Sorpresa

Escrito en agosto de 2011
Nadie ha sido capaz de provocarme lo mismo que tú jamás. Te odié, te amé, morí contigo y renací tantas veces que ni me acuerdo. Y pensé en ti cuando escribí este relato.

Salí de la ducha al escuchar el timbre de la puerta. Había quedado con él y aún me quedaba un buen rato antes de estar preparada. Apenas si me dio tiempo a coger una toalla y cubrirme con ella, no tenía ni idea de quien podía ser a esas horas y francamente, me venía fatal, fuera quien fuera. Pensé dos segundos, quizá no era buena idea abrir, no iba bien de tiempo y quien quiera que fuese me iba a entretener. Pero insistieron, con más timbrazos, impacientes. Resignada, cogí la toalla y me la puse, mientras iba a la puerta.

—¿Quién es? —pregunté
—Ábreme

No me lo podía creer. Era él, que estaba en la puerta hora y media antes de lo acordado. Y yo hecha unos zorros, al menos, me había dado tiempo a desenredarme el pelo. Respiré profundamente. Su sola presencia hace que me ponga a cien. Pero este tipo de sorpresas no me gustan nada, quería que me viera especialmente espectacular aquella noche, y sólo con una toalla pierdo mucho glamour… Abrí lentamente la puerta, quedándome detrás de ella, de manera que se me viera poco. Él se había puesto el perfume que me encanta, al acercarse a mí, ese aroma excitó mis sentidos, a mi pesar. Me gusta tener la sartén por el mango, controlar la situación, y con él al lado pierdo los papeles con facilidad. Me clavó un momento su mirada, esa mirada que me dice tantas y tantas cosas que no se dicen con palabras, antes de cogerme por la cintura, atraerme hacia su cuerpo y besarme. Un beso increíble, que me dejó aún más desarmada…

—¿Tú no tenías que venir como una hora y media más tarde? —le pregunté cuando conseguí recuperar el aliento, de manera casi literal
—Quería sorprenderte.
—Y lo has conseguido. Pero…

No me dio tiempo a más. De nuevo, volvió a besarme, y en un momento dado, tiró de la toalla y me dejó desnuda, con la piel pegada a su camisa y sus pantalones de lino…

—Te voy a mojar…
—Eso quiero… que me mojes, mucho… —me dijo al oído

A estas alturas del partido, entre su olor y el roce de su piel yo ya estaba chorreando. Mi muslo derecho estaba empapado, cosa que descubrió pronto. Casi pude ver como las pupilas se le dilataban de pura excitación. Cogió parte del líquido que rodaba por mi pierna y se lo llevó a los labios, saboreándolo. Y volvió a besarme, dándome a probar mi propio sabor. No se muy bien de qué forma, me encontré inclinada en mi mesa del comedor, boca abajo, y él detrás de mí, frotó su polla un momento por la entrada de mi coño y de un solo empujón me la metió. Me vuelve loca que haga eso, especialmente cuando estaba como estaba en ese momento. Me cogió por las caderas y empezó a moverse, sin miramientos, sabe perfectamente que me gusta que me de fuerte, y así lo hizo. Yo era un instrumento de su placer, y él del mío. Al rato de correrse dentro de mi, y para prolongar mi orgasmo, me puso sobre la mesa, boca arriba. Con la lengua, me dejó completamente limpia, probando su sabor, como otras veces directamente de mi. Se entretuvo un rato lamiéndome y cuando consiguió arrancarme otro orgasmo, fuerte, intenso, en el que le llené la boca otra vez, cuando me recuperé un poco vino a abrazarme mientras me decía al oído, riendo:

—Cómo me gusta descolocarte…

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