El Alumno (III y IV)

III

En una situación tan embarazosa como aquella lo mejor, siempre lo he dicho, es negarlo todo. Yo intenté parecer tranquila, y no dije nada. Dejé que fuera ella quien hablara primero. Me preparé para escuchar los peores insultos y calificativos, pero intenté estar lo más fría posible. Ella se decidió y habló. Mi alumno estaba allí y nos miraba preocupado por el previsible pollo que podría montarse. Efectivamente, ella empezó al ataque

—Un poco tarde para dar clase, ¿no? —su mirada hacia mí era de odio
—Es evidente que sí —le contesté —Mira, no quiero meterme más ni causaros más problemas, así que será mejor que me vaya y que nos olvidemos de todo, ¿vale? —me adelanté para salir de la casa y largarme lo antes posible de allí.

Pero ella me detuvo poniéndome la mano en el brazo, suavemente, pero con
firmeza, lo que no me gustó nada. Me puso la carne de gallina.

—No, de eso nada, vamos a hablar
—Yo no tengo nada que decirte y haz el favor de soltarme.
— ¿Ah no? Pues yo creo que sí. De hecho, me lo vas a contar todo —me quitó la mano del brazo, empujándome ligeramente.
—No creo que quieras oírlo. En serio, es mejor que me vaya y te olvides que me has visto aquí.
—Sí, yo creo que es mejor —intervino él —que te estás poniendo muy nerviosa.
—Qué va, si estoy muy tranquila. Cuéntame qué hacías aquí con mi novio —ahora su tono era tenso y desafiante y me estaba empezando a hartar.
—Te voy a pasar por alto el tono porque estás enfadada, y lo entiendo, pero qué quieres que te diga. ¿Quieres que te pida perdón? Yo no soy la que tiene que hacerlo, más bien debería ser él. Y ahora, si me disculpas, me voy.
—Seguro que hay mucha gente a la que encantaría saber esto.
—¿Cómo? –la miré a los ojos. No podía creérmelo. La mosquita muerta me estaba amenazando. Ya lo decía mi abuela, hay que temerlas como a la peste.
—Sí, en la universidad, por ejemplo —dijo, sonriendo.
—Oye, niña, métete en tus cosas, ¿vale? —ahora estaba enfadada en serio
—Tú lo has hecho con las mías, así que me meto donde me da la gana.
—Cómo se te ocurra decir algo te…
—¿Qué vas a hacer, matarme? No hará falta que diga nada, solo con que ponga las fotos que os he hecho será suficiente para joderte la vida.

Por poco me lanzo sobre ella, si no es por mi alumno, que me sujetó a tiempo. Él fue a decir algo, pero le hice un gesto para que se callara. Respiré hondo y pensé rápido que podría hacer.

—¿Crees que voy a tragarme eso? Tú has visto muchas películas.
—Tú verás lo que te conviene.
—Me estás cabreando en serio. Tú quieres acabar la carrera, ¿verdad?
—Sí, claro, y lo haré con una matrícula en tu asignatura.
—Chantajista de mierda ¿Eso quieres? Si es eso, vale, deseo concedido…
—Quiero algo más de ti —dijo, de manera enigmática.
—¿El qué?
—Te lo diré más adelante.
—¿Qué? —ahora la que estaba atónita era yo—Oye, esto ya ha durado mucho, ¿no crees? Ya está bien —le dije, muy enfadada.
—Te estoy hablando en serio, y más vale que te lo tomes así.
—Tú estás fatal —le dije, con desprecio
—Puedes irte, si quieres. Te llamaré este fin de semana —me dijo, con prepotencia.

El cabreo que tenía era tan grande que no pude más. La abofeteé y al hacerlo el impulso la echó a un lado.

—No sabes con quién estás jugando. Lo primero, no vuelvas a mi clase y lo segundo, vete a tomar por culo. No me das ningún miedo.

El órdago pareció surtir efecto. Bajó la cabeza, pero al mirarme de nuevo, su mirada era otra vez un enigma. Me fui de allí, pero pensé que debía tener cuidado con ella. Era una bomba de relojería.

***

Después de aquello, mi vida volvió un poco a la normalidad. Pasaron dos semanas sin que viera a mis alumnos nada más que en clase. Yo iba a trabajar y volvía, y llevaba vida de ermitaña, raro en mí.

Una noche, mientras acababa de preparar unos ejercicios, recibí un correo de alguien que no conocía, y que contenía algo que pesaba mucho, porque tardaba en bajar. Cuando se descargó, lo abrí y leí lo siguiente:

¿Dudabas?. Por cierto, que estas muy poco favorecida…estas son solo las mejores

Había cuatro archivos adjuntos. Los abrí uno a uno, y allí estaban las fotos. Con una calidad excelente, por cierto. En una de ellas se nos veía a mi alumno y a mí en la puerta de su casa dándonos un morreo de impresión. Pero las peores eran las otras. Había una en la que estaba comiéndole la polla, otra follando con él en la cama y otra donde él me comía a mí… Las cerré y borré el mensaje. Hija de puta ¿Cómo coño habría conseguido hacer esas fotos sin que nos diéramos cuenta? Pero entonces, me entró otro mensaje. Lo abrí y decía lo siguiente

¿Te han gustado? Seguro que sí. El viernes a las ocho llama y te diré donde.

Debajo había escrito un número de móvil. Pero qué coño, esto era una locura, parecía el guion de un thriller comercial americano de las tres y media, y me estaba pasando a mí. Al ponerme a pensar más despacio, se me ocurrió que ella podría no estar haciéndolo sola. Él podía estar con ella, si no ¿cómo había podido hacer las fotos desde dentro de la casa? Así que decidí planear algo para descubrirles y jugar con ellos al mismo juego. ¿No querían guerra? Pues la iban a tener. Escribí un mensaje a un amigo al que hacía tiempo que no veía, pero nos manteníamos en contacto. John es programador y un experto en telecomunicaciones. Además, estaría encantado de participar en el plan que había pensado. Seguro.

***

Había quedado con John en un Vips que está cerca de su casa. Me senté en una mesa de la cafetería y pedí un té. Apareció casi tres cuartos de hora tarde, como siempre. Venía con un pantalón negro de tipo vaquero, una camisa de algodón claro y una cazadora de cuero negro fina. Estaba muy guapo. Nos hemos acostado muchas veces, los dos somos muy parecidos, y la relación que mantenemos me encanta. Hacía mucho tiempo desde la última vez, casi seis meses.

John no es su nombre real, para mí él es John y para él yo soy Layla, una especie de juego entre nosotros. Nos conocimos el año pasado en unas jornadas sobre redes, y, aparte de que nuestro sentido del humor y modo de ver la vida es muy similar, la atracción que sentimos el uno por el otro fue instantánea y acabamos follando nada más conocernos. Después, nos seguimos escribiendo correos y mensajes y contándonos nuestras respectivas aventuras sexuales, quedábamos a veces, y cuando eso sucedía acabábamos en la cama o en cualquier sitio. Con John nunca se sabe dónde vas a acabar follando.

Me levanté para besarle. Siempre lo hacíamos en los labios, un pico rápido, señal de que estábamos siempre ahí para lo que hiciera falta. La última vez que nos vimos me había pedido que le ayudara a espantar a una chica que se había colgado de él. Lo de aquella chica había sido tremendo, hasta me había pegado. Así que John me debía una, y lo sabía. Se sentó a mi lado.

—Perdóname por llegar tarde, que ya sé que te jode.
—Siempre es un placer verte, aunque tarde, cariño —le dije, mirándome el reloj
—No te enfades ¿todo bien, preciosa?
—Sí, pero tengo un problema y quiero que me ayudes. Recuerdas que me debes una muy gorda, ¿verdad?
—Claro que sí. Joder, no me recuerdes a esa neurótica.
—Bueno, vale, no lo haré. Me he metido en un lío y se me ha ocurrido algo para salir, algo en lo que tú tienes que participar
—A ver, cuéntame.
—He follado con uno de mis alumnos.
—¡No jodas!
—Déjame terminar, que la cosa no acaba ahí —su mirada se encendió con ese brillo característico que indica que lo que le estoy diciendo le interesa.
—¿Cuántas veces?
—Tres, la última fue una pasada, porque además no estaba solo.

John casi se cayó de la silla cuando le dije aquello.

—Joder, Layla, ¿qué me estás diciendo?
—Pues eso, que no estaba solo, que había otro más, su hermano… —al decirle esto, se acercó a mí y me dijo en voz baja, casi al oído
—Tía, me la estas poniendo dura solo con oírte. ¿Tú desde cuándo te has vuelto tan…?
—¿Tan qué? A ver si te crees que solo tú puedes ir por ahí follándote a todo bicho viviente.
—Oye, oye, que tampoco es para tanto…
—Si te vas a escandalizar, casi mejor no te cuento nada y ya está —me hice la ofendida, para picar aún más su curiosidad.
—¿Tú crees que estoy escandalizado? No, joder, lo que estoy es celoso.
—¿Celoso tú? —me eché a reír
—Si, que hace tiempo que no nos vemos tú y yo, y te tengo muchas ganas —su mano me acarició la pierna bajo la falda por debajo de la mesa. Le puse la mano encima de la suya, que quería subir más arriba.
—Yo también te tengo ganas, cariño, pero antes, déjame que te explique, ¿vale? La cosa empezó bien, estuve con él dos veces y todo perfecto. Pero la última, la cosa se complicó. Yo había ido a una cena en casa del decano, me tomé un par de copas, en fin, que me dio un calentón y me fui a verle, eso fue un viernes por la noche.
—Sigue.
—Él no estaba, pero su hermano sí, y joder, estaba buenísimo. Estuve hablando con él un poco y, bueno, resumiendo, me lo tiré. Luego llegó mi alumno…
—Y te lo tiraste también ¿con el hermano delante?
—Primero delante y luego detrás, ya te lo contaré con más calma.
—Pues sí que tenías un buen calentón, ¿eh?

John siempre me dice que soy una rubia con mentalidad masculina, y que son mis dos mayores atractivos. Otros no piensan igual y me han llamado cosas que suenan peor.

—Si vas a seguir metiéndote conmigo, no te cuento más —le dije.
—Venga, sigue —me besó la mano, como pidiéndome perdón
—Bueno, pues cuando ya me iba, estaba ahí en la puerta su novia, que, por cierto, también es alumna mía. Ahora viene lo fuerte. La tía me amenazó con unas fotos que me había hecho si no hacía lo que me pedía.
—¿Y tú la creíste?
—En ese momento no. Le di una hostia y me largué de allí. Pero ayer me mandaron un e-mail con cuatro fotos, muy explícitas.
—¿Las has traído?
—No, joder, las borré.
—Antes de borrarlas, podrías haberme hecho una copia.
—Tío, eres lo peor, de verdad —le dije, llevándome la mano a la cara.
—Sí, pero me adoras —sonrió
—A pesar de todo. Pero ahora necesito de tu ingenio e inteligencia. Necesito que me des ideas.
—Mis ideas tienen un precio, cariño, no te vas a escapar.
—Recuerda que me debes un favor, aunque no quiero escaparme. Yo también tenía ganas de verte, ya te lo he dicho. Bueno, ¿cómo lo ves?
—Fácil, aunque quería preguntarte una cosa ¿qué te ha pedido tu alumna chantajista, una matrícula de honor, dinero…?
—Eso es lo peor. Que no lo sé.
—Joder, tía, tú y yo parece que nos buscamos los rollos por catálogo. Lo de mi neurótica al lado de esta hija de puta no es nada.
—Después del e-mail con las fotos me mandó otro citándome para el viernes. A las ocho debo llamar a un número de móvil y esperar instrucciones. ¿Qué te parece?

John se echó a reír

—Que ha visto muchas películas
—Sí, eso pienso yo. Bueno, dime algo, ¿no?
—Déjame pensar ¿Qué posibilidades tengo de dar un seminario en tu facultad el viernes por la mañana?
—Sería posible. Tengo clase con su grupo, pero tendría que ser una charla, no un seminario.
—Bueno, lo que sea sobre lo que sea, ya me inventaré algo. La cosa es que la vea. Intentaré llamar su atención de todas las formas posibles ¿Está buena, por lo menos?
—Sí que lo está.
—Descríbela
—Es morena, tiene el pelo muy largo, ondulado, los ojos verdes…
—Al grano, Layla —se impacientó
—Vale, vale. Tiene unas tetas perfectas, la cabrona, un cuerpazo, delgada, pero con curvas, un culo precioso…
—Algo malo tiene que tener.
—Bueno, aparte de que está zumbada, por lo visto es un poco estrecha.
—Eso se puede solucionar.
—Te digo yo que si su novio no ha conseguido nada, no sé quién lo va a hacer. Tiene un talento sobrenatural.
—Pero pocos años, querida. No sé por qué, me da que a tu alumna lo que le va es la experiencia. Déjame que lo compruebe. Tú consigue que pueda dar unas cuantas charlas, no sé, unas dos o tres o así, consigo lo que tiene tuyo y se olvida de ti y de su novio —sonrió
—Si, ¿pero qué hago yo el viernes?
—De momento, haz lo que te pida. Procura seguirle la corriente.
—Oye John, espero que no estés pensando con la bragueta —le dije, estudiando su mirada.
—No, ¿por qué? —me dijo, indignado.
—Bueno, no te enfades, pero es que a veces te puede.
—A veces, tú lo has dicho. Pero ahora se trata de ayudar a mi buena amiga Layla, a la que debo mucho, y con la que estoy deseando follar otra vez. —me habló al oído —Y ahora sí que estoy pensando con la bragueta —sonrió.
—Sí, sí. Cuando te he descrito a mi alumna se te han hecho los ojos chiribitas, cabrón.
—Prefiero a su profesora. Es mi debilidad y ella lo sabe.
—Lo sé. Y tú la mía —le apreté la mano y le soplé un beso, mientras le sonreía.
—No, ahora te gustan más jovencitos. Me has herido en el corazón —se llevó la mano al corazón como si le doliera, luego me sonrió. Su sonrisa era uno de sus puntos fuertes. Podría derretir los icebergs que hicieron hundirse el Titanic.
—Reserva tus encantos para seducir a mi alumna. Pero no los emplees todos con ella, desgraciado, guarda algo para mamá.
—Por supuesto que sí—su mirada me recorrió —te lo daría todo ahora mismo, si me dejaras.
—Odio los rapiditos.
—Lo sé, pero este es un caso especial, hace tanto tiempo que no nos vemos… Te compensaré, te lo prometo —levantó la mano para pedir la cuenta, cuando la trajeron quiso pagar, pero yo le detuve poniendo mi mano sobre la suya.
—De eso nada. El apuro es mío, invito yo —él se encogió de hombros y me dejó. Se levantó y se dirigió a la salida.
—Gracias, preciosa. Te invito a una copa.
—Oye, oye, que mañana me levanto como las gallinas —protesté.
—Yo también, y si yo aguanto, tú también lo harás. Vamos.

Me llevó a rastras —es un decir— a un local de moda en el centro. Iba vestida igual que por la mañana, por lo que parecía una ejecutiva despistada. Llevaba un traje de falda y chaqueta de color gris claro, camisa color rosa pálido y zapatos de tacón medio, grises, igual que las medias de liga y la ropa interior. Es una manía: mi ropa interior va siempre combinada con el exterior. Así que ese día llevaba mi conjunto de encaje gris perla. John fue a la barra a pedir las copas, me trajo mi mezcla de ginebra, tónica y lima y él pidió un whisky solo con agua.

—Aquí no pego ni con cola —comenté mientras le daba un sorbo al gin tonic.
—Ya sabes a qué te he traído aquí, ¿verdad?
—Por supuesto. Espero que los servicios estén más limpios que aquella vez.
—Joder, tía, eres veneno puro ¿Me vas a restregar eso toda la vida? Te juro que la próxima vez que quede contigo traigo el Pato WC.

Tuve que echarme a reír.

—Haz lo que quieras —mientras, nos dirigimos caminando a un rincón discreto y oscuro, a salvo de miradas. No había demasiada gente, ni tanta como para dar codazos, pero no tan poca como para poder andar libremente. Cuando encontramos el lugar adecuado, yo me apoyé en la pared y me besó. Sus besos son deliciosos y yo le respondí apasionadamente.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez, ¿eh? –le dije
—Demasiado. He decidido que yo también te voy a chantajear, a ver si así me llamas más a menudo.
—Pero serás cabrón. Si te escribí hará como tres meses y no me hiciste ni caso. Pensé que te habías metido a monje para expiar tus pecados. Por cierto, yo te he contado los míos, pero tú no me has dicho nada de los tuyos. Y no me digas, como siempre, que me has sido fiel, porque no te creo.
—Fiel de pensamiento, que me pongo muy caliente cuando me acuerdo de ti —sonrió
—Vale, sí, pero habla —le froté la entrepierna con la rodilla, eso le vuelve loco.
—Bueno —mientras me hablaba, me tenía agarrada y me acariciaba —dos chicas del trabajo y otras dos que conocí en un congreso. Tampoco he sido muy infiel, ¿no?
—Eso no es nada para ti, o estás enfermo o me mientes —le dije, poniendo cara de escepticismo.
—Estoy enfermo por follarte —me habló al oído—, en serio, como no vayas al baño dentro de dos minutos, te juro que te follo aquí mismo, tú verás.
—Bueno, bueno, no te pongas agresivo —le dije, irónica. Él volvió a besarme y mientras lo hacía me acariciaba las tetas por encima. Yo también estaba muy caliente ya, así que fui al baño. En los de hombres había más posibilidades, así que me metí en uno, cerrando la puerta lo más deprisa que pude, aunque tuve que esperar un poco. Al poco tiempo, John empujó la puerta. Se sentó en la taza del váter, que, afortunadamente, tenía tapa. Me levanté la falda y me quité las bragas, y luego me monté sobre él, que ya se había colocado el preservativo, subí y bajé unas cuantas veces, despacio, y le dije al oído.
—Cómo la había echado de menos…
—Si no paras, zorra. No te da tiempo a echarla de menos…
—Pero la tuya es especial, ya lo sabes.
—Sí, sí. Eso se lo dirás a todos. Además, ahora que tienes un amante jovencito que te mata a polvos…
—Si, me mata a polvos y me chantajea.
—¿Crees que está metido también en eso? No lo creo, preciosa, sería poco inteligente.
—Yo solo te he dicho que es un crack en la cama, no que sea inteligente.
—Así que es un crack, ¿eh? —me sujetó por la cintura y me lamió las tetas — Y yo que soy,  ¿un aficionado? A ver si me voy a poner celoso de verdad ¿eh?
—No digas tonterías y no pares, joder, sigue lamiéndome, que lo haces como nadie.

John es una maravilla en la cama. Aparte de que sabe dar placer como si hubiera crecido en un harén, excita solo con oírle hablar. A mí me eriza la piel el tono de su voz en mi oído mientras me cuenta lo que va haciendo.

—Uf —me susurraba —eso es, así, no pares de moverte, qué ganas tenía de metértela, ¿sabes? Aunque tengo más ganas de estar contigo en otro sitio, donde pueda lamerte todo el cuerpo y hacerte un montón de cosas que me apetece probar contigo.
—Cuéntame alguna, que me gusta como lo cuentas.
—Sí, lo sé. Siempre me dices que la lengua es lo mejor que tengo, ¿no? Por ejemplo, me gustaría meterme contigo en una bañera muy grande y dejar correr el agua por encima de tu cuerpo hasta que los pezones se te pongan muy duros. Cuando los tengas como piedras, te los comería, así —se metió uno de ellos en la boca y lo chupó hasta endurecerlo, mientras apretaba entre los dedos el otro —primero uno, y luego el otro. Después te haría correrte, unas cinco o seis veces, con agua y con la lengua, hasta que me suplicaras que te follara. Estarías tan mojada, preciosa, que mi polla entraría sin ningún esfuerzo, y te correrías otra vez enseguida —me levantó de pronto, haciendo que me apoyara en la pared de espaldas y me la clavó por detrás, lo que sabe que me encanta —Sí, seguramente te retorcerías de placer, así, como ahora —me acarició el clítoris con la mano—pero solo te la metería cuando estuvieras tan caliente que me lo pidieras con lágrimas en los ojos. Ah, ¿he olvidado decirte que a lo mejor estarías atada y no podrías moverte hasta que yo quisiera? A lo mejor, si me apetece, se me ocurre meterte la polla en la boca para que me la chupes hasta que yo decida, hasta que me corra encima de tu cuerpo, o a lo mejor me canso y te dejo así, podría dejarte atada a la cama, tenerte secuestrada en una habitación de hotel y follarte cuando quisiera, lamerte todo el cuerpo, matarte de placer. Veo que te gusta la idea, estás empapada…
—¿Nunca has pensado montar una línea erótica? Te forrarías —le dije, intentando no jadear y moviéndome más deprisa, apretándome contra él, sintiendo toda su polla. Su mano se movió rápido sobre mi clítoris, consciente de que estaba a punto.
—Solo contigo de socia, tendría que tenerte encima, para poder estar a tono, si no no podría, joder, Layla, me corro, me voy a correr. Ya sé que odias los polvos rápidos, pero te voy a compensar, te lo juro —se corrió apretándose contra mí y clavándome la polla hasta los huevos, lo que hizo que yo también me corriera enseguida.
—¿Te ha gustado un poquito? ¿Aunque solo sea un poquito?
—Si, cariño —le besé en los labios —Siempre consigues hacerlo bien, hasta en un sitio como este y en tan poco tiempo.
—No me mientas, porque lo descubriría, que a mí no me engañas.
—No te mentiría, aunque te doliera, y lo sabes.
—Eso es verdad, eres brutalmente sincera.

Volvió a besarme, y después nos arreglamos la ropa y salimos, primero él, y luego, cuando me hizo la señal de que el campo estaba libre, lo hice yo. Quedamos en hablar en un par de días y nos despedimos. Cuando llegué a casa, miré el correo por si habían llegado más fotos o algún mensaje. Había uno, pero de mi alumno. Les doy una dirección de correo para que me escriban si quieren preguntarme dudas o enviarme prácticas. El mensaje decía:

Hola, no quiero que tengas más problemas, por eso no te he vuelto a decir nada ni a intentar verte, aunque tengo tantas ganas que reviento, ya me entiendes. Quiero que sepas que no tengo nada que ver con lo del otro día ni se nada de unas fotos. Yo nunca te haría eso. Voy a hablar con –aquí ponía su nombre—para pedirle que te deje tranquila, y de ahora en adelante tendré más cuidado.
Quiero verte, necesito verte, arréglatelas para que nos podamos ver, porque si no me voy a poner malo. Haré que te olvides de todo y que disfrutes como la diosa que eres.

Un poco tarde para escribir un mensaje así. Yo no hacía más que dar vueltas a la cabeza cómo se habían podido hacer las fotos desde dentro de la casa si él no tenía nada que ver. En la historia había algo que no encajaba. Debajo del texto del mensaje me había escrito el número de su móvil. Yo no tenía muy claro si llamar. Escribí a John, pegándole el texto de su mensaje, para preguntarle su opinión y si creía que era inocente. John me contestó exactamente esto:

Ni se te ocurra llamarle, a no ser que aparte de fotos quieras que haya conversaciones grabadas. Mantente alejada de él, y si tienes ganas de follártelo —que te conozco— te das una ducha de agua fría. Haz el favor de no pensar con la entrepierna y ser sensata, no me lo pongas más chungo de lo que ya está.

Sí que me conocía bien. Pues claro que tenía ganas de follármelo, la verdad es que me moría por hacerlo. Cogí mi móvil y empecé a marcar el número, pero luego lo dejé de nuevo sobre la mesa. John tenía razón: debía esperar a poner en marcha el plan. Le respondí al mensaje.

Gracias, guapo. Tus consejos siempre son buenos. Es verdad que quiero follármelo, pero aguantaré recordando tu voz en el oído mientras me clavabas la polla esta tarde. Te veo el jueves a las 9:00 en mi despacho de la facultad. 4.22, planta cuarta. Y a las 9:00 quiere decir a las 9:00, no a las 9:30. Besos, Layla.

***

El jueves a las 9:30 —tarde como siempre, a pesar de la advertencia— apareció John en mi despacho. Vestido con un traje gris oscuro impecable, camisa azul, sin corbata, con esa elegancia ligera tan suya. El pelo negro peinado con un poco de gomina y esos ojazos oscuros, oliendo a su perfume, el que sabe que me encanta. Guau, estaba impresionante.

—Vaya… Cariño, la espera ha merecido la pena —le dije —Joder, ¡qué guapo estás!
—No, no te equivoques, no “estoy” “soy” guapo, ¿o no? —me respondió, encantado por el piropo, acercándose a mí sonriendo y besándome en los labios.
—Te van a tirar las bragas, cabrón. Me vas a revolucionar el gallinero.
—De eso se trata, ¿no? De que se revolucione esa loca.
—A ver si ahora voy a ser yo quien me ponga celosa…
—No me hagas reír, anda. Oye, tú también estás tremenda. Los debes tener a todos empalmados desde tan temprano.
—Pero si voy muy formalita —dije, poniendo cara de inocente.

No iba nada formalita ese día. Me había puesto un vestido de punto fino color granate con escote barco, de los que pueden caer en un momento dado, redondo y amplio, corto pero sin pasarse, llega hasta la rodilla. No enseñaba nada, pero se intuía, porque se ajusta perfecto a mi cuerpo, sin marcar en exceso. Además, el color me favorece, lo sé. El pelo, recogido en la nuca con unas pinzas pequeñas, caía por detrás y algunos mechones sueltos por los lados. Los zapatos eran también de color granate, de ante, tacón muy alto, aunque ancho, me encantan, adoro esos zapatos. Mi ropa interior, del mismo color, consistía en un tanga y un sujetador sin tirantes, ya que se hubieran visto por la forma del cuello del vestido.

—Layla, formalita no. Estás impresionante, y lo sabes.
—Venga ya, no digas chorradas.
—Bueno, vale. Discutir contigo no tiene sentido. Cuidado, que como te vea el cabrón de tu alumno te va a querer follar, te lo digo yo. Bueno, y no solo él, claro. Aunque me controlaré, que aquí he venido a currar y soy un profesional —me miró y me guiñó un ojo.
—Claro. Vamos, te invito a un café
—Todo un detalle por tu parte, profesora Romero. Invitar a un café al conferenciante.
—Eso es. Porque tú y yo no nos conocemos apenas.
—No, solo me conoces por coincidir conmigo en unas jornadas.
—Ya, sí, recuerdo aquellas jornadas…
—Hija de puta, qué semana me hiciste pasar. Si me descuido me dejas seco —sonrió.
—Venga, que se nos hace tarde. Luego te invito a comer.
—Estoy empezando a sentirme como un mantenido. Llevas dos días pagándome todo. Te invito yo.

Bajamos a la cafetería. Pedí un cortado para John y uno con leche para mí. Los acerqué a la mesa y me senté con él. Mi alumno y su chica entraron en ese momento por la puerta. Yo procuré no mirarles, y me concentré en algo que me estaba explicando John sobre la charla que iba a dar sobre lenguajes de programación de alto nivel, pero no podía. Además, él me había visto, y no me quitaba ojo de encima, sin que ella se diera cuenta.

—Layla —me dijo en voz baja —¿Qué coño te pasa?
—Nada, nada, sigue ¿Qué me estabas diciendo?
—Que el señor Spock inventó el Cobol. Joder, ¿quieres decirme qué te pasa?
—Acaban de entrar —le dije en voz baja también y con la mirada fija en la mesa
—¿La loca y el crack?
—Si llegas a nacer más cabrón te rompes —le dije, sin poder evitar reírme.
—No sé de qué te sorprendes —sonrió
—Ya lo sé. Joder, John, que vienen hacia aquí.
—Tranquila, tranquila, respira…

Vinieron. Habló ella, adelantándose a su novio, que me devoraba con los ojos. A John le miró con cara de pocos amigos y él se dio cuenta, pero tranquilamente le sostuvo la mirada.

—¿A qué hora empieza la charla sobre lenguajes de programación? —me preguntó ella
—A las 10:15, en el aula magna —por supuesto, sabía que era una excusa para acercarse a mí
—Me gustaría consultarte algo antes de que empiece, ¿podría ser?
—Sí, claro. Sube a mi despacho, y espérame allí —le dije, mirándola sin pestañear

Cuando se alejaron, le dije a John

—Vamos, ahora sube tú y quédate a solas con ella.
—Muy bien pensado, Layla. Tú entretenme al novio.
—No, no, eso no…
—Pues ya me contarás qué hago yo con él ahí. Por cierto, vaya miraditas. A ti te comía con los ojos, y a mí, si las miradas mataran, me hubiera fulminado. Le tienes entregadito, ¿eh?
—Vamos, vete a mi despacho —le dije, impaciente —Suerte.

Fuimos hacia mi despacho. Cuando llegamos a la cuarta planta, le di la llave y le dije que abriera a mi alumna. Yo me dirigí a mi alumno.

—Ven conmigo un momento al departamento

Me miró sin comprender nada, pero me siguió. Cuando llegamos al departamento, una pequeña habitación donde hay poco más que cuatro ordenadores y unas librerías con los pocos libros que tenemos. Cerré la puerta y me volví hacia él

—Recibí tu correo. ¿Has hablado con ella?
—No quiere decirme nada, pero ¿tú crees que las fotos existen de verdad?
—¿Qué si existen? Oye, tú no estarás metido también, ¿verdad?
—¿Yo? No, yo no. No tengo ni idea de qué me hablas —dijo.
—No las has visto, entonces.
—¿Tu sí? —me miraba alucinado
—¿No la crees capaz de hacer una cosa así?
—La verdad es que no.
—Pues ya ves que sí.

Ahora me estaba mirando fijamente, en realidad no había dejado de hacerlo desde que entró.

—Oye, y ese tío ¿Quién es?
—¿Qué tío? ¿Con el que estaba tomando café?
—Sí, ese.
—El que va a dar la charla de lenguajes de programación ¿Por qué?
—Un poco capullo, ¿no?

Me eché a reír

—¿Capullo por qué? ¿Qué pasa, te asusta la competencia?
—Lo sabía. Te gusta, ¿no? —me dijo, acercándose ahora a mí y hablándome casi al oído

Sus pequeños celos eran encantadores. Me los imaginé follándome a la vez, y me excité. Pero no se llevarían bien, demasiados gallos en el corral tal vez. Él y John eran dos estrellas solistas que no creo que quisieran compartir escenario.

—No digas tonterías —zanjé— En vez de ponerte celoso sin motivo, en este momento prefiero que concentres tus energías en ayudarme con lo de tu novia. —yo estaba deseando que John me contara cómo le había ido con ella.

Recordé que tenía que ir a hablar con ella a mi despacho, así que puse la mano en la puerta.

—Tengo que hablar con ella, por cierto.
—¿Cuándo te veré otra vez?
—No lo sé. Ahora déjame, yo te diré cuándo podemos vernos.

Salimos los dos y cruzamos el pasillo hacia mi despacho. Abrí la puerta, pero manteniéndola en la mano un poco, por si acaso, no fuera a ser que… Pero no, allí estaban los dos. Ella sentada en la silla de las visitas, y John sentado, más bien apoyado, en mi mesa, comiéndosela con los ojos. Estaban charlando muy animados cuando entramos.

—Bueno, aquí estoy —dije, mirando a John, interrogándole con la mirada. Él me alzó un poquito las cejas, como la seña de duples del mus. ¿Querría decir eso que la tenía en el bote o que le estaba costando trabajo hasta a él?
—¿Qué querías? —le dije a la chica, intentando parecer amable, aunque en realidad quería ahogarla. Hija de puta chantajista.
—Quería saber si hay que presentar algún trabajo después de la charla —me miraba, quería que nos quedáramos a solas, pero yo no le pensaba dar ese gusto. Además, John y mi alumno nos observaban esperando que corriera la sangre. Cabrones.
—Sí, lo puedes hacer como trabajo voluntario. Además, seguro que si le preguntas a él —miré a John —puede recomendarte bibliografía y echarte una mano —o las dos, niñata, te iba a dar para el pelo, pensé— John sonrió, haciéndose el modesto.
—Sí, claro, lo haría encantado —dijo

El que estaba echando humo, claro, era mi alumno. Podía calcular el cabreo que tenía. Odió a John nada más verle.

—Bueno, yo creo que debíamos ir bajando ya, ¿no? —le dijo a su novia
—Sí, vamos bajando ya —respondió ella —Muchas gracias por todo —sonrió a John.
—Hasta ahora —respondió él, sonriéndole más aún y comiéndosela con la mirada

Se fueron los dos cerrando la puerta. John y yo nos quedamos solos.

—Joder. De verdad que no sé cómo te las apañas. Todas caen en tus encantos.
—¿Todas? ¿Incluso tú? —levantó una ceja
—Yo no cuento, soy igual que tú. Estoy deseando que me lo cuentes, y pagaría por verte con ella.
—La verdad que no parece muy pirada, ¿eh?
—Parece, tú lo has dicho. Cabrón, no te me pases al otro bando, que te veo.
—Layla, por favor —se impacientó— sabes que a mí me gustan las mujeres con un poquito de experiencia. Que no tenga que decirles qué tienen que hacer todo el tiempo…
—Si, claro, claro —le dije, con ironía
—Ahora no tengo tiempo de discutir contigo. Tengo que dar una charla sobre lenguajes de programación ¿Vamos? —me dijo, con tono impaciente
—Vamos.

Fuimos hacia el aula magna. Allí nos subimos al estrado. Mi jefa también estaba. Había venido a husmear y no la soporto, me cae fatal. Le presenté a John y después nos sentamos. Hice una pequeña introducción que había preparado y a continuación, presenté a John a los alumnos, recité su currículum, y le dejé hablar. Me senté y observé el efecto que hacía sobre el público femenino, algo que siempre me fascina. Hasta Susana, la directora de departamento, le miraba de reojo. Me habló al oído.

—¿De dónde has sacado a este tío?
—¿Por qué me lo preguntas? —con ella nunca se sabe…
—Porque está buenísimo, aparte de que se desenvuelve bien para ser consultor —me dijo, haciendo uno de sus comentarios absurdos.

Decidí putearla un poquito.

—Pues siento decirte que no tienes nada que hacer: es maricón perdido —le dije, usando mi voz de confidente total.

Me miró con cara de desolación.

—¿En serio?
—Sí. Tiene pareja desde hace años —le dije, muy seria.
—Vaya. Qué desperdicio…

Le hice un gesto como queriendo decir “qué le vamos a hacer” y en mi interior me estaba riendo bien alto. No tenía nada que temer. John no intentaría nada con ella, no era su tipo. Y si lo hacía, mejor. Así sabría que me había reído de ella en su cara.

John seguía allí como pez en el agua. Estaba poniendo una presentación en su portátil y explicando las diapositivas. En un momento dado, se quitó la chaqueta y yo casi pude ver como a las damiselas de la sala se les dilataban las pupilas. Cabrón, que cuerpazo tiene. Nada obvio ni demasiado marcado, pero elástico, con el estómago duro y los brazos esculpidos. El “efecto John” me estaba afectando a mí también. Encima, yo sé lo suave que tiene la piel del torso, lo bien que huele su perfume mezclado con su propio olor y cómo se mueve cuando folla. Me estaba poniendo malísima solo de recordarlo y empezando a notar que me mojaba. Mi alumno y el resto del público masculino heterosexual le miraban con cara de pocos amigos. Cuánto ego joven destrozado.

La charla acabó y comenzó el turno de preguntas. No hicieron muchas. Uno de ellos mi alumno, levantó la mano, y, mirando unas notas que había tomado, le hizo una pregunta bastante complicada. La guerra había estallado. John salió bastante bien al paso, explicándosela y sosteniéndole la mirada. Cuando terminó, todos nos levantamos, y yo le dije.

—Ven, que te voy a presentar a mis compañeros. Luego me esperas un rato y nos vamos a comer, ¿vale?
—Depende de dónde me lleves a comer.
—A un sitio que te va a gustar —mis ojos lo devoraron, él conocía esa señal
—Seguro que sí —sonrió.

Le llevé a nuestro departamento. Como era la hora del descanso, supuse que estarían todos, y en efecto, allí estaban. Uno de mis compañeros es gay y no pudo evitar que se le pusieran los ojos como platos cuando vio a John. Me sacó fuera con una excusa y me preguntó.

—Me ha dicho un pajarito que este es de los míos. ¿Es verdad?

Yo me quedé de piedra.

—Joder, pues sí que ha tardado mucho es cascarlo, la muy… —le sonreí y le dije —no, qué va. Lo he dicho solo para putear un poco a esa zorra.
—Qué pena, coño…

Me reí

—Sí, es más o menos lo mismo que ha dicho ella. Pero a ti no te miento, en serio.
—No tengo nada que hacer ¿no?
—No, lo siento mucho —sonreí, mientras le acariciaba el brazo.
—¿Lo sabes de buena fuente? —me preguntó
—De muy buena fuente
—No pregunto más, entonces —me dijo, sonriendo.

Entramos de nuevo en el despacho común y yo dije

—Bueno, chicos, tratadme bien a nuestro invitado. Voy a clase y vuelvo en una hora, ¿vale? —le dije a John
—Hasta ahora —me respondió él.

Di la clase y volví a buscarle. Recogimos nuestras cosas y fuimos a coger mi coche, que estaba aparcado en la calle, afortunadamente a la sombra, porque hacía bastante calor.

—¿Quieres llevarlo tú? —le dije
—No me perdería por nada ver como se te sube ese vestido, cómo te roza el cinturón, cómo se te mueven las tetas mientras conduces, y tu mano apretando la palanca de cambios —me dijo, mirándome.
—Para ya, desgraciado. Has hecho estragos ahí dentro, lo sabes, ¿no?
—¿Ah sí? —sonrió —Cuéntame… —me dijo, encantado. El gran defecto de John es su vanidad, sabe de su “don” y se lo tiene muy creído.
—Ahora te lo cuento, mientras comemos. Pero que sepas que yo también he caído en tus encantos y estoy fatal.
—Tú pide y yo te doy lo que quieras, preciosa.

Subí al coche en el asiento del conductor, me abroché el cinturón, metí la llave en el contacto y arranqué. Cuando nos alejamos de la universidad, la mano izquierda de John fue hasta la pierna que tenía más cerca, subiendo por el muslo, separándolos y acariciándolos. Apartó el tanga y empezó a acariciarme despacio, lubricándome el clítoris con lo que salía de mi coño, empapado, moviendo el dedo en círculos. Yo necesitaba algo más fuerte, no podía soportar ya tanta excitación.

—Espera, espera un poco —le dije, poniendo mi mano sobre la suya, deteniéndole
—¿Qué te pasa, preciosa?
—Que necesito algo más fuerte, no sé, tus manos no me valen…
—Pues sí que estás fatal. ¿Dónde me vas a llevar a comer?
—A un hotel estupendo, donde, por cierto, se come bastante bien, aunque ahora no tengo hambre, la verdad.
—Yo tampoco —su mano no dejaba de moverse, cada vez más deprisa.
—¿Así mejor?
—Algo, pero necesito tu polla —le dije, jadeando un poco
—Y ella te necesita a ti. Mira como está.

Aprovechando un semáforo, se la toqué. Tenía la polla durísima, atrapada en el pantalón, que afortunadamente era amplio, lo que iba a ser un problema cuando se levantara…

—¿Estás pensando en lo que voy a hacerte?
—Sí, pero cuéntamelo, que a mí también me gusta oírte —sonrió.
—Para empezar, te voy a hacer una mamada impresionante.
—Y me lo creo, porque tus mamadas lo son pero ¿cómo piensas hacérmela?

Esto es algo que nos encanta a los dos. Describir alguna fantasía, lo que hacemos o pensamos hacer, con el mayor número de detalles posible.

—Te la voy a coger por abajo, te la sujetaré bien con una mano, mientras con la otra te acaricio los huevos. Luego, si quieres, te los apretaré suave, como te gusta. Después voy a lamerte bien los huevos, me meteré uno en la boca y lo chuparé hasta que tus jadeos sean tan fuertes que aporreen la pared de al lado. Luego el otro, y después volveré a lamerte. Pasaré la lengua desde abajo hasta arriba, hasta que llegue a la punta, a ese capullo tan sensible, insistiendo bien por el centro, despacio. Lo haré unas cuantas veces, hasta que pierdas la cabeza y te vuelvas loco, y sabes que sé cómo hacerlo —le dije, muy excitada.
—Cállate y conduce rápido, hija de puta, que yo también estoy fatal, y me acabas de rematar.
—Tú lo has querido, me lo has pedido.
—Si, ya lo sé, me lo he buscado.

Mientras, su mano seguía acariciándome, ahora solo por encima

—Bueno, aunque lo último que me apetece en este momento es hablar de esa niña, cuéntame ¿qué tal te ha ido con ella?
—Muy bien, además, me has facilitado mucho las cosas.
—Me alegro ¿Has quedado en algo con ella?
—Todavía no, pero del viernes que viene no pasa.
—¿Vas a esperar tanto? John ¿te estás haciendo mayor, o es que tienes otro asunto en la cabeza?
—Si voy demasiado rápido la voy a cagar, Layla.
—Quizás tengas razón. Yo no hago más que pensar en lo de esta tarde. A las ocho tengo que llamarla, y no tengo ni idea de que tendrá en la cabeza.
—Tranquila. Saldrás muy bien del paso, estoy seguro. Usa tu imaginación —me dijo.
—Ya la estoy usando, y no consigo saber qué demonios querrá —doblé una esquina, estábamos a punto de llegar. Metí el coche en el parking y nos bajamos. Fuimos hacia la recepción y John se dirigió al recepcionista y completó el registro.
—Vamos a comer primero, ¿no? Aunque sea poco —le dije
—Sí, mejor, porque si no luego se nos hará tarde.

Después de comer algo ligero y rápidamente, subimos a la habitación. Allí, una vez que cerramos la puerta, John me dijo, lanzándome una de sus miradas hambrientas

—Así que ya eres mía hasta dentro de un par de horas ¿no?
—Toda, toda tuya —le dije yo, empujándole un poquito contra la pared y besándole en los labios. Normalmente, a él le gusta dominar, llevar la voz cantante, y a mí me gusta provocarle y hacer que se vuelva loco de deseo.
—Anda, desnúdate para mí, preciosa, déjame que te vea y disfrute.
—¿Eso quieres? Te daré ese gusto, siéntate ahí —le señalé una silla que había junto a la ventana. La colocó cerca de la cama y se sentó, mientras se desabrochaba los botones de la camisa, mostrándome poquito a poco su cuerpo precioso.
—¿Tú sabes cuántas hormonas femeninas, y hasta masculinas, has revolucionado esta mañana? —le dije mientras le miraba hacer eso. Yo estaba de pie, un poquito alejada de él. Me bajé el cuello del vestido un poco, mostrándole la curva del hombro. Él no me quitaba ojo de encima.
—Acércate, ven aquí —me dijo, echándose un poco hacia delante e intentando cogerme.
—Eh. Se mira, pero no se toca, todavía —le provoqué, sonriendo.
—Que vengas aquí te digo, joder —ahora se echó hacia delante y me atrajo hacia él de un tirón. Levantándose, me cogió, sujetándome fuerte y me besó. Un beso casi violento, de tanto deseo contenido. Su lengua exploró mi boca, mientras su mano hacía lo propio con el resto de mi cuerpo. Yo le froté la entrepierna fuerte con la rodilla y después le volví a empujar un poco para que se sentara en la silla y me quedé sobre él de pie con las piernas separadas. Me quité el vestido lentamente, sacándolo por la cabeza y sin dejar de mirarle a los ojos.
—Te mueres por follarme, ¿verdad?
—Me muero, pero me aguantaré hasta que me lo supliques
—No aguantarás, lo sé —me burlé
—Eso ya lo veremos. Vamos a ver esa mamada que ibas a hacerme. Si lo haces bien luego tendrás tu recompensa, vamos…

Me senté encima de él y empecé a soltarme el pelo, tomándome mi tiempo, sin quitar la vista de sus ojos, al tiempo que me apretaba contra su entrepierna. Sus manos estaban ahora recorriendo mi cuerpo, me acariciaban el culo, la medias por encima de las ligas, las caderas, la cintura, me agarraban por el pelo, acariciándolo, tirando un poco de él. Soltó el sujetador y acercó los labios a mis pezones. Primero les dio unos besos suaves, para pasar enseguida a apretarlos con los labios y humedecerlos con la lengua, recorriéndolos enteros, primero uno y luego el otro. Gemí de placer, es sublime haciendo eso. Pero de pronto se paró y, haciendo que rozaran contra las palmas de sus manos, me dijo

—Vamos, arrodíllate, cómemela y luego sigo.
—Hijo de puta, sigue, no te pares ahora.
—¿Qué dices? Vamos, obedece—tiró de mí hacia arriba y después me obligó a quedar de rodillas entre sus piernas. Él, de pie, se bajó los pantalones y los calzoncillos a la vez, y su polla quedó libre. Estaba dura, ansiosa, hinchada e impaciente. Sin sentarse, me empujó la cabeza y me la puso entre las piernas. Su polla me dio en la cara y la lamí evitando que se metiera en mi boca, lo que él pretendía.
—No querrás que te obligue, ¿verdad?
—Tendrás que hacerlo, porque te voy a putear…
—Eso ya lo veremos —de pronto me levantó y me empujó unos pasos hacia atrás, sujetándome las manos detrás de la espalda y me hizo caer sobre la cama. Me sujetó fuerte y me metió la polla en la boca, haciendo que entrara entera.
—Tú lo has querido así. Vamos, mueve esa boca —sus manos me estrujaban ahora los pezones, y su mirada seguía fija en la mía —eso es, así, muy bien —movía la pelvis follándome la boca. De pronto, se salió y me dio la vuelta haciéndome quedar sobre su cuerpo.
—Sigue tú ahora y sé buena, que sé que lo estás deseando, porque te encanta comerme la polla.

Me situé entre sus piernas, haciendo que las abriera bien. Empecé a lamerle los huevos, despacio, moviendo la lengua y haciéndole gemir porque le encanta eso. Luego bajé y lamí la parte de atrás un buen rato, esa que queda entre los huevos y el culo. Sus manos me tiraban ahora del pelo, agarrando cerca de las raíces, acariciaban la nuca, y su cuerpo se tensaba

—Joder, qué bien haces eso, joder hacía mucho tiempo que no me lo hacían así, sigue, vamos —me dijo, seguramente mintiendo, pero me daba lo mismo. Disfruto de verle excitado y al límite.

Continué en los huevos un poco más, al tiempo que le agarraba bien el culo. Le recorrí desde abajo hasta la punta de la polla despacio, haciendo que se estremeciera. Luego, le lamí la punta, despacio, sintiendo como se tensaba hasta el último de sus músculos. Mientras, con las manos le acariciaba la cara interna de los muslos, con la punta de los dedos, luego con la palma entera, y a veces le arañaba un poquito, mientras él casi levitaba de placer. Continué lamiendo, ahora un poco más rápido, la punta de su polla, insistiendo en el glande, y al hacer eso notaba que se hinchaba más y sus manos me empujaban la cabeza para que me la metiera en la boca

—Vamos, métetela ya en la boca, que me tienes loco, hija de puta, chúpamela ahora fuerte, vamos —dijo, fuera de sí.
—No te oigo… —le dije, mirándole a los ojos, mientras ahora se la meneaba un poco…
—Que te la comas toda… —me empujaba la cabeza, pero mi lengua le seguía atormentando y casi no tenía fuerza, estaba demasiado excitado
—Oh, estás que te mueres de gusto, y a mí me encanta verte así…
—No juegues conmigo, puta, o pagarás las consecuencias —me dijo con tono tenso por la excitación.
—¿Eso es una amenaza, cariño? —continué pajeándole despacio, agarrándole la polla fuerte por abajo.
—Y sabes que las cumplo, sigue así y verás —jadeó
—Dime ¿qué quieres que te haga?
—Fuerte, Layla, joder, me tienes loco, hija de puta, me quiero correr, que me estás matando…
—¿Eso quieres? ¿Correrte en mi boca? —empecé a metérmela en la boca y él gimió, al tiempo que me sujetaba para que no se me ocurriera irme.
—Prepárate, zorra, porque verás lo que te espera —ahora sí, empecé a moverme rápido sobre su polla, mientras movía la mano al tiempo que mi boca subía y bajaba. Sus jadeos eran tan fuertes y la fuerza con la que me sujetaba tanta que me atragantaba un poco, pero aguanté. Se corrió con fuerza, llenándome toda la boca de leche espesa, sin dejarme que le soltara, y sin dejar de moverse
—Joder Layla, me corro. Qué maravilla, joder. Trágate todo y ven aquí, que te vas a enterar, en cuanto dejen de temblarme las piernas…

Me puse a su lado, tumbada de medio lado. Aún tenía puestas las medias y los zapatos. Él me sujetó las manos por encima de la cabeza, bien fuerte, y me clavó una mirada malvada.

—Vas a aprender. Te voy a enseñar a no jugar conmigo así.
—Pero si a ti te encanta, ¿o me vas a decir que no? —me reí
—Cállate. Ahora vas a hacer lo que yo te diga, ¿está claro? —al tiempo que decía eso, me dio un ligero azote en el culo, que solo consiguió excitarme más.
—Veremos, depende de lo que hagas para convencerme —le reté
—No tengo que hacer nada para convencerte, tú eres mía esta tarde.
—¿Ah sí? ¿Y eso quién lo dice? ¿Tú? —me encanta provocarle…
—Sí, eso lo digo yo. Ven aquí —se incorporó, poniéndose de pie. Luego tiró de mi mano y me atrajo hacia su cuerpo. Después me cogió por la nuca, metiendo los dedos entre las raíces del pelo haciéndome gemir. Me llevó otra vez hasta la silla, me sentó en ella, y me ató las manos por detrás usando el cinturón de su pantalón.
—Ahora vas a ver lo cabrón que puedo llegar a ser —me dijo, con una sonrisa malvada.
—No te pases, anda, que tampoco he sido tan mala contigo, ¿eh?
—No te vas a librar ni me vas ablandar. Te voy a dar lo que te mereces por ser tan zorra. Debes de estar muy caliente, porque esos pezones tan bonitos que tienes se te han puesto muy duros y me pregunto cuál es el motivo. Dime qué estás pensando para estar así de cachonda. O en quién. Sí, creo que es un momento estupendo para que me cuentes, con todo lujo de detalles, tu experiencia con el cabrón ese de tu alumno y su hermano. Habla —siguió acariciándome las tetas, me rozó el cuello con los labios y me susurró al oído —Vamos, puta, cuéntame cómo te los tiraste a los dos —me dijo, con tono tenso y autoritario.
—¿Por dónde quieres que empiece? —le dije, jadeando, y apretando los muslos uno contra otro. Estaba que me moría.
—¿Quién te folló primero? —se puso delante de mí, colocándose de rodillas de frente y haciendo que abriera las piernas.
—El mayor, el hermano de mi alumno —empecé
—Ajá. Vamos, sigue —su boca atrapó uno de mis pezones y lo chupó despacio, luego le dio un pequeño mordisco —sigue hablando, ¿qué te pasa?
—Primero, ah —jadeé. Casi no podía hablar, pero hice un esfuerzo —estuvimos metidos en el baño, esperando…
—¿A qué estabais esperando? —su mano me retorcía lentamente un pezón sin dejar de chupar el otro y sin quitarme la vista de encima…
—A que se fueran su hermano y esa chica, que habían venido. Tuve que esconderme y él se escondió conmigo, ah —gemí.
—¿Y qué más? —sus dedos seguían jugando fuerte con mis pezones, retorciéndolos.
—Empezó a acariciarme…
—¿Cómo? ¿Así? —me acarició las dos tetas.
—Sí, así.
—¿Lo hago mejor o peor que él? Dime —me preguntó, en tono duro
—Mejor, mucho mejor —le respondí
—No me estarás mintiendo, ¿verdad que no? —estrujaba mis tetas, sin apretar mucho, pasando las palmas por los pezones y luego apretándolos otra vez bien fuerte
—No, no lo hago, a ti nunca.
—Sí, sí, claro. Sigue contándome qué más le hiciste ¿Se la comiste?
—Si, lo hice.
—¿En qué postura? Dime cómo estabas…
—De rodillas, delante de él.
—¿Tenía la polla grande?
—Bastante, sí…
—¿Cómo cuánto? ¿Más grande que esta? —me puso la polla en la cara, me la metió en la boca e hizo que se la chupara un poco. Luego me la sacó para dejar que siguiera hablando.
—Era grande, pero la tuya me gusta más, mucho más.
—No me has contestado, zorra ¿Cómo era de grande?
—Por lo menos tenía diecinueve o veinte centímetros.
—¡Vaya! Así que nuestro amigo tenía un pollón ¿Se la chupaste bien, igual que a mí hace un rato?
—Sí, y él a mí —le dije, para ver si se decidía a hacer lo mismo.

Metió un poco la cabeza entre mis muslos y me lamió un poco el coño, que estaba empapado, luego metió un poco la punta de la lengua y paró.

—Vamos, sigue hablando, te comió ¿Y luego qué?
—No quiero contártelo, quiero que sigas ahí. Sigue, por favor…
—¿De verdad? No me digas —ahora me metió un dedo arrancándome un gemido —Pero es que yo quiero saberlo todo. Sigue, y no se te ocurra dejarte detalles.
—Me comió un poco y luego me puse encima de él. Me metí toda su polla y empecé a montarle, pero entonces, cuando mejor me lo estaba pasando llegó su hermano.
—¿Y qué hiciste?
—Quise que me dejara, quise que paráramos, pero él me agarró.
—¿Parar?
—No quería, estaba muy cachonda, pero me dio un poco de vergüenza, no sé.
—¿Vergüenza tú? Pero si tú no tienes de eso…
—No me dio mucho más tiempo, el pequeño llegó y me agarró por detrás, me empezó a besar, me ayudaba a moverme encima de su hermano, una puta maravilla —le dije, encendida.
—¿Sí, eh? Menuda zorra estás hecha tú, pero te equivocas: lo que te voy a hacer ahora sí que va a ser una puta maravilla —me soltó las manos, me levantó y me llevó a la cama, tirándome sobre ella de espaldas. Se colocó sobre mí y me metió la cabeza entre las piernas lamiéndome, ahora sí, el coño, pasando toda la lengua, metiéndola y sacándola, jugando con el clítoris como quería, sin olvidarse, eso sí, de no soltar mis tetas, las tenía bien agarradas por los pezones, sabe que me encanta que me los aprieten fuerte mientras me comen. Y él lo hace como nadie en el mundo. Su lengua es lo mejor que tiene.
—Ah, sí, sí…—grité—no pares, joder, sigue, haz que me corra ya.
—Pero bueno, ¿me estás dando órdenes? Levantó un poco la cabeza de entre mis piernas, sonriendo.
—Quiero decir… por favor, sigue, que me encanta, lo haces como nadie en el mundo, eres el mejor.
—Puta mentirosa, se lo dirás a todos —siguió lamiéndome, con las manos sobre mis pezones, pellizcándolos, incluso dándome algún azotito suave en las tetas, mientras su lengua no paraba. Sabe que me encanta eso.
—No pares, joder —le agarré la cabeza mientras me corría. Qué maravilloso alivio. Me metió la lengua y empezó a moverla, mientras yo seguía en la gloria, notaba esas maravillosas contracciones y el corazón a mil por hora, pero ahora necesitaba su polla.
—Métemela ahora, vamos, no esperes más, que tú también lo estás deseando, cabrón.
—Sí, pero me vas follar tú ¿o qué te creías?
—Vale —me levanté un momento y busqué en el bolsillo de su chaqueta, donde siempre suele llevar unos cuantos condones. Saqué uno, rompí el envoltorio con los dientes y se lo puse en la polla, que estaba otra vez dura e hinchada, preparada para darme caña. Le hice que se sentara en la cama apoyando la espalda en unos almohadones y yo me coloqué sobre él, rodeándole la cintura con las piernas. Empecé a hacer un movimiento hacia delante y hacia atrás, y luego en círculos, que sé que le entusiasma.
—Así me gusta, joder, qué bien te mueves —me agarraba del culo —eso es, así, cómo lo haces, coño…

Le encanta follar así. Empezar con esta postura o con alguna variante es algo que le encanta. Luego le gusta cambiar muchas veces, y normalmente, o al menos cuando folla conmigo, suele acabar por detrás.

—¿Tengo libertad para escoger la postura que quiera? ¿O vas a seguir en plan dominante todo el rato?
—Haz conmigo lo que te dé la gana, preciosa, soy tuyo —y eso también le encanta, de repente, cambiar del rol dominante a dejarse hacer.
— Qué bien. Túmbate, voy a seguir un poquito ahí, que sé que te gusta, te gusta mucho, ¿verdad que sí? —le dije, sin dejar de moverme. Se colocó en la postura que le había indicado, echado de espaldas. Seguí moviéndome, ahora arriba y abajo, pero no muy deprisa, durante un rato más.
—Te lo estás pasando en grande ¿no? Pues ahora te toca a ti, enséñame lo que es un buen polvo, vamos.
—¿Quieres saber lo que es un buen polvo? —se incorporó y me hizo echarme de espaldas en la cama. Se colocó sobre mí, me cogió las piernas, y me las puso sobre sus hombros, haciendo que le rodeara el cuello. Empezó a moverse embistiéndome deprisa, como sabía, sin duda, que necesitaba ya.
—Así, joder, eso es, rápido, vamos, fóllame así, así, sí, muy bien. Dios, cómo me gusta…
— Y a mí también, preciosa, me encanta follar contigo.
—Eso ya lo veo, siempre vuelves a mí
—Y tú a mí, no puedes vivir sin mí.
—Mejor di que no puedo vivir sin tu polla.
—Claro que no, no puedes. Ponte a gatas, que te voy a follar como te gusta.
—Creí que no lo dirías nunca.
—Venga, ponte de culo, eso es, así —me puso la punta de la polla en la entrada del coño y la frotó.
—¿Qué coño haces, cabrón? Vamos, métemela —le dije, provocándole
—¿Así? —me la metió despacio, a sabiendas de que no era eso lo que quería.
—Fóllame como me hace falta, como tú sabes —le pedí, jadeando
—Así que quieres que te folle así —empezó a moverse rápido y a embestirme fuerte. En diez segundos sus embestidas eran ya tan salvajes que la cama empezó a correr serio peligro, y mis jadeos eran ya fortísimos. No quería meter mucho jaleo, pero no me dejaba otra.
—Me estás matando, cabrón, joder —le dije, jadeando y muy excitada.
—Tú sí que me estás matando, zorra, me vas a dejar seco —respondió.
—No pares ahora, que me corro —grité, llegando al orgasmo un momento después.

A él le llegó el momento un poco después que a mí. Me agarró, y embistiéndome fuerte, se quedó dentro de mí sin moverse.

— Joder, Layla. Dios, que me corro, joder —John es bastante escandaloso cuando se corre, y muy expresivo. Su repertorio de blasfemias y tacos puede ser enorme mientras se está corriendo. Soltó unas cuantas, mientras seguía moviéndose.

—Hostia puta, qué polvazo.

Al cabo de un rato, en el que él se encendió un cigarro, estuvimos hablando y riendo un poco, me recosté en la cama. Los ojos se me cerraban sin poder evitarlo. Me zarandeó ligeramente.

—Layla, vamos, cariño, no te quedes dormida, ya sé que te ha gustado tanto que lo harías, pero no puede ser, dentro de un rato tienes que ir a casa, cambiarte y llamar por teléfono, a ver que quiere la loca, venga, vamos —me llevó a rastras a la ducha, y me empujó dentro —Vamos, perezosa, ven aquí —tiró de mis manos y me mojó.
—Cabrón, qué fría.
—Así te espabilas.

Cuando salimos, mientras nos vestíamos, me dijo

—A ver qué vas a hacer esta noche, ¿eh? —sonrió
—No, tranquilo, que no creo que haga nada.
—Bueno, mientras esté el crack por ahí nunca se sabe, ¿no? Además, ahora que te has aficionado a los tríos…

Le puse los brazos alrededor del cuello, mientras estudiaba su mirada al decirle

—Sí, pues no estaría mal, podríamos hacer uno, él y tú conmigo ¿Qué te parece la idea?
—Que ese niñato no tiene nada que hacer a mi lado, le dejaría en evidencia —lo dijo irónico, pero noté que no le hacía ni puta gracia la sugerencia.

Solté una carcajada

—Te estás volviendo muy creído, ¿eh? ¿Te asusta la competencia? —era la segunda vez que decía esa frase en lo que iba de día.
—¿Ese competencia? Por favor, Layla. Y no me digas que lo estás pensando en serio —me miró con incredulidad.
—La idea no me desagrada, no —me mordí los labios para no reírme e intentar parecer muy seria.
—Ni a mí la de hacer un trío contigo y otra chica, cuando quieras, ¿eh?
—Mientras me ponga, la que tú quieras —le dije, para ver si se lo tomaba en serio.
—Te tomo la palabra, Layla, luego no podrás negarte —sonrió
—Bueno, pero antes lo harás tú con mi chico, que para eso he hablado yo primero.
—Serás puta, después del polvazo que te acabo de echar.

Me abrazó y luego me dijo

—Estaré localizable en el móvil, ¿vale, preciosa? Llámame en algún momento de la noche y me dices cómo va la cosa…
—Gracias, guapo, lo haré.

Salimos de allí y le acerqué a su casa. Luego fui a la mía a cambiarme de ropa. No sabía muy bien qué ponerme, y eran casi las siete y media, así que decidí esperar hasta hablar con ella.

IV

Me senté un rato mientras esperaba. En ese intervalo de tiempo me hicieron varias llamadas que me mantuvieron ocupada hasta que llegó la hora. Cuando vi que el reloj marcaba las ocho en punto, cogí el móvil, al que le había puesto una tarjeta de prepago en lugar de la mía habitual, como me había recomendado John con muy buen criterio. Contestó ella, y yo le solté a continuación.

—Hola hija de puta. Dime ya qué quieres.
—No te pongas así ¿Cómo estás? —me respondió, la muy cínica.
—Estaría mejor si desaparecieras, niña —no pensaba aflojar nada, iba a darle una detrás de otra.
—Bueno ¿estás preparada? —dijo, ignorándome.
—¿Para qué debo prepararme? ¿Para ir a cenar al Ritz? Tú dirás.
—Ponte guapa. Quiero que lo estés.

Mi asombro crecía cada vez más

—¿Pero a dónde vamos?
—Primero, te invitaré a una copa y hablaremos un poco tú y yo —me dijo —Luego ya lo verás. Pasaré a las nueve a por ti y tranquila, que ya sé dónde vives.

Esto era el colmo. Colgué cabreada, antes de decir algo de lo que me arrepintiera. ¿Pero qué coño? ¿También sabía dónde vivo?

Fui al armario y elegí un vestido negro corto y ajustado. Cogí una chaqueta entallada para ponérmela por encima y unos zapatos negros de tacón alto. Luego me maquillé con cuidado, y me eché unas gotas de perfume. Bajé a la hora acordada, y en ese momento, puntual, apareció un BMV rojo, impecable, en mi calle conducido por ella. Estaba impresionante. Llevaba un vestido también rojo, corto, hecho de un tejido suave y que se ajustaba perfectamente a todas sus curvas, el pelo peinado en un recogido que le dejaba parte suelto y parte sujeto a los lados. Sus ojos y sus labios estaban exquisitamente maquillados. A John se le hubieran salido los ojos cuando si la hubiera visto.

Abrí la puerta y me senté. Ella me saludó.

—Hola profe.

Le eché la peor de mis miradas.

—Hola, zorra. ¿Dónde me vas a llevar a hablar?
—Primero a tomar algo. Necesito que hablemos un poco tú y yo antes de lo que tengo pensado hacer contigo.
—Muy bien, tú mandas. Llévame donde quieras, pero dime rápido qué quieres.
—Todo a su tiempo, no te impacientes —me dijo, mirándome de una forma que no supe interpretar en ese momento.

El resto del camino permanecimos en silencio. Llegamos a una terraza en la plaza del Marqués de Salamanca, no muy lejos de mi casa. Ella bajó del coche y le entregó las llaves al aparcacoches, que la miró embobado, como un perrito. Sonrió y fuimos hacia una mesa con poca gente alrededor.

Se sentó y yo lo hice enfrente de ella, para poder estudiar su lenguaje corporal.

— Tú dirás. Habla —le dije. No iba a ponérselo fácil.
— Estarás pensando todo el tiempo por qué he hecho todo esto, ¿verdad? —me dijo, mirándome a los ojos.
— Pues sí, entre otras cosas, estoy pensando eso. Lo demás me lo callo, porque seguro que no te gustaría escucharlo —le dije, con tono duro.
— Desde el primer día que nos diste clase vi que a él le gustabas, no dejaba de mirarte y la verdad es que no le culpo —me miró, ahora de una forma que no supe leer bien—Eres muy atractiva, ¿sabes? No solo él, hay más gente en clase que lo piensa.
— Bueno, ¿y qué?
— Cuando él y tú os acostasteis la primera vez, estuvo una semana medio atontado. Cuando estamos solos suele intentar acostarse conmigo siempre,  y esa semana, nada, solo me daba unos cuantos besos, me dejaba en casa y ya está. Sospeché algo, y me di cuenta cuando vi cómo os mirabais.
—Hay una cosa que no entiendo –la interrumpí
—¿Qué?
—¿Por qué no quieres follar con él? Porque aún no lo has hecho, ¿verdad?
—No
—¿Eres virgen?
—No
—¿No? Pues entonces sí que no lo entiendo. Y él tampoco.
—Esta noche vas a entender muchas cosas —dijo, misteriosa.
—Mira, no planeé nada de lo que pasó. Ni haber estado con Álex y ni mucho menos lo que pasó con su hermano. No tendría que haberme dejado llevar, pero lo hice. No quiero interferir en nada entre vosotros, podemos seguir con nuestras vidas como si nada de esto hubiera pasado —le dije, intentando conciliar y bajando el tono agresivo que había tenido hasta el momento.
—Vamos —dijo levantándose y dejando un billete de 20 euros sobre la mesa sin preocuparse en absoluto por el cambio
—¿A dónde vamos ahora? —me sentía manipulada y sin tener el control, una sensación que no me gustaba nada.

Se dirigió al encargado para recuperar las llaves de su coche. Nos subimos de nuevo en él. Iba atrayendo todas las miradas a su paso, tenía un magnetismo especial que hacía que todo el mundo se quedara embobado mirándola. Seguí tirándole un poco de la lengua

—Pero ¿exactamente qué quieres que haga yo? ¿Vas a decírmelo ya?
—Vamos a ir a tomar una copa. Quizá él esté allí, si me hace caso, que yo creo que sí.

No conseguí sacarle nada más. Llegamos a un local atestado de gente, bastante de moda. Recé para no encontrarme a nadie conocido.

—Oye, ¿no podrías haber elegido un sitio que esté menos de moda? No me apetece encontrarme a nadie, ¿sabes?
—Tranquila, si ves a alguien me lo dices y nos vamos.
—Qué detalle por tu parte, chantajista de mierda.
—No te pongas así, ¿vale? Esas fotos eran la única forma que tenía de poder convencerte para que habláramos.
—¿Cómo las hiciste? —a ver si me resolvía el misterio.
—Fue fácil. No sé si sabes que en su casa Alex tiene un equipo muy bueno.
—Sí, lo vi. DVD, pantalla, equipo de altavoces…
—Y una cámara de vídeo digital. Lo que pasa es que no se ve, está escondida. Las fotos que te mandé son capturas de la cámara.
—¿Qué? —joder, eso ya era demasiado. ¡Un vídeo!
— Aquella noche, cuando entré en su casa, primero, vi tu coche aparcado. Me facilitó mucho las cosas que fueras esa noche allí.
—¿Por qué?
—Porque hacía ya tiempo que quería llegar a ti y no sabía cómo hacerlo. Cuando me di cuenta de que le gustabas a Alex empecé a salir con él, pero a mí en realidad no me gusta Alex. Le utilicé para llegar a ti y el plan me salió mucho mejor de lo que esperaba —sonrió— Puse en marcha la cámara cuando estuve en la buhardilla con él, mientras tú estabas con su hermano en el baño.

Yo estaba asombrada, absolutamente muda de asombro, casi sin poder ni reaccionar.

—Joder. ¿Me estás diciendo que te gusto? —no sabía cómo decirlo con delicadeza.
—Te estoy diciendo que estoy enamorada de ti, y que no podía permitir que me dijeras que no.

En términos deportivos, debería decir que me pilló “a contrapié” o “en fuera de juego”. Cualquiera de los dos describiría muy bien lo que sentí en ese momento. Respiré hondo y tragué saliva antes de contestarle, retrocediendo un paso para librarme de su contacto, sin poder evitarlo. Las mujeres nunca me han gustado, ni por curiosidad.

—Supongo que me lo estás diciendo en serio, ¿verdad? —estudié su mirada clavándole la mía.
—Claro que sí ¿nunca se te había declarado una mujer? —tenía las pupilas completamente dilatadas, señal de atracción inequívoca.
—No —le respondí, intentando disimular lo que sentía.
—No me lo puedo creer, vamos —sonrió, acariciándome un poco el brazo.
—Enamorada — repetí. Y por primera vez en mi vida tuve miedo de lo que fuera a suceder estando a menos de diez centímetros de alguien.
—Sí, del todo —su mano pasó del brazo a mi cadera y después a mi cintura. Yo estaba contra la pared y ella se acercó a mí para besarme.

Y así experimenté lo que es ser besada por otra mujer. Sentí sus labios tan suaves, su olor tan femenino, su piel sedosa. Se abrió paso en mi boca, pero el beso era demasiado suave y a mí me gustan más rotundos, no estaba acostumbrada a tanta delicadeza. Me sorprendí a mí misma, y en lugar de rechazarla, le cogí la nuca, con impaciencia, y la apreté contra mi boca. Mi curiosidad podía más que todo el asombro que estaba experimentando aquella noche.

—Espera, espera —sonrío ella —Más suave, no tan brusco —y siguió besándome igual que antes.

De repente me dieron ganas de seguir, pero a mi manera. Curioso lo que estaba sintiendo. Había cosas que no me gustaban, pero me excitaba. Contradictorio. Cada vez quería experimentar más y más sensaciones. Ahora le rocé una teta, y jamás había tocado una, ni a una amiga, ni en la piscina. Nada. Pero ahora quería hacerme con las suyas. Y me estaba calentando, lo que no dejaba de sorprenderme.

—Espera, tan pronto no —me dijo, separándose de mí —Aún no.
—¿No?
—No, no tan rápido, quiero que sea especial —“Bien”, pensé, eso me daría mayor margen de maniobra
—¿Me traes una copa?, ¿Por qué no vas y me pides una? Ginebra con tónica y un poco de lima, por favor. Mientras, aprovecho y voy al baño, ¿vale? —le dije, con mi voz más suave.
—No tardes —me clavó su mirada felina y volvió a besarme.

Necesitaba ordenar mis pensamientos. Fui al baño y me mojé un poco la nuca. No sabía muy bien qué acababa de suceder y lo que estaba sintiendo. Si algo he sido siempre es hetero convencida. Le había mentido, no era la primera vez que una tía quería algo conmigo, aunque, desde luego, jamás se me habían declarado así. A esta, desde luego, no podía mandarla a la mierda sin más, estaba mucho más loca de lo que había pensado. De todos modos, tampoco tenía muy claro lo que quería hacer, ni entendía la reacción de mi cuerpo. ¿Podría ser capaz de acostarme con ella? No tenía ni idea, así que saqué mi móvil y le mandé un mensaje a John. Le pedí que me llamara exactamente diez minutos después, que la cosa se estaba complicando y que le llamaría después. Él me contestó que lo haría. Volví de nuevo al sitio donde estaba ella. Cuando llegué, ella estaba hablando con un chico que se le había acercado y la devoraba con los ojos, como si quisiera tirarla sobre la mesa de billar que había cerca y follársela. Ella me sonrió y, mirando al chico, me besó de nuevo, lo que hizo que al pobre diablo casi se le salieran los ojos de las órbitas. Se acercó a nosotras y dijo algo así como que se pondría en medio de las dos o algo así. Lo que me faltaba por oír. Hablé yo.

—Claro que sí, te gustaría, ¿verdad? —sonreí, irónica —Pues olvídalo
—Qué egoísta eres, ¿la quieres para ti sola? —me dijo
—¿Te vas tú o nos vamos nosotras? —le dije, sosteniendo su mirada
—Vale, vale, no haré que te enfades.
—No lo hagas, o desearás no haber nacido —le dije, sin dejar de sonreír —No pierdas el tiempo aquí, anda —Él se alejó mirándome con cara de pocos amigos.
—Podría haber sido divertido —me dijo ella.
—Vaya, no dejas de sorprenderme ¿Hubieras querido enrollarte con él y conmigo?
—Me gustaba ver cómo me miraba.
—No me has respondido —le dije, decidida a averiguar si le iban también los tíos, por si John no tenía nada que hacer con ella y solo estaba jugando con él también. Aunque me extrañaba mucho —Juegas demasiado con fuego —le dije mientras bebía un sorbo de mi copa.
—¿Nos vamos? —me dijo, sonriendo y sin responder a mi pregunta.
—¿A dónde? —John debía estar a punto de llamarme.
—¿A mi casa? —me dijo. Yo supliqué a todos los dioses que el teléfono sonara ya.
—A lo mejor necesitaría un poco más de tiempo, ¿no? Es la primera vez.
—No creo que tú necesites más tiempo —me dijo, sonriendo. Antes he notado lo que has sentido y estás preparada, créeme —volvió a ponerme la mano en la cintura y a atraerme hacia ella.

Mi móvil zumbó en mi bolso. Bendije a John.

—Perdóname. Tengo que coger el teléfono —le dije, poniendo cara de que podía ser algo importante.

Salí a la calle, y ella salió detrás de mí.

—Soy tu salvavidas —me saludó John
—Hola, David, cariño —disimulé, hablando con tono suave, como si hablara con mi marido —¿Estás recogiendo el equipaje? O sea, que en quince o veinte minutos o así estarás ya, ¿no? Vale, vale, voy a por ti, sí, claro que sí, tengo ganas de verte. Besitos —colgué a John, que estaba descojonado de la risa al otro lado del teléfono.

Me dirigí a ella

—Tengo que ir al aeropuerto. Mi marido acaba de llegar de viaje —puse cara de circunstancias.
—Vaya, qué pena —me dijo
—Tendrá que ser en otro momento —le dije
—Sí. Ya te diré cuando —y me besó otra vez.

Le sonreí un poco y me dirigí hacia una parada de taxis, paré uno y me subí. Le indiqué la dirección de mi casa, volví a sacar el móvil y llamé a John otra vez…

—Hola “cariño” —volvió a reírse…
—Hola cabronazo. Ya te daré yo a ti.
—Vale, vale, perdona, es que no estoy acostumbrado a que seas tan dulce conmigo —me dijo, otra vez riéndose
—¿Dónde estás?
—En Pintor Rosales
—¿Tú solo?
—Si, me han dejado un poco colgado ¿Vienes?
—¿De segundo plato? —le dije, con sarcasmo.
—Hubieras sido el primero de no haber tenido que quedar con una chantajista. ¿Cómo te ha ido?
—Ahora te lo cuento. Ve preparándome una copa y pon el jacuzzi.
—No tardes, que se enfría el agua.

Pintor Rosales es el piso de un amigo suyo, que a veces, cuando no está, le deja usar de picadero y me imagino que su dueño también lo usa de la misma forma. Un ático precioso, tipo loft, con todas las comodidades y lujos que se puedan imaginar. John sabe elegir a sus amistades, sí.

Me dirigí al taxista y le indiqué el nuevo destino. Cuando llegué llamé al portero automático y John me abrió sin preguntarme nada.

Subí al piso, situado en la última planta. Como he dicho, es un ático impresionante, con una terraza desde la que se ve todo Madrid. John me había dejado abierta la puerta, por lo que solo tuve que empujarla. Fui hasta la terraza, él estaba apoyado en la barandilla, mirando las estrellas.

—Hola “cariño” —le abracé por detrás y cuando se dio la vuelta, le besé en los labios
—Hola guapa —me respondió, riéndose otra vez con otro beso poniéndome las manos en la cintura —a ver, cuéntame, que estoy deseando saber que tal te ha ido. Elige —me dijo, mientras iba al salón hacia el equipo de música—¿qué te pongo?
—Clapton. Ponme mi disco y mi canción.
—Coño, pues sí que está jodida la cosa. Vamos Layla, no será para tanto.
—Vas a flipar, te lo advierto.

Buscó el disco que le había pedido y lo puso. Mientras, yo fui a la cocina a por hielo y un par de vasos, cuando volví sonaba «Layla«. Me senté en el sofá a su lado y me recosté en el sofá.

—Habla ya, que me tienes en ascuas —me dijo, mientras me ponía un gin tonic.
—La llamé, como me dijo, y me vino a buscar a casa. La verdad es que es más lista de lo que creía. Vino impresionante, se te hubiera caído la baba si la llegas a ver.
—¿Si? —se sirvió un whisky y se quedó con la jarrita del agua en la mano mirándome antes de echar un poco en su vaso y revolverlo un poco.
—Si, de verdad. De rojo, vestido corto, ajustado, y muy, muy guapa.
—Joder —dijo, mientras encendía un cigarro y expulsaba el humo lentamente. Me encanta verle hacer eso.
—Me contó cómo había hecho las fotos. Lo peor del asunto es que no son fotos, son capturas de una cámara de video digital.
—Joder ¡qué putada! Menuda hija de puta.
—Eso ya te lo dije, y parecía tonta.
—Bueno, pero tú y yo somos mucho peores. Podemos ser muchísimo más hijos de puta. Pero sí, mejor que estemos preparados, una como esta no la habíamos encontrado todavía, ¿eh, cariño?
—Espera, que todavía no te he contado lo peor…
—¿El qué?
—Me ha dicho que —tragué saliva —está enamorada de mí y que está con su novio porque sabía que le gustaba y quería llegar a mí de esa forma.
—¿Qué? —se quedó atónito —Layla, esta chica está como una regadera…
—Eso me temo. Y tiene un vídeo mío follando con uno de mis alumnos y su hermano —le dije, llevándome la mano a la cabeza.
—Joder, ¿y qué le has dicho? ¿Qué has hecho?
—Pues eso es lo más extraño. Mi reacción. Me ha besado, y en lugar de rechazarla le he respondido y me he excitado un poco. ¿Tú qué hubieras hecho? —le pregunté
—¿Yo? —me dijo, desnudándome con los ojos —Daros lo vuestro a las dos —me dijo, sonriendo.
—No, coño —le dije, impaciente —Quiero decir, si a ti te chantajea un tío, te dice que está enamorado de tí, te besa y te dice que se quiere acostar contigo —según hablaba le fui viendo la cara de asco que iba poniendo…
—Pues no tengo ni idea —dijo, pensativo— Te hubiera llamado a ti —me miró a los ojos y me cogió la mano, llevándosela a los labios —para que me invitaras a una copa, me pusieras “Layla”, y me ayudaras a pensar cómo joderle, de manera figurada, claro —sonrió.
—Lo peor del caso es que me ha besado y no me ha desagradado del todo —dije, pensativa.
—Y yo me lo he perdido. Joder —me dijo— Oye, Layla ¿por qué no la llamas y le dices que venga?
—No estoy de humor para aguantar ironías ¿vale? —lo que me faltaba por oír
—Ironía ninguna, te lo estoy diciendo en serio.
—Lo primero, porque no veo cómo me puede ayudar eso a resolver mi problema —le dije, mirándole a los ojos, un poco enfadada —y lo segundo, te he dicho que el beso no me ha desagradado del todo, pero de ahí a acostarme con ella va un abismo. No sé si sería capaz.
—Me dices estas cosas y se me ensucia la mente, entiéndelo y no te cabrees, anda, ven aquí —me dijo, abriéndome un poco los brazos para que le abrazara
—¿Pero qué coño he hecho yo para merecer esto? –me desesperé, apoyándome en su pecho —Joder, John, te juro que yo no he hecho nada. Enamorada dice.
—Desde luego, no ha ido a escoger a la mejor persona para enamorarse, menuda eres tú. La harías sufrir como una condenada. Oye, y ahora que lo pienso, ¿y si solo te comiera ella a ti?
—Ten amigos para escuchar estas cosas —le dije, irónica— Claro, claro, sigue poniéndote en mi piel, por favor, y piensa ¿y si el tío solo te lo hiciera a ti?
—Coño Layla, no es lo mismo.
—¿Ah no? ¿Y por qué? A mí me resulta igual de repulsivo, creo que aún no estoy preparada para eso, a pesar de lo que he sentido cuando me ha besado.
—¿Qué has sentido?
—Pues que me calentaba. Pero era un beso demasiado suave, ella estaba suave, olía a tía, su piel estaba suave…
—Claro ¡porque es una tía! —rió John
—Pero yo estoy acostumbrada a otra cosa. Me gustan los besos más fuertes. He tenido ganas de cogerla, besarla como yo quería y, en un momento dado, hasta de tirarla sobre una mesa de billar que había en el bar y seguir.
—Me estás poniendo muy burro ¿sabes? Dios, lo que hubiera dado yo por ver eso, cariño —me dijo, mientras hacía un par de aros de humos y luego lo expulsaba lentamente, poniendo morritos, cosa que sabe de sobra, me encanta y me pone muchísimo. Me lanzó una de sus miradas hambrientas y sonrió.
—¿Vamos a darnos un baño?
—Vamos —sonreí, mientras me echaba sobre él y le besaba en los labios. Él me abrazó y me dijo al oído, con el tono de voz que le sale cuando está cachondo perdido
—Me vuelves loco. Y cada vez que estoy contigo descubro cosas nuevas de ti, me encantas —me dijo, mientras me mordía el cuello —Vamos.

Me levanté y él lo hizo después de mí. Me cogió la mano y me llevó al baño. La bañera de hidromasaje de ese piso es impresionante, enorme. La tenía llena de agua. Se fue desnudando mirándome a los ojos

—Hace unas horas que te he echado un polvazo, y me tienes fatal otra vez, bruja.
—Y tú a mí.
—Puta insaciable —me dijo, al oído

Se desnudó completamente y se metió en el agua

—Desnúdate despacio, que me gusta verte, ya lo sabes —me encanta cómo me mira.

Me bajé el vestido y dejé que se escurriera por mis caderas. Me quedé con el sujetador de encaje y el tanga negro a juego que me había puesto, las medias y los tacones.

—Pero qué buena estás, joder.
—¿Quieres seguir mirándome, o prefieres que me meta contigo ahí? —le dije, provocándole.
—Quiero que te quites primero los zapatos, despacio. Así. Ahora una media, eso es, así, ahora la otra. El sujetador, bájate los tirantes, así, desabróchalo y ahora el tanga. Y ahora ven aquí, que te voy a dar…
—¿Qué me vas a dar? —me reí, mientras me metía en la bañera y me quedaba de rodillas frente a él. La bañera es tan grande que se puede hacer eso y mucho más.
—Te voy a dar lo que quieres, porque lo quieres, ¿verdad?
—Lo quiero, sí —fui hacia él, besándole, mientras ponía el motor de la bañera haciendo que saliera el agua a presión.

John se puso de rodillas también frente a mi. Empezó acariciándome la cintura, las caderas, frotando un poco de espuma por mi piel. El agua estaba deliciosa, caliente y daban ganas de dejarse llevar, que era exactamente lo que iba a hacer, Siguió acariciándome las tetas con la punta de los dedos y después solo con las palmas. Puso su boca sobre uno de mis pezones y lo lamió muy lentamente, recreándose, mientras su mano me cubría la otra teta, pellizcando ligeramente el pezón, aunque se le escurrían los dedos. No he estado con nadie que haga eso mejor que él, es único. A mi me encanta que me acaricien así, pero, además, John tiene una voz y una forma de decir las cosas y mirar que me ponen muy caliente. Supongo que es una combinación de todo ello.

—Me encantan tus tetas, Layla, es que me encanta ver cómo te gusta y cómo te pones cuando te hago esto —mordió un poquito mientras retorcía suavemente el otro pezón —las tienes tan sensibles, podría estar una hora con ellas, así —Dios, qué bueno es el cabrón. Me arqueé, ofreciéndoselas más todavía.
—Y tú eres el mejor, cariño, Dios, no hay otro que haga eso como tú, sigue, sigue, no pares ocúpate bien de ellas —le dije. Su lengua fue al otro pezón, mientras su otra mano me acariciaba muy ligeramente, cogiéndome el clítoris con dos dedos, y dando suaves pellizcos, como si lo estuviera sujetando con una pinza, a veces, haciendo un movimiento circular. Yo me moría de placer, me encantaba estar ahí, abandonada a sus caricias. Le hubiera dejado que hiciera lo que quisiera conmigo.
—Soy tu esclava esta noche, anda, hazme lo que quieras.
—Oh, oh, no me digas eso, Layla, que te podrías arrepentir…
—Correré el riesgo, me gusta jugar con fuego —me estaba volviendo loca —¿Que vas a hacer conmigo, di?
—Joder, me encanta, ¿en serio me dejas que te haga lo que yo quiera?
—¿Alguna vez no lo has hecho? —gemí. Movió los dedos más rápido y siguió dando pequeños mordisquitos a mis pezones, alternándolos, primero uno y luego el otro. No aguanté más. Me corrí bajo su lengua y sus manos, fue un orgasmo lento, intenso, llegó en oleadas, y me sacudió entera.
—¿Estás un poco mejor, amor? —sonrió —Si, ya veo que sí, me alegro, esta es mi Layla.
—Gracias, lo necesitaba —le dije, mientras me recuperaba.
—Ya lo sé, por eso te lo he hecho, pero no creas que me he olvidado de lo que me has dicho, voy a hacer contigo lo que me dé la gana —me dijo al oído.
—Cabrón, me has pillado con la guardia baja.
—Un agujero en la defensa, sí.

Me quedé con él toda la noche. Ciertamente, hizo conmigo lo que quiso, y yo me dejé muy gustosamente, porque lo necesitaba de veras. Y si se pone es inagotable, cosa que yo necesitaba esa noche. Estábamos en la cama, yo apoyada en unas almohadas y él con la cabeza sobre mis piernas, fumando.

—Yo creo —me dijo, mientras le daba una calada al cigarro —que lo has hecho bien, lo llevas bien, pero para que se lo crea del todo, debes ir despacio. Joder, qué desgraciado soy ¿con lo buena que está, y vas tú y me la quitas?
—Pues no quiero ir, ni despacio ni deprisa. Es raro, me parece que le gustan también los tíos, no sé, más provocarles que otra cosa. Pero creo que sí se lo haría contigo —le dije, sonriendo.
—Antes pensaba que sí, pero ya no estoy seguro —expulsó el humo lentamente
—¿Y si yo se lo pidiera?

John me miró y se puso encima de mí

—No se yo. Si solo le gusta provocar, no creo que quiera.
—No sé, pero qué ganas tengo de joderla, hija de puta.
—Layla, eso, dadas las circunstancias, suena muy mal, cariño —sonrió —¿Qué te gustaría que hiciera con ella?
—Lo peor que se te ocurra, haz que se enamore de ti, por ejemplo.
—No te pases, Layla.
—Sería una venganza a la altura de las circunstancias ¿Tú no harías eso por mí?
—No quiero tener problemas. Joder, tía, te estas volviendo de lo peor —me miró, con cara de preocupación.
— Pues que no se enamore, pero pórtate como un auténtico hijo de puta con ella.
—¿Y cómo harás para convencerla de que esté conmigo?
—Se me ocurrirá algo, tranquilo. Tú mientras, sigue con ella igual que esta mañana, sé un encantador de serpientes, que eso lo haces de maravilla, guapo —le besé.
—A ver, Madame de Merteuil, explícate —me dijo, haciendo referencia al personaje de “Las amistades peligrosas”. El plan le estaba gustando de verdad, sus ojos no dejaban de lanzar chispitas.
—¿No te digo que estás perdiendo facultades? A ver, si yo fuera un tío…
—Serías el clásico cabrón que hace llorar a las mujeres, vamos, lo mismo que en mujer, que ya sé que tienes unos cuantos cadáveres a tus espaldas —me dijo, y yo me reí, poniéndome yo encima de él ahora.
—Escúcheme, monsieur Valmont, —le dije, mirándole fijamente —Por ejemplo, podrías invitarla a cenar, a un par de copas, y ser absolutamente encantador, parecer inofensivo, eso lo sabes hacer muy bien —sonrió —Pero cuando vayas a follártela, en ese momento, por ejemplo, podría aparecer un amigo tuyo… y entre los dos podríais darle lo suyo.
—Joder, Layla, me estas poniendo. Fóllame, vamos, móntame y fóllame, mientras me lo cuentas.
—Te gusta la idea, ¿eh? —le dije, mientras le ponía un condón y le hacía caso
—Preferiría hacerla contigo, a ti si que te iba a dar lo tuyo, zorra…
—¿A mí?
—Sí, a ti. Vamos, muévete, ¿por qué no te lo juegas conmigo?
—¿En qué estás pensando? —le dije, sin dejar de moverme despacio sobre su polla.
—Siempre he querido hacer un trío contigo y otra chica, ya lo sabes.
—Y ya sabes lo que pienso yo de eso, ¿no?.
—Sí, pero mira, hoy has visto que lo mismo te podría gustar. Juégatelo. Si ganas, haré lo que tú quieras —sabe que no puedo resistirme a los retos.
—Lo mismo, pero con un chico, el que yo elija.
—¿Estás aceptando? —se incorporó, agarrándome del culo —Di ¿estás aceptando, Layla?
—Acabo de hacerlo, cabrón, y si lo hago es porque estoy segura de que te voy a ganar
—Lo llevas claro, rubita —me cabrea que me llame así, y lo sabe.
—Te he dicho mil millones de veces que no me llames jamás así —le dije, enfadada. Solo se lo he consentido a una persona en toda mi vida y me hace daño recordarle —Eso ya lo veremos, sabes que juego al mus como nadie.
—¿Al mus? —rió— No tienes nada que hacer, vete preparando —me dijo.

Los dos habíamos jugado juntos, como pareja, cuando nos conocimos en aquellas jornadas, una noche en el hotel que se organizó una partida entre unos cuantos de los participantes. Barrimos a todos los que se atrevieron a enfrentarse con nosotros. Y claro, luego, celebramos la victoria a nuestra manera.

—El viernes que viene, cuando vayas a dar la siguiente charla a la facultad. Allí somos muy aficionados.
—Vale, prepárate, te digo.
—Oye, ¿podré elegir yo a la chica? —le pregunté, poniéndome muy seria, pero vacilándole.
—Lo de esta noche te ha dejado tocada, ¿eh? De eso nada, a la chica la elijo yo. Si ganas tú, eliges al chico.

Quedamos en vernos el viernes por la mañana en mi despacho, a la misma hora que el anterior. Pero él me dijo que iría antes por la facultad con cualquier excusa y se haría el encontradizo con mi alumna. Le desee suerte, la iba a necesitar.

***

Llegó el viernes, el día en el que por lo visto a mi me venían sucediendo todo tipo de cosas en las últimas semanas. John llegó por la mañana, guapísimo otra vez, y puntual por una vez en su vida.

—Vaya —le dije —¿estás bien? —le dije, mirándome el reloj y luego otra vez a él —¿O es que yo tengo el reloj atrasado?
—Cómo te pasas conmigo, si no fuera bueno te ibas a enterar.
— Cuéntame tus avances, monsieur Valmont —sonreí
—Tenías razón, me lo puso difícil. No es fácil, ni mucho menos, está muy buena, y puede elegir a quien le dé la gana. Y encima le gustan las tías, Si no fuera por ti, Layla… lo que no haga yo por ti —me dijo
—Si no fuera por mí, lo habrías hecho de todos modos, te conozco, no me cuentes películas —sonreí
—Seguramente sí —sonrió él —la verdad es que es un reto cojonudo. La vi ayer por la tarde. Hablé un poco con ella aquí, pero luego la invité a un café. Claro, que tuve que esperar a que su novio se pirara. Bueno, el caso es que la llevé a un café que hay cerca de Pintor Rosales, por si la cosa se ponía bien.
—¿Y…?
—Después de estar toda la tarde me enrollé con ella. Me tuve que controlar mucho para no ponerme muy burro, ya me hubiera gustado, pero recordé lo que me dijiste de la delicadeza y eso.
—¿Te la tiraste? —me levanté y me puse a su lado
—¿Acaso lo dudas? Pues claro, y creo que a ella le encantó —sonrió
—¿Pero cómo no le va gustar? —le dije, sonriendo —Tú le gustas a cualquier chica de más de 17 años —le besé en los labios suavemente —¿Te he dicho alguna vez lo contenta que estoy de que seas mi amigo?
—Alguna, pero la verdad es que podrías tirarte el rollo y decírmelo más a menudo —me dijo, poniéndome las manos en la cintura y atrayéndome hacia él
—Me encanta que seas mi amigo, pero vas a perder al mus, lo siento, guapo.
—Eso ya se verá esta tarde —sonrió
—Claro, ahora vamos a tomar un café, al que, por cierto, te toca invitarme y ya me contarás lo que hiciste a la niña…
—Nada destacable, te lo aseguro. Está muy buena, pero nada más, me aburrí bastante.
—Pero me lo contarás de todos modos, ¿no?
—Claro que sí, te lo contaré con todos los detalles —sonrió
—Vale, venga, vamos.

Bajamos a la cafetería de la universidad. Fuimos a la barra a pedir los cafés y acabamos de ultimar los detalles de la charla que tenía que dar. Allí nos encontramos también con el resto de mis compañeros. Me dirigí hacia Edu, mi compañero de despacho, con quien me llevo genial. Somos pareja de mus desde hace mucho.

—Edu, este insensato —señalé a John—se ha atrevido a retarnos. ¿Qué te parece?
—Pues que se busque una pareja y vaya preparándose para perder, ¿no, rubia?

Edu siempre me llama así, cuando estamos con gente de confianza, claro.

—Tú tranquilo, no le hagas caso a este vacilón —le dijo Toni, otro de mis compañeros a John. Y tú –se dirigió a mí—no presumas tanto, que hace dos semanas casi perdéis.
—Casi, tú lo has dicho. Ahí está la diferencia, nosotros “casi” perdemos y tu compañero y tú perdisteis —le sonreí.
—Bueno —intervino John, mirándome con esas chispitas en la suya—tú tranquilo tío —le dijo a Toni—Eso se puede acabar, yo he jugado de pareja con ella, la conozco y sé cuales son sus puntos débiles —cuando dijo eso me miró de reojo intentando no reírse. Y tanto, pensé yo.
—¿Y cuándo habéis jugado juntos vosotros dos? —preguntó Edu, frunciendo un poco el ceño, extrañado.
—En unas jornadas de redes, aburridísimas, tío. Las tardes enteras jugando al mus —le respondió John.

Tuve que morderme un poco los labios para no reírme. Y a más cosas.

—Bueno, por fin alguien que va a ayudarme a haceros pasar por debajo de la mesa, cabrones —dijo Toni. La verdad es que no soportaba que le ganara una mujer en nada. Cuando jugamos al póker le pasa lo mismo.
—Bueno, nosotros nos vamos. Nos vemos luego donde siempre —dije yo
—Hasta luego, compañera —me dijo Edu.

Fuimos caminando hacia el aula magna. Yo sonreí y miré a John.

—Menudo capullo de compañero te has buscado, cariño.
—Eso parece, pero me sobra para ganarte —sonrió, irónico
—No estés tan seguro de ti mismo. Oye, recuerda llamarme por mi nombre.

John se echó a reír

—Sí, y tú por el mío, si es que te acuerdas. No sé si voy a poder, preciosa, bueno, si dudo te llamaré rubia, como tu compañero.

Llegamos al aula magna y nos sentamos en el estrado. Ese día, por fortuna, mi directora de departamento no nos honró con su presencia. Yo observé el rostro de mi alumna. Miraba a John extasiada, la verdad es que el cabrón de él se la había trabajado bien, sí. Pero de vez en cuando sus ojos iban hacia mí, de hecho, iban de él a mí, todo el rato. Cuando John terminó y empezamos a recoger, ella se le acercó un momento, disimulando, para preguntarle algo sobre lo que acababa de hablar. Yo le dejé pista libre, y concentré mis energías en su novio. Le indiqué con la mirada que me siguiera a mi despacho. Él lo hizo, de hecho, a los dos minutos, estaba allí. Le encargué algo que se me ocurrió sobre la marcha para la siguiente clase, esperaba algo más, pero no quería liar más la madeja, así que, aunque hubiera tenido ganas de quedar con él, me aguanté las ganas. Fue tiempo más que suficiente para que a John le diera tiempo a quedar con su novia sin que se diera cuenta.

Cuando acabamos de comer en la cafetería de la facultad fuimos a otro bar que hay por allí, que es donde jugamos al mus y tomamos café después de comer, ya que, aparte de que no es plan hacerlo en la universidad —menudo ejemplo le daríamos a los alumnos— el café al menos sabe a algo.

Edu y yo nos situamos enfrente, Toni y John hicieron lo propio. Toni, que no puede evitar ser así, me dijo

—Las damas primero, ¿barajas tú?
—Si quieres —suspiré. Cogí la baraja y mezclé las cartas y le indiqué a John, que estaba a mi izquierda, que me cortara, junté los dos montones y repartí cuatro cartas a cada uno.
—Corrido y sin señas, caballeros —dije. Tomé mis cartas y las miré rápidamente. Treinta y una y pares, dos reyes, sota y as, no estaba nada mal para empezar. Miré a mi compañero, y, como le conozco, supe que no llevaba nada, aunque no me hizo ninguna seña ni gesto. John, sin embargo, sí que me dio la sensación de que llevaba algo porque, aunque hacía tiempo que no jugaba con él, conozco su mirada. Por lo menos dos reyes. Poniendo la mano sobre la baraja, dije
—Te veo con cara de quererme un envite, Toni…
—¿Ya empiezas? A mí no me dice, ¿y a ti? –le dijo a su compañero
—A mí sí, pero tendrán que ser dos más… rubia —dijo John, que casi se le escapa el Layla, estudiando mi mirada, intentando saber qué podría llevar. Yo sonreí y le dije
—No me asustas, vale, quiero cuatro. A chica paso —y los demás también.
—Llevo pares —Edu no llevaba, Toni sí, aunque por la expresión de su cara debían de ser malísimos, y John también.
—Ahora el envite te lo echo yo —me dijo John—Otras cuatro —desde luego, la cosa iba a estar bien, si empezábamos así…
—Y yo las quiero. Llevo juego —Toni no llevaba, Edu y John sí
—Dale caña, rubia —me dijo Edu
—Claro, vamos, a ver si eres tan valiente.
—Estamos empezando ¿por qué no? Soltó sus cartas, y enseñó tres reyes caballo.
—No te confíes, que has tenido la suerte del novato. Como mi compi empiece a coger cartas, te vas a enterar, tío —le dijo Edu a John.
—No ha estado mal para empezar –le dije, mirándole fijamente a los ojos. Y no te has desentrenado mucho, pero eso me gusta, no me gusta ganar a los que no saben.

Un rato más tarde, la cosa estaba bastante caliente y nosotros aún más, picándonos el uno al otro todo el tiempo. Empatados a dos juegos, Edu y yo a diez del final. Duples de reyes y sotas, de primeras dadas. Miré a Edu, aunque muchas señas no podía pasarle, porque John no me quitaba ojo de encima, pude hacerle mirarle y alzar un poquitín los ojos hacia arriba, que ya sé que no es lo más ortodoxo, pero algo tenía que hacer. Edu sonrió y me indicó que llevaba medias de ases, muy disimuladamente, lamiendo una gotita de café en sus labios rápidamente. Así que había que dar caña a los pares o la chica. John era mano en ese juego y empezó diciendo:

—Voy a pasar hasta allí —miró a Toni
—Y yo también, hasta allí —dije, retándole con la mirada, y mirando a Edu a continuación.
—Envido –dijo Toni, mirando a Edu
—Lo vemos, ¿no rubia? —me preguntó mirándome
—Claro. Vamos, habla de chica
—Se gana sola, paso —dijo John, y, mirando a Edu, decidí pasar también y jugárnosla a los pares. Él me hizo un gesto con la cabeza, como dándome “permiso”.
—Pares sí —todos llevábamos
—Para echarte por lo menos cinco —me dijo John. Muy mal pintaban las cosas, las chispas que había en su mirada me indicaron que por lo menos llevaba medias de reyes o duples, lo mismo que yo. Pero me arriesgué
—¿Cinco? Y cinco, diez o sea que…
—Órdago. A ver qué tienes —me miró retándome con sus ojazos oscuros, y sabe que no puedo resistirme a eso.
—Vamos, guapa, aplasta a estos cabrones —me dijo Edu, encantado, aunque yo no las tenía todas conmigo. Sabía lo que me estaba jugando. Lo pensé dos segundos antes de dejar mis duples de reyes y sotas sobre la mesa.
—Mejóralos —le dije, retándole yo ahora.
—Eso está hecho, rubia —soltó dos reyes y dos caballos sobre la mesa, sin dejar de mirarme. Hijo de puta.
—Joder, tío, no me lo creo —le dijo Toni, que si, en efecto, estaba que no se lo creía —Yo me quedo contigo de compañero para los restos, eran imbatibles hasta que llegaste tú —le dio la mano y John se la estrechó
—Pues se acabó la hegemonía —John me miró, sabe que no me gusta perder, pero esta vez, encima, había algo bastante fuerte en juego
—Enhorabuena. Edu, no habíamos contado con el factor suerte. —le dije, sin ser capaz ni de mirarle a los ojos. Odio perder.
—Pues no, qué cabrones, han tenido una suerte…. Bueno, al menos han sido dignos rivales —dijo Edu.

Hubiéramos echado la revancha, pero no teníamos tiempo. Todos nos teníamos que ir. John me acompañó hasta el coche, sin hablarme, porque sabía que le soltaría cualquier barbaridad si lo hacía…

—¿Te acerco a tu casa, cabronazo? –le dije yo

Se rió.

—Joder, Layla, qué mal te sienta perder. Si, acércame, anda, me harías un favor. Aunque el favor te lo hacía yo ahora mismo, cabreada follas como nadie, rubia.
—Tú sigue, y al final te llevas una hostia, verás…
—Te tiraba ahora mismo aquí y…
—Y te ibas a enterar, capullo.
—Bueno, ya te haré saber cómo debes pagarme la apuesta y con quién.

Le llevé a su casa. Cuando fue a bajarse, me rozó ligeramente la mano para despedirse.

—Te diré algo, ¿vale? Y no te enfades conmigo, que sabes que no puedes —me dijo, sonriéndome.
—Vamos, vete o te atropello –sonreí yo— No, efectivamente, no puedo enfadarme con él mucho tiempo. Fui a hacer un par de recados, y volví a casa pensando en la apuesta.

***

Este fue el mensaje que me escribió John el domingo por la noche. Lo reproduzco literalmente, porque me quedé flipada. Yo creo que, una de dos, o se había pasado el fin de semana bebiendo o el sol le había dado en la cabeza demasiado tiempo.

Hola preciosa. Como bien sabes, el viernes pasado te gané al mus y tenemos algo pendiente. Una chica, la que yo quiera, ¿no? Pues matemos dos pájaros de un tiro. Tú y la novia de tu chico, el jueves por la noche, en su casa. Intenta arreglarlo para el jueves, porque se queda sola, sin padres, y nos interesa que esté en su casa. Tranquila, me las apañaré para que tenga las manos quietas, eso déjamelo a mí.

Le respondí:

Oye, ¿tú qué coño has bebido este fin de semana? Porque lo que sea te ha sentado fatal ¿estas mal de la cabeza o qué?. Piensa en otra.

Y él, de nuevo, me respondió:

Quiero que sea ella y dijiste que si ganaba elegía yo. Puedes hacerlo y lo harás muy bien. Además, así te quitarás el problema de encima. Confía en mí.

Cuando a John se le mete algo en la cabeza… La verdad es que no era tan mala idea, y sí, claro que confiaba en él. Eso sí, esperaba poder librarme del chantaje, poder mandarla a la mierda y seguir con mi vida. Demasiadas emociones fuertes en el último mes. Le respondí diciéndole que confiaba en él y aceptando el reto, y que me hiciera saber la hora y el sitio exacto.

El resto de la semana, la pasé como pude. Nunca tuve muchos problemas para enfrentarme a mis amantes, quiero decir, que no me importa encontrármelos cara a cara después de lo que haya pasado. Pero esto era distinto. Lo cierto es que cada vez que la veía la imaginaba desnuda y a John haciéndole de todo ¿pero qué coño me estaba pasando? El jueves por la mañana la vi por el pasillo de camino a una clase. Nuestras miradas se cruzaron y  yo pensé en esa tarde y en lo que iba a pasar.

***

Estaba en mi despacho, tratando de corregir unos ejercicios y, de pronto, llamaron a la puerta. Sin levantar la cabeza de mi trabajo dije que adelante. Iba a levantar la mirada cuando percibí un olor que me erizó la piel, literalmente. No podía creerlo. No, joder, no podía ser.

—Hola

Solo dijo eso, pero fue suficiente. Mi mirada fue levantándose poco a poco hasta encontrarme con la suya.

—Joder. ¿Pero qué coño haces tú aquí? —dije, completamente descolocada
—Qué poca amabilidad, rubita —me respondió, sonriendo.

Él siempre me llamaba así, y es a la única persona a quien se lo he consentido y se lo consiento.

—Oye, no me… Te lo vuelvo a preguntar, ¿qué coño haces tú aquí?
—Nada, mujer, pasaba cerca y he pensado en hacerte una visita, nada más.

No podía creerlo, pero allí estaba. Fernando, Fer, una aparición de otra época de mi vida. Si hay algún adjetivo calificativo adecuado para él es el de cabrón. El cabronazo por excelencia, ese que en algún momento todas queremos como amante, pero luego nos arrepentimos. Habían pasado exactamente diez meses desde la última vez que le vi, desde que se fue a Nueva York a dar clase en la universidad. Me dejó con el alma rota y helada, tras tres años de continuo sufrimiento, y cuando me sobrepuse lo hice convertida en otra persona, alguien desconfiada, fría y despiadada. Igual que la última vez que le había visto, mi cuerpo reaccionó de inmediato a su presencia, es algo que no puedo evitar, y empecé a escuchar mi propio ritmo cardiaco y casi que a notar como se me dilataban las pupilas. Estaba perdiendo el control sobre mi cuerpo, algo que siempre me ha pasado con él y no soporto.

—Tienes razón, perdona ¿Cómo estás? ¿Cuándo has vuelto de Nueva York? —le dije, intentando tranquilizarme
—Hace quince días —respondió mientras me miraba a los ojos, sonriendo.
—¿Y cuándo vuelves? —pregunté. Su respuesta me dejó todavía más descolocada.
—He venido para quedarme
—Joder… ¿y eso?
—Porque hay cosas que echo de menos aquí.

Tiene una mirada especial, magnética, y estaba, si cabe, aún más guapo que la última vez que le vi. Un cuerpo de escándalo, pelo castaño claro y los ojos muy oscuros. Unas manos y una boca que sabe usar de maravilla, aunque es, como ya he dicho, uno de los tíos más hijos de puta que he conocido. La última vez que hablamos acabamos discutiendo, porque le conté que me había casado con David y su reacción fue colgar la llamada de Skype y dejarme con la palabra en la boca, algo que sabe que no soporto. A pesar de todas las putadas que me ha hecho, se permitía el lujo de cabrearse. Y reconozco que disfruté de ese momento.

—¿Tan mal me he portado contigo que no me merezco ni siquiera un beso de bienvenida? —sonrió.
—Bien sabes que no —me levanté un momento y me acerqué, con precaución. El corazón me latía a toda velocidad, con él tengo una química tan fuerte que no puedo controlar mis reacciones físicas. Me estiré un poco para besarle, iba a hacerlo en la cara, pero no me dejó. Su boca buscó la mía y la exploró, mientras me atraía hacia su cuerpo. Hubiera dejado que me tirara sobre la mesa, emulando a Jack Nicholson en aquella película, pero le detuve.

—Espera —le dije, intentando escapar de la influencia que tiene en mí.
—Venga, Ali —me llamó por mi nombre— lo estás deseando, te conozco.
—Sí, pero espera, joder… —lo único que me faltaba era que Fer apareciera de pronto, así, sin avisar.
—Te he echado mucho de menos, que lo sepas.

De pronto, mi móvil emitió un zumbido, indicando que me había llegado un mensaje. Estaba sobre la mesa, y pude ver que era de John. Me pareció la excusa perfecta para escapar de sus brazos.

—Perdona un segundo, Fer. Estaba esperando un mensaje, a ver si es…

—Algo importante, espero —me dijo. Lo leí. Era la dirección y la hora del sitio donde habíamos quedado esa tarde. De pronto, se me ocurrió algo. Acabé de leer el mensaje y después miré a Fer. Aprendí mucho de él y, cuando quiero, también puedo ser una hija de puta. Iba a vengarme de él.
—Bueno, no era nada importante, no el mensaje que esperaba —mentí. La verdad es que tienes toda la razón, no te mereces tanto desprecio.
—Claro que no me lo merezco —sonrió
—No, no alguien que sabe hacer las cosas que tú haces.
—Entonces…
—Entonces te invito a una copa esta tarde —le miré a los ojos —¿Aceptas?
—Si me lo pides así, no me puedo negar —sonrió

Le cité a las ocho, pero le dije que le confirmaría el sitio.

—Si me hubieras llamado antes, lo hubiera arreglado para verte con más tiempo, pero David viene este fin de semana —le dije con ironía, mostrándome ahora absolutamente encantadora.
—Bueno, es que quería darte una sorpresa —me dijo, torciendo el gesto. David fue cliente suyo, es abogado, y me lo presentó él. Cuando le dije que nos habíamos casado soltó sapos y culebras por la boca.
—Tengo que acabar de corregir esto —me estiré de nuevo, mirándole a los ojos, y le besé en los labios, ligeramente. Pero él no se conformó con eso, claro. Me atrajo hacia su cuerpo y me besó otra vez sujetándome bien fuerte, subiendo un poco sus manos hacia mis tetas. Le detuve.
—Fer, para, coño
—Venga ya, rubita, lo estás deseando, ¿hace falta que te lo demuestre?
—¡Para, joder! —me metió la mano por debajo de la falda, y me arrancó el tanga negro que llevaba de un manotazo. Cuando digo que es un cabrón, es que lo es. Sonriendo, cogió parte del líquido que se salía de mí con un dedo, se escurría por mis muslos. Siempre me pasó eso con él, no me pasa con nadie más, ni siquiera John es capaz de provocarme semejante reacción. Lo lamió despacio mientras me miraba a los ojos y me tocaba. Le maldije, no quería hacérmelo allí con él, pero no me dejaba muchas opciones. Mi cuerpo y mi cabeza iban cada uno por su cuenta.

—¿Pero qué coño haces, hijo de puta? —le dije, cabreada
—¿Lo ves? No me equivocaba. Estás tan mojada como siempre —esto me lo dijo al oído, y sabe de sobra la reacción que provocan su voz y sus palabras en mí.
—Te he dicho que pares, joder —uno de sus dedos se metió dentro de mi coño, de pronto.
—No quieres que pare. Dime, ¿qué quieres que te haga?
—Fer, este no es el mejor sitio, en serio… —casi le supliqué.
—Para ti cualquier sitio es bueno, y ya sabes que a mí me pone muy cachondo follarte aquí, cuántos recuerdos —sonrió—Así que no me vengas con esas —echó la llave de la puerta y volvió conmigo.
—Siéntate, vamos, y ábrete bien.
—Eres un…
—¿Un qué? —no me dejó opción. Me subió la falda y me hizo sentarme en la silla, detrás de mi mesa, con las piernas bien abiertas.
—Un cabrón, joder, un cabrón —se arrodillo delante de mí, poniendo mis piernas sobre sus hombros. Empezó a masturbarme despacio, primero rozando solo, luego haciendo más presión, después metiendo un dedo, luego dos, moviéndolos y sin dejar de mirarme, sonriendo.
—¿Quieres que te coma? ¿O prefieres que solo te haga una paja?
—Serías capaz de hacerlo, ¿no?
—Por supuesto que sí, ya lo sabes —sonrió y siguió moviendo la mano.
—Te mato como lo hagas.

Volvió a sonreírme

—En este momento no estás en condiciones de matarme, ni de hacer nada.
—Cómeme, vamos —le dije, excitada.
—Bien, nos vamos entendiendo —me dijo, con ironía.

Empezó a lamerme despacio, primero por encima, haciendo hincapié en el clítoris, solo con la lengua, luego lo atrapó entre sus labios y jugueteó con él un poco, haciéndome casi gritar. Luego empezó a lamerme haciendo círculos a la vez que uno de sus dedos se metió otra vez en mi coño y otro, de pronto, también en mi ano, tras lubricarlo un poco. Muy a mi pesar, estaba en sus manos, como siempre.

Su lengua no paraba de moverse y sus dedos tampoco. No tardó nada en hacer que me corriera, y fue el mejor orgasmo que había tenido desde hacía casi un año, y no por falta de sexo precisamente.

—Joder… —dije yo, susurrando, intentaba no jadear ni gritar, y el no hacía nada por ayudarme – joder, me… —me tuve que contener para no gritar y me costó bastante.
—Ven aquí —me levantó. Se desabrochó el pantalón y se sacó la polla. Sus intenciones eran hacer que me arrodillara y se la comiera, pero fui más rápida y me quedé de pie, frente a él.
—Cómemela, vamos, que tengo muy buenos recuerdos de tus mamadas.
—Eso quieres, ¿eh? —le dije, sosteniendo su mirada, retándole —De eso nada, me vas a follar, recuérdame el motivo por el que todavía no te he matado.

—¿Quieres que te folle? —me atrajo hacia su cuerpo y me dio la vuelta, pegándome contra su polla.
—Si, cabrón, fóllame, eso es lo que mejor sabes hacer.
—Y alguna cosa más, ¿no? —me sujetó por el pelo, fuerte.
—Algunas, pero pocas… —le respondí. Fer siempre saca lo peor de mí.

Me respondió haciendo que me inclinara un poco y metiéndome la polla entera de una vez, enfundada en un preservativo que se acababa de poner. Gemí un poco, la tiene enorme, muy ancha.

—Joder…
—Muévete, zorra, ¿no la querías? Pues ahí la tienes.
—Muévete tú, hijo de puta.
—No me lo digas dos veces —empezó a follarme a toda caña, moviéndose dentro de mí sin piedad. Apenas si podía aguantarme las ganas de gritar, y no podía hacerlo. Las lágrimas me empezaron a caer, eso me pasa a veces cuando estoy muy excitada. Me conoce bien y sabe cuáles son mis resortes y mis debilidades.
—Joder, Fer me estás matando —le decía en voz baja.

Él seguía dándome sin bajar nada el ritmo. Agarrándome por el pelo, de pronto, me aplastó contra la mesa, sujetándome bien, me sacó la polla del coño y me la metió por el ano. Cabrón, para eso sí se preocupó de taparme la boca para silenciar el grito que se me escapó, porque me hizo ver las estrellas. No la metió toda de una vez, pero la dejo ahí, sin moverse, mientras la otra mano se movía sobre mi clítoris, rápido. Entonces me habló al oído.

—No sabes las ganas que tenia de hacerte esto ¿sabes? – intenté moverme un poco, forcejeando—Si, ya sé que duele un poco, ¿es que desde la última vez nadie te la había vuelto a meter por aquí? —siguió moviendo la mano, a veces me metía un dedo o dos en el coño, y podía notar como rozaba con su polla a través de la piel que lo separa.

Empujando un poco más, de pronto, la metió entera. Dios, me mataba, me empezó a caer sudor frío y sentía las piernas como de trapo. Su mano siguió firme sobre mi boca, y la otra también, moviéndose en mi coño. Ahora empezó a moverse despacio dentro de mí y ya empecé a notar menos dolor. Mi cuerpo no era mío en ese momento, era suyo y hacía lo que quería con él. Siguió acariciándome rápido, cada vez más, hasta que me hizo correrme. Una sensación extraña, desde luego, un placer muy intenso, aunque el dolor no desapareció del todo, no desapareció nunca. Entonces, me la sacó del culo despacio y la metió otra vez en el coño, completamente empapado. Cogiéndome por las caderas, me folló otra vez como un salvaje, hasta que se corrió, afortunadamente sin hacer ruido. Se quedó un momento dentro de mí, y luego se salió. Me incorporé, imaginé que debía tener un aspecto lamentable. Le miré un momento y le crucé la cara de un bofetón, dejándosela marcada.

—Eres un hijo de puta —le dije con tono tenso.

Él se frotó un poco la cara y acercándose a mí, me besó, cogiéndome por la cintura, frotándose contra mí y poniendo el punto de ternura necesario después de tanta brusquedad. Y lo peor del caso es que yo le respondí apasionadamente. Mis hormonas se revolucionan cada vez que Fer está cerca.

—Un poco sí, lo reconozco, bueno, a lo mejor me la merezco, pero joder, vaya hostia —me dijo sonriendo, frotándose un poco la cara.
—Te la merecías —le dije, sin mirarle.
—No te pongas así, sé que te ha gustado…
—Desaparece de aquí ya, si no quieres que te suba los huevos a la garganta —le dije, y mi mirada le indicó que estaba dispuesta a hacerlo. Realmente, lo que me cabreaba era no poder resistirme a ese poder que tiene sobre mí, que conoce perfectamente y maneja a su antojo.
—Hazlo, venga, si te quedas más a gusto, te dejo
—No me tientes. Vete de aquí, quítate de mi vista.

—Y yo que te iba a ayudar a que te arreglaras un poco —me dijo sonriendo irónico —Más te vale que no salgas así. Espero tu llamada, si no, te llamaré yo. Por lo menos, una copa por los viejos tiempos… —me besó otra vez, y acabó de vestirse —Hasta luego, preciosa.

Me arreglé como pude, gracias al kit de emergencias que tengo en uno de los cajones de mi mesa. Me senté, despacio, joder, iba tener que hacerlo así durante un tiempo. Me adecenté retocándome un poco el maquillaje y arreglando la ropa, evidentemente, sin bragas. Maldije por enésima vez a Fer mientras terminaba de mirarme en un espejito y me arreglaba el pelo, cepillándolo un poco. John me había citado a las siete en casa de la niña, una calle del barrio de Salamanca. No tenía ni idea de lo que había pensado, pero yo necesitaba que todo se solucionara ya de una vez. Confiaba en él, pero a veces, me sorprenden algunas de sus reacciones. Por eso, y aprovechándome de la repentina aparición de Fer, iba a guardarme un as en la manga, puede que hasta me viniera bien su presencia. Semejante hijo de puta es lo que necesitaba esa niña para espabilar un poco. Aún no sabía muy bien cómo haría para coincidir con él por la tarde ni tampoco lo que le parecería a John, que no sabía aún de su existencia.

***

A las siete estaba frente al portal de la casa. Impresionante, de mármol e impecable. Mande un mensaje a John, tal como habíamos quedado para informarle de mi presencia. Al minuto o así la puerta emitió un zumbido, yo la empujé y entré. En el enorme espejo del portal, frente al ascensor, vi mi reflejo. Me había puesto una falda de tubo negra, ajustada, zapatos negros altos y una camiseta sin mangas color fucsia, ajustada también, destacando lo mejor de mi anatomía. Maquillada solo lo justo, y con el pelo suelto, que sé que a John le encanta.

Subí en el ascensor hasta el octavo piso. La puerta estaba abierta y John estaba allí, esperándome.

—¿Dónde está? —empecé a preguntarle, pero él no me dejó acabar
—Duchándose.
—John, ha habido un cambio de planes —le dije, mirándole y sin dejar de sentirme un poco culpable.
—¿Qué pasa? —me miró extrañado.
—Esta tarde ha venido a verme alguien que puede ayudarme. Lo siento, guapo, se que te debo una, y te la voy a pagar, haremos ese trío con otra chica, pero no hoy ni con esta, lo siento —le dije, con voz firme.
—Oye, esto no es lo que habíamos hablado, ¿eh? —me dijo, mosqueado
—Ya lo sé, por favor, perdóname, ¿vale? A las ocho y media, o sea, si es puntual dentro de un momento, va a venir alguien que…
—¿Alguien? ¿Quién?
—Alguien a quien conozco desde hace tiempo y que es lo que necesitamos para que el plan salga perfecto.
—Layla, yo solito me las arreglo muy bien, ¿eh?
—No me odies, anda —casi le supliqué, no puedo verle enfadado
—¿No confías en mi o que, joder? No puedo odiarte, pero esto se avisa antes, joder.
—No he tenido mucho tiempo, ha venido a verme esta tarde —Estaba un poco sensiblona, pero me recompuse para explicarme. A ver, Fer es mi ex, le conozco desde hace tiempo, antes de casarme incluso. Y es un hijo de puta, justo lo que necesitamos para que la niña espabile.
—Joder, me tienes flipado, tía —por su cara, era verdad.
—He quedado con él aquí abajo. Tú sigue con ella lo que quieras, pero a las nueve estaremos en la puerta. Abres el telefonillo, y yo subiré con él. Voy a ponerle los dientes largos con ella y le va a sacar donde tiene las copias del video, fotos y demás. Y no me pienso ir de aquí hasta que las tenga —le dije, mirándole fijamente.
—Dios, qué mala eres, tía…
—Te lo compensaré con creces, te lo juro.
—Ya te digo —me miró de esa forma suya, indicándome que me tenía que preparar para la siguiente vez a conciencia.
—Me voy —le dije—tú sigue a lo tuyo.
—Vale, adiós, Cruella. Y si es tan hijo de puta como dices, ten cuidado, anda.
—Tranquilo, le conozco y sé controlarlo —no es cierto del todo, pero algo se me ocurriría.

Bajé al portal. Eran las ocho y veinte, más o menos, y Fer estaba allí. Muy guapo, con vaqueros oscuros, camisa negra y los ojos brillantes por la excitación. Qué peligro tiene. Yo intenté controlar a mi cuerpo. Como siempre, olía de maravilla, su olor me vuelve loca.

—Hola —le saludé, intentando que no notara nada —Fer es uno de los pocos tíos que me descolocan.
—Hola preciosa —me besó en el cuello, mordiéndolo a continuación sin más miramientos, consciente de lo que eso provoca en mí.
—¿Sabes? —le dije—te he preparado una sorpresa —le miré directamente a los ojos.
—¿Sí? —me preguntó
—Claro, tú me has sorprendido a mí y ahora yo te sorprendo a ti. Además, después de lo de esta tarde, te mereces…
—Ya te he dicho que lo siento.
—Pero no me lo creo —le solté —Fer, me tienes que hacer un favor.
—¿Te “tengo” que hacer un favor? Y eso ¿por qué? No recuerdo que te deba ninguno, rubita —me dijo.

Me impacienté

—Aunque solo sea por todas las putadas que me has hecho —le dije, tirando a matar.
—No dejas de recordármelo ni una vez, ¿eh? —me dijo. Había hecho pleno, lo noté.
—Será que me faltan motivos —le dije, rabiosa —le había querido como a nadie. Hasta que se me heló el alma —Además, el favor te va a gustar, lo sé —le miré a los ojos.
—Cuéntame, ¿qué tendría que hacer?
—¿Lo harás? —le pregunté. ¿No te rajarás?
—Primero dime qué tengo que hacer.
—Acostarte con una tía buena.

Él se rió.

—Ya, claro ¿Y dónde está la cámara oculta? ¿Con una tía buena que no eres tú?

Le cogí la mano y la acerqué a mi boca, besándole lentamente la palma, sin dejar de mirarle a los ojos.

—Gracias, pero no, es más joven que yo y está mucho más buena que yo.
—¿Y cuál es el truco?
—Que ella está con otro tío en este momento. Y tú te la vas a follar después.
—Mira, rubita, si es una broma, no tiene ni puta gracia.

Miré la hora. Eran las nueve menos cuarto. Quedaban quince minutos para que nos abrieran la puerta.

—Vaya, Fer, qué decepción,. Hubiera imaginado cualquier cosa de ti, excepto que fueras tan remilgado —me burlé —A las nueve se va a abrir la puerta. Y entraremos en una casa. Tú vas a entrar a una habitación donde está la chica, allí verás a otro tío con ella. Solo tendrás que seguirle la corriente.

Me miró con esa cara de malnacido que tiene y me estudió de arriba a abajo…

—Solo tú serías capaz de pedirme algo así. Vale, lo voy a hacer, pero te va a costar caro, rubita.

Yo tragué saliva, esperándome escuchar cualquier cosa.

—Lo que quieras, Fer, pero ayúdame, por Dios…
—Lo que quiera —me miró como el lobo a una gacela que se va a comer de aperitivo —Bien. Un fin de semana entero conmigo. Apáñatelas como puedas para conseguir que puedas estar un fin de semana conmigo, donde yo te diga. Y haciendo lo que yo te diga, por supuesto.

Tragué más saliva.

—Bueno, no sé si voy a poder…

Se alejó de mí e hizo ademán de irse

—Vale, pues si no sabes si vas a poder, me voy —me dijo, estudiando mi mirada

Me rendí. Como siempre, estaba en sus manos.

—Vale. Un fin de semana entero contigo.
—Haciendo todo lo que yo te diga, lo que yo quiera
—¿Lo que tú quieras? —repetí, sin querer imaginar qué se le estaba pasando por la cabeza.
—Sí, lo que yo quiera, me tienes que dar carta blanca —me miró, sonriendo
—Te estás pasando, Fer, muchísimo.
—O lo tomas o lo dejas. Tú verás —dijo, encogiéndose de hombros y haciendo como que se iba. Le cogí de la mano y le detuve…

Y así fue como le cedí mi cuerpo durante un fin de semana entero al mismísimo demonio. Pero eso lo contaré en otro momento.

—Hecho —no fui capaz de mirarle a la cara mientras lo decía, y una lágrima de pura humillación me rodó por la cara
—Bien —me cogió la cara, lamió la lágrima y me besó en los labios —estoy seguro de que te va a gustar.

En esto miré mi reloj. Eran las nueve. Y la pesada puerta de hierro antiguo zumbó ligeramente. Yo la empujé con la mano, y Fer la sujetó para que pudiera pasar.

—Qué caballeroso te has vuelto, cabrón…
—Vete empezando a dirigirte a mí con más respeto, rubita.
—Tú estás flipando —le dije, mirándole con rabia. Y él a mí con mucha sorna.

Subimos en el ascensor. Intentó meterme mano, pero yo no estaba dispuesta a consentírselo.

—Resérvate, que te necesito con fuerzas.
—Las tengo, para ti y para la otra, ¿que te crees?
—A mi no me vas a tocar más hoy, ¿entendido? —le miré encendida. Y él se rió, siempre me da la sensación de que está un paso por delante de mí y lo odio.

Llegamos al rellano de la escalera. Empujé la puerta, que John había dejado entreabierta y entramos sin hacer ruido. Avanzamos por un pasillo largo hasta llegar a una habitación de donde procedía música, el resto de la casa, excepto lo que debía ser la cocina, estaba a oscuras. Cuando nos asomamos al dormitorio, John estaba desnudo, ella tenía las muñecas y los tobillos atados a la cama y los ojos vendados —bendije su idea—y la estaba besando suavemente. Cuando miré a Fer casi pude ver como los ojos le daban la vuelta…

—Pues sí que está buena, sí —me susurró —Le hice un gesto para que no hablara, y le hablé al oído.
—Síguele la corriente en todo al otro, ¿vale? En todo, Fer —y él, asintió con la cabeza
—Claro que sí —se burló.

Le empujé ligeramente dentro del cuarto. John le miró con cara de mala hostia, y luego a mí, que le hice un gesto de perdón, otra vez, con las manos y le tiré un beso. John estaba acariciándola y besándola muy suavemente. Y en eso que le indicó a Fer que se pusiera al otro lado de la cama, y que empezara a acariciarla igual. Fer me miró y sonrió, y se dispuso a ello, de momento, obediente. Ella debió notar algo raro, porque empezó a revolverse y a pedirle a John que la desatara. Y entonces le dijo

—Si quieres que te desate me vas a tener que decir una cosa.
—¿Qué quieres? —le dijo ella
—Que me des ese vídeo que tienes de tu profesora —le dijo hablándole bajito y cerca del oído. Fer le miró con incredulidad, iba a decir algo, pero John le hizo un gesto para que no dijera nada aún.
—¿Qué vídeo? No se nada de ningún vídeo —ahora John le hizo una seña a Fer, dándole vía libre para que hablara o actuara. Yo estaba fascinada, viéndoles. Y no negaré que bastante excitada también.
—Lo sabes de sobra —le susurró al otro oído, y ella dio un respingo, intentando levantarse, cosa que no podía hacer, claro.
—¿Quién eres tú? ¿Qué…? —John la hizo callar besándola, e intentó tranquilizarla.
—Es un amigo, que ha venido para hacerte disfrutar, conmigo —miró a Fer—¿Verdad?
—Claro —Fer empezó a acariciar suavemente sus curvas, sus tetas perfectas y a lamerlas—relájate —le dijo con su voz suave, como la de una serpiente, mientras acariciaba su coño.

La mano de John también se movía igual, solo que por el otro lado. La empezaron a penetrar con los dedos, primero uno, y luego el otro, mientras no dejaban de comerle las tetas y besarle el cuello. Y yo empecé a notar que me corría líquido por las piernas… estaba chorreando. Sin poder evitarlo. Dos de los tíos que más me ponen en el mundo se estaban tirando a una chiquilla de diecinueve años y yo estaba empapada mirando como lo hacían. No me reconocía a mí misma.

—Bueno, guapa ¿nos vas a decir dónde lo tienes? —oí que le decía Fer
—¿Qué me vais a hacer?
—¿Si no nos lo das? —le dijo Fer, pellizcándole un pezón. No querrás saberlo, así que vas a ser buena y nos lo vas a dar, ahora —retorció más el pezón haciéndole gritar un poco de dolor
—Suéltame, me haces daño… —se quejó
—Pues tu coño está empapado —le dijo Fer. Le hizo una seña a John para que la masturbara despacio, moviendo los dedos sobre su clítoris, mientras él seguía trabajando sus tetas…
—No pienso decíroslo —se atrevió a decir ella —y empezó a correrse bajo las manos expertas de los dos.

Y yo entonces casi temí por lo que pudiera pasarle. Conocía a Fer y sus métodos. Él se incorporó del suelo y se bajó los pantalones. Tenía la polla dura e impaciente, se la cogió con la mano y le golpeó en la cara con ella, y le dijo, con ese tono que le sale cuando está excitado, tan peligroso.

—Mira, niña, no hagas que me cabree, ¿vale?

John me miraba alucinado desde donde estaba. Y me pilló acariciándome, lo que hizo que sus ojos también brillaran de deseo y sonriera…

Fer continuó dándole golpecitos con la polla en la cara y en las tetas, hasta que se fue a colocar sobre ella, y entonces ella empezó a revolverse y a decir que parara, que no lo hiciera y que no quería… Me vi en la obligación de intervenir, y entré en la habitación, cogiendo a Fer del brazo e indicándole que dejara a John ahora, ya se había asustado bastante. John se colocó sobre ella, con la polla enfundada en un preservativo y se la metió de un golpe mientras le decía

—Dime dónde está, dímelo, si no quieres que este cabrón se corra en tu cara.
—No, por favor, no quiero que haga eso, por favor… —decía ella
—Pues dime donde lo tienes. Ya, que no creo que aguante mucho…
—Hay… hay una caja encima de la mesa del ordenador. Está ahí, es un DVD.
—Y ¿no hay más copias en el ordenador?
—Hay una, sí…
—Pues nos lo vamos a llevar prestado, ya se lo pedirás a tu profesora.
—Hijos de puta —ella casi lloraba, entre la excitación y la rabia
—Compañero —le dijo John a Fer, puedes proceder —le dijo con tono irónico —córrete en su cara, que se lo tiene bien merecido, por ser una puta chantajista.
—Con mucho gusto —dijo Fer, que no había dejado de masturbarse. Y así lo hizo: se corrió en su cara, restregándole bien toda la leche por ella, mientras John hacía lo mismo, pero dentro de su coño.

Yo había ido rápidamente a por la caja y el ordenador, cogí las dos cosas y salí por la puerta. Esperé a los dos en una cafetería cercana. Le mandé un mensaje a John indicándole donde estaba y aparecieron al rato. Fer se sentó, y mientras, yo me levanté de la silla y abracé a John, dándole las gracias por todo. Los dos estaban incómodos en la presencia de otro, pero aún así, aguantaron por mí.

—Me debes una muy gorda, Layla. Pero muy gorda, esto ha sido fuerte, lo sabes, ¿no?
—Lo sé, cariño, lo sé.
—¿Layla? Qué bonito —intervino Fer —¿Y a mí nadie me va a dar las gracias?
—Tú mejor cállate —le dije
—¿Cómo? Después de lo que he hecho por ti, desagradecida —me dijo, mirándome con sorna —Bueno, es igual, ya me pagarás —dijo Fer, recorriéndome con la mirada hambrienta —Sabes que tienes una cuenta pendiente conmigo.
—Y conmigo otra. Se te acumulan, ¿eh? —me dijo John, sonriéndome.

Y por supuesto que pagué esas cuentas pendientes, con los dos. Pero eso lo contaré en otro momento.

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