La mesa de billar: la fantasía

Es una fantasía que me acompaña hace muchos años [en el enlace podéis leer un relato que escribí hace ya bastante tiempo donde había muchos componentes de ella], con distintas variantes. El denominador común es que en todas las situaciones la acción sucede en un lugar donde hay una mesa de billar. No me preguntéis, porque la verdad es que no tengo ni idea de por qué me dio por ahí hace ya tiempo. ¿Será porque el juego del billar es tremendamente sensual, con eso de tenerse que agachar y jugar con la mirada, retar, sonreír e incluso apostar cosas con tu contrincante? ¿Será porque esa superficie verde invita a tumbarse y dejarse hacer? ¿O apoyarse? ¿O por haberlas visto muchas veces en pelis de serie B donde salen bares de mala muerte con bandas de ángeles del infierno con pinta de malotes vestidos de cuero de la cabeza a los pies? 🙄

Sea como fuere, es algo que me pone mucho… y desde hace mucho. Y, como contaba en el hilo (enlace de Fetlife) de las fantasías que abrí, se me resiste, por más que haya estado en lugares donde había mesas de billar, y eran más que adecuados para usar la mesa con fines lujuriosos. En cierto local swinger malagueño que recuerdo con añoranza como el mejor donde he estado y estaré jamás había una enorme mesa de póker redonda de fieltro azul, tan bonita que daba pena usarla para hacer nada, pero ganas no faltaban. Simplemente, la ocasión no surgió, no sé si porque no era como en mi fantasía o porque a veces, y como se ha visto en ese hilo del que hablaba antes, se atascan por el motivo que sea. Y entonces pasan a formar parte del mito en nuestra mente. Yo he llevado a cabo unas cuantas fantasías que tiene la gente incluso más complejas o dificultosas de hacer sin problema ninguno, pero la puñetera mesa de billar se me resiste.

Mi fantasía sucede en un bar cutre y oscuro en el que suenan los Doors y la Creedence, donde he acabado no sé muy bien por qué motivo, y donde termino follando sobre la dichosa mesa de todas las maneras posibles. Con el tiempo mi fantasía se tornó más pervertida y no solo estaba yo acompañada de una sola persona, sino que dos individuos anónimos se quedaban solos conmigo en ese bar cutre y me trataban de manera brusca, incluso violenta, mientras el camarero miraba sin hacer nada desde la barra, e incluso se acababa apuntando en un momento dado. Otras veces había más público mirando, y otras estoy yo sola con los dos individuos, yo boca abajo en la mesa, uno de ellos sujetándome bien fuerte para que no me mueva mientras el otro se quita el cinturón y, tras darme fuerte y hacerme llorar de puro dolor y humillación, me ata las manos con él, o me lo pone en el cuello y me folla mientras tira, como si fuera una correa. Con el tiempo la fantasía se va haciendo más y más salvaje, y son cosas que sé de sobra que me superan, porque soy una (orgullosa) floja, pero me hacen mojarme muchísimo.

La fantasía acaba conmigo exhausta, mojada y dolorida, unas veces me dejan allí tirada y otras me meten en un coche para seguir abusando de mí y divirtiéndose conmigo. No hay ‘aftercare’ en mi fantasía, aunque en la realidad tendría que haberlo. En mi cabeza todo sucede de una forma mucho más bestia de lo que yo aguanto, pero madre mía, cómo me pone. Y por eso, en parte, sé que aunque folle en una mesa de billar nunca será como lo imagino. Ni ganas.

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