Strat

Escrito en junio de 2012. 
Layla en otra situación de esas que le pasan a ella… 

Si hay algo en esta vida que odio por encima de todas las cosas son las bodas. No soporto esa colección de convencionalismos y cosas que se repiten de una a otra y que para mí son una tortura desde el principio hasta el final.

Pues si, allí estaba yo, en una boda.  Para colmo de males, en pleno mes de julio por la tarde, y encima una de esas de compromiso puro y duro, de un compañero de trabajo. Fui aguantando, como condenado al cadalso, todos y cada uno de los pasos de aquella agonía: la llegada de los novios, la ceremonia religiosa, el arroz, la llegada al restaurante, la tarta… Sonriendo como podía pero deseando salir de aquel sitio cuanto antes.

Estaba yo al borde de pedir un combinado de cicuta con coca-cola cuando algo llamó mi atención. A la hora del baile, o lo que fuera aquello que había montado allí, habían contratado una orquesta. Con una cantante, que era descendiente directa de Nina Hagen por lo menos, con aquellas medias rotas y ese peinado inverosímil, un bajista, un batería que hacía más ruido que las tapas de mis cacerolas de cocina, y un guitarra. Este último captó mi atención inmediatamente. No sólo porque a mi me encanta la guitarra y las guitarras en general, sino porque el que la portaba, en este caso, era tan interesante como el instrumento que tenía entre las manos. Una preciosa Strat color maple y blanco, que desentonaba claramente con el resto de los componentes del grupo, él tocaba mucho mejor, se notaba, y su guitarra era como mil veces mejor que el resto de los instrumentos de sus compañeros, incluida la voz de la cantante, por supuesto. Tenía más o menos la misma cara de circunstancias que tenía yo, sólo que él, en su caso, estaba trabajando, aunque se podía ver la pasión con la que acariciaba el mástil de aquella maravilla, con esos dedos largos y rápidos. Me quedé fascinada viendo cómo tocaba una canción de Santana, “The Game of Love”. La chica berreaba, pero yo no la escuchaba. Sólo las notas que salían de las manos de aquel mago, cuya mirada, en un momento dado, se quedó enganchada con la mía.  Creo que comprendió que mi hastío de aquel espanto era el mismo que el suyo, y que sólo los dos podíamos salvarnos. Tocaron unas cuantas canciones más, yo me quedé en la barra bebiendo, disimulando un poco, charlando con gente, pero sin perder de vista las manos y los ojos de aquel chico, que fueron lo que me hizo despertar en aquella tarde horrible.

En un momento dado, la orquesta hizo un descanso, y él fue a la barra a pedir algo de beber. Yo estaba justo al otro lado, hablando con alguien con una copa en la mano. Tardé menos de un minuto en deshacerme de con quien estaba y caminé despacio hacia él…

–    ¿Qué tomas? – le pregunté
–    No se –me dijo, sonriendo – Algo fuerte, me va a hacer falta
–    Pues pídeme una de lo mismo, a mi también me hace falta – sonreí
–    ¿Si? ¿No eres amiga ni de la novia ni del novio?
–    Digamos que muy amiga no… ¿Hace mucho que tocas?
–    Bastante
–    Se nota…
–    ¿Y en qué lo has notado? – me inquirió, con la mirada clavada en la mía, y en mi escote
–    En muchas cosas. En esa guitarra preciosa que tienes, en como la acaricias, en que cuando tú tocas uno se puede dejar de tapar los oídos… – le dije
–    No te pases, no son tan malos, mujer…
–    No me he pasado. Si lo hubiera hecho no te habrías reído – sonreí
–    Eso es verdad… – sonrió de nuevo – ¿Cómo te llamas?

Le eché agallas. Usé el nombre que me puso mi amigo John, título de una de las canciones más conocidas de Clapton.

–    Layla
–    Anda ya… – puso cara de incredulidad
–    Créetelo. O no… – yo mantuve la mía de póker
–    Tú que crees, que me lo creo o que no – seguía mirándome a los ojos y al escote, fijamente
–    Creo que te da igual y que el resultado va a ser el mismo…
–    ¿El resultado?

Sonreí otra vez, mientras le miraba fijamente a los ojos.

–    Quiero que me saques de aquí en cuanto acabes de tocar la última nota, ¿entendido?
–    Mmm, vale, señorita Strat – siguió sonriendo
–    ¿Señorita Strat? – me reí
–    Alguien que dice llamarse Layla sólo puede ser la señorita Strat para mí…
–    Vale, lo que quieras… ¿pero lo vas a hacer? ¿Me sacarás de aquí?
–    Con mucho gusto. ¿Alguna petición especial para el final? No me pidas tu canción, la cantante no se la sabe…
–    No podría soportar escuchar como la perpetra… Te pediría “Little Wing”, de Hendrix, pero esa tampoco se la sabrá…
–    No, tampoco… – me dijo, muerto de risa
–    Bien, pues acaba pronto, por favor – sonreí, mordiéndome los labios para evitar ser más sarcástica
–    A sus órdenes, Strat – me guiñó el ojo

Fui a darme una vuelta. La conversación, no se muy bien por qué motivo, si por su mirada sobre mi, por el alcohol o por todo unido, había subido mi temperatura de manera que sólo yo conozco y controlo. La orquesta, o lo que fuera aquello, terminó de tocar. Le esperé fuera tomando el fresco, ya estaba al borde de la desesperación total, cuando le vi salir, con su guitarra guardada ya en la funda. Vino hacia mí, me cogió de la mano y me dijo

–    Vámonos de aquí, Strat
–    Creí que no me lo ibas a decir nunca. ¿A dónde vamos?
–    A un sitio que te va a gustar – sonrió

Montamos en un coche que podría tener más de 15 años, en completo desorden por dentro, pero no hice ningún comentario al respecto. Condujo unos kilómetros hasta el centro, dejó el coche aparcado de cualquier manera, y cuando yo le miré, sin decir nada, de nuevo, él sonrió y me dijo que solía aparcar así casi todas las noches y que no pasaba nada. Yo me bajé y le seguí dentro de un local pequeñito y oscuro. Dentro sí sonaba buena música, y entendí enseguida por qué me había llevado a ese sitio. Lo cierto que yo, con mi vestido negro de boda no pegaba mucho en aquel garito, pero me daba igual. Las notas empezaron a correr por mis venas. Me dejó en la barra con una copa, yo sin preocuparme en absoluto, y no se muy bien por qué, mientras él subía al escenario con su guitarra y empezaba a tocar las primeras notas de la canción que le había pedido, «Little Wing», de Jimi Hendrix, maravillosamente bien. El alcohol y la música seguían calentando mi alma y mi cuerpo y las miradas entre nosotros ya eran fuego puro. Puro entendimiento, pura química. Cuando acabó la canción y la gente casi se echa abajo a aplaudir (debía ser la estrella local), fue a la parte de atrás del escenario, y yo no me lo pensé dos veces, fui hacia allí, me encontrara con lo que me encontrara…

Y me le encontré a él apoyado en una especie de mesa que había allí, exhausto como si hubiera corrido 20 kilómetros, casi en trance. Me acerqué a él y le besé sin más, sin ningún preámbulo, ni pregunta, y él respondió al beso apasionado, como yo intuía que debía ser. Sus preciosas manos me acariciaron la cintura, las caderas, casi como lo hacía con el mástil de su guitarra, fue bajándome el vestido hasta dejarme medio desnuda de cintura para arriba, fui notando la dureza de sus manos sobre mi piel, fruto de muchas horas de ensayo sin descanso, pero no me quejé, apenas notaba más que electricidad que corría por mi cuerpo. Me cambió de posición, y me apoyó en la mesa. En ese momento comenzaba a sonar “Summertime”, empezó a acariciarme el clítoris, sin dejar de mirarme a los ojos, y yo estaba ya casi en el mismo lugar donde debe de estar Janis Joplin.  Cuando me susurró al oído “lo sientes?, lo estás sintiendo?” yo me corrí clavándole las uñas en el brazo y le respondí con un “fóllame ya”. Él sonrió y sin decir ni media palabra más, se sacó la polla, me apartó un poco más el tanga y me la metió de un solo golpe, empezando a follarme fuerte y sin miramientos, con los ojos echando fuego, imagino que los míos también lo echaban. Saber que cualquiera podía venir y vernos hacía que aquello fuera aún mejor, aunque ya tenía suficientes alicientes. Me mordió el cuello mientras me avisaba de que no aguantaría mucho, y que se iba a correr. No se que tenía su voz, o su forma de decir las cosas, que hacía que entrara en llamas. Me agaché a la altura de su polla y empecé a chupársela mientras me miraba, y él me sujetaba por el pelo y me llenaba la boca. Yo me incorporé, sin saber muy bien que hacer con el resultado de su excitación, pero él me disipó las dudas, porque me besó, compartiendo su leche conmigo,  en un beso largo e increíble.

Pensé que la electricidad se acabaría ahí, pero estaba equivocada. Fuera sonaba “Love like a man”, y la sangre no nos había dejado de arder, al contrario. Me estaba susurrando al oído algo, cuando de pronto, desde mi posición, vi. a alguien que no sabía cuanto rato llevaba mirando.

El bajista de la orquesta de la boda, con la mirada ardiendo, nos miraba y sonreía.

2 comentarios en “Strat

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.