Es la primera vez que me meto en la piel de Fer. Lo he hecho para hacer un ejercicio y conocer mejor al personaje. Así que me decidí a escribir la historia de cómo conoció a Layla, pero enfocándolo desde su punto de vista y en primera persona. ¿Qué tal ha quedado? ¿Os gusta?
La versión desde el punto de vista de Ali/Layla es esta
Era viernes. Uno de esos extenuantes que parece que no se van a acabar nunca: clases, tutorías y, por si tenía ganas de irme a casa al acabar, mi jefe de departamento se encargó de venir a decirme que no me olvidara de que por la tarde era la lectura de la tesis de Elena Herrera, su brillante alumna, y que no faltara, por favor. Estaba terminando de comer en la cafetería de la facultad y Alameda vino a recordármelo. Intenté escaquearme, pero no coló.
— Acuérdate de que esta tarde es la lectura de la tesis de Elena. No vayas a faltar, ¿eh?
— Tengo tutoría ahora, no sé si voy a llegar a tiempo…
— No te preocupes, te puedes marchar un poco antes, avisa a los alumnos que tengas y ya está. ¿Ves qué fácil? – sonrió
No, no había colado. Así que ahí estábamos, mi cansancio de toda la semana, mis ganas de irme a casa y yo, y, si acaso, ir a tomar algo al Penta o a cualquiera de los muchos bares que hay cerca antes de subir, una opción posible si vives en Malasaña.
A las seis terminé mi hora de tutoría, hice un par de llamadas al despacho, por si había algo, y tuve suerte, afortunadamente no lo había. Los astros se habían alineado con Alameda y su deseo de que yo estuviera en la lectura de la tesis de Elena, a la que, por cierto, creía haber visto en su despacho alguna vez, pero no le ponía cara. Sabía que era buena, porque le había oído hablar muy bien de ella, y la recordaba alta y morena. La verdad que en aquellos días me fijaba poco en la gente de la facultad y estaba un poco en la parra, con la cabeza en mil cosas.
Fui al baño y cuando terminé me miré al espejo, para ver si estaba presentable. Aparte de unas ojeras que daban miedo, la camisa que llevaba estaba limpia y no muy arrugada, total, era algo informal y tampoco importaba demasiado. Lo que sí que no iba a hacer de ninguna manera era quedarme mucho. Cogí mis cosas, cerré el despacho, que comparto con otro compañero, y fui a la sala de conferencias donde iba a ser la lectura de la tesis, que empezaba a las siete.
Me senté al fondo dispuesto a escuchar con toda la atención posible. Elena se estaba preparando. Mi memoria es mejor de lo que pensaba, efectivamente es alta, morena y muy delgada. Demasiado, me gustan con más curvas. Y de pronto, cuando casi iba a empezar, apareció Laura Ortega, tarde, como casi siempre que se hace algo, con otras dos. A una la había visto mucho por los pasillos con ella, pero a la otra nunca. Y fue esta última la que captó mi atención. Ella sí era mi tipo, me fijé inmediatamente en su pelo, largo, ondulado y rubio, en sus piernas, largas, y en los zapatos negros de tacón alto que llevaba. También un vestido negro que se le ajustaba perfecto al cuerpo. Vaya. Me olvidé del sueño y del cansancio, y miré con disimulo a la desconocida. Se sentó al lado de la amiga de Ortega, y su cara de aburrimiento me hizo sonreír. Era como si fuera la primera vez que oía hablar sobre el tema del que trataba la tesis, una interesante exposición, por cierto, pero a la que yo hacía rato que había dejado de atender.
Cuando terminó de leer fui a saludar y felicitar a la futura doctora Herrera. Le di dos besos, la enhorabuena y le comenté dos ideas que había retenido para no quedar muy mal, porque mi mente estaba en otro sitio. Con la mirada seguía a la desconocida, que hablaba con Ortega y su amiga. Fui a coger una copa de Ribera y me pronto me dieron muchas ganas de fumar. Fumo muy poco, en realidad, un cigarro después de comer o cenar, después de follar a veces y en ocasiones como esta, cuando estoy aburrido o nervioso. Palpé en el bolsillo del pantalón el paquete de tabaco y vi que Ortega le presentaba a la desconocida a Alameda. Era el momento. Esperé cinco minutos y fingí ir a saludarle.
— Roberto, no voy a durar mucho aquí, así que aprovecho para saludarte y en un rato me voy – le dije, dándole la mano – Ella me miró, sorprendida por la interrupción – Perdona que interrumpa, ¿eh? – le dije
— Pero bueno, ¿y eso? ¿A dónde vas tú? – rió él.
— Estoy hecho polvo, he tenido clase toda la mañana y tutoría por la tarde con los salvajes de tercero y mis neuronas no dan para más – le dije, como si él no fuera quien pone los horarios
— Espera, hombre, que te presento – bien, lo que yo quería – Mira, esta es Alicia, que ha venido infiltrada desde la facultad de Informática con Laura y su amiga Mónica. Alicia, él es Fernando Álamo, a ver si tú puedes convencerle para que se quede un rato más.
Desde luego, si alguien podía hacerlo esa noche era ella. Me incliné un poco para darle dos besos, cogiéndole un poco el brazo y acercándome. Al hacerlo, un mechón de su pelo me rozó, y después sonrió, sonrojándose un poco. Lo mismo fue el vino, el cansancio o el calor que hacía, pero noté como a mí también me venía calor a la cara.
— Un placer, Alicia – le sonreí yo también
— Lo mismo digo, Fernando – me respondió, mirándome a los ojos. Los tenía bonitos, grandes, expresivos y verdes, una de esas miradas que sonríen y enganchan.
— Voy a por una copa, y a saludar al vicedecano, que acaba de entrar, disculpadme, ¿vale? – dijo Alameda, marchándose
— ¿No tendrás fuego, por casualidad? – le dije. Me había olvidado el mechero en el coche, y estaba necesitando salir a fumar ya.
— Pues no, lo siento, no fumo – vaya por Dios
— Haces bien. La verdad que yo solo lo hago después de comer y de… – me arrepentí al segundo de haber dicho esta frase y la corté. No quería ser un maleducado.
— ¿De? – al contrario de lo que pensaba, no se escandalizó. Sonrió y me mantuvo la mirada.
— Imagínatelo – le dije, intentando ser prudente.
— Me lo imagino, lo que me hace gracia es que te cueste tanto decirlo – oh, joder, ¿me estaba retando? Contuve las ganas de decirle una burrada.
— Bueno, es que no te conozco, si no créeme que te lo hubiera dicho – sonreí
— Pues dilo, como si me conocieras – sonrió ella. Estaba claro que le gustaba provocar, o provocarme. Y me dejé llevar.
— ¿Esas tenemos? Después de comer y de follar – le dije, mirándole a los ojos.
— Bien – me dijo, aguantándome la mirada- me gusta la gente directa
Sus ojos y su sonrisa me estaban dando vía libre, así que me lancé
— La verdad que ni he cenado ni he follado… todavía – me dio la sensación de que podía decirle algo así en ese momento sin que me diera un bofetón que me dejara en el sitio.
— ¿Todavía? – preguntó, sonriendo
— Todavía.
Su descaro, su sonrisa y esa forma de mirarme me daban ganas de seguir diciéndole cosas. Ni se inmutó después de aquello, no perdió la compostura ni tampoco la elegancia. Se apartó un mechón de pelo de la cara, mientras me preguntaba
— Y ¿tienes hambre?
— Algo – dije- pero como estoy cansado y un poquito aburrido, seguramente igual que tú, me estaban dando ganas de fumar, así que, si me aguantas un segundo aquí, voy a conseguir fuego , vuelvo y si quieres me acompañas fuera. No te muevas.
Fui a pedirle fuego a Quique, mi compañero de despacho, que estaba allí también. Me lo dio y me miró, sonriendo.
— Bueno, bueno. Y la rubia nueva, ¿quién es? ¿De dónde ha salido? ¿Y qué haces tú con ella, cabronazo?
— Eso son muchas preguntas, Quique – me reí ¿a cuál quieres que te responda?
— A todas, claro, y en el orden que te las he hecho, si puede ser – sonrió Quique
— Pues se llama Alicia, es profesora de informática, ha venido con Ortega y su amiga, y me la ha presentado Alameda ¿Algo más, Señoría? – le dije, con ironía
— Anda, tira… Ya me contarás – me dijo
— No, que luego te escandalizas – sonreí
— Ya será menos, vacilón
Volví donde habíamos estado hablando con el mechero y fuimos fuera. Encendí el cigarro y le di una calada profunda, que me sentó bien y me relajé. Expulsé el humo lentamente mientras veía cómo ella daba un sorbo a la copa de vino blanco que bebía.
— Mucho mejor ahora – le dije
— ¿Sigues teniendo hambre? – me preguntó, mientras me miraba con intención.
— Bastante – sonreí yo
— ¿Cuánta? – me dijo.
Volví a dar una calada y después a expulsar el humo despacio
— Cada vez más
Se apoyó en la pared y dio otro sorbo a su vino. El cuerpo me pedía empujarla contra la pared, con violencia, subirle el vestido, arrancarle las bragas, tirarle del pelo y morderle el cuello. Pero, como es lógico, me limité a mirarla mientras terminaba de fumarme el cigarro y bebía yo también de mi copa.
— Invítame a comer algo, infiltrada – le dije
— Te invito, si me sacas de aquí. Y recuérdame que nunca más vaya a la lectura de una tesis de derecho – me respondió
— No sé cómo te has dejado engañar -me reí
— Yo tampoco – me dijo – Mi amiga Mónica, que es muy persuasiva, es muy amiga de Elena y me ha sacado a la fuerza y bajo amenazas – volvió a sonreír y me dio la sensación de que como siguiera mirándola se me iba a quedar cara de gilipollas.
— Bendita sea su capacidad de persuasión – sonreí
— No he entendido nada de lo que ha dicho, la verdad – dijo.
— Si yo hubiera ido a la lectura de una tesis de tu facultad lo mismo me hubiera querido pegar un tiro al acabar, eres una buena amiga – sonreí yo
— ¿Tú de qué das clase? – preguntó
— De Derecho penal, y dicen que soy un hueso duro de roer – dije- ¿Y tú?
— Lenguajes de programación, y a mí me llaman Rottenmeier. Supera eso – sonrió
Más interesante todavía. Las mujeres inteligentes me encantan, y si encima me pueden hablar de cosas que no sé, aún mejor. La tecnología y yo tenemos una relación complicada.
— Uh, pues sí que está está difícil superarlo, sí. ¿De verdad eres tan dura?
— Depende.
— ¿De qué?
— De cómo me entres.
— A mí no me has parecido nada dura, la verdad. Y lo siguiente que estoy pensando me lo voy a callar, porque no quiero que me des una hostia nada más conocerme – le dije, empezando a calentarme
— ¿Ya estás callándote cosas? ¿Tan inapropiado es? – se burló
— Mucho – le dije, sonriéndole – Anda, sácame de aquí, Rottenmeier, que me muero de aburrimiento y yo tampoco conozco de casi nada a Elena. Su director de tesis es Alameda, que es buen tío y le conozco bien, pero tiene a un montón de gente, y me pierdo con tantos.
Así que volvimos dentro, ella a recoger su abrigo y a avisar a su amiga de que se iba ya y yo a por mi cazadora y mis cosas. Fui a despedirme de Elena y de Alameda, y de refilón también de Quique, que me sonrió y me hizo un gesto con la mano, como si quisiera decirme que le contara después.
Fuimos juntos hacia el parking, donde tenía aparcado el coche. Le pregunté si ella también había traído y me dijo que no. Tras desbloquearlo con el mando, fui a abrirle la puerta del copiloto para que pudiera sentarse. Pareció sorprenderse del gesto, pero no me dijo nada y se quedó parada delante de mí. Yo no quería lanzarme, y me estaba costando la vida no hacerlo, pero entonces cerró los ojos un segundo y fue a besarme, pero paró en el último momento. Uf. La cara que puso justo antes de cerrar los ojos me terminó de encender. Ahora ya sí que no me podía parar nadie. Pero me encanta jugar, así que decidí hacerlo, con ella y con su deseo.
— ¿Dónde vas? – le dije, poniéndome serio
— Perdona, no sé que me ha pasado, yo… – otra vez vi cómo se le enrojecía un poco la cara, se empezó a alejar de mí, pero no la dejé.
— Por mí puedes seguir con lo que ibas a hacer – sonreí – Ahora parece que la que tiene hambre eres tú, ¿no? – le dije, mientras le ponía las manos en la cintura, la atraía hacia mí y la besaba.
Aquel beso fue increíble. Me encanta besarla, me encanta hacer cualquier cosa con ella, pero besarla es una de las que más. Llevaba un buen rato queriendo hacerlo, así que me empleé a fondo, con ganas, y empecé a notar cómo me tiraba la entrepierna. Como si fuera un adolescente, tenía la polla a punto de reventar. No hay nada que me ponga más cachondo que ver o notar el deseo, y entre nosotros había química. Pocas veces he sentido algo como aquello, y no sé lo que pudo durar ese beso, ni caí en la cuenta de que estábamos en el parking de la facultad, que se me estaba yendo la cabeza y cualquiera podría vernos allí. Abrió los ojos y se separó de mis labios.
— Joder – me dijo, en un susurro
— ¿Qué? – le dije, sonriendo, e intentando contenerme.
— Nada, nada…
— ¿Nada? Algo será, ¿no?
— ¿Le has echado algo al vino?
— ¿Cómo? – le dije, extrañado y sin comprender
— No me hagas caso, anda – me dijo acercándose otra vez a mis labios y volviendo a besarme.
— Me encanta cómo me miras – dije, mientras le acariciaba el pelo y tiraba un poco de él, con suavidad, pero sin dejar de hacerlo. Le pasé los dedos por la nuca, y gimió de una forma que la polla me dio un tirón y me pareció que se me romperían los pantalones. Sentí que me empapaba, me pasa siempre, la punta de la polla me babea cuando me pongo muy cachondo, y en ese momento lo estaba. Y me estaban dando esos pequeños pinchazos en las ingles, que por un lado no me gustan pero, por otro, no quiero que paren.
— Joder – dije yo entonces, también en un susurro
— ¿Qué pasa?
— Que me ha gustado ese gemido, y que me estás poniendo muy cachondo, y ahora sí voy a decir eso tan inadecuado que no he querido decirte hace un rato, yo creo que ahora no me darás una hostia. Me la estás poniendo muy dura – le susurré al oído.
— ¿Sabes qué? – me dijo, también al oído – Hace un rato tampoco te la hubiera dado – sonrió.
No solo es que me la estuviera poniendo dura, es que estaba empezando a notar esa sensación que tengo cuando me caliento y me vengo arriba. La conozco muy bien, y siempre he intentado luchar contra ella, porque no me gusta perder el control. Respiré despacio, pero me puso la mano en la polla e hizo que rozara contra ella y ahora se me escapó un gemido a mí. Le metí la mano por debajo del vestido y toqué el encaje de unas medias de liga, pero además, me di cuenta de que estaba empapada. No un poquito, tenía los muslos completamente mojados. Pocas veces me había encontrado con alguien que se moje así. Mientras lo hacía la miraba a los ojos y cogí un poco de esa humedad. Mi intención era olerla, pero ella parecía adivinarme las intenciones. Me cogió la mano y me lamió los dedos lentamente. En ese momento yo, que estaba ya desesperado, aunque no quería mostrárselo, le dije
— Mira, o nos vamos o te follo aquí mismo, tú verás. Me estás poniendo muy guarro, y cada minuto que paso cerca de ti, más, joder.
— No creo que te atrevas a follarme en el parking, con media facultad de derecho por aquí, ¿verdad?
Uf.
— Cómo se nota que no me conoces, rubita – le dije, echando humo
Siempre la llamo así. En parte, porque sé que le jode. Siempre me ha dicho que no se ha pasado la vida discutiendo con gilipollas que piensan que por ser mujer es medio tonta para que yo la llame así. Y siempre le he dicho que una de las cosas que más me gustan y me ponen de ella es, precisamente, lo inteligente que es y lo buena que es en su trabajo. Pero no puedo evitar picarla una poco, es que me encanta.
— ¿Rubita? – preguntó, con un punto de mosqueo en la voz
Le acaricié el pelo, retorciendo un mechón entre dos dedos, mientras sonreía y seguía diciéndole, ignorando la pregunta, y ya con la cabeza medio ida de lo cachondo que estaba
— Sí, no me conoces todavía, pero lo vas a hacer – le susurré al oído- y tú te lo has buscado, porque podrías haberte quedado haciéndole preguntas a Elena sobre su tesis, pero has preferido ponerle la polla dura a un tío al que no conoces de nada en un parking donde es mucho más que probable que pueda vernos cualquiera de los que están ahí dentro. Un poco puta sí que eres, ¿no?
Me arrepentí de haberle dicho esto último, aún no teníamos confianza y lo mismo se lo tomaba mal, pero no lo hizo. Sonrió y me respondió, como había hecho hasta el momento, sin arrugarse nada.
— No sé cómo podría haberle preguntado nada a Elena, si no he entendido ni una puta mierda de lo que decía – replicó – Además, tú empezaste primero, acuérdate. ¿O acaso eso que me has dicho de que solo fumas después de comer y de follar no iba con segundas? – preguntó mientras me miraba y se reía
— Claro que iba con segundas, joder – respondí, sonriendo, mientras la atraía hacia mí – Normalmente me suelo cortar más – le dije.
— Me cuesta creer que tú te cortes ni un poquito – me dijo, con cara escéptica.
— ¿Tan mal disimulo? – sonreí
— Fatal – le dije, mientras me acariciaba la polla por encima de los pantalones, mientras me miraba, sonriendo. Si hubiera seguido, juro que me la hubiera follado allí mismo.
—- Haz el favor de meterte en el coche, anda… – le dije, empujándola para que lo hiciera y dándole otro beso en los labios.
— ¿Y si no lo hago? – me dijo
— Entonces podrías probar lo que es follar encima de un coche en un parking…
— Un poco presuntuoso pensar que no lo he probado ya, ¿no? ¿No es algo un poco típico? – no hay nada que me guste más que una mujer sin tabúes. Y ella no parecía tenerlos.
— ¿Rodeada de catedráticos y doctores? – la miré a los ojos, mientras sonreía.
— Si a ti no te importa… – replicó, sonriendo también- A mí no me conoce ni Dios aquí, pero a ti sí. Tu coche tiene los cristales tintados, ¿verdad?
— Sí, y menos mal – dije. No sé quién era peor de los dos.
— Vamos, pasa detrás.
Creo que en ese momento los dos fuimos conscientes de que habíamos encontrado la horma de nuestro zapato. La reacción química entre nosotros fue tan explosiva que nada de lo que dijimos o hicimos nos pareció que estuviera fuera de lugar, a pesar de que dijimos e hicimos muchas cosas que en otras circunstancias hubieran hecho salir por piernas a más de uno, o de una.
Antes de subir con ella al asiento trasero puse la radio. Me senté y ella se puso sobre mí a horcajadas. De fondo sonaba aquella canción en la que Leonard Cohen proponía conquistar Manhattan y después Berlín, mientras ella se quitaba el tanga que llevaba, empapado, y lo dejaba sobre la alfombrilla del coche. Me desabroché el cinturón y me bajé la cremallera del pantalón, notando un gran alivio, porque tenía la polla a reventar. Empezó a acariciarme la punta con la palma de la mano, muy despacio, haciendo que rozara. Me encanta que me hagan eso, que me acaricien, que me laman esa zona, y que me lo hagan todo el tiempo que quieran. Estaba muy mojado, y en ese momento me abandoné al placer que me estaba dando, se notaba que le gustaba hacerlo, por la forma en que me miraba. No pude evitar gemir varias veces y jadear, porque me daban unos escalofríos que me sacudían entero cada vez que me rozaba. Me encantaba, y se lo dije
— Joder, joder, me encanta, sigue, sigue haciéndome eso, anda…
— ¿Quieres que siga, de verdad? – me pregunté, sonriendo, sin dejar de mover la mano, lentamente, sobre la cabeza de mi polla
— No se te ocurra parar – le dije, encendido, mientras notaba más escalofríos – joder, no pares…
— ¿Y si lo hago?
— Si lo haces, luego te putearé yo, y te aseguro que lo sé hacer muy bien – le dije, sonriendo. Lo sé hacer y me encanta hacerlo.
— Me gusta el riesgo – sonrió, mientras se inclinaba y me lamía ligeramente el glande, empapado entre mis propios fluidos y su saliva. Gemí, un gemido prolongado que pareció encantarle – Y ahora prepárate, que te voy a comer la polla – me anunció.
— Venga, vamos a ver qué tal se te da – reté
Me la cogió la polla con la mano, y mientras la movía despacio y resbalaba, se metió toda la punta en la boca. Me eché hacia atrás y cerré los ojos, abandonándome al placer que me estaba dando, agarrándole fuerte el pelo. Se metió el resto de mi polla en la boca, hasta que noté cómo le rozaba en la parte más profunda de la garganta, joder, me encanta eso, me encanta sujetarles la cabeza y hacer que se ahoguen un poco, no dejar que respiren hasta que yo quiero, tener el control. Cada vez la tenía más dura, cada vez notaba más placer y cuando empezó a mover la boca y la mano a la vez creí que me correría, pero pude pararlo para que el placer durara más. Lo hizo durante un rato y ya no me pude controlar. Me corría, sin poder evitarlo, y normalmente suelo tardar más, pero lo hacía muy bien y además estaba muy cachondo. La sujeté bien por el pelo, mientras le decía
— Sigue, joder, sigue así, joder, qué mamada me estás haciendo, coño. Descárgame los huevos un poco, que cuando acabes te vas a enterar, joder. Te voy a poner la cara perdida, puta, sigue, sigue, ah, Dios – le apreté el pelo con la mano, fuerte – ni se te ocurra parar ahora, que me voy a correr – le dije.
Me separé de su boca y dejé que siguiera con la mano, aunque no que quitara la cara. Empezó a correrme en su mano, manchándole parte de la cara y el vestido, prácticamente toda la corrida cayó sobre él, mientras me retorcía de placer, intentando no gritar mucho, y me costó, porque soy bastante escandaloso. Qué gusto, joder. Pero, aunque después de correrme me da un cierto bajón, si estoy muy muy cachondo (y ese día lo estaba) una corrida como aquella solo me dan ganas de seguir haciendo guarradas, cuantas más mejor. Cerré los ojos y respiré, mientras le acariciaba el pelo.
—¿Qué tal se me da? – preguntó, sonriendo mientras continuaba acariciándome, frotando las gotas que quedaban en el glande y haciendo que resbalara contra la palma de su mano con suavidad, haciendo que me estremeciera.
— Tú no sabes lo que has hecho… – le dije, jadeando y temblando de placer aún.
— ¿Una buena mamada?
— Además de eso. Has despertado a la bestia, rubita.
— ¿La bestia? ¿Tengo que tener miedo? – me dijo, burlándose
— Deberías – le dije – No te voy a dejar irte a tu casa hasta mañana, y cuando llegues vas a tener tantas agujetas que cuando te sientes y te duela el coño te vas a acordar de todas las veces que te he follado, mañana por la noche cuando te llame me vas a tener que decir cuántas, y pobre de ti como te confundas – estaba sintiendo otra vez ese subidón que me da cuando estoy muy cachondo y supe que tenía que controlarme.
— Perro ladrador… – se burló. La atraje hacia mí para besarla mientras le decía
— Ese vestido que llevas, el lunes quiero que te lo pongas para ir a clase. Sin lavarlo – sonreí.
— ¿Quieres que dé clase de lenguajes de alto nivel a los de primero con tu corrida? – preguntó
— Veo que nos entendemos – sonreí
— Un poquito guarro eres, ¿no?
— Ni te puedes imaginar hasta qué punto.
— Me hago una ligera idea – dijo – Vale, lo haré, pero tú también tendrás que llevar esto en el bolsillo mientras das clase de.. – se agachó a coger su tanga empapado de la alfombrilla, poniéndomelo en la mano.
— Penal I, también a los de primero – sonreí – Me parece justo, y ya veo que tú tampoco te quedas atrás, rubita…
— Como me vuelvas a llamar así te vas a llevar un bofetón, joder – me dijo, un poco mosqueada
— ¿Por qué no? Me encanta tu pelo, pero sobre todo, esa carita de buena que tienes. Es lo peor de ti – le dije, picándola.
— ¿Lo peor?
— Sí, lo peor, porque despista al principio. Nunca me hubiera imaginado que alguien que parecía tan… inofensiva pudiera ser una bomba de relojería. Bueno, hasta que me miraste, justo cuando te ibas a lanzar a besarme y has parado en seco. Ahí tu cara de buena desapareció, y he visto otra, la de la zorra que tienes dentro. Porque los demás ven tu cara de buena, pero si se saben tocar las teclas adecuadas, sale la otra. Así que te voy a llamar así, las veces que me dé la gana – le dije sonriéndole –
— Inofensiva – me miró, riéndose – Es la primera vez que alguien me dice que le parezco… inofensiva – volvió a reírse.
— Sí, inofensiva, sosa, una pijita de las que se asustan o se escandalizan cuando se les dice algo un poco más subido de tono.
— Mira quien fue a hablar, si tú no te atrevías a decir ni la palabra “follar” – me dijo, picándome ahora.
— No es que no me atreviera, es que soy un caballero, y no quería espantarte – le dije
— Si no sabías ni por donde te daba el aire, letrado – se burló.
— Eso es verdad, me has descolocado un poco – reconocí – ¿Tú eres así siempre?
— No, no siempre, pero me has gustado nada más verte, y como le has dicho a Alameda que te ibas, algo tenía que hacer, ¿no?
No le dije que me había pasado lo mismo y que me había fijado en ella nada más verla. Y me apetecía jugar con ella, con ella y con su deseo, ahora que había aplacado un poco el mío.
Mientras hablábamos estaba otra vez sentada a horcajadas sobre mí, con las piernas separadas, muy mojada. Decidí provocarla y putearla.
— ¿Quieres follarme? ¿Te quieres clavar mi polla?
— Lo estoy deseando, joder, ¿no notas lo mojada que estoy? – sí que lo notaba. Resbalaba sobre mí, y desde luego que tenía ganas de que me follara, pero una de las cosas que más me gusta hacer es controlar el deseo y jugar con él.
— Lo noto, pero primero te vas a hacer una paja delante de mí, y vas a correrte encima de mi polla, quiero que me la empapes. Tócate, vamos, empápame entero – le dije, mientras le levantaba el vestido y se lo quitaba.
— Joder, Dios, qué tetas tienes. Ya me lo había parecido, pero son preciosas – le dije. Lo son, tiene las tetas más bonitas que he visto, y no solo eso, sino que con la sensibilidad que tiene me deja toda clase de posibilidades de juego.
— Gracias, y son muy sensibles, aunque también les gusta la caña. Si me las tocas bien, habrás encontrado uno de mis puntos débiles – me dijo, y yo sonreí, encantado de recibir tanta información interesante.
— Ajá… – sonreí – ¿punto débil? Interesante, sí… – acaricié sus pezones, haciendo que se pusieran duros, después los apreté un poco, le mordí el pezón izquierdo y ví cómo se tocaba con los dedos. Al hacerlo se corrió mojándome la polla, poniéndomela perdida de sus fluidos, y viendo en sus ojos las ganas que tenía de follarme. Y yo también tenía ganas, pero muchas más de jugar con ella.
— ¿Te has corrido bien, zorra? – pregunté, susurrándole al oído – ¿qué dirían tus alumnos de primero si te vieran ahora mismo, eh?
— ¿Y los tuyos si te vieran a tí? – jadeó ella
— Los míos dicen que soy un cabrón, a ti te tendrán por hueso, pero a mí me llaman cabrón e hijo de puta, y no solo es porque si tienen un cuatro con nueve están suspensos, sino porque en mi clase las cosas se hacen como yo digo, y, ¿sabes? No me pasa solo trabajando, soy así en todas partes – continué hablándole, encendido y caliente, notando que mis palabras le ponían más cachonda.
Se echó a reir
— Un poco cabrón sí que eres, joder, ¿un cuatro con nueve?
— Ni te lo imaginas – sonreí – Por ejemplo, ahora mismo sé que estás deseando meterte mi polla. Y, aunque yo también me muero de ganas de que lo hagas, me puedo esperar a que me lo supliques.
— Sé suplicar bien, ¿quieres que te lo demuestre?
— No, vístete, que nos vamos – sonreí
— ¿A dónde?
— A mi casa. No he cenado, ¿te acuerdas, verdad? Y ahora sí que tengo hambre…
— ¿Vas a ser capaz de dejarme con el calentón que tengo, pedazo de hijo de puta? – me dijo, susurrándome al oído.
— Claro que soy capaz, me encanta que vayas caliente como una perra en celo – le dije, besándola otra vez y haciendo que se pusiera todavía más cachonda, Le acaricié los pezones con la mano, suave. Entonces, les di un golpecito, los azoté con la punta de los dedos, y los noté duros como piedras contra mi mano, mientras gemía. Volví a hacerlo otra vez, mientras sonreía y paré justo en el momento en que me pareció que estaba a punto de correrse, me encanta hacer eso. La atraje hacia mi cuerpo de repente cogiéndole fuerte de los pezones, haciéndole dar un pequeño grito, de sorpresa, de dolor, o de las dos cosas juntas. Seguí apretando fuerte hasta que le dije
— Córrete, vamos, vuélveme a mojar la polla– le dije, mientras le daba otro golpecito con las puntas de los dedos en los pezones, que tenía muy duros.
— Hijo de puta, déjame que te folle, ¿no?
— No, no todavía – sonreí – vamos, córrete
Y lo hizo. Se corrió una vez más sobre mi polla y, en ese momento me suplicó. Ganas de follarmela tenía, y muchas, pero controlar su deseo me estaba encantando. Ver aquella mirada me endureció la polla todavía más.
— Joder, por favor, busca un condón y deja que te folle, por favor, por favor, que no aguanto más – me dijo, suplicándome
— Que no, no seas pesada. – sonreí – Vamos, vístete, cuanto antes lo hagas antes te follaré.
— Puto creído, a ver si te crees que voy a estar suplicándote toda la noche…
— Claro que lo vas a hacer – le dije, con ironía y jugando con ella
— A ver si me voy a hartar y el que te quedas sin follar eres tú.
— No lo creo, estás demasiado caliente, ¿verdad?
— Lo estoy, pero no me pongas a prueba.
— Ponte el vestido y las bragas, anda, y no lo manches más, que si no el lunes vas a ir hecha una guarra – le dije, recordando lo que habíamos hablado antes sobre dar clase con el vestido manchado de su corrida.
— ¿Qué quieres a cambio de dejarme que te folle ahora mismo? – me preguntó
— Vaya, vaya, ¿así que quieres negociar? – sonreí
— Quiero
— Soy duro negociando, te lo advierto – susurré en su oído
— Me lo creo, eres abogado.
— No voy a aceptar cualquier cosa que me ofrezcas.
— Tú me dejas que te folle como yo quiero ahora, y el resto de la noche te dejo que hagas lo que tú quieras. ¿Hay trato?
— Suena tentador, pero no – sonreí – no hay trato. No te conozco lo suficiente como para saber si puedo fiarme de tu palabra. Aparte de que voy a hacer lo que quiera contigo, de todas formas, así que el trato no me conviene.
— ¿Tú eres así de creído siempre? – me soltó, con un punto de mosqueo en la voz
— Prefiero pensar que tengo seguridad en mí mismo y soy bastante observador – le dije sonriendo. Le había cogido el punto.
— Pues yo te veo un pelín creído, no te pases de frenada – me dijo, un poco cabreada. Como lo vi, decidí relajar un poco.
— Confunde términos, mi querida colega de la facultad de informática – le dije, con voz suave e ironizando – ¿Le parece si vamos a comer algo y luego le echo un polvazo en un sitio mucho más cómodo y acogedor que este?
— Y ¿cómo me puede asegurar usted que va a ser un polvazo? – preguntó, siguiéndome el rollo.
— Confíe solo un poquito en mi, ¿vale? – la atraje hacia mi cuerpo y la besé – Prometido.
— Le doy solo un voto de confianza, letrado – me advirtió
— Prometo que quedará satisfecha, se lo aseguro – sonreí
Conduje hasta mi barrio y aparqué el coche en el garaje, para poder ir andando a buscar algún sitio donde cenar. Es fácil, porque hay tanta variedad que es imposible no encontrar uno que encaje en tus gustos. Mientras cenábamos hablamos de trabajo, lo que es fácil cuando estás con alguien que se dedica a lo mismo que tú. Me contó que se había doctorado y sacado la plaza de profesora titular en la Politécnica hacía un año, y me habló de su especialidad, lenguajes de programación y sistemas operativos, y yo tuve que pedirle varias veces que me explicara cosas, porque se emocionaba dando detalles técnicos y yo no me enteraba de nada. Me gustaba hablar con ella. Yo le conté de mi trabajo en la universidad y como abogado, y le hablé del máster de Criminología que estaba haciendo, que pareció interesarle. Además, hablamos de otras cosas, como cine y música, y me acabó de enganchar. Teníamos muchas cosas en común, además de esa química sexual tan brutal que habíamos descubierto.
Mi casa está a dos pasos del sitio donde cenamos esa noche. Subimos las escaleras, abrí la puerta, la cerré después de pasar y, antes de que pudiera reaccionar, tiré de ella, la atraje hacia mí y volví a besarla.
— ¿Se te han pasado las ganas de follar? – susurré en su oído
— Estarás de coña, ¿no? Te he respetado porque sé que tenías hambre, pero no sé ni cómo – me dijo
— ¿Me has respetado? – me reí- Si no te llego a parar, me violas en el coche.
— ¿Violarte? – sonrió – ¿Se lo preguntamos a tu polla, si considera que lo que iba a hacer era violarte?
— Uf, hay mucha teoría sobre eso – le dije, sonriendo – Mi polla ahora mismo te quiere follar, y eso es lo que vamos a hacer.
— Ahora podría ponerme yo como tú hace un rato y decirte que negociemos…
— Y yo te puedo llevar otra vez al punto de que me supliques – sonreí – ¿Lo hago, o quieres que te folle? – volví a provocarla
— Me has prometido un polvazo, acuérdate, así que cumple tu promesa – me dijo, mirándome a los ojos, quitándose el vestido y quedándose solo con la ropa interior y las medias, lo que me acabó de volver loco. Si hay algo que me pone en esta vida es la lencería.
La atraje con fuerza hacia mí y la besé otra vez. Terminé de quitarle el sujetador, con ganas de rompérselo, el tanga no me contuve, y se lo arranqué de un tirón, luego la empujé por el pasillo hasta llegar al dormitorio, donde la tiré sobre la cama. Me desnudé, dejándome solo la camisa desabrochada, y me puse sobre ella, besándola, mordiendo y lamiéndole el cuello. Ahora me apetecía darle mucho placer, también me encanta ver cómo se retuercen y encadenan orgasmo tras orgasmo.
— Quiero que te mojes como antes, ¿lo vas a hacer? -le pregunté
— Ya lo he hecho, no sé qué coño me pasa contigo, estoy empapada otra vez – me dijo, y era verdad, otra vez tenía los muslos mojadísimos.
— Joder, me encanta – alargué el brazo hasta llegar a una de las mesillas de noche y cogí una caja de condones, que dejé cerca. Cogí uno, rompí el envoltorio y me lo puse, después le sujeté las manos contra el colchón, fuerte, mientras la miraba a los ojos
— Abre bien las piernas para mí, que te voy a follar. Cuenta, a partir de ahora, cuántas veces te corres, ¿vale? – le dije
Busqué la entrada de su coño y entré en ella sin dificultad, no siempre puedo, porque tengo la polla ancha, pero estaba muy mojada. Noté cómo me apretaba y me encantó, adoro esa sensación. Empecé a moverme, primero despacio, mientras veía su cara, de puro placer, de zorra insaciable, que me estaba poniendo muy cachondo, muchísimo, y se lo dije
— Qué cerdo me estás poniendo, joder, ¿tú te has visto alguna vez la cara de puta que pones cuando estás cachonda?
— Me lo han dicho alguna vez, sí… – jadeó
— Te lo tienen que haber dicho unas cuantas, ¿ves? Tu cara de buena ahora no está – le dije, mientras seguía moviéndome dentro de ella, aumentando el ritmo.
— ¿Cuál te gusta más? – me preguntó
— Me pones igual de guarro con las dos, sé cómo sacar a la zorra que llevas dentro, pero la pijita buena y formal también me gusta – le dije, encendido.
— Tú tienes una cara de…
— ¿De qué?
— De cabronazo, joder, y me encanta como follas
Sonreí
— Sí, sé que se me pone esa cara cuando tengo delante a alguien que me pone mucho, y tú lo haces, por si no te habías dado cuenta…
— No, nada de nada…
Aceleré un poco el ritmo, y, decidí comerle el coño, para volverla loca. Primero bajé la mano buscando su clítoris.
— Alguien está reclamando atención por aquí, me parece – dije, saliéndome de ella y situándome entre sus piernas.
Empecé a comerle el coño. Me han dicho que lo hago bien, y debe de ser verdad, porque me gusta mucho, y digamos que le pongo… interés. Pero mi intención era ponerla tan cachonda que perdiera la noción del tiempo. Con los dedos empecé a lubricarle el ano, extendiendo sus fluidos y metiendo los dedos de vez en cuando.
— ¿Así voy bien? – pregunté
— Muy bien, joder, pero apriétame los pezones a la vez…
— Eso cuando quiera que te corras, y todavía no quiero – sonreí – Las tetas son tu punto débil, aunque tienes más – seguí comiéndole el coño, bajando la lengua hacia el ano, metiendo a continuación dos dedos y dejándolos quietos, luego volví a lamerle el clítoris, que notaba duro y sensible contra la lengua, y cuando le apreté uno de los pezones con la otra mano, me anunció que me iba a correr
— Me corro, joder, uf, joder, no pares ahora, por favor, lámeme despacio, joder – gritó
Seguí comiéndole el coño muy despacio, sin sacarle los dedos del culo. Entonces me incorporé y, con la otra mano, le metí dos dedos en el coño.
— ¿Eres de las que mojan? – sonreí
— ¿Mojar? ¿Quieres que me moje más, joder? – me dijo, jadeando
— No me digas que nunca te has corrido a chorro, ¿de verdad? – sonreí. Es algo que me encanta, darles tanto placer que lo mojen todo y me mojen a mí, me vuelve loco.
— He estado muy cerca a veces, pero nunca he podido – me dijo
— Eso hay que solucionarlo ya, quiero que lo pongas todo perdido.
— ¿Estás seguro?
— ¿No me has oído? Quiero que lo mojes todo, rubita – le dije, mientras empezaba a mover los dedos lentamente en su vagina, aumentando la velocidad mientras la miraba.
Qué espectáculo, joder. Ver como se corría de esa forma tan salvaje desató en mí ese instinto que suelo evitar, pero con ella siempre me ha costado mucho contener las ganas de hacerle daño, aunque a veces no puedo, y quiero ver su dolor, lo necesito. Sin dejar que se recuperara del orgasmo, me cambié el condón rápido, le dí la vuelta y poniéndola a cuatro patas, lubriqué su ano con los fluidos que había alrededor y, a continuación le metí la polla, en dos movimientos, primero la mitad, y después el resto, de un empujón, acariciándole entre tanto el clítoris. Dio un grito, pero no me paró en ningún momento, así que me abandoné al placer primitivo y salvaje que siento cuando provoco dolor. Seguí follándole el culo un buen rato, hasta que la sujeté fuerte por las caderas y sentí que me corría. Joder, qué corrida más buena. Después, como siempre que me abandono y me dejo llevar por esa sensación, me sentí culpable, sin poder evitarlo, lo odio. Y quise calmarla y relajar la tensión con algo de ternura, así que, dándole la vuelta, la besé, un beso largo y muy apasionado.
— Pensarás que ya he terminado contigo, ¿verdad? Pues estás muy equivocada. te voy a dar mucha, mucha guerra, ¿cuántas veces te has corrido ya? – le dije
— ¿Desde cuándo cuento? – preguntó, exhausta
— Desde que hemos llegado aquí – sonreí
— Tres
— Pues hasta que no llegues a veinte, por lo menos, no voy a dejar que te vayas a tu casa – le dije. Y no lo hice.
Perdimos la cuenta de las veces que llegó correrse, y no dormimos prácticamente nada esa noche.
* * *
El lunes por la mañana, cuando estaba a punto de empezar mi clase, me llegó un mensaje suyo con una foto, donde se la veía en el espejo del ascensor de su casa, con el vestido que llevaba, el que quedó manchado de mi corrida:
Ali – “Lenguajes de programación I” Siempre cumplo mi palabra ;)“
En el baño, un rato después, escribí la respuesta y me hice una foto donde se veía su tanga, o más bien lo que quedó de él, asomando por el bolsillo de mis pantalones, donde también se intuía el bulto de mi polla.
Yo – “Derecho penal I. Yo soy como los Lannister, siempre pago mis deudas :P”
* * *
Nuestra relación siempre ha sido explosiva. Mucha culpa de eso la tengo yo, por no haber sabido explicarme y contarle lo que me pasa, que me excita el dolor y me gusta dominar. He tardado muchos años en aceptarlo, y causarle dolor era algo que no podía hacerle a ella, a pesar del placer que siento, y por más que a veces sintiera que no le era desagradable del todo. Probé a hacer algunas cosas que me permitían dominarla, como pedirle que se vistiera o peinara de una forma determinada, o que hiciera cosas para mí, y lo hacía con gusto. Pero no me podía conformar con eso, y necesitaba su dolor, así que la engañé muchas veces, hacía con otras lo que no era capaz de hacer con ella.
Cuando pensé que me volvería loco, decidí alejarme e irme a Estados Unidos. Le estaba jodiendo la vida, y odiaba esa sensación, así que huí. Y cuando volví a España, ya con las cosas algo más claras en mi cabeza y con intención de recuperarla, ella me la devolvió, y me dijo que se había casado con el gilipollas de David Márquez, un cardiólogo al que tuve que representar en un juicio poco antes de irme y que yo mismo le presenté. Dios, ćómo la odié en ese momento. Es que la hubiera matado, joder. Y yo a mí mismo también, por gilipollas. Me sentí tan gilipollas, que tuve que pensar muy bien cómo hacer para jugar mis cartas y no perder la partida. Porque la mano me la había ganado, pero la partida aún no.
Por supuesto, no dejé que aquello fuera un problema. Ella es pura pólvora, y con un tío como Márquez, que es lo más parecido a una ameba que conozco, no puede estar sin morirse de aburrimiento, así que le di lo que le gusta: la emoción, la adrenalina, y poco a poco fui explorando y descubriendo con ella todo eso que había intentado evitar, y que para mi sorpresa, ella ha aceptado mucho mejor de lo que esperaba.
Mi ventaja es que le gusta que juegue con ella y con su deseo, y para mí es fácil hacerlo, porque me encanta. La conozco muy bien y sé que odia perder, por lo que ceder no está en sus planes. El sexo entre nosotros es incendiario, no creo que haya una palabra que lo pueda describir mejor. Somos el uno la horma del zapato del otro, y aunque muchas veces nos hemos hecho daño por cosas que hemos dicho o hecho, al final no podemos estar sin vernos mucho tiempo. Si yo no la busco, lo acaba haciendo ella, por lo que la partida no se acababa nunca.
Por eso, cuando tuve que ayudarla con lo de su alumna aproveché para explorar más esa faceta que me interesaba. Y como siempre con ella, fue algo fascinante.
Te ofrezco humildemente mi blog con historias 100% reales con mi sumisa.
Y yo te agradecería que no hicieras spam… 😉
Sin saber nada del ambiente, una amiga me dijo de tu blog y en muy poquito tiempo me lo devoré. Quiero más historias! Me encantan y dan alas a mis fantasías.Un beso
Me alegra que te hayan gustado, muchas gracias 😉
Me gusta la música que eliges, estás con otro melómano. Saludos.