijo, mirándome a los ojos y cogiéndome la cara por la barbilla para obligarme a que le mirara a los ojos e incidiendo en el posesivo— Se te da bien, ¿eh? Ganaría pasta contigo… —me provocó.
—Lo puedes decir… —dije, y me costó un mundo hacerlo, evitando mirarle. Se me nota todo lo que pienso.
—Claro que puedo, y no me mires así —sonrió, burlándose— que no voy a decirte que lo digas, porque ahora no podrías hacerlo sin mandarme a la mierda, ya lo sé. Estás muy arriba todavía —me besó y sonrió— Pero lo eres, y me voy a gastar esto que te han dado en lo que yo quiera, ya te diré en qué. Te queda claro, ¿verdad?
—Ya podrías invitarme a cenar o algo, ¿no? Que trescientos euros dan para bastante —le piqué.
—No, me vas a invitar tú, al japonés caro donde está todo tan rico y que no está lejos de aquí. Estoy caprichoso y con ganas de que me traten bien hoy —sonrió— Estos trescientos pavos son míos, igual que tú, puta ¿no fue eso en lo que quedamos? —susurró en mi oído— Me has sorprendido. No pensé que serías capaz de hacerlo.
—No me subestimes nunca, guapo.
—Ni tú cuando me cuentes una fantasía —sonrió— Sabes que me gusta cumplirlas. Ahora queda la otra que me contaste, y es mucho más fácil de hacer que esta, así que prepárate, porque cualquier día te sorprenderé —me dijo, mirándome a los ojos.

Y la otra también se cumplió, por supuesto. Él es así, o mejor dicho, así somos ambos, de jugar y apostar muy fuerte.

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