Tesis (desde el punto de vista de Ali)

El día que conocí a Fer era viernes. Fue en la copa posterior a la lectura de la tesis de Elena, una amiga de mi amiga Mónica, en la facultad de derecho y todavía no sé muy bien cómo me dejé convencer para ir. Es posible que no tuviera planes, o también que Mónica se pusiera muy pesada para que la acompañara. Como es lógico, habría mucha gente de esa facultad, concretamente del departamento de Derecho Penal, que era de lo que iba la tesis, lugar donde yo no conocía a nadie, salvo a Laura, la otra amiga de Mónica que daba clase allí también. En algunos casos, en ese tipo de eventos es casi mejor, en otros puede ser bastante aburrido, y yo no tenía muy claro si iba a estar en un caso o en el otro. Me inclinaba más por lo segundo que por lo primero, la verdad. Iba vestida discreta y elegante, con un vestido recto negro por encima de la rodilla, el típico little black dress formal, que después de aquella noche dejó de serlo, y zapatos de tacón medio, me había vestido así pensando en que no me daría tiempo a pasar por casa a cambiarme después de mi última clase. En aquella época no estaba con nadie en serio, tenía un par de rollos esporádicos, pero nada para tirar cohetes. Estaba muy concentrada en mi trabajo, me había costado mucho sacar la plaza de profesora titular, y no quería cagarla bajo ningún concepto.

Pero la vida se encarga de poner las cosas del revés en el momento menos indicado, o en el que menos lo esperas y demuestra que nunca se puede tener todo bajo control, ni siquiera a alguien como yo, que me gusta tanto. Y menos todavía cuando se trata de deseo.

***

Mónica vino a buscarme a la facultad en su coche. Subí en el asiento de atrás, ya que Laura, la otra amiga que venía con nosotras, iba en el del copiloto. Su coche era —y sigue siendo—un completo caos, nada que ver con el mío, que llevo siempre impecable y ordenado, igual que todas mis cosas. Necesito el orden en mi vida, no soporto lo contrario, me pone nerviosa y me desconcentra. Como siempre, no le dije nada, solo moví al otro lado del asiento una lata vacía de coca cola, dos carpetas y un libro de robótica. Las saludé y hablamos sobre la persona que iba a leer la tesis, una abogada brillante y con mucho futuro, muy amiga de Mónica.

— Puedes decir sin miedo que tienes un poder de convicción impresionante, Mónica. No sé cómo coño me he dejado engañar, de verdad que no…
— Venga ya, tía —me dijo Mónica—¿acaso tenías un plan mejor? Además, así te presento de una vez a Alameda, a ver si te quita la tontería ya…
— Claro que sí, no tengo nada mejor que hacer que enrollarme con un catedrático de derecho, para morirme de aburrimiento, y perdona, Laura, que ya sé que no todos sois así, pero esta tía está pesadísima con presentarme a Alameda…
— Oye, pues le tengo que dar la razón, Alameda es un tío estupendo, yo creo que te llevarías muy bien con él —me dijo Laura.
— Joder, qué suerte la mía —le dije yo, sonriendo —dos contra una, estoy jodida.
— Ali, tienes que salir un poco, desde que sacaste la plaza estás como una ermitaña, joder.
— Pues sácame al cine, o a tomar copas, pero no me lleves a la lectura de una tesis de derecho penal, Mónica, qué te he hecho yo, tía —me reí
— Joder, pero si todos los fines de semana lo intento y siempre me dices que no. Te jodes, si no te gusta el derecho penal, lo siento, pero había que sacarte de casa como fuera —me dijo Mónica, con toda la razón.
— ¿Y qué tal está Alameda? ¿Está bueno? —les pregunté
— Uhm, no —me dijo Laura —Más bien, yo diría que es interesante.

Seguimos hablando hasta que llegamos a la facultad de derecho. La tesis fue un tostón infumable, del que yo no entendí ni un carajo, y empecé a arrepentirme muy seriamente de haberle hecho caso a Mónica. No sé ni cómo aguanté sin dormirme. Después fuimos a uno de los despachos, donde habían preparado una copa, a saludar a la agasajada y a darle la enhorabuena, Mónica también le dio un regalo y un abrazo. Yo aproveché ese momento para ir a coger una copa, me estaba haciendo mucha falta, era eso o salir corriendo. Conseguí una de vino blanco y, con ella en la mano, iba a salir fuera a tomar el aire, cuando vino Laura, acompañada de alguien.

— Ali, te presento a Roberto Alameda. Roberto, ella es Alicia Romero, es profesora de la facultad de informática, nos la hemos traído de infiltrada —sonrió Laura.
— Encantado —me dijo Alameda. En efecto, no estaba bueno, debía estar cerca de los 50, pero aparentaba más de esa edad, el tiempo no le había tratado bien
— Encantada, Roberto, un placer.

Hablamos un rato, y, como había dicho Laura, era un tipo muy interesante. Al rato, Mónica vino a saludarle y me miró de reojo, la verdad que es buena tía, siempre se preocupa por mí. Luego se fue y nos dejó charlando. En ello estábamos cuando, de pronto, alguien se sumó a la conversación. No sé de dónde salió pero, al verle, el ligero sopor que me estaba entrando hablando con Alameda se me pasó de repente. Alto, con el pelo rubio oscuro—castaño, perilla con algunas canas, cuerpo que se intuía bien definido, pero no exagerado, manos grandes y una boca muy bonita, cosas que siempre me llaman la atención. Pero fue su forma de mirar lo que más me atrajo de él, sin duda. Los ojos los tiene oscuros, como me gustan, pero mira de manera muy sensual, o al menos a mí me lo parece.

— Roberto, no voy a durar mucho aquí, así que aprovecho para saludarte y en un rato me voy —dijo, dándole la mano —Perdona que interrumpa, ¿eh? —me dijo a mí
— Pero bueno, ¿y eso? ¿A dónde vas tú? —rió Roberto
— Estoy hecho polvo, he tenido clase toda la mañana y tutoría por la tarde con los salvajes de tercero, y mis neuronas no dan para más —dijo
— Espera, hombre, que te presento. Mira, esta es Alicia, que ha venido infiltrada desde la facultad de informática con Laura y su amiga Mónica. Alicia, él es Fernando Álamo, a ver si tú puedes convencerle para que se quede un rato más.

Me dio dos besos, apoyando la mano en mi brazo y atrayéndome ligeramente hacia él y no sé si fue una sensación mía o lo hizo durar algo más de la cuenta. Yo, al rozar mi cara con la suya, le olí por primera vez. Su perfume, el que lleva siempre desde que le conozco, se fusiona de una forma increíble con su piel y el olor resultante hace que me ponga fatal. Esa primera vez que me acerqué a él fue como si me hubiera dado una descarga eléctrica, como si tuviera un imán y yo fuera un trozo de hierro. Me pareció imposible, pero le deseé desde ese primer momento, desde esa conversación tan banal. Mi beso también debió durar un par de segundos más de lo necesario.

— Un placer, Alicia —sonrió
— Lo mismo digo, Fernando —le respondí, mirándole a los ojos y sonriendo.
— Voy a por una copa, y a saludar al vicedecano, que acaba de entrar, disculpadme, ¿vale? —nos dijo Roberto, marchándose
— ¿No tendrás fuego, por casualidad? —me dijo
— Pues no, lo siento, no fumo
— Haces bien. La verdad que yo solo lo hago después de comer y de…
— ¿De?
— Imagínatelo.
— Me lo imagino, lo que me hace gracia es que te cueste tanto decirlo —le provoqué
— Bueno, es que no te conozco, si no créeme que te lo hubiera dicho —sonrió
— Pues dilo, como si me conocieras —sonreí yo
— ¿Esas tenemos? Después de comer y de follar —me miró a los ojos
— Bien —le dije yo, mientras le sostenía la mirada —me gusta la gente directa
— La verdad que ni he cenado ni he follado…  todavía
— ¿Todavía? —le pregunté
— Todavía —me miró a los ojos, sonriéndome

Le sonreí mientras le sostenía la mirada, sin arrugarme, después de semejante hachazo.

— Y ¿tienes hambre?
— Algo —me dijo —pero como estoy cansado y un poquito aburrido, seguramente igual que tú, me estaban dando ganas de fumar, así que, si me aguantas un segundo aquí, voy a conseguir fuego, vuelvo y si quieres, me acompañas fuera. No te muevas.

Le esperé, y al poco rato vino con un mechero en la mano. Le seguí fuera, estaba refrescando, la noche se estaba echando encima, y a mí se me pasó el sopor en un momento.

— Mucho mejor ahora —me dijo, mientras exhalaba el humo tras dar una calada
— ¿Sigues teniendo hambre?
— Bastante —sonrió
— ¿Cuánta? —le miré yo

Volvió a dar una calada al cigarro, lentamente, sin dejar de mirarme

— Cada vez más.

La tensión estaba empezando a ser insoportable.

— Ahora que lo dices, yo también estoy empezando a tener hambre —le dije, mientras me apoyaba en la pared.

Volvió a mirarme otra vez de esa forma tan suya, mientras se acababa de fumar  el cigarro y daba un sorbo a lo que bebía, una copa de vino tinto.

— Invítame a comer algo, infiltrada —sonrió
— Te invito, si me sacas de aquí. Y recuérdame que nunca más vaya a la lectura de una tesis de derecho.
— La verdad es que no sé cómo te has dejado engañar.
— Yo tampoco. Mi amiga Mónica, que es muy persuasiva, es muy amiga de Elena y me ha sacado a la fuerza y bajo amenazas —sonreí
— Bendita sea la capacidad de persuasión de la amiga de Elena —sonrió
— No he entendido nada de lo que ha dicho, la verdad —le dije yo, sonriendo.
— Si yo hubiera ido a la lectura de una tesis de tu facultad lo mismo me hubiera querido pegar un tiro al acabar, eres una buena amiga—sonrió.
— ¿Tú de qué das clase? —le pregunté
— De derecho penal, y dicen que soy un hueso duro de roer —me dijo—¿Y tú?
— Yo doy lenguajes de programación, y a mí me llaman Rottenmeier. Supera eso, anda —le dije, sonriendo
— Uh, pues sí que está está difícil superarlo, sí. ¿De verdad eres tan dura?
— Depende.
— ¿De qué?
— De cómo me entres.
— A mí no me has parecido nada dura, la verdad. Y lo siguiente que estoy pensando me lo voy a callar, porque no quiero que me des una hostia nada más conocerme.
— ¿Ya estás callándote cosas? ¿Tan inapropiado es?
— Mucho –sonrió—Anda, sácame de aquí, Rottenmeier, que me muero de aburrimiento y yo tampoco conozco de casi nada a Elena. Su director de tesis es Alameda, que es buen tío y le conozco bien, pero tiene a un montón de gente, y me pierdo con tantos.

Fuimos dentro, yo a recoger mi abrigo y a avisar a Mónica de que me iba ya.

—¿Se puede saber qué haces con Álamo? ¿Te saco de casa y te vas con ese impresentable?
—Oye, pues a mí me parece majo
—Ya, ya te veo. Se te caen las bragas, guapa.
—Te prometo que mañana te contaré todos los detalles —sonreí
—¿Todos?
—Los muy guarros me los guardaré, so zorra. Hasta mañana —me despedí, sonriéndole

A él le vi despedirse de Elena y coger su cazadora. Luego salimos juntos hacia el parking, donde había aparcado. Me preguntó si había traído coche, y yo estaba respondiéndole que no, cuando llegamos al suyo, un modelo deportivo negro. Para mi sorpresa, me abrió la puerta del lado del copiloto y yo estaba a punto de sentarme, cuando se me acercó. Olí su perfume otra vez, y la cabeza se me fue por completo. Me estiré un poco y me acerqué a él para besarle, y, de repente, caí en la cuenta de que quizá me estaba pasando. Me quedé a dos centímetros de sus labios y paré en seco.

— ¿Dónde vas? —me dijo
— Perdona, no sé que me ha pasado, yo… —le miré a los ojos, un poco avergonzada
— Por mí puedes seguir con lo que ibas a hacer —sonrió—Ahora parece que la que tiene hambre eres tú, ¿no? —me dijo, mientras me cogía por la cintura y terminaba lo que yo había interrumpido.

Si digo que en aquel momento el mundo se paró y me pareció que todo giraba a nuestro alrededor, quizá pueda parecer exagerada, pero así fue. Sus besos son increíbles, siempre lo han sido, y, además, en ese momento sentí por primera vez que me mojaba, mucho, muchísimo, de manera incontrolable. Empecé a notar cómo se me empapaba el tanga que llevaba y, según me seguía besando y poniéndome las manos en las caderas, sentí cómo se me humedecía el muslo derecho, y después el izquierdo. Nunca he sido mojigata en lo que al sexo se refiere, pero semejante reacción corporal no la había tenido nunca con nadie, así que me pilló desprevenida y me sentí un poco avergonzada. Ya ves, qué tontería. Cuando pude recuperarme un poco, me separé de él, abrí los ojos, vi su mirada y me puse más cachonda todavía.

—Joder —le dije
—¿Qué? —me respondió, sonriendo
—Nada, nada…
—¿Nada? Algo será, ¿no?
— ¿Le has echado algo al vino?
— ¿Cómo? —me dijo, extrañado, sin comprender
— No me hagas caso, anda —le dije yo, acercándome otra vez a sus labios y volviendo a besarle.
—Me encanta cómo me miras —me dijo, mientras me acariciaba el pelo y tiraba un poco de él, con suavidad, pero haciéndome sentir el tirón. Me pasó las puntas de los dedos por la nuca y yo me estremecí como si me hubiera atravesado una corriente eléctrica, y, sin poderlo evitar, gemí un poco, bajito. Los muslos ya los tenía completamente empapados.
—Joder —dijo él entonces
—¿Qué pasa?
— Que me ha gustado ese gemido, y que me estás poniendo muy cachondo, y ahora sí voy a decir eso tan inadecuado que no he querido decirte hace un rato, yo creo que ahora no me darás una hostia. Me la estás poniendo muy dura —me susurró al oído.
— ¿Sabes qué? —le respondí yo, también al oído —Hace un rato tampoco te la hubiera dado —sonreí

Con la mano, le rocé la entrepierna y comprobé que no solo yo estaba excitada. Tiene la polla de buen tamaño, ancha, y, nada más rozarle, también jadeó y me volvió a mirar con esa mirada encendida. Me acarició la pierna, y se dio cuenta de que llevaba medias, no pantis, y de la humedad que resbalaba por la cara interna de mis muslos. Se quedó mirándome, y, sonriendo, lo recogió con dos dedos. Yo le cogí la mano y me los metí en la boca, lentamente, saboreando sin prisa mi propio sabor. Él no dejaba de mirarme serio, no sabía si escandalizado, o en qué pensaba. Tampoco acostumbro a hacer cosas así, a no ser que me den pie para hacerlo. Pero en aquel momento me dejé llevar.

—Mira, o nos vamos o te follo aquí mismo, tú verás. Me estás poniendo muy guarro, y cada minuto que paso cerca de ti, más, joder.
—No creo que te atrevas a follarme en el parking, con media facultad de derecho por aquí, ¿verdad?
—Cómo se nota que no me conoces, rubita…

Esa fue la primera vez que me llamó así.

—¿Rubita?

Me acarició el pelo, retorciendo un mechón entre dos dedos, mientras sonreía y seguía diciéndome, ignorando mi pregunta

—Sí, no me conoces todavía, pero lo vas a hacer —me susurró al oído—y tú te lo has buscado, porque podrías haberte quedado haciéndole preguntas a Elena sobre su tesis, pero has preferido ponerle la polla dura a un tío al que no conoces de nada en un parking donde es mucho más que probable que pueda vernos cualquiera de los que están ahí dentro. Un poco puta sí que eres, ¿no?

Sus palabras fueron como echar leña a la hoguera, me encendieron todavía más.

—No sé cómo podría haberle preguntado nada a Elena, si no he entendido ni una puta mierda de lo que decía —le repliqué —Además, tú empezaste primero, acuérdate. ¿O acaso eso que me has dicho de que solo fumas después de comer y de follar no iba con segundas? —le pregunté, mientras le miraba y me reía
—Claro que iba con segundas, joder —me respondió, sonriendo, mientras me atraía hacia él —Normalmente me suelo cortar más…
—Me cuesta creer que tú te cortes ni un poquito —le dije
—¿Tan mal disimulo?
—Fatal —le dije, mientras le acariciaba la polla por encima de los pantalones, mientras le miraba, sonriendo
—Haz el favor de meterte en el coche, anda… —me dio otro beso, antes de darme un pequeño empujoncito para que me sentara en el asiento del copiloto.
—¿Y si no lo hago? —le dije
—Entonces podrías probar lo que es follar encima de un coche en un parking…
—Un poco presuntuoso pensar que no lo he probado ya, ¿no? ¿No es algo un poco típico?.
—¿Rodeada de catedráticos y doctores? —me miró a los ojos, mientras sonreía.
— Si a ti no te importa… —le repliqué, sonriendo también— A mí no me conoce ni Dios aquí, pero a ti sí. Tu coche tiene los cristales tintados, ¿verdad?
—Sí, y menos mal…
—Vamos, pasa detrás.

Creo que en ese momento los dos fuimos conscientes de que habíamos encontrado la horma de nuestro zapato. La reacción química entre nosotros fue tan explosiva que nada de lo que dijimos o hicimos nos pareció que estuviera fuera de lugar, a pesar de que dijimos e hicimos muchas cosas que en otras circunstancias hubieran hecho salir por piernas a más de uno, o de una.

Antes de hacerme caso puso la radio y después se subió al asiento trasero, yo lo hice a continuación, poniéndome a horcajadas sobre él. Empezó a sonar aquella canción en la que Leonard Cohen proponía conquistar Manhattan y después Berlín, y mientras su voz grave y sensual hacía de perfecta banda sonora, como pude, me quité el tanga empapado y lo dejé en el suelo, sobre la alfombrilla. Él se había desabrochado el cinturón y el botón y bajado la cremallera del pantalón de pinzas oscuro que llevaba, bajo el que no llevaba nada. Como había intuido al tacto, su polla estaba dura y era como había supuesto, grande, y además, tremendamente sensible. Me encanta comer pollas, es algo con lo que disfruto mucho, porque me permite dosificar el placer que doy como me apetece, nada me gusta más que alargar la excitación, e incluso parar justo cuando están a punto de llegar al orgasmo, para después seguir, parar, seguir y escuchar que me suplican que siga comiéndosela. En ese caso, a la calentura que ya tenía se añadió aquello, y por primera vez le acaricié el glande con la mano, tras lamerme la palma y hacerlo resbalar suavemente. Al igual que yo, también estaba empapado, mi mano resbalaba por la cabeza de su polla mientras le miraba y le notaba estremecerse de placer. Jadeaba y gemía, mientras me agarraba fuerte por la cintura.

—Joder, joder, me encanta, sigue, sigue haciéndome eso, anda…
—¿Quieres que siga, de verdad? —le pregunté, sonriendo, y dejar de mover la mano, lentamente, sobre la cabeza de su polla
—No se te ocurra parar —me dijo, encendido —joder, no pares…
—¿Y si lo hago?
—Si lo haces, luego te putearé yo, y te aseguro que lo sé hacer muy bien —me miró, con los ojos encendidos por la excitación.
—Me gusta el riesgo —sonreí yo también, mientras me inclinaba hacia su polla y le lamía ligeramente el glande, empapado entre sus propios fluidos y mi saliva. Gimió, un gemido prolongado que me encantó. —Y ahora prepárate, que te voy a comer la polla —le anuncié
—Venga, vamos a ver qué tal se te da.

Se la agarré bien con una mano y, mientras la movía despacio, masturbándole, me metí todo el glande en la boca, y después, el resto de su polla, hasta que noté que me atragantaba con ella. Me gusta jugar con esa sensación, que me parezca que voy a ahogarme, hasta que mi garganta se acomoda y se adapta. Notaba cómo cada vez se le ponía más dura dentro de mi boca, como crecía cada vez más, hasta hacerme daño. Empecé a mover la boca y la mano al mismo tiempo, en un movimiento de vaivén, y noté su mano en mi nuca, implacable, agarrándome el pelo, y como me bajaban corrientes eléctricas por la espalda. Seguí chupándosela un buen rato, concentrada, absorta, hasta que le escuché decir.

—Sigue, joder, sigue así, joder, qué mamada me estás haciendo, coño. Descárgame los huevos un poco, que cuando acabes te vas a enterar, joder. Te voy a poner la cara perdida, puta, sigue, sigue, ah, Dios —me apretó el pelo con la mano, hasta hacerme daño, pero no me importó —ni se te ocurra parar ahora, uf, joder, que me voy a correr —me anunció.

Se separó de mi boca y dejó que siguiera con la mano, aunque no que quitara la cara. Empezó a correrse en mi mano, manchándome parte de la mejilla y el vestido, prácticamente toda su corrida cayó sobre él, mientras se retorcía en una lenta y deliciosa agonía, con un repertorio de tacos, gemidos, gritos y pequeños espasmos que me hicieron sonreír.

—¿Qué tal se me da? —le pregunté, sonriendo mientras continuaba acariciándole, frotándole las gotas que quedaban en el glande y haciendo que resbalara contra la palma de mi mano con suavidad.
—Tú no sabes lo que has hecho —me dijo, jadeando y temblando de placer aún
—¿Una buena mamada?
—Además de eso. Has despertado a la bestia, rubita
—¿La bestia? ¿Tengo que tener miedo?
—Deberías. No te voy a dejar irte a tu casa hasta mañana, y cuando llegues vas a tener tantas agujetas que cuando te sientes y te duela el coño te vas a acordar de todas las veces que te he follado, mañana por la noche cuando te llame me vas a tener que decir cuántas, y pobre de ti como te confundas.
—Perro ladrador… —me burlé yo. Pero él me atrajo hacia su cuerpo y me besó mientras me decía
—Ese vestido que llevas, el lunes quiero que te lo pongas para ir a clase. Sin lavarlo —sonrió
—¿Quieres que dé clase de lenguajes de alto nivel a los de primero con tu corrida?
—Veo que nos entendemos —sonrió
—Un poquito guarro eres, ¿no?
—Ni te puedes imaginar hasta qué punto.
—Me hago una ligera idea —sonreí—Vale, lo haré, pero tú también tendrás que llevar esto en el bolsillo mientras das clase de… —me agaché a coger mi tanga empapado de la alfombrilla, poniéndoselo en la mano.
—Penal I, también a los de primero —sonrió —Me parece justo, y ya veo que tú tampoco te quedas atrás, rubita…
—Como me vuelvas a llamar así te vas a llevar un bofetón, joder.
—¿Por qué no? Me encanta tu pelo, pero sobre todo, esa carita de buena que tienes. Es lo peor de ti.
—¿Lo peor?
— Sí, lo peor, porque despista al principio. Nunca me hubiera imaginado que alguien que parecía tan… inofensiva pudiera ser una bomba de relojería. Bueno, hasta que me miraste, justo cuando te ibas a lanzar a besarme y has parado en seco. Ahí tu cara de buena desapareció, y he visto otra, la de la zorra que tienes dentro. Porque los demás ven tu cara de buena chica, pero si se saben tocar las teclas adecuadas, sale la otra. Así que te voy a llamar así, las veces que me dé la gana —sonrió.
—Inofensiva —me reí, mirándole —Es la primera vez que alguien me dice que le parezco… inofensiva —volví a reírme.
—Sí, inofensiva, sosa, una pijita de las que se asustan o se escandalizan cuando se les dice algo un poco más subido de tono.
—Mira quien fue a hablar, si tú no te atrevías a decir ni la palabra “follar”
—No es que no me atreviera, es que soy un caballero, y no quería espantarte…
—Si no sabías ni por donde te daba el aire, letrado —me burlé yo.
— Eso es verdad, me has descolocado un poco, ¿tú eres así siempre?
— No, no siempre, pero me has gustado nada más verte, y como le has dicho a Alameda que te ibas, algo tenía que hacer, ¿no?

Mientras hablábamos estaba otra vez sentada a horcajadas sobre él, con las piernas separadas, tan mojada que ni me lo podía creer. Con un calentón tal que solo quería, en ese momento, clavarme su polla y follarle. Pero tenía otros planes para mí.

—¿Quieres follarme? ¿Te quieres clavar mi polla?
—Lo estoy deseando, joder, ¿no notas lo mojada que estoy? —era lo que más deseaba en ese momento
—Lo noto, pero primero te vas a hacer una paja delante de mí, y vas a correrte encima de mi polla, quiero que me la empapes. Tócate, vamos, empápame entero —me dijo, mientras me levantaba el vestido y me lo quitaba.
—Joder, Dios, qué tetas tienes. Ya me lo había parecido, pero son preciosas.
—Gracias, y son muy sensibles, aunque también les gusta la caña. Si me las tocas bien, habrás encontrado uno de mis puntos débiles —le dije
—Ajá… —sonrió —Sigue dándome información, sigue, ¿punto débil? Interesante, si… —me acarició los pezones, haciendo que se pusieran duros, después los apretó un poco, me mordió el pezón izquierdo y yo me rocé el clítoris con los dedos. Al hacer esto me corrí, sin poder evitarlo, mojándole la polla, poniéndosela perdida de mis fluidos, y deseando, ahora sí, con todas mis ganas, que me follara. Estaba notando su polla otra vez dura y también con ganas de guerra, que empezaba a animarse de nuevo.
—¿Te has corrido bien, zorra? —me preguntó, susurrándome al oído —¿qué dirían tus alumnos de primero si te vieran ahora mismo?, ¿eh?
—¿Y los tuyos si te vieran a tí? —jadeé yo
—Los míos dicen que soy un cabrón, a ti te tendrán por hueso, pero a mí me llaman cabrón e hijo de puta, y no solo es porque si tienen un cuatro con nueve están suspensos, sino porque en mi clase las cosas se hacen como yo digo, y, ¿sabes? No me pasa solo trabajando, soy así en todas partes —continuó hablándome, encendido y caliente.

Me reí

—Un poco cabrón sí que eres, joder, ¿un cuatro con nueve?
—Ni te lo imaginas —sonrió —Por ejemplo, ahora mismo sé que estás deseando meterte mi polla. Y, aunque yo también me muero de ganas de que lo hagas, me puedo esperar a que me lo supliques.
—Sé suplicar bien, ¿quieres que te lo demuestre?
—No, vístete, que nos vamos —me sonrió
—¿A dónde?
— A mi casa. No he cenado, ¿te acuerdas, verdad? Y ahora sí que tengo hambre…
—¿Vas a ser capaz de dejarme con el calentón que tengo, pedazo de hijo de puta? —le dije, susurrándole al oído.
—Claro que soy capaz, me encanta que vayas caliente como una perra en celo —me dijo, besándome otra vez, poniéndome todavía más cachonda, acariciándome los pezones suavemente con la mano. De pronto, les dio un golpecito suave, los azotó con la punta de los dedos, y yo los noté duros como piedras contra su mano, mientras gemía. Volvió a hacerlo otra vez, mientras sonreía y paraba justo en el momento en que, si hubiera habido un tercer azote, me hubiera corrido. Me atrajo hacia su cuerpo de repente cogiéndome fuerte por los pezones, haciéndome dar un pequeño grito, de sorpresa, de dolor, o de las dos cosas juntas. Siguió apretando fuerte hasta que me dijo
—Córrete, vamos, vuélveme a mojar la polla—me dijo, mientras me daba otro golpecito con las puntas de los dedos en los pezones, muy duros y sensibles.
—Hijo de puta, déjame que te folle, ¿no?
—No, no todavía —sonrió —vamos, córrete

Y lo hice. Me corrí una vez más sobre su polla y, en ese momento sí que le supliqué. Necesitaba follarle, de manera animal y salvaje, sin esperar.

—Joder, por favor, busca un condón y deja que te folle, por favor, por favor, que no aguanto más…
—Que no, no seas pesada. —me miró, sonriendo —Vamos, vístete, cuanto antes lo hagas antes te follaré.
—Puto creído,  ¿crees que voy a estar suplicándote toda la noche?
—Claro que lo vas a hacer  —me dijo, irónico
—A ver si me voy a hartar y el que te quedas sin follar eres tú.
—No lo creo, estás demasiado caliente, ¿verdad?
—Lo estoy, pero no me pongas a prueba.
—Ponte el vestido y las bragas, anda, y no lo manches más, que si no el lunes vas a ir hecha una guarra —me dijo, recordando lo que me había dicho antes sobre dar clase con el vestido manchado de su corrida.
—¿Qué quieres a cambio de dejarme que te folle ahora mismo? —le pregunté, cambiando de estrategia
—Vaya, vaya, ¿así que quieres negociar? —sonrió
—Quiero
—Soy duro negociando, te lo advierto —me susurró al oído
—Me lo creo, eres abogado.
—No voy a aceptar cualquier cosa que me ofrezcas.
—Tú me dejas que te folle como yo quiero ahora, y el resto de la noche te dejo que hagas lo que tú quieras. ¿Hay trato?
—Suena tentador, pero no —sonrió —no hay trato. No te conozco lo suficiente como para saber si puedo fiarme de tu palabra. Aparte de que voy a hacer lo que quiera contigo, de todas formas, así que el trato no me conviene.
—¿Tú eres así de creído siempre?
—Prefiero pensar que tengo seguridad en mí mismo y soy bastante observador —siguió sonriéndome.
—Pues yo te veo un pelín creído, no te pases de frenada —le dije
—Confunde términos, mi querida colega de la facultad de informática —ironizó —¿Le parece si nos vamos a comer algo y luego le echo un polvazo en un sitio mucho más cómodo y acogedor que este?
—Y ¿cómo me puede asegurar usted que va a ser un polvazo?
—Confíe solo un poquito en mi, ¿vale? —me atrajo hacia su cuerpo y me besó, otra vez de manera magistral —Prometido.
—Le doy solo un voto de confianza, letrado.
—Prometo no decepcionarla, quedará satisfecha, se lo aseguro —sonrió

Nos vestimos y fuimos a comer algo por Malasaña. Vive por esa zona, así que aparcó en su garaje y fuimos andando, por allí cuando antes te deshagas del coche mucho mejor. Mientras cenábamos seguimos charlando y conociéndonos mejor, yo le hablé de mis proyectos y de mi reciente plaza de profesora titular, y él me contó que era asociado y que, además de las clases, llevaba algunos casos, colaborando con un colega que tenía un despacho. Y además estaba acabando un máster de Criminología. Es un tío brillante en su trabajo, entonces no podía saberlo, pero al día siguiente hice algunas averiguaciones y me confirmaron que era muy bueno, aunque alguna vez tuvo problemas que no me supieron concretar en ese momento, y que más tarde supe que tenían que ver con alguna parte contraria con mucho poder cabreada por haber perdido un caso.

Su casa está a dos pasos del sitio donde cenamos esa noche. Subimos las escaleras, abrió la puerta, la cerró después de pasar él y, antes de que pudiera reaccionar, noté que me cogía de la mano, tiraba de mí, me atraía hacia él y volvía a besarme.

—¿Se te han pasado las ganas de follar?
—Estarás de coña, ¿no? Te he respetado porque sé que tenías hambre, pero no sé ni cómo —le dije
—¿Me has respetado? —rió —Si no te llego a parar, me violas en el coche.
—¿Violarte? —me reí yo—¿Se lo preguntamos a tu polla, si considera que lo que iba a hacer era violarte?
—Uf, hay mucha teoría sobre eso —sonrió—Mi polla ahora mismo te quiere follar, y eso es lo que vamos a hacer.
—Ahora podría ponerme yo como tú hace un rato y decirte que negociemos…
—Y yo te puedo llevar otra vez al punto de que me supliques —sonrió—¿Lo hago, o quieres que te folle?
—Me has prometido un polvazo, acuérdate, así que cumple tu promesa —le dije, mirándole a los ojos, quitándome el vestido y quedándome solo con la ropa interior y las medias.

Me atrajo con fuerza hacia él y me besó otra vez. Terminó de quitarme el sujetador casi rompiéndolo y el tanga de un tirón, luego me fue empujando hasta llegar al dormitorio, donde me tiró sobre la cama. Se quitó los pantalones y se desabrochó la camisa, luego se puso sobre mí y empezó a besarme y a lamerme y morderme el cuello.

—Quiero que te mojes como antes, ¿lo vas a hacer?
—Ya lo he hecho, no sé qué coño me pasa contigo, estoy empapada otra vez.
—Joder, me encanta —alargó el brazo hasta llegar a una de las mesillas de noche y cogió una caja de condones, que dejó cerca de donde estábamos. Cogió uno, rompió el envoltorio y se lo puso, después me cogió las manos y las sujetó contra el colchón, fuerte, mientras me miraba a los ojos
—Abre bien las piernas para mí, que te voy a follar. Cuenta a partir de ahora cuántas veces te corres, ¿vale? —me dijo

Noté como buscaba la entrada de mi coño, y entró, sin dificultad, aunque lo noté lleno, su polla es bastante ancha. Con las manos me buscó las tetas, y entonces se empezó a mover, primero a un ritmo lento, y, mientras me miraba y sonreía, empezó a acelerar.

—Qué cerdo me estás poniendo, joder, ¿tú te has visto alguna vez la cara de puta que pones cuando estás cachonda? —me dijo
—Me lo han dicho alguna vez, sí, ah —jadeé
—Te lo tienen que haber dicho unas cuantas, ¿ves? Tu cara de buena ahora no está —me dijo mientras seguía moviéndose dentro de mí a un ritmo medio
—¿Cuál te gusta más?
—Me pones igual de guarro con las dos, sé cómo sacar a la zorra que llevas dentro, pero la pijita buena y formal también me gusta.
—Tú tienes una cara de…
—¿De qué?
—De cabronazo, joder, y me encanta como follas

Sonrió
—Sí, sé que se me pone esa cara cuando tengo delante a alguien que me pone mucho, y tú lo haces, por si no te habías dado cuenta…
—No, nada de nada…

Aceleró un poco el ritmo, y, en un momento dado, bajó una mano buscando mi clítoris.

—Alguien está reclamando atención por aquí, me parece —me dijo, saliéndose de mí y bajando entre mis piernas.

Empezó a comerme el coño, de la forma más increíble que nadie lo había hecho hasta ese momento, con los dedos empezó a extender mis fluidos hacia el culo, lubricándolo, y metiéndolos de vez en cuando.

—¿Así voy bien? —me preguntó
—Muy bien, joder, pero apriétame los pezones a la vez…
—Eso cuando quiera que te corras, y todavía no quiero —sonrió —Las tetas son tu punto débil, aunque tienes más —siguió comiéndome, bajando la lengua hacia el ano, metiendo a continuación dos dedos y dejándolos quietos, luego me volvió a lamer el clítoris, que notaba duro y sensible contra su lengua, y cuando me apretó uno de los pezones con la otra mano, le anuncié que me iba a correr
—Me corro, joder, uf, joder, no pares ahora, por favor, lámeme despacio, joder —grité

Me siguió comiendo muy despacio, sin sacarme los dedos del culo. Entonces se incorporó y, con la otra mano, me metió dos dedos en el coño.

—¿Eres de las que mojan? —sonrió
—¿Mojar? ¿Quieres que me moje más, joder?
—No me digas que nunca te has corrido a chorro, ¿de verdad?

A las puertas de tener un orgasmo así me había quedado alguna vez, pero siempre me daba la impresión de que me iba a mear y lo cortaba. En aquel momento no estaba segura de que pudiera hacerlo.

—He estado muy cerca a veces, pero nunca he podido.
—Eso hay que solucionarlo ya, quiero que lo pongas todo perdido.
—¿Estás seguro?
—¿No me has oído? Quiero que lo mojes todo, rubita —me dijo, mientras empezaba a mover los dedos lentamente en mi vagina, aumentando la velocidad mientras me miraba.

La sensación es difícil de explicar, pero es como si tuviera algo que se expandiera dentro de mí, en ondas, de dentro hacia fuera y, después, un placer brutal, animal, increíble, como si me deshiciera, mientras un chorro fuerte y a presión salía de dentro de mí. Entonces, sin dejarme que me recuperara, se cambió de condón y, dándome la vuelta y poniéndome a cuatro patas, me lubricó el ano con los fluidos que había alrededor y a continuación me metió la polla, en dos movimientos, primero la mitad, y después el resto, de un empujón, acariciándome entre tanto el clítoris. Sentí dolor, sobre todo cuando me la metió al principio, pero también un placer primitivo, salvaje, mi cuerpo reaccionaba a cada cosa que él le hacía de la mejor manera. Siguió follándome el culo un rato, hasta que me agarró fuerte de las caderas y me dijo que iba a correrse. Lo hizo, en un orgasmo largo y salvaje también, tras el que me dio la vuelta y me besó, hasta que me dijo

—Pensarás que ya he terminado contigo, ¿verdad? Pues estás muy equivocada. te voy a dar mucha, mucha guerra, ¿cuántas veces te has corrido ya?
—¿Desde cuándo cuento?
—Desde que hemos llegado aquí
—Tres
—Hasta que no llegues a veinte, por lo menos, no te voy a dejar que te vayas

No lo hizo, no dejó que me fuera y, cuando llegué a veinte, perdí la cuenta.

***

El lunes por la mañana, cuando llegué a la universidad, le mandé una foto con el vestido:

Lenguajes de programación I” Siempre cumplo mi palabra 😉

Y un rato después me llegó la respuesta. Una foto donde asomaba mi tanga, o más bien lo que quedó de él, del bolsillo de sus pantalones y se intuía el bulto de su polla.

Derecho penal I. Yo soy como los Lannister, siempre pago mis deudas :P”

***

Lo que no me podía imaginar es que la guerra duraría mucho más de lo que yo me imaginaba, de lo que nos imaginamos ambos. Porque nuestra relación solo se puede describir como una guerra, donde cada uno de nosotros gana batallas, usando armas y métodos que a veces son lícitos y a veces no. A día de hoy aún no ha terminado, y siempre que me parece que va a acabar me equivoco.

Las cosas se complican por sí solas, sin hacer nada. Pero si estamos él y yo implicados, las posibilidades de que acaben como un polvorín se multiplican por tres. Por eso, no sé cómo va a salir lo que me propuso cuando estuvimos aquel fin de semana en el campo. No sé si lo hizo como estrategia de guerra, para joder a David, o para joderme a mí y demostrarme una vez más que sabe y puede hacer conmigo lo que da la gana.

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