Había tomado, no hacía tanto tiempo, la decisión. Sí, “la” decisión, había decidido que por fin me iba a dejar ser como soy, iba a dejarme disfrutar de todas esas sensaciones que llevaba toda mi vida reprimiendo, excepto en la más estricta intimidad. Fue un camino largo, muy largo, hasta llegar a aceptarme, a normalizar esto que está dentro de mí y que me ha provocado no pocas ralladuras de cabeza. Para mí no era normal que para excitarme tuviera que sentir dolor, que mis fantasías eróticas estuvieran todas relacionadas con la Dominación/sumisión.
Y no, por Dios, aunque coincidió con el boom del fenómeno Grey, no tuvo nada que ver. A mis doce o catorce años, más o menos, leí “La filosofía del tocador», de Sade y, aunque no todo lo que leí me gustó, me quedó una honda impresión y humedad entre las piernas. Antes de eso, cuando era más pequeña, cada vez que en una película de romanos, de piratas, o similares, salía una escena donde alguien era azotado, yo me excitaba. Recuerdo que lo vivía con culpabilidad y con preocupación. Eso no era normal. Yo no era normal, no podía excitarme de una manera normal. Era algo que tenía que ocultar, no podía contárselo a nadie. Nadie se excitaba de esta forma. De esta manera, fui creciendo, mi sexualidad se fue desarrollando, y yo seguía ocultando mi secreto. Tuve una pareja durante muchos años, al que nunca se lo conté, pero con quien yo me procuraba parte de lo que me hacía falta para disfrutar del sexo. Todo en mi cabeza, por supuesto.
Luego pude ir explorando pequeñas parcelas, hasta que un día, ya con treinta y dos años, le puse nombre a lo que sentía. Se llamaba BDSM. No era una tarada, había gente que sentía lo mismo que yo. Para colmo, en mi caso había una dificultad más, porque me gusta tanto ser dominada como dominar. En algunos sitios leía que aquello era imposible, que había que decantarse por una cosa u otra. Y yo pensaba “¿por qué? ¡A mí me gustan las dos, siento las dos! ¿Por qué he de escoger una? Lo acabé asumiendo sin problemas, y cada vez estaba más convencida de dar más pasos. Empecé a probar cosas, aunque aún con un cierto temor. Me daba miedo estar en manos de alguien descontrolado, o descontrolarme yo con otra persona. Los miedos todavía estaban ahí, no se van así como así, tan fácilmente. Durante mucho tiempo, continué leyendo, empapándome de información. Leía y leía, pero no me atrevía a dar el paso de probar “de verdad”, con alguien a quien “de verdad” le gustara lo mismo que a mí. Puede que fuera simple y puro miedo a enfrentarme a como soy, ahora, echando la vista atrás, seguramente fue eso. Una pena haber perdido tanto tiempo, pero cada uno tiene su proceso y sus tiempos. Y el mío fue largo, muy largo.
Me había iniciado en el mundo swinger y experimenté cosas que siempre había fantaseado (el trío con dos hombres, estar con otra mujer, orgías…) Todo curioso, interesante y divertido. Pero no me llenaba. Seguía necesitando lo que estaba dentro de mí, lo necesitaba para sentirme plena.
Lo había hablado varias veces con conocidos swingers que se movían y relacionaban también en el BDSM. Me atraía la idea, me atraía muchísimo, ir a una fiesta como a las que había ido en el ambiente swinger, pero con la posibilidad de ver y hacer cosas que me excitaban mucho más de lo que yo había hecho hasta ese momento. Seguía teniendo miedo, mucho miedo a dejarme llevar, a sucumbir a aquellos deseos “no adecuados”. En mi cabeza seguía, a mi pesar, esa vocecita que decía “esto no está bien, no es normal, no puedes ser normal…” Hasta que decidí hacerla callar de una vez. Tomé la decisión de empezar a hablar con gente real que se moviera por el ambiente BDSM, que me contaran qué sentían, cómo lo vivían y que me aclararan las dudas que podía tener. Para eso, aparte de chatear en un conocido canal de IRC dedicado a BDSM, me registré en un foro que me pareció serio y en una red social exclusiva BDSM. Empezó mi investigación.
Del canal de IRC, apenas saqué nada en claro. Ratos de risas, eso sí, practicar cibersexo (cosa que ya había hecho muchos años atrás, pero vainilla exclusivamente) y llegar a la conclusión de que, con un teclado en las manos, nos atrevemos (me incluyo) a muchas cosas. Pero demonios, no había tomado “la” decisión para hacerme solo ciberpajas. No. Quería probarlo realmente, sentirlo. La gente a la que leía decía que cuando estás delante de la persona adecuada, lo sabes. Y a mí aquello me sonaba todo a cuento romántico, no me lo creía. Ni me creía todo ese sentimiento de sumisión que leía en blogs de sumisas (sobre todo sumisas) por sus amos. Pensaba que no podía ser verdad, que se trataba de puro y simple enamoramiento, mezclado con mucha fantasía.
De todos los contactos que hice a través de IRC, me quedó claro que la mayoría buscaban cibercalentones por chat/whatsapp, o a lo sumo, sexo vainilla sin más, quizá aderezado con un par de azotes o tres. Y esto ya lo tenía en el ambiente swinger, si quería. La gran mayoría eran de fuera de mi ciudad, con lo que la posibilidad de poder quedar con tranquilidad y conocer a esa persona de la forma que a mí me apetecía era nula. Sólo cabía la posibilidad del “café-con-posibilidades-de…” quizá el polvo posterior y adiós muy buenas. Y no, quería algo con más complicidad, con verdadero ‘feeling’, verdadera química. Y real.
De la red social me escribieron muchos supuestos “amos” que me sacaban de 20 años para arriba, residentes en provincias distintas a la mía, e incluso habitantes de EE.UU y ¡Asia! Muchas propuestas de cibersexo, que, como he dicho, no eran lo que yo buscaba, por divertido que pueda resultar en un momento dado. Un buen día, recibí un mensaje interesante de un “amo” de mi comunidad autónoma, me pareció alguien sensato, y empezamos a escribirnos, y pronto a hablar por teléfono también. Quedamos para cenar y ponernos cara, y lo que sucedió es que, tras cinco horas de cena y conversación, jamás volví a saber nada de él. No debió de gustarle mucho mi cara. xD.
No me desanimé. Alguien que conocí en IRC me habló de otra red social que funcionaba bien, y, hablando con una amiga, me la recomendó también. Y yo pensé, “si Mareve lo dice… ¡es que debe de ser buena! Así que una noche, me registré en esa otra red social, en la que noté enseguida las diferencias. La gente se movía, organizaban quedadas, encuentros informales. Mi amiga me habló de una fiesta, a la que ella iba a ir, e incluso, iba a hacer de “tutora” para iniciar a gente. A pardillxs como yo, vaya. Me había dicho mil veces que fuera a una de esas fiestas, y a mí siempre me había dado “cosita”, por ir sola, por… Pero esa vez me armé de valor, y le dije “Mareve, que sí, que voy a ir a la fiesta”. Ella se puso muy contenta y me animó, me dijo que no me arrepentiría y que lo iba a pasar genial.
Lo que no sabíamos, ni ella ni yo misma, es que no tendría vuelta atrás. Quizá yo sí que lo sabía y precisamente eso era lo que me daba miedo. Quizá había llegado el momento. Quizá.
Unas tres semanas antes de esa fiesta, recibí un mensaje por la nueva red social. Bastante largo, parecía que escrito con algo de prisa (algo decía de que llegaba tarde a trabajar) pero me pareció sincero. Que su interés por mí era sincero. Una frase en ese mensaje decía “al dar con tu perfil algo me ha hecho sentir como si hubiese encontrado la persona que busco”. No, no saquéis los violines. Cuando leí aquello pensé “sí, hombre, claro”. Pero lo cierto es que la determinación y la decisión que desprendían las palabras de ese e-mail (no sólo la frase) me gustaron. El mensaje venía acompañado de una propuesta para ir a ver un espectáculo y tomar una copa esa misma semana. Que pensaba que era precipitado pero… Pues sí, majete. La verdad es que bastante precipitado, después de la experiencia de la cena de cinco horas y luego nunca más se supo. Así que le respondí que muchas gracias, pero que, efectivamente, me parecía precipitado (omití lo de “majete”) Pero que podíamos ir conociéndonos.
Tras unas cuantas intentonas fallidas de contacto, por fin pudimos hablar. Parecía majo. Y normal. Switch, igual que yo, pero con las ideas muy claras, desde el principio me dejó claro, sin llegar a expresarlo con palabras, que quería dominarme, no como tantos otros con los que había hablado a los que, al decirles que soy switch me decían “ah, vale, yo me adapto, lo que tú quieras”. Decía que tenía bastante experiencia, pero no iba de súper-amo. Una noche, le comenté que iba a ir a la fiesta que me había dicho Mareve. Y él me preguntó si iba con alguien. Le dije que no, que iba sola. Me propuso acompañarme, y yo le dije que, si le parecía bien, que nos encontraríamos allí. Pobre, debí parecerle una borde insoportable.
… Y sucedió
Llegó el día de la fiesta. Qué nervios, joder. Mi primera fiesta BDSM. He asistido a muchas fiestas del ambiente swinger, sé bien cómo debía vestirme, más o menos, y había decidido que sería una fiesta social, para conocer gente, hablar, mirar, observar.
No haría nada con nadie, ni dejaría que nadie me lo hiciera. Maldita sea, entonces no sé por qué estaba tan nerviosa. Me cambié cinco veces de ropa y de zapatos. Finalmente, y tras darme una autocolleja mental, me dije a mí misma que ya estaba bien, que parecía una adolescente. Me centré, y me puse algo que, bajo mi punto de vista, me sienta bien, pero con lo que no llamaría la atención excesivamente, muchas mujeres irían vestidas de manera parecida. Subí al coche, llegué al sitio, aparqué, aunque me costó un buen rato, llamé a un timbre que hay en la puerta y esperé a que abrieran. Todo esto, media hora más tarde de la hora que le había dicho a este buen hombre con quien había quedado allí. Qué nervios. Me cobraron la entrada, dejé mi abrigo, me dieron una llavecita para dejar mis cosas en una taquilla y los tickets de las copas. La persona que organizaba la fiesta se presentó, muy amable, me preguntó si “era nueva” (a lo que le tuve que decir que sí, sintiéndome un poco como “carne fresca”, creo que hasta alguien, al oírlo, hizo ese mismo comentario), y luego me llevó dentro del local.
La seguí, y en un momento dado, alguien de repente vino y le preguntó “¿Libertad, sabes si ha llegado ya seisCuerdas? A lo que yo tuve que responder la verdad claro. seisCuerdas era yo, y llegaba una media hora tarde. Se lo dije. Ahora ya sí podéis sacar los violines. No, mejor los dos rombos. Me clavó la mirada, unos ojos oscuros y expresivos, que en ese momento eran una mezcla de “me gusta lo que veo” y “ya te vale, maja, media hora tarde”. Me gustó, siempre he dicho que me encantan las “miradas interesantes”, y él tenía (¡tiene!) una de ellas. En cualquier caso, no me dijo nada, muy prudente él. Yo me excusé, lo cierto es que el tema del aparcamiento por la zona era complicado. La organizadora de la fiesta sonrió y me dijo que me dejaba “en buenas manos”. La verdad, no sé muy bien por qué, pero sentí que era así.
No podía quitarme esa mirada de la cabeza. Fuimos a pedir las copas, hablamos, participamos en la fiesta, charlamos con más gente. Conocí a personas muy agradables, me sentía muy cómoda y muy bien. Al rato, algunos empezaron a jugar. ¡Ajá, eso era lo que yo quería ver! Observé como una dominante se ponía unos guantes de látex y se disponía a convertir a un sumiso en acerico, y, aunque odio las agujas, no me desagradó ver, por el rabillo del ojo, cómo lo hacía. Algunos sumisos fueron azotados, exhibidos, alguno humillado… Yo notaba como el calor cada vez corría más y más por mi cuerpo. Me gustaba, me encantaba lo que estaba viendo.
No sé si él se percató de que me estaba gustando, pero, de pronto, me dijo que tenía unas pinzas, de las que me había hablado unos días atrás en una conversación por chat, y me preguntó que si le dejaba que me las pusiera. Eran unas pinzas especiales, en forma de araña. Acerqué un dedo y dejé que me la pusiera ahí, y una vez la probé, negué rápidamente con la cabeza (imagino que también pondría cara de susto xD). Y él sonrió y me dijo algo así como “aún no voy a empezar con esas” Cosa que a mí me hizo pensar “¿¿¿cómo que “aún”???”. Pero no hice ningún comentario. Sacó unas pinzas más normales, iguales a unas que yo tenía.
Uf. Sentía una mezcla de calor entre las piernas y miedo, bueno, más bien, incertidumbre, no saber qué iba a suceder. Y cuanto más miedo, más calor. Ya me había puesto pinzas antes, no era esto lo que me daba miedo. Era lo que sucedería después. Porque la excitación que sentía no era normal, otra vez, mi mente se resistía a dejarse llevar. Finalmente, me rendí. Y le dije que sí, que lo hiciera, con cuidado, por favor. Él sonrió, otra vez esa mirada clavada en la mía, y me dijo que claro. Dios, qué nervios cuando me desabrochó un poco el corset y me sacó las tetas hacia arriba, rozó los pezones, que no sé si por los nervios o por qué diablos, decidieron no ponerse duros. Puso la primera pinza mientras observaba mi reacción. Estaba acostumbrada a la mordedura deliciosa de esas pinzas, me encanta. No tengo ni idea de qué cara puse, pero sé que me gustó. Pero no sólo la sensación de ligero dolor en los pezones. Especialmente, hacer lo que me pedía. No tuvo que insistir, yo quería hacerlo. Tiró un poco de la cadenita de las pinzas, sin dejar de mirarme a los ojos y de observar mis reacciones. Uf, qué mojada estaba, joder. Algunas personas swingers que estaban por allí y no habían venido al evento BDSM, miraban, entre fascinadas y horrorizadas lo que me estaba haciendo. Horrorizadas porque no debían entender que a mí me gustara eso, y fascinadas, porque el entendimiento y la química entre nosotros dos estaba empezando a notarse. O quizá fue una sensación, es posible. No sé, yo notaba como flotaba en el aire.
Pasó un rato, y seguimos en la fiesta. Nos sentamos en una especie de banco bastante incómodo, muy cerca el uno del otro, mirándonos desde muy cerca, rozándonos, cuando de pronto, matándome de nuevo con esa mirada, me preguntó si quería ser suya. Una cosa así, dicha por cualquier otra persona en un contexto vainilla, me hubiera hecho descojonarme toda. Pero en un contexto BDSM la cosa cambia. ¿Ser suya? ¿Quería decir eso que…? No tuve mucho tiempo de pensarlo, porque un tipo, swinger, que pululaba por allí, se acopló a nosotros y me tocó. Yo le retiré la mano, la señal en el mundo swinger de “no”, que es sagrada. Pero este individuo no la captó, o no quiso captarla, porque volvió a insistir., Ahí su mirada cambió, y cuando yo le respondí que sí, que quería ser suya, él me dijo “pues dile a este tío que se pire”, ahora sus ojos eran pura furia. Miré al tipo y le dije que por favor, nos dejara, y él, por fin, lo hizo.
Sentirme en sus manos me estaba encantando, no me costaba trabajo someterme y él debió notarlo, por lo que me preguntó si me gustaría que me azotara con un gato. Aunque le había dado el poder, él iba muy poco a poco, tanteándome. Le confesé que nunca me habían azotado con un flogger antes, que sólo me habían dado azotes no muy fuertes con la mano y con una fusta (bastante cutre, por cierto). Él, sin dejar de sonreír, asistió a mi lucha interna, y una vez más, le dije que sí, que podía hacerlo, pero que por favor, en público no. Había demasiados “espectadores” allí. Así que, cogió el gato y nos dirigimos al único lugar que había en ese momento con un poco de intimidad: el baño, en concreto, las duchas. Pasamos, y yo estaba hecha un manojo de nervios. ¿Qué tenía que hacer? ¿Cómo tenía que ponerme? Él me subió un poco la falda, descubrió la piel del culo, y me ordenó – sí, ahora estaba ordenándome, pero con suavidad, nada de brusquedades- que separara las piernas y sacara el culo hacia fuera. Lo hice, sintiéndome cada vez más mojada, más expuesta. Y aún ni me había tocado… Noté su mano acariciando mi piel, ahora sí, y, tras unos segundos que se hicieron absolutamente eternos, sentí mi primer azote, dado con un flogger. Para mi sorpresa, no dolió mucho. Picaba. Me dio varios, espaciados, haciéndome esperar entre uno y otro, haciendo que lo deseara… Joder, me gustaba. Picaba, ardía, dolía ligeramente, cuando el gato arañaba la piel y luego la abandonaba un momento para volver a arañar. Y el sonido… Me encantaba escuchar las tiras de cuero restallando en la piel. Aunque no podía verle, porque estaba de espaldas, casi podía oler su excitación –y la mía–, la podía notar perfectamente. Era increíble. Me sentía en sus manos y quería, necesitaba, mucho más. Saber a dónde me iba a llevar todo aquello.
En las duchas hubo alguna persona que se quedó a mirar lo que estaba pasando allí. No es que nos molestara, pero yo ya me sentía más segura. Así que fuimos abajo, donde había más gente jugando. Aunque yo ni los vi, estaba absorta en mis sensaciones. Sentía el culo ligeramente enrojecido, y sobre todo, unas ganas de hacer lo que me pidiera que me estaban dejando sorprendida a mí misma.
Volvió a azotarme el culo un rato más, con más “espectadores”, lo que añadió un punto de humillación al asunto. En esto que noté su mano dirigiéndose a mi sexo por debajo de la falda para comprobar si estaba mojada. Y recuerdo perfectamente sus palabras y su sorpresa
–“Joder, ¡si estás empapada!”
Noté excitación en su voz, excitación y ganas de seguir haciendo cosas. Un tipo mayor con camisa negra le preguntó si podía mirar y después que si podía azotarme, a lo que él respondió que no, haciendo que me sintiera segura a su lado. Me gustó, me sentí cuidada, aunque es posible que no lo hiciera únicamente por este motivo. También vi un cierto brillo de ‘quita bicho, ahora es mía’ en su mirada. Cosa que a mí, por norma general, no me gusta, odio la posesividad y a los celosos. Pero me estaba gustando todo.
Cuando el camisa negra se fue, me dijo que me iba a azotar las tetas. Esta vez no me preguntó, simplemente, me lo anunció, de la misma forma tranquila y pausada con que me había ordenado que separara las piernas hacía un rato. Yo le miré y pensé que no sabía lo que había hecho. Esta era una de las cosas que más ganas tenía de experimentar y de las que más miedo me daban. Me encanta ver vídeos donde se hace eso, pero la verdad es que temía al dolor excesivo, a que me superara. Le miré, me miró, y nos entendimos sin necesidad de palabras. Sonrió, desabroché, de nuevo, un par de corchetes de mi corset y me descubrí, otra vez, las tetas para él. Puse las manos en la nuca (lo había visto en muchos vídeos) y esperé a ver si sentía lo mismo que en el culo. La sensación era algo diferente, dolía un poco más, pero me encantaba. No estaba dándome muy duro, era prácticamente una caricia fuerte. Continuó azotándome a ritmo lento, hasta que, clavándome, de nuevo la mirada me dijo que se estaba excitando demasiado y que tenía que parar. Y sí, su mirada me lo confirmaba, estaba ardiendo. Igual que yo.
El local se nos estaba quedando pequeño, yo estaba tan excitada que estaba empezando hasta a dolerme, casi. Aún estuvimos un rato por allí, pero en un momento dado, él me preguntó si podíamos ir a mi casa. Yo le dije que sí, sin dudar ni medio minuto. Esto era una novedad para mí, normalmente no me gusta llevar a mi casa a nadie. Pero en este caso, es que ni lo medité medio segundo. Fuimos a buscar las cosas, cogimos cada uno nuestro coche, y él me siguió hasta mi casa. Nada más entrar por la puerta y dejar el abrigo, me ordenó que le llevara a mi habitación.
Allí, recibí la siguiente orden “ponte a cuatro patas sobre la cama”. Lo hice, aún vestida, y permanecí en esta postura, mientras él sacaba algunas cosas que luego usaría: el gato, pinzas de madera y metálicas, una paleta de madera pequeña, muñequeras de cuero, un collar y una correa. Me puso, lentamente, el collar. Pasó al otro lado de la cama y me ordenó suave, pero con firmeza, que me arrodillara.
– De rodillas.
Lo hice, me puse de rodillas ante él. Le miré desde abajo, no sabía si debía hacer eso, pero lo hice, y él no me dijo nada, pareció gustarle. Luego me ordenó que me desnudara, lo que hice no con pocas dificultades, por la postura y el poco espacio que había, especialmente la falda. Le pregunté si quería que me desnudara por completo, y me dijo que me dejara las medias y los zapatos. Oh sí, nos estábamos entendiendo muy bien…
Puse las manos a la espalda, sacando pecho, y él entonces, me agarró los pezones, fuerte. Los retorció, hasta que me hizo gritar y moverme del dolor. Yo quería aguantarlo, quería demostrarle que podía hacerlo, así que recuperé la postura, y él volvió a hacerlo. Uf, apenas podía soportarlo. Ahora noté un azote fuerte, su mano enrojeciendo mi piel, una y otra vez, luego las dos manos, en las dos tetas y mucho más deprisa. Uf, el dolor era mucho, y me gustaba, pero me costaba aguantarlo. Gemí un poco de dolor, y noté cómo le brillaban los ojos de excitación, fue la primera vez que lo vi, provocarme dolor le estaba poniendo tan cachondo como a mí recibirlo. En ese momento, me acordé de la teoría que había leído, de la palabra de seguridad y demás. Pero sentí que estaba segura con él. Ahora me acariciaba la piel enrojecida, y me estaba preguntando si estaba bien. Le dije que sí, que lo estaba. Nunca había estado tan bien, en toda mi vida.
Me ordenó ponerme sobre la cama, de nuevo, de rodillas. Me puso varias pinzas en las tetas, en los lados y en los pezones las metálicas. Luego me hizo abrir la boca y sacar la lengua, me puso otra pinza más ahí. Las de las tetas las aguantaba, aunque dolían, pero la de la lengua tuve que decirle que me la quitara, porque no podía soportarla. Sonrió y me dijo “ya aguantarás más tiempo”, mientras me la quitaba. Luego tiró de la cadenita. Las demás permanecieron aún un rato donde estaban. Cuando las quitó lo hizo despacio, recreándose, acariciando y mirando las marcas que iban quedando, y que yo miraba también fascinada. Realmente, esa es la palabra, estaba fascinada por todo lo que estaba sintiendo.
A la mañana siguiente, tras dormir prácticamente nada tras una de las noches más “largas” que recuerdo, él volvió a decirme que quería que fuera suya. Que lo intentáramos. Y yo le volví a responder que sí. Y duró lo que duró, hasta que terminó, y desde entonces he vivido y experimentado muchas cosas, pero esa primera vez la recordaré siempre.
Me ha ENCANTADO!!! A ver si me animo yo a asumir lo que soy pero me da miedo como a tí al principio…si quieres darme consejos o ayudarme escríbeme a seecalm@gmail.com Fdo: Rebeldia78
Que relato tan erótico. Así como los relatos en Ama Domina
Si parece un relato erótico emocionante, se notaba que querías experimentar y aceptaste.
En realidad es mi vivencia personal, tal cual ocurrió. Casi nunca escribo de esta manera, contando las cosas tal cual sucedieron, pero esta entrada fue un regalo de aniversario para el que en el momento que lo escribí era mi amo y mi pareja 😉
Magníficamente relatado. Tiene usted talento: mucho.
Saludos cordiales.
Muchas gracias. Me alegra que te haya gustado 😉